lunes, 6 de marzo de 2017

EL IV CONGRESO DE CCOO EN 1987. UN ACONTECIMIENTO IMPORTANTE PARA EL RECUERDO



Es tiempo de Congresos en CC.OO. En junio se celebrará el Congreso confederal, pero ahora se desgranan los Congresos de las organizaciones territoriales para luego converger en los de las federaciones y regiones. A ese proceso de discusión y de elección democrática se han superpuesto una reflexión sobre la historia del sindicato, como forma de recobrar la identidad de una organización que quiere ser reconocida por la propia militancia, y otra sobre la adaptación del sindicato a las nuevas necesidades y urgencias que la globalización de una parte y la transformación de las estructuras productivas de otra están induciendo en la acción sindical. Ambas líneas de pensamiento son complementarias porque mirar hacia el futuro implica siempre conocer el pasado y sacar de él lecciones para el presente.

La reflexión histórica se centra fundamentalmente en las fases constitutivas de lo que fueron las Comisiones Obreras durante el franquismo, y a lo largo de 2016 se han organizado homenajes y recuerdos de actos bien significativos, desde la Inter Ramas de Madrid (1966 – 2016, o sea cincuenta años) hasta la Asamblea de Barcelona (1976 – 2016, cuarenta años), sin olvidar el 40 aniversario del asesinato de los abogados de Atocha, en un gran acto celebrado en el Teatro Monumental de Madrid el 15 de febrero del 2017 del que se ha dado cumplida cuenta en este blog. Otros acontecimientos de CC.OO. serán sin duda recordados, pero la presente entrada va dirigida a dar relevancia a un Congreso Confederal celebrado en junio de 1987 que tanto desde el punto de vista de la organización interna de CC.OO. como respecto de su reflexión en torno al contexto social, económico y político, es muy significativo. Se trata en efecto del IV Congreso, que se iba a celebrar en un contexto histórico clave y que habría de preparar la acción colectiva más importante que los sindicatos han conseguido en el período democrático, la huelga general del 14 de diciembre de 1988.

Hay que tener en cuenta que el 1 de enero de 1986 España había entrado en la Comunidad Económica Europea y que en ese mismo año se celebró el referéndum de la OTAN en donde el gobierno de Felipe González rompió de manera explícita con la visión de neutralidad activa y pacifista que había caracterizado a la izquierda española, en un momento en el que en la URSS se desplegaban las fuerzas del cambio político hacia la transparencia y la reestructuración interna, defendiendo el desarme y la distensión mundial. La izquierda mayoritaria en nuestro país a partir de ese momento se alineó con los postulados agresivos del unilateralismo militar que buscaba la destrucción y la asfixia del contrincante y no un mundo policéntrico en el que la paz y el desarme fueran principios activos de regulación. A partir de la campaña del NO nació una incipiente Izquierda Unida en donde el PCE dirigido por Gerardo Iglesias tuvo una actitud generosa e inteligente, pese a tener que gestionar la crisis interna acosado por los partidarios de Santiago Carrillo que había montado su propio partido, el PTE, y los prosoviéticos de Ignacio Gallego con el PCPE.

Sin embargo esta crisis interna del PCE no se desplazó al interior de CC.OO., que consiguió salvarse desde la reivindicación de la autonomía plena de la organización. Al IV Congreso las turbulencias del período de cuatro años anterior se habían ya aplacado y la derrota en el Congreso de la Federación Metalúrgica de la candidatura de Juan Ignacio Marín y la victoria correlativa de Ignacio Fernandez Toxo, habían allanado el camino hacia una nueva etapa más unitaria. En esa etapa, CC.OO. intensifica su actividad “hacia dentro” de la organización, consolidando las instituciones de gobierno y de control de las que se dota, en especial la Comisión de Garantías, que desempeñaría un importante papel en el equilibrio de los conflictos desarrollados en el interior del sindicato a partir de distintas sensibilidades políticas, y haciendo hincapié en la necesidad de estructurar la afiliación, impulsando estudios y análisis sobre el desarrollo de la misma en los diferentes sectores y territorios.

