Es tiempo de Congresos en CC.OO. En junio se celebrará el
Congreso confederal, pero ahora se desgranan los Congresos de las
organizaciones territoriales para luego converger en los de las federaciones y
regiones. A ese proceso de discusión y de elección democrática se han
superpuesto una reflexión sobre la historia del sindicato, como forma de
recobrar la identidad de una organización que quiere ser reconocida por la
propia militancia, y otra sobre la adaptación del sindicato a las nuevas
necesidades y urgencias que la globalización de una parte y la transformación
de las estructuras productivas de otra están induciendo en la acción sindical.
Ambas líneas de pensamiento son complementarias porque mirar hacia el futuro
implica siempre conocer el pasado y sacar de él lecciones para el presente.
La reflexión histórica se centra fundamentalmente en las fases
constitutivas de lo que fueron las Comisiones Obreras durante el franquismo, y
a lo largo de 2016 se han organizado homenajes y recuerdos de actos bien
significativos, desde la Inter Ramas de Madrid (1966 – 2016, o sea cincuenta
años) hasta la Asamblea de Barcelona (1976 – 2016, cuarenta años), sin olvidar
el 40 aniversario del asesinato de los abogados de Atocha, en un gran acto
celebrado en el Teatro Monumental de Madrid el 15 de febrero del 2017 del que
se ha dado cumplida cuenta en este blog. Otros acontecimientos de CC.OO. serán
sin duda recordados, pero la presente entrada va dirigida a dar relevancia a un
Congreso Confederal celebrado en junio de 1987 que tanto desde el punto de
vista de la organización interna de CC.OO. como respecto de su reflexión en
torno al contexto social, económico y político, es muy significativo. Se trata
en efecto del IV Congreso, que se iba a celebrar en un contexto histórico clave
y que habría de preparar la acción colectiva más importante que los sindicatos
han conseguido en el período democrático, la huelga general del 14 de diciembre
de 1988.
Hay que tener en cuenta que el 1 de enero de 1986 España había entrado en
la Comunidad Económica Europea y que en ese mismo año se celebró el referéndum
de la OTAN en donde el gobierno de Felipe González rompió de manera explícita
con la visión de neutralidad activa y pacifista que había caracterizado a la
izquierda española, en un momento en el que en la URSS se desplegaban las
fuerzas del cambio político hacia la transparencia y la reestructuración
interna, defendiendo el desarme y la distensión mundial. La izquierda
mayoritaria en nuestro país a partir de ese momento se alineó con los
postulados agresivos del unilateralismo militar que buscaba la destrucción y la
asfixia del contrincante y no un mundo policéntrico en el que la paz y el
desarme fueran principios activos de regulación. A partir de la campaña del NO
nació una incipiente Izquierda Unida en donde el PCE dirigido por Gerardo
Iglesias tuvo una actitud generosa e inteligente, pese a tener que gestionar la
crisis interna acosado por los partidarios de Santiago Carrillo que había
montado su propio partido, el PTE, y los prosoviéticos de Ignacio Gallego con
el PCPE.
Sin embargo esta crisis interna del PCE no se desplazó al interior de
CC.OO., que consiguió salvarse desde la reivindicación de la autonomía plena de
la organización. Al IV Congreso las turbulencias del período de cuatro años
anterior se habían ya aplacado y la derrota en el Congreso de la Federación
Metalúrgica de la candidatura de Juan Ignacio Marín y la victoria correlativa
de Ignacio Fernandez Toxo, habían allanado el camino hacia una nueva etapa más
unitaria. En esa etapa, CC.OO. intensifica su actividad “hacia dentro” de la
organización, consolidando las instituciones de gobierno y de control de las
que se dota, en especial la Comisión de Garantías, que desempeñaría un
importante papel en el equilibrio de los conflictos desarrollados en el
interior del sindicato a partir de distintas sensibilidades políticas, y
haciendo hincapié en la necesidad de estructurar la afiliación, impulsando
estudios y análisis sobre el desarrollo de la misma en los diferentes sectores
y territorios.
