domingo, 10 de octubre de 2021

ATAQUE VIOLENTO AL SINDICATO ITALIANO: EL RETORNO DEL ESCUADRISMO FASCISTA

 


Ayer, con ocasión de una manifestación convocada por la ultraderecha y el movimiento anti vacunas (No Vax) en Roma, una buena parte de la misma se dirigió a la sede nacional de la CGIL, en Corso d’Italia 20 y la asaltaron mientras gritaban consignas contra el secretario general Maurizio Landini, y contra el sindicato al que acusaban de quitarles el trabajo a los manifestantes. Los asaltantes enarbolaban banderas nacionales – la tricolor – y acompañaban sus consignas de la palabra más repetida en la manifestación, “Libertad”. Libertad frente a la dictadura sanitaria del Estado y frente al estado de alarma inventado como medio para controlar a los ciudadanos. Todo un conjunto de argumentos negacionistas que culminan en una reivindicación del pueblo y de la ciudadanía frente a la mentira y la conspiración encarnada en el Estado como institución alienante y totalitaria.

La razón de esta manifestación – y la de tantas otras que se han ido celebrando en las principales ciudades italianas – no es sólo la resistencia a la vacunación, sino la revuelta ante la exigencia del certificado de estar vacunado para poder entrar en edificios públicos, espectáculos y lugares de ocio, pero fundamentalmente porque a partir del 15 de octubre, este certificado, conocido en Italia como Green Pass será obligatorio para acceder a los lugares de trabajo, público o privado, una obligación que ha impuesto el Decreto Ley de 21 de septiembre, justificado por el gobierno Draghi como la condición necesaria para “abrir el país”. El trabajador que no presente el pase verde se considerará ausente por causa injustificada y por tanto no  devengará el salario, si bien no tiene consecuencias disciplinarias y se mantiene el derecho a conservar el puesto de trabajo hasta el 31 de diciembre de 2021, que es por tanto el plazo que se da para que las y los trabajadores públicos y privados procedan a vacunarse.

La resistencia a la vacunación y el rechazo a que ésta se considere una condición sanitaria imprescindible para poder acudir a trabajar ha sido derivada hacia la resistencia al gobierno y la imputación de totalitarismo respecto de su política sanitaria. Es conveniente recordar que en el comienzo de la pandemia, Italia fue durante mucho tiempo un país en el que el Covid19 causó enormes estragos y donde la incidencia acumulada de casos y de muertes (131.000 personas hasta el momento) fue muy notable. Los partidos de ultraderecha y de derecha extrema – Fratelli d’Italia y Lega – han cuestionado esta política y amparan las manifestaciones que se han ido desarrollando, pero a su vez grupos más violentos y declaradamente fascistas, como Forza Nuova, han alimentado en este caldo de cultivo la pulsión antidemocrática y la violencia contra el Estado Social.

Este es el sentido del asalto a la sede del primer sindicato de Italia, la Confederación General Italiana del Trabajo, que es una potentísima organización de la clase trabajadora en aquel país y que mantiene una posición de apoyo crítico a las medidas del gobierno sobre la recuperación económica que se inicia en la nueva etapa post-covid. Atacar la sede de la CGIL tiene un significado claro, imputar políticamente al sindicato que organiza y defiende el interés de la generalidad de los trabajadores del país como una organización contraria al “pueblo”, oponiendo directamente la idea de pueblo a la de organización de los trabajadores, situándolas en una relación de hostilidad y de confrontación. Simbólicamente además enlaza directamente con la memoria histórica del fascismo italiano y sus ataques violentos contra los sindicatos y las Cámaras del trabajo entre 1920 y 1922, que causaron muertes, torturas y apaleamientos de sindicalistas.

El ataque se ha hecho en esta ocasión bajo el amparo de la palabra “libertad”. Libertad como concepto enemigo de la solidaridad que encarna el sindicato, contra la igualdad que quiere realizar en su acción colectiva y que los asaltantes fascistas consideran incompatible con un nuevo orden en el que desaparezcan estas nociones. En España también la ultraderecha y la derecha extrema han recurrido a la palabra libertad como sinónimo de individualización egoísta y de elogio de la desigualdad. A ello se une ahora el elogio desmedido de la propiedad junto con la libertad en un discurso apasionado y fuera de siglo que mantiene sin embargo con entusiasmo el llamado jefe de la oposición en nuestro país.

La reacción de la CGIL ha sido inmediata. Ha convocado una Asamblea general que se está realizando en la mañana del domingo en Roma, en la sede asaltada del sindicato, hoy rodeada de una multitud que canta el Bella Ciao, la canción de la guerrilla antifascista, y ha decidido abrir todas las sedes locales del sindicato para que afiliados y ciudadanos puedan manifestar su solidaridad y su presencia. La CGIL recuerda que han sido objeto de un ataque de escuadrismo fascista, y que igual que resistieron entonces, resistirán ahora. La Confederación ha exigido que se disuelvan las organizaciones “que se reclaman de fascismo”, y Maurizio Landini afirma que se trata de un ataque a la democracia y al mundo del trabajo que hay que responder. La Asamblea de este domingo adoptará las medidas necesarias, y ya se prevé una manifestación sindical unitaria anti fascismo para el 16 de octubre.

El atentado ha sido condenado unánimemente, aunque en la derecha extrema se ha querido distinguir a quienes se manifestaban por una causa justa y a los “violentos” que han oscurecido el objetivo de la convocatoria. Pero el ataque de la ultraderecha a la sede nacional de la CGIL debe hacer reflexionar fuera de las fronteras italianas, ante el auge de la extrema derecha en varios países de Europa, en especial en Francia y en España. La complicidad con estos grupos por parte de la que en un momento se denominó derecha democrática, la progresiva captura del discurso político conservador por parte de estos grupos que defiende de forma radical un neoliberalismo despótico y victimizador, está alentando fenómenos de violencia cada vez más agudos que canalizan ante todo sentimientos de rabia, impotencia e ignorancia, de una parte de la población susceptible a estas propuestas. Una cultura de desestabilización democrática que es a su vez reiterada y sostenida firmemente por medios de comunicación muy influyentes y por grandes comunicadores sociales que responden a esa misma orientación política.

Señales de involución y de cuestionamiento de la democracia como la vía preferida por una corriente política con importantes manifestaciones en Europa  y en España desde su puesta en práctica en la presidencia Trump en EEUU, para aumentar la explotación laboral y el despotismo en los lugares de trabajo junto con el incremento exponencial de la desigualdad económica y social. El Estado social y democrático y las fuerzas políticas que lo sostienen deben mostrar su fortaleza e imponer frente a la ultraderecha la fuerza de la ley y la capacidad de respuesta que el orden democrático está obligado a mostrar y llevar a cabo. Las señales son inequívocas, y el asalto a la sede nacional de la CGIL en Italia es una de ellas.



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