Pero fundamentalmente la atención de CC.OO. después del II y el III Congreso se dirige a las elecciones sindicales, no sólo por cuanto la determinación de la audiencia electoral permite conocer la implantación real – las carencias y los aciertos – del sindicato y de cómo repercute en el conjunto de los trabajadores el clima político general, sino porque es preciso preparar una estructura organizativa idónea para llegar a más centros de trabajo y por consiguiente a más trabajadores y de esta forma también extender la presencia del sindicato en los mismos. Esta organización que resulta fundamentalmente una combinatoria de medios materiales escasos y presencia personal predominante tiene en la época una preocupación añadida, la de evitar el fraude en las pequeñas y medianas empresas a través de la elección de delegados impuestos o supuestos. Hay que tener en cuenta que mientras que en 1982, CC.OO. había obtenido  47.016 delegados, que suponían un 33,4% del total, UGT había logrado 51.672, un 36,7%, pero en las elecciones de 1986, CCOO consiguió  un número mayor de delegados, 59.230, pero seguía teniendo el mismo porcentaje, un  33,8 del total, mientras que la UGT , con 69.247 delegados, ascendía al 39,6 %.. Sin embargo, en los datos desagregados, CC.OO. sobrepasaba a UGT en las mayores empresas y había ganado en número de votos efectuados, lo que constituyó un motivo de preocupación para la UGT, presionada además por sus bases en contra de la política del gobierno socialista de contención salarial, temporalidad y aumento del desempleo.

El IV congreso de CC.OO. es extremadamente relevante porque en él se produjo el relevo de Marcelino Camacho, que no se presentó a la reelección, y para el que se creó el cargo de Presidente, por Antonio Gutiérrez como secretario general, y Agustín Moreno como secretario confederal de Acción Sindical. En términos futbolísticos, se trataba de una alineación de lujo. Marcelino explicó que con ello se trataba de sustituir a “líderes carismáticos” por “sindicalistas capaces” en la dirección de las CC.OO. Se iniciaba por tanto una nueva etapa en el sindicato que iba a tener su concreción en la consecución de la unidad de acción con la UGT y la preparación de la acción sindical de mayor trascendencia en la historia del sistema democrático español. Pero el IV Congreso contenía además valoraciones y análisis de la realidad muy sugerentes.

Posiblemente el más llamativo era el juicio crítico que se efectuaba en él de la concertación social como mecanismo de legitimación de las políticas económicas y del mercado de trabajo de los poderes públicos. La concertación se definía como una variable dependiente de la coyuntura política y como un modelo acabado con la transición política que por tanto no debía reproponerse al menos en los términos que se conocían. Partiendo de la subsidiariedad de estos acuerdos respecto de las “iniciativas políticas”, es decir, de la crítica a la dependencia de las políticas sindicales de los programas y proyectos de los respectivos gobiernos, porque “no ha habido una política surgida de la concertación sino al revés, la política se ha diseñado primero y luego ha venido la concertación a respaldarla”, no tiene sentido seguir manteniendo este mecanismo de legitimación que enajena la capacidad autónoma del sindicato para efectuar una propuesta general de regulación de las relaciones de trabajo. En este sentido se concluía, como elemento de convicción, que la concertación social había resultado inoperante para resolver el problema principal para la clase trabajadora que era el desempleo, y no había impedido, sino por el contrario impulsado la dualidad en el mercado de trabajo con una importante franja de contratos precarios, a la vez que en el objeto de los acuerdos se había producido un intercambio de materias de diferente entidad que había generado al final una cierta degradación no solo de los derechos laborales sino de la propia institucionalidad democrática creada por esos pactos. Por último, también se mencionaba la influencia de los mismos en la desmovilización por la carencia de participación de los trabajadores en la negociación colectiva, atrapados entre el “atentismo” a los resultados de la negociación y el “mimetismo” en la aplicación de sus preceptos .

