Es un
hecho notorio que las reglas que caracterizan la gobernanza económica europea a
través del mecanismo europeo de estabilidad establecen una rígida correlación
entre estabilidad presupuestaria y gasto público. Estas reglas produjeron en el
ciclo de la crisis 2008-2013 las políticas de austeridad que generaron
profundos recortes de derechos sociales y degradación de los elementos
centrales del equilibrio de poderes en las relaciones de trabajo, con una
especial incidencia en la desigualdad creciente entre las personas que trabajan
y los sectores vulnerables de éstas.
Sin que se pudiera apreciar
apenas diferencias ideológicas entre los distintos gobiernos de los estados
nacionales más afectados por la crisis financiera y del endeudamiento posterior
para salvar los bancos nacionales comprometidos, la etapa de la austeridad
propició un retroceso enorme del nivel de vida y de las condiciones de
existencia de la población de estos países. En España el desempleo de masa y la
intensa devaluación salarial cobraron cuerpo durante un largo período hasta que
se produjeron los inicios de una recuperación económica sólo en el 2018.
Estas apreciaciones negativas son
ampliamente compartidas en el ámbito de lo laboral en nuestro país, no sólo
desde el punto de vista sindical, sino de la mayoría del iuslaboralismo,
excepción hecha de quienes defendieron en su momento las medidas restrictivas
desde la convicción ideológica de tomar partido por una decisión inevitable
como única forma de salir de la crisis. Una posición atenta al grito de dolor
de las empresas y a sus exigencias de recortar personal y costes salariales, en
una suerte de aceptación – en ocasiones entusiasta – del destino marcado por la
dinámica ineludible del ajuste de los mercados. El cuestionamiento generalizado
de esta experiencia nociva alimentó sin duda un clima cultural que se
confrontaba tanto a las medidas legislativas adoptadas como al método utilizado
para ponerlas en práctica que refutaba la apertura de negociaciones efectivas y
tripartitas, sustituyéndolas por la imposición unilateral del gobierno que
gozaba de la mayoría absoluta en las cámaras.
La irrupción de la pandemia
cambia el marco de referencia ante la terrible crisis subsiguiente que afectó a
todos los países de la Unión Europea con independencia de la localización
geográfica de éstos y de su mayor o menor participación en el PIB de esta
región. Como se sabe, la crisis del Covid indujo importantes cambios en la
política económica de la Unión Europea que se expresaron en la activación de la
cláusula general de salvaguarda, la suspensión de la estabilidad presupuestaria
y la adopción de una larga serie de medidas de asistencia, invirtiendo los
términos anteriores de la gobernanza económica . De esta manera la respuesta a
la crisis fue eficaz tanto respecto de la recuperación económica como en lo
relativo a la protección social y al reconocimiento de derechos laborales, como
demuestra emblemáticamente el caso español. En otro orden de cosas, esta nueva
política económica que proviene del marco presupuestario plurianual y del
programa Next Generation consolidó y aumentó la potencia de la Unión
Europea como organización política y económica, consolidando las orientaciones
europeístas de una buena parte de los especialistas, en especial al reforzarse
la protección del Estado de Derecho mediante el procedimiento que condicionaba
el libramiento de fondos UE al respeto de los principios del mismo.
Este mismo impulso positivo se ha
sentido en la doctrina laboralista española, que coincide en entender que el
cambio de rumbo de la Unión Europea es ya ineludible. A partir de lo que supone
el Plan de acción del Pilar Europeo de Derechos Sociales aprobado en marzo de
2021, se ha afirmado un “cambio de 180 grados” en la forma de construir el
proyecto europeo, que ha provocado una suerte de “furor normativo” por parte de
la Unión Europea, en lo relativo al trabajo y al empleo con ocasión de las
transiciones fundamentales a las que se enfrenta este momento histórico,
digital, ecológica y demográfica como recientemente han sostenido los
profesores Sanguineti y Rodriguez en un numero extraordinario de la revista “Trabajo
y Derecho”. Nadie duda de esta alteración del trayecto de la acción normativa
de la UE orientada por la revalorización de su dimensión social en estos
tiempos de crisis, y la importancia que esta nueva etapa ha cobrado bajo la
presidencia Von der Leyen. Pero hay también ciertos elementos que actúan
en una dirección opuesta.
