Una de
las debilidades más señaladas de la democracia española se localiza en el hecho
de que la derecha política nunca ha asumido el antifascismo como un elemento propio
de su ideario. Desde la polarización del pensamiento conservador en torno al Partido
Popular, tras la desaparición de UCD, el fascismo se contempla como un fenómeno
histórico situado siempre fuera de nuestras fronteras – en Alemania o en Italia
– pero nunca se relaciona con la dictadura de Franco y el fuerte componente
autoritario y violento que la sostuvo. Para estas fuerzas políticas, el
franquismo se encuentra superado y sustituido por el sistema democrático,
pero no se ha elaborado un pensamiento militante contra el régimen franquista.
Al contrario, la reivindicación de la memoria histórica y la exigencia de
reparación, verdad y justicia para las víctimas de la dictadura, se consideran amenazas
al statu quo que perturban la normalidad democrática y quiebran el
consenso constitucional.
Enfocar este tema desde la ya
conocida crítica al régimen del 78 no ayuda a comprender la tragedia que esta
anomalía democrática española supone para toda la sociedad en la que vivimos en
el siglo XXI. Y no ayuda porque al situar en el proceso de transición a la
democracia y sus manifestaciones normativas el centro de gravedad de la crítica
a no haber establecido un mecanismo de justicia transicional que desvelara e
hiciera público los crímenes y las torturas de los aparatos del estado bajo el
franquismo y que reconociera los asesinatos masivos efectuados en la guerra y en
la posguerra, situaba en la misma posición de complicidad con el franquismo a
fuerzas claramente antifranquistas que veían de esta manera incluidas en una aceptación
de la dictadura que nunca se había producido. El antifranquismo como expresión española
del antifascismo era y sigue siendo un elemento central en la formación del pensamiento
político y de la ideología de las fuerzas democráticas más relevantes, el PSOE
y el PCE, junto con el PNV y la extinta CiU, que formaron parte de esa
transición que convergió en la constitución de 1978.
Los sindicatos confederales
tienen también en su ADN la componente antifascista. No olvidan que la
dictadura se caracterizó por su hostilidad declarada a la clase obrera organizada,
a la que el franquismo dedicó sus mayores esfuerzos por eliminarla y someterla.
El odio antiobrero se manifestaba en el enaltecimiento de una figura
imaginaria, “el buen productor”, alejado de la politización que podía corromper
su esencia gregaria y obediente, integrado en la empresa como activo “factor de
producción”, y la correlativa construcción de un tipo ideal delincuente, el activista,
que lograba expresar a través de la organización colectiva un movimiento que
intentaba alterar la normalidad productiva y exigía que el conjunto de los
trabajadores y de las trabajadoras fueran consideradas ciudadanos y ciudadanas
dotados de derechos que se debían respetar. El activismo obrero no solo fue
perseguido desde las grandes instituciones que dan sentido al estado -los jueces
de lo penal, la policía política – sino que fue representado en todos los
medios de comunicación y en el discurso oficial como la negación del trabajo,
pagados por una nómina extranjera, que vivían entre el lujo frente a la
modestia que caracterizaba la existencia del productor, garantizada por el
Estado como un buen padre y por el empresario como buen patrón.
El franquismo no sólo persiguió
con saña a los dirigentes y militantes sindicales de las dos grandes
confederaciones históricas, UGT y CNT, confiscó sus bienes, envió a prisión a miles
de afiliados, asesinó a otros tantos por el mero hecho de haber participado en
actividades sindicales y tener un carné sindical. Cuando transitó el régimen de
su declarado nazifascismo a un autoritarismo social y político en el marco de
una libertad de empresa y un mercado tutelado, el enemigo principal del sistema
siguió siendo la capacidad de organizarse colectivamente como movimiento
obrero, desarrollando su acción en los lugares de trabajo y conectando
decididamente la reivindicación de las libertades, la amnistía y la mejora de
las condiciones de trabajo. Por ello la conformación de asambleas de delegados obreros, coordinadas en
el seno de un movimiento que desplegaba su acción imparable en los principales
centros industriales del país fue considerado delito de asociación ilícita y se
quiso impedir la difusión de la voz de los trabajadores a través del delito de
propaganda ilegal, la huelga se definió como delito y como acto contra el orden
público, como las manifestaciones siempre ilegales si eran de trabajadores, y,
como cláusula de cierre, todas estas actuaciones merecían la sanción privada
más efectiva, la de la pérdida del trabajo sin derecho a salario ni a una
prestación sustitutiva por desempleo a través de la carta de despido.