Pero fundamentalmente la atención de CC.OO. después del II y el III Congreso se dirige a las elecciones sindicales, no sólo por cuanto la determinación de la audiencia electoral permite conocer la implantación real – las carencias y los aciertos – del sindicato y de cómo repercute en el conjunto de los trabajadores el clima político general, sino porque es preciso preparar una estructura organizativa idónea para llegar a más centros de trabajo y por consiguiente a más trabajadores y de esta forma también extender la presencia del sindicato en los mismos. Esta organización que resulta fundamentalmente una combinatoria de medios materiales escasos y presencia personal predominante tiene en la época una preocupación añadida, la de evitar el fraude en las pequeñas y medianas empresas a través de la elección de delegados impuestos o supuestos. Hay que tener en cuenta que mientras que en 1982, CC.OO. había obtenido 47.016 delegados, que suponían un 33,4% del total, UGT había logrado 51.672, un 36,7%, pero en las elecciones de 1986, CCOO consiguió un número mayor de delegados, 59.230, pero seguía teniendo el mismo porcentaje, un 33,8 del total, mientras que la UGT , con 69.247 delegados, ascendía al 39,6 %.. Sin embargo, en los datos desagregados, CC.OO. sobrepasaba a UGT en las mayores empresas y había ganado en número de votos efectuados, lo que constituyó un motivo de preocupación para la UGT, presionada además por sus bases en contra de la política del gobierno socialista de contención salarial, temporalidad y aumento del desempleo.
Pero fundamentalmente la atención de CC.OO. después del II y el III Congreso se dirige a las elecciones sindicales, no sólo por cuanto la determinación de la audiencia electoral permite conocer la implantación real – las carencias y los aciertos – del sindicato y de cómo repercute en el conjunto de los trabajadores el clima político general, sino porque es preciso preparar una estructura organizativa idónea para llegar a más centros de trabajo y por consiguiente a más trabajadores y de esta forma también extender la presencia del sindicato en los mismos. Esta organización que resulta fundamentalmente una combinatoria de medios materiales escasos y presencia personal predominante tiene en la época una preocupación añadida, la de evitar el fraude en las pequeñas y medianas empresas a través de la elección de delegados impuestos o supuestos. Hay que tener en cuenta que mientras que en 1982, CC.OO. había obtenido 47.016 delegados, que suponían un 33,4% del total, UGT había logrado 51.672, un 36,7%, pero en las elecciones de 1986, CCOO consiguió un número mayor de delegados, 59.230, pero seguía teniendo el mismo porcentaje, un 33,8 del total, mientras que la UGT , con 69.247 delegados, ascendía al 39,6 %.. Sin embargo, en los datos desagregados, CC.OO. sobrepasaba a UGT en las mayores empresas y había ganado en número de votos efectuados, lo que constituyó un motivo de preocupación para la UGT, presionada además por sus bases en contra de la política del gobierno socialista de contención salarial, temporalidad y aumento del desempleo.
El IV congreso de CC.OO. es extremadamente relevante porque en él se
produjo el relevo de Marcelino Camacho, que no se presentó a la reelección, y
para el que se creó el cargo de Presidente, por Antonio Gutiérrez como
secretario general, y Agustín Moreno como secretario confederal de Acción
Sindical. En términos futbolísticos, se trataba de una alineación de lujo. Marcelino
explicó que con ello se trataba de sustituir a “líderes carismáticos” por
“sindicalistas capaces” en la dirección de las CC.OO. Se iniciaba por tanto una
nueva etapa en el sindicato que iba a tener su concreción en la consecución de
la unidad de acción con la UGT y la preparación de la acción sindical de mayor
trascendencia en la historia del sistema democrático español. Pero el IV
Congreso contenía además valoraciones y análisis de la realidad muy sugerentes.
Posiblemente el más llamativo era el juicio crítico que se efectuaba en él
de la concertación social como mecanismo de legitimación de las políticas
económicas y del mercado de trabajo de los poderes públicos. La concertación se
definía como una variable dependiente de la coyuntura política y como un modelo
acabado con la transición política que por tanto no debía reproponerse al menos
en los términos que se conocían. Partiendo de la subsidiariedad de estos
acuerdos respecto de las “iniciativas políticas”, es decir, de la crítica a la
dependencia de las políticas sindicales de los programas y proyectos de los respectivos
gobiernos, porque “no ha habido una política surgida de la concertación sino al
revés, la política se ha diseñado primero y luego ha venido la concertación a
respaldarla”, no tiene sentido seguir manteniendo este mecanismo de
legitimación que enajena la capacidad autónoma del sindicato para efectuar una
propuesta general de regulación de las relaciones de trabajo. En este sentido
se concluía, como elemento de convicción, que la concertación social había
resultado inoperante para resolver el problema principal para la clase
trabajadora que era el desempleo, y no había impedido, sino por el contrario
impulsado la dualidad en el mercado de trabajo con una importante franja de
contratos precarios, a la vez que en el objeto de los acuerdos se había producido
un intercambio de materias de diferente entidad que había generado al final una
cierta degradación no solo de los derechos laborales sino de la propia
institucionalidad democrática creada por esos pactos. Por último, también se
mencionaba la influencia de los mismos en la desmovilización por la carencia de
participación de los trabajadores en la negociación colectiva, atrapados entre
el “atentismo” a los resultados de la negociación y el “mimetismo” en la
aplicación de sus preceptos .