El primero de ellos, la guerra
provocada por la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, y el apoyo decidido
de la UE a este país sin restricciones, yuxtaponiéndose a la acción de la OTAN
y sosteniendo el aprovisionamiento militar de las tropas ucranianas, con el
incremento del gasto militar de los países miembros. Además del nulo esfuerzo
diplomático por lograr el alto el fuego y la búsqueda de la paz, la crisis
inducida por el estallido de la guerra y su duración con visos de permanencia
ha generado graves daños a la estrategia de la recuperación. La crisis
energética y de suministro de materiales y alimentos, ha requerido sobre
esfuerzos adicionales a las economías de la zona euro. Y, como consecuencia de
ello, la inflación desatada en toda Europa, producida en principio por el
encarecimiento de la energía, pero también provocada, como se afirma en una
larga serie de informes de muy diversa proveniencia, desde la OCDE al FMI y los
sindicatos, por el mantenimiento de los beneficios empresariales tras la
recuperación de la crisis del Covid, al subir los precios más que los costes
derivados de la crisis.
El regreso de la inflación en
España ha sido controlado relativamente gracias a la llamada “excepción
ibérica” como mecanismo de intervención en el mercado eléctrico con el fin de
rebajar el precio del mercado mayorista y así abaratar la factura de la luz en
hogares y empresas, aunque sin que se haya evitado la traslación a los precios
de los márgenes de beneficio empresarial. Pero la inflación altera el marco
hasta el momento existente, retorna a ser el elemento central en las
preocupaciones de las instituciones financieras europeas y vuelve a poner sobre
el tapete las políticas monetarias que se relacionan con el art. 127 TFUE
afirmando que el objetivo central del BCE es mantener la estabilidad de los
precios. Lo que se ha traducido en el aumento creciente de los tipos de interés
por el BCE, una medida muy criticada por sus consecuencias sobre los préstamos
hipotecarios a interés variable y la compra de las viviendas y en general sobre
la pérdida de poder adquisitivo de las personas y el freno al crecimiento
económico, a lo que se une la decisión de no prorrogar el tope a la subida de
alquileres hasta diciembre de este año..
La experiencia hasta el momento
vivida, y las últimas manifestaciones que se han ido adoptando por los órganos
ejecutivos de la Unión Europea, parecen coincidir en el mantenimiento de una
regulación que en materia laboral persigue el empleo seguro, los salarios
adecuados, la recuperación del diálogo social y la negociación colectiva y la
garantía de una eficiente protección social. Pero es seguro que esta
orientación deberá ser revalidada a partir de los resultados de las elecciones
europeas del año que viene, 2024, en donde ya hay señales por parte de
importantes sectores del Partido Popular Europeo, entre ellos el español, que
esta dirección social debe invertirse, a lo que se suma el crecimiento de
expresiones políticas nacionalistas, proteccionistas y xenófobas de extrema
derecha en varios países de la Unión. Pero además de que el cambio de paradigma
no está asegurado, lo cierto es que la construcción del orden supranacional
europeo se asienta sobre un compacto tejido de los órdenes nacionales, de forma
que la concreta solución política que en cada uno de los países vaya
asentándose ocupa un lugar importante en el desarrollo final de la actuación de
la UE. Es decir, las grandes opciones que cuentan con el consenso de las
mayorías de la población en cada país en concreto, obtenidas mediante el
mecanismo de la representación política a través del sistema electoral, son
decisivas no sólo en el propio estado nacional, sino también en la
configuración global de la política europea.
En España nos encontramos ante
una convocatoria de elecciones generales para el 23 de julio. Y los programas
electorales que conocemos en esta fase son clarificadores porque se sitúan en
dos extremos contrapuestos. De una parte, el PSOE defiende las políticas
económicas y sociales que el gobierno de coalición ha ido poniendo en práctica
durante el ciclo 2020-2023 y que ofrece un balance sólidamente positivo en
términos macroeconómicos y en relación al volumen de empleo. En el polo de la
unidad de las fuerzas de izquierda en torno a la coalición SUMAR no sólo se
defiende lo conseguido en el área socio-laboral sino se presenta un programa
claramente neolaboralista con propuestas de desarrollo y fortalecimiento de
derechos individuales y colectivos de las personas que trabajan, desde la
reducción del tiempo de trabajo y su uso colectivo a la introducción de la
democracia en la empresa y la participación en los mecanismos de toma de
decisiones en ella y el combate a la precariedad en el trabajo y en la
existencia junto con la no discriminación de género y de otras diferencias.