La Constitución de 1978 vino precedida
por una amnistía que normalmente queda en el cono de sombra ante las críticas
potentes al borrado de delitos y crímenes de las fuerzas y cuerpos de
seguridad, las torturas y asesinatos cometidas por los aparatos de estado
franquista. Se trata de la amnistía laboral, una pieza imprescindible en la
recuperación de la normalidad democrática en los lugares de trabajo, unido a
una Constitución que afirmaba el Estado Social y democrático y reconocía una
larga serie de derechos sociales en una estructura normativa plenamente
aceptable. Tanto que aun hoy en día, en
el programa del gobierno de coalición, se encuentran todavía por desarrollar convenientemente
algunos de estos derechos prometidos pero no garantizados en lo concreto, como
sucede emblemáticamente con el art. 47 sobre el derecho a la vivienda.
El sindicalismo, los sindicatos,
son por tanto organizaciones claramente antifascistas y decididamente
democráticas. Por eso en estos días, ante el ataque perpetrado por un grupo
fascista italiano contra la sede nacional de la CGIL, los sindicatos
confederales españoles, CCOO y UGT han convocado concentraciones en sus sedes
en solidaridad con este sindicato, porque ese ataque en Italia simboliza un
ataque frontal contra todos los sindicatos – la casa de los trabajadores y de
las trabajadoras, ha dicho Maurizio Landini ante una multitud de 200.000 personas en la manfiestación convocada por CGIL, CISL y UIL el sábado 16– en toda Europa.
En toda Europa, pero de manera
muy especial en España. El despliegue que están teniendo las fuerzas políticas
neofascistas bajo la influencia de los principios y de los métodos del ex
presidente Trump enlazan con una situación de desesperación e
inestabilidad vital tras un año y medio de medidas restrictivas y
confinamientos totales o parciales debido a la pandemia. En España, la extrema
derecha ha ido progresivamente capturando el discurso del espectro político de
los diferentes grupos de la derecha, primero en torno al rechazo al independentismo
catalán, posteriormente en torno a su combate contra el feminismo y los
derechos LGTBQ, y en todo caso, sobre el señalamiento de los inmigrantes y en
especial los sectores más vulnerables de este grupo, como los menores no
acompañados, como eje de un discurso de xenofobia y de odio. A ello se ha unido
el revisionismo de la dictadura e incluso del pasado histórico de España, en
términos anacrónicos que desvelan además una profunda ignorancia. Su
crecimiento exponencial y su enorme peso electoral se ha correspondido con el
hundimiento de la opción supuestamente renovadora del centro derecha,
Ciudadanos, y aunque esta caída ha beneficiado principalmente al PP de manera evidente, la convención de
este partido realizada últimamente ha demostrado la cercanía entre la
ultraderecha y la derecha conservadora en el proyecto involucionista que
manejan. Un proyecto que es avalado por una estrategia de guerra judicial amplísima,
que va desde los jueces de instrucción hasta el Tribunal Constitucional y que se
quiere preservar mediante la oposición a renovar el CGPJ por parte del PP, con
excusas todas ellas claramente antidemocráticas. Un proceso de deslegitimación
del gobierno y de las mayorías parlamentarias que lo sostiene que cuenta a su
vez con la entusiasta colaboración de la práctica totalidad de los medios de
comunicación privados, pero también púbicos, como la TVE.
En ese panorama desolador, el
nuevo fascismo extrema la violencia de su discurso político y manifiesta de
manera evidente su terrible furia contra los sindicatos. Lo ha dicho la que
posiblemente es la exponente más señalada del relato sobre el trabajo que ha
elaborado VOX, la diputada Macarena Olona. En la última sesión de
preguntas al gobierno, habló del ”diputado delincuente” para referirse a Alberto
Rodríguez, y este es el hecho que ha llegado a la prensa, una expresión que
la presidenta de la Cámara censuró. Pero lo más relevante de la intervención de
la vocera de VOX es su referencia a la labor de la ministra Yolanda Díaz, a
la que acusó de no hacer nada más que reunirse con los sindicalistas de
mariscada y de burdeles para evitar que estos “incendien las calles”. Es
difícil encontrar una síntesis más clara del pensamiento fascista de la dictadura
en la imagen que quería dar de los militantes y activistas sindicales. Lo
importante no es desde luego la imputación insólita a “los sindicatos”, sino la
violencia terrible y la acometividad de esta frase, una actitud que está
permeando en una parte de nuestra sociedad y en la opinión pública. Estamos avisados
y habrá que estar atentos.