El rechazo del modelo de concertación no implicaba la renuncia del ámbito
de negociación general ni por tanto a la interlocución política con el poder
público, en el amplio campo de los intereses de los trabajadores en cuanto
tales en todas las dimensiones de su
existencia social, y con los empresarios en el marco de la negociación
colectiva, pero en todo caso – y este es una palabra de orden muy reiterada en
la época – pasando de las concesiones a las alternativas como objeto del
proceso de intercambio que debe llevar a cabo cualquier negociación, política o
social. El eje en torno al cual se desplegaba la alternativa que defendía
CC.OO. seguía siendo el Plan de
Solidaridad Nacional y de Clase frente al paro y la crisis que en su origen
había sido elaborado en 1978, pero lo más relevante era la hipótesis de trabajo
que avanzaba el Congreso respecto de la improbabilidad de que el gobierno
socialista pudiera situarse en la visión que el sindicato tenía sobre la
negociación política y que por tanto iba a ser necesario forzar la
interlocución política mediante la presión y la organización de una acción
colectiva . En todo caso, y esto era otra conclusión muy notable, la
Confederación se comprometía a que “los
contenidos a negociar propuestos por el sindicato lleguen a la mesa de
negociaciones avalados por los trabajadores, habiendo corroborado mediante la
información y el debate que son asumidos por ellos y defendidos con acciones
previas” , para lo cual se recurría a la convocatoria de Asambleas de Delegados
que indicaran este proceso reivindicativo.
En el IV Congreso se efectuaban los primeros sondeos sobre los efectos que
en la actuación del sindicato habían tenido las normas que procedían a
institucionalizar al sindicato representativo, como la LOLS, finalmente
promulgada en 1985 tras pasar el filtro de constitucionalidad del TC. Este tema
se ligaba al del fortalecimiento del sindicato como organización que superara
“inercias movimentistas” y encontrara un asentamiento sólido entre los
trabajadores a través de la afiliación. Esto llevaba a considerar críticamente
dos aspectos, el desaprovechamiento de las posibilidades que daba la LOLS para
la constitución y reconocimiento de las secciones sindicales, y la
insuficiencia de la legislación sobre elecciones sindicales que debería ser
sustituida por un Acuerdo Interconfederal que las regulara y que impidiera
tanto la judicialización exuberante de los litigios derivados de este proceso –
que había llevado a la creación de juzgados de lo social especializados en
determinadas provincias para poder atender el volumen de reclamaciones – como
para recuperar para la autonomía colectiva un procedimiento en el que
precisamente se fijaba la representatividad de los sujetos colectivos que
adoptaban la forma de sindicato . En el ámbito puramente interno, el IV
Congreso supone el impulso a la construcción del sindicato a través de las
federaciones de sector – todavía muy diferenciadas en razón de la rama de
actividad, sin que se hubiera producido la concentración de los mismos – a la
vez que se interroga sobre el desarrollo de políticas específicas sobre
determinados sectores que no necesariamente por tanto se pueden ligar a este
encuadramiento profesional, como los parados, o los jóvenes. La actuación del
sindicato sobre la problemática de la mujer o de los técnicos, profesionales y
cuadros se considera con sustantividad propia y requiere un esfuerzo específico
para su puesta en práctica y desarrollo.
Toda una serie de reflexiones que sin duda resultan de extremo interés,
porque ayudan a reflexionar hoy en día, sin perjuicio de su contextualización
histórica, sobre el sentido de la concertación o el diálogo social, la función de la negociación colectiva, la propia dinámica interna del sindicato en la
organización de sus estructuras y la influencia sobre la acción sindical, cómo
en fin se debe afrontar este tipo de problemática en épocas de crisis y
retroceso del movimiento obrero respecto de las de expansión – como la que se
abría en el IV Congreso – y cuáles son los ámbitos en los que la rutina y la
burocratización impiden que el sindicato se relacione directamente con los
trabajadores, con especial atención a su presencia en los centros de trabajo.
Voces distantes que siguen estando vivas, como decía el título de un bellísimo
film de Terence Davies que justamente hablaba de la cultura obrera y su
supervivencia como acto de resistencia y de emancipación.
Esto está muy mal contado, hay verdades a medias, errores en las fechas, etc.
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