En el otro extremo, las
formaciones de la derecha conservadora rescatan las propuestas más polémicas de
la etapa de la austeridad que no fueron llevadas a cabo, como la llamada
“mochila austriaca”, un sistema de capitalización del despido y de las
pensiones, y pretenden corregir – “desmontar” en algunas intervenciones – el
marco institucional basado en el importante acuerdo social plasmado en el RDL
32/2021 de reforma laboral, aunque su alcance concreto permanece todavía en una
cierta oscuridad, como se ha analizado en este mismo blog (En qué consiste el "retoque" de la reforma laboral que pretende el Partido Popular?).En
la extrema derecha la propuesta se centra en la negación del hecho
discriminatorio de género, también en los lugares de trabajo, y en una
indisimulada – e inconstitucional – hostilidad hacia el sindicalismo y los
mecanismos de articulación de intereses colectivos a través del diálogo social,
indicaciones incompatibles con la fundamentación democrática de la Unión
Europea.
Se hacen presentes dos líneas muy
claras: la que pretende desplegar las oportunidades que se desprenden de una
política económica europea expansiva que permita abordar con eficiencia las
transformaciones productivas dirigidas a la sostenibilidad social y ambiental
que posibiliten una transición justa en sus distintas versiones, y la que
recupera los presupuestos clásicos de la gobernanza económica anterior al Covid
e insiste en la preservación de los planteamientos neoliberales tanto dentro
como fuera de las fronteras nacionales. Esta es la disyuntiva a la que se
enfrentan los votantes.
En este contexto, el 1 de julio
España asume la presidencia del Consejo de la Unión Europea por todo el segundo
semestre, hasta el 31 de diciembre. En
el ámbito laboral, la presidencia española tiene objetivos importantes. Las
prioridades a las que quiere sujetar su actuación en estos seis meses se
distribuyen en tres grandes campos, el del diálogo social y la negociación
colectiva, el trabajo decente y la economía social. Pero en lo relativo a la
producción de normas, los temas más importantes son la propuesta de directiva
sobre plataformas digitales, así como la revisión de directivas sobre
exposición al amianto y al plomo. En ese espacio de tiempo se iniciará el
debate, impulsado por la Confederación Europea de Sindicatos, que pretende la
revisión de la Directiva sobre Comités de Empresa Europeos, y el seguimiento de
las negociaciones entre el sindicalismo europeo y las asociaciones
empresariales de la región para concluir un acuerdo colectivo europeo sobre
teletrabajo y derecho a la desconexión, sobre cuya eficacia – y la posibilidad
de que se le de eficacia a través de una Directiva – se debería discutir
durante este semestre aunque es dudoso que llegue a adoptarse en su caso una
decisión durante el mismo. Además, se prevén documentos del Consejo no
vinculantes tanto sobre economía social, como sobre democracia en la empresa y
la relación entre precariedad y salud mental. En el nivel de la gobernanza
económica, se pretende la adopción de una decisión del Consejo que incorpore el
procedimiento del mecanismo de convergencia social propuesto por los gobiernos
de España y de Bélgica como uno de los elementos que deben integrar la
valoración que se efectúa de las políticas económicas y presupuestarias de los
estados miembros en el llamado semestre europeo. Cuestiones como puede
apreciarse de enorme relevancia.
No es necesario insistir, en este
contexto, en una evidencia. Revalidar en las elecciones del 23 de julio la
confianza de las mayorías sociales del país en torno al proyecto de reformas en
contenidos, además de poder respaldar la
acción de la presidencia española en los temas indicados. Es desde luego un
objetivo que debe involucrar a numerosas organizaciones sociales y en especial
al sindicalismo confederal, comprometidos en el mantenimiento y desarrollo del
escudo social frente a la crisis y la mejora de los derechos laborales. No cabe
ser neutrales en este aspecto, sino tomar partido aunque solo sea para evitar
el retorno a un pasado sin futuro.
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