El rechazo del modelo de concertación no implicaba la renuncia del ámbito de negociación general ni por tanto a la interlocución política con el poder público, en el amplio campo de los intereses de los trabajadores en cuanto tales  en todas las dimensiones de su existencia social, y con los empresarios en el marco de la negociación colectiva, pero en todo caso – y este es una palabra de orden muy reiterada en la época – pasando de las concesiones a las alternativas como objeto del proceso de intercambio que debe llevar a cabo cualquier negociación, política o social. El eje en torno al cual se desplegaba la alternativa que defendía CC.OO. seguía siendo el Plan  de Solidaridad Nacional y de Clase frente al paro y la crisis que en su origen había sido elaborado en 1978, pero lo más relevante era la hipótesis de trabajo que avanzaba el Congreso respecto de la improbabilidad de que el gobierno socialista pudiera situarse en la visión que el sindicato tenía sobre la negociación política y que por tanto iba a ser necesario forzar la interlocución política mediante la presión y la organización de una acción colectiva . En todo caso, y esto era otra conclusión muy notable, la Confederación se  comprometía a que “los contenidos a negociar propuestos por el sindicato lleguen a la mesa de negociaciones avalados por los trabajadores, habiendo corroborado mediante la información y el debate que son asumidos por ellos y defendidos con acciones previas” , para lo cual se recurría a la convocatoria de Asambleas de Delegados que indicaran este proceso reivindicativo.

En el IV Congreso se efectuaban los primeros sondeos sobre los efectos que en la actuación del sindicato habían tenido las normas que procedían a institucionalizar al sindicato representativo, como la LOLS, finalmente promulgada en 1985 tras pasar el filtro de constitucionalidad del TC. Este tema se ligaba al del fortalecimiento del sindicato como organización que superara “inercias movimentistas” y encontrara un asentamiento sólido entre los trabajadores a través de la afiliación. Esto llevaba a considerar críticamente dos aspectos, el desaprovechamiento de las posibilidades que daba la LOLS para la constitución y reconocimiento de las secciones sindicales, y la insuficiencia de la legislación sobre elecciones sindicales que debería ser sustituida por un Acuerdo Interconfederal que las regulara y que impidiera tanto la judicialización exuberante de los litigios derivados de este proceso – que había llevado a la creación de juzgados de lo social especializados en determinadas provincias para poder atender el volumen de reclamaciones – como para recuperar para la autonomía colectiva un procedimiento en el que precisamente se fijaba la representatividad de los sujetos colectivos que adoptaban la forma de sindicato . En el ámbito puramente interno, el IV Congreso supone el impulso a la construcción del sindicato a través de las federaciones de sector – todavía muy diferenciadas en razón de la rama de actividad, sin que se hubiera producido la concentración de los mismos – a la vez que se interroga sobre el desarrollo de políticas específicas sobre determinados sectores que no necesariamente por tanto se pueden ligar a este encuadramiento profesional, como los parados, o los jóvenes. La actuación del sindicato sobre la problemática de la mujer o de los técnicos, profesionales y cuadros se considera con sustantividad propia y requiere un esfuerzo específico para su puesta en práctica y desarrollo.


Toda una serie de reflexiones que sin duda resultan de extremo interés, porque ayudan a reflexionar hoy en día, sin perjuicio de su contextualización histórica, sobre el sentido de la concertación o el diálogo social, la función de la negociación colectiva, la propia dinámica interna del sindicato en la organización de sus estructuras y la influencia sobre la acción sindical, cómo en fin se debe afrontar este tipo de problemática en épocas de crisis y retroceso del movimiento obrero respecto de las de expansión – como la que se abría en el IV Congreso – y cuáles son los ámbitos en los que la rutina y la burocratización impiden que el sindicato se relacione directamente con los trabajadores, con especial atención a su presencia en los centros de trabajo. Voces distantes que siguen estando vivas, como decía el título de un bellísimo film de Terence Davies que justamente hablaba de la cultura obrera y su supervivencia como acto de resistencia y de emancipación.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esto está muy mal contado, hay verdades a medias, errores en las fechas, etc.