Porque el problema no es solo
VOX, a cuyo grupo dirigente se ha visto bien instalado en la burguesía media, con
sus coches de alta gama, sus trajes de boda comprados en altas tiendas de moda
las señoras, los caballeros de chaqué y traje oscuro, reproducidos con
admiración en sus esbeltos portes por los diarios “serios” -el ABC, el Español,
El mundo, OK diario – sino la proyección de ese discurso claramente agresivo y
furioso contra las organizaciones sindicales. Hay que tener en cuenta que, como
señala la revista Por Experiencia, sobre la base de una encuesta COTS,
realizada por ISTAS-CCOO y el grupo POWAH de la Universitat Autònoma de Barcelona,
“tres de cada cuatro participantes en la segunda edición de la encuesta COTS
(75,2%) manifiesta preocupación por la dificultad de encontrar un nuevo empleo
en caso de quedarse en paro. A pesar de las voces que apuntan que la economía
se recupera, la población asalariada en España siente la misma inseguridad
frente al empleo que experimentó en la primera ola de la pandemia”. Más aún,” el
porcentaje de trabajadores y trabajadoras en riesgo de mala salud mental entre
la población asalariada en España se ha incrementado en un 5,5% respecto a
2020. La percepción sobre la salud en general ha empeorado también notablemente,
experimentando un incremento del 16% sobre los resultados de 2020”, y “casi la
mitad de la población asalariada sigue trabajando en condiciones de “alta
tensión”. Un panorama que explica una situación generalizada en donde la
recuperación económica debe ir necesariamente acompañada de reformas
permanentes de la legislación laboral que redunden en una mejora de las condiciones
de vida y de trabajo.
El nuevo fascismo sabe, como el
viejo encarnado en la dictadura, que el sindicalismo es su enemigo principal en
su proyecto de dominación política. Pero es importante que su estrategia de
deslegitimación política y de señalamiento de grupos a los que culpar de la
situación social inestable sea contrarrestada por una seria política de
reformas, ante todo del marco institucional de relaciones laborales. Reformas de
la negociación colectiva, de la externalización empresarial y fundamentalmente
de la regulación de la temporalidad, son imprescindibles. No podemos dejar que pase
esta oportunidad histórica. Si se obstaculiza o impide este proceso el fascismo
habrá obtenido una nueva baza para seguir propagando su pulsión de muerte y de
sumisión colectiva.
Excelente e imprescindible análisis.
ResponderEliminarPor lo que se refiere a la derecha española, lo cierto es que nunca ha roto con el franquismo en términos de cultura política. Por eso no admite al antifranquismo como origen de la democracia, frente a Italia. Por eso 1978 es el año cero de la democracia. Espoleada por Vox ha dado un giro hacia el revisionismo y al relato estrictamente franquista y todo lo que esta al margen es para la derecha sectario o divide a los españoles
ResponderEliminarPerfecto estimado amigo!! Y ese análisis no solo es fundamental hacer en España. Sirve para todos y para nosotros en especial.
ResponderEliminarVamos inserir en DMT!
Gran abrazo!
Una entrada muy interesante. Me encanta como señalas la continuidad entre el fascismo franquista y su ataque al sindicato (con su contraposición entre buena productor y agitador sindical) con la actualidad italiana y vox. Especialemente interesante para gente de mi generación y posteriores, quizás demasiado críticos con las limitaciones de la transición (cargando injustamente quizás la critica en las fuerzas de izquierda)
ResponderEliminarQue bueno hablar con tanta claridad desde el lado de un académico notable que "baja" al terreno de la política para recordarnos los grandes marcos en que se mueve esa política.
ResponderEliminarAdemás de la estrategia que bien señalas de opacar el compromiso de sectores políticos con el autoritarismo y el fascismo, creo que opera también un sentido común instalado de que se trató de un régimen "excepcional", una patología pasajera.
Lo ocurrido en Italia y lo ocurrido con los trumpistas en el congreso de EEUU y el discurso bolsonarista demuestran que convivimos con el fascismo.
Yendo a lo doméstico, en la comarca sucede algo curioso, un componente llamativo que nos diferencia de España: nadie quiere ser ni se reconoce de derecha.
El gobierno, cuando se lo califica de derecha, tiende a decir que D e I son categorías obsoletas. No hay un orgullo de derechas.
Sí lo hay de izquierdas, naturalmente.
La "mala conciencia" de ser de derecha y defender sus intereses pesa en el ambiente Podría darte ejemplos.
Un abrazo mientras preparo mi infaltable muhammara dominical previa al almuerzo
Querido Antonio, buenas tardes en España, buenos días en México( gracias por la información que me compartes, es muy interesante y nos dice mucho acá, donde “vox”, se ha querido asentar.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte, fraternal y trasatlántico para vos, Aparicio, Pérez Rey, Marta, Laura, Amparo…
Es increíble, o no, el parecido con la situación en Argentina. Las mismas expresiones fascistas, los mismos recursos. Yo creía que eran groseros y despolitizados pero veo que la derecha está bien surtida de discursos hostiles y aberrantes con validez internacional.
ResponderEliminarMuy bien explicado. Mi preocupación es que la población de derecha comparte esa opinión del partido al que vota y el problema se encuentra sobre todo en que convencemos a la población de izquierda con la que compartimos esa visión de las cosas pero no logramos que el pensamiento verdaderamente democrático cale en el votante de derecha; la clave a mi juicio está en la necesidad de un cambio cultural en una parte de la población favorable a los valores democráticos que es la asignatura que seguimos teniendo pendiente, para que esa parte de la población interiorice que lo importante es votar y no forzar a votar “bien”
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