La cumbre
de la OTAN en Washington ha recuperado un mensaje agresivo contra Rusia y China
– que se ha enfurecido – ignorando como es ya costumbre el genocidio que se sigue
produciendo en Gaza por el estado de Israel y el gobierno de Netanyahu. La
escalada militarista va a la vez que una cada vez menos disimulada amenaza bélica
implicándose en el conflicto de Ucrania, a la que se garantiza la presencia en
la OTAN en el inmediato futuro. La búsqyeda de una solución pacífica de alto el
fuego no se contempla realmente, y se vuelven a editar los mensajes más duros
de la guerra fría del siglo pasado. La situación es muy complicada y los
resultados de las elecciones del gran patrón norteamericano, líder del mundo
libre, en el próximo noviembre, añade incertidumbre – y riesgos – a este cuadro.
Una reflexión sobre estos temas, traducida del periódico Il Manifesto, que
no suele ser común en nuestros medios de comunicación, puede resultar de
interés aunque induzca al desasosiego colectivo.
Una Alianza
del Noreste. Un pacto asocial
Francesco
Strazzari
(Il Manifesto, 13.07.2024)
Mientras el octogenario Joe
Biden confunde los nombres de amigos y enemigos, la Alianza Atlántica -que
cumple 75 años- lanza un vídeo de celebración que comienza con la pregunta
"¿qué representa la OTAN? Un breve clip lleno de imágenes cautivadoras:
militares y civiles realizando sus tareas cotidianas en un crescendo musical en
la gran comunidad que apoya a Ucrania contra la agresión.
Tras el infalible Slava
Ukraini, llega la coda al estilo de E pluribus unum: "OTAN
significa cosas diferentes para cada persona, pero una cosa para todos: la
protección de la libertad, la democracia y nuestro modo de vida". La
cámara se detiene únicamente en rostros blancos, en su mayoría rubios. Las
mujeres aparecen y hablan, pero no hay rastro de sociedades compuestas: ni
minorías, ni hijos de inmigrantes con uniforme. Las banderas estadounidense y
británica permanecen distantes y desenfocadas. En definitiva, vídeo-propaganda
dirigida al público del noreste de Europa: los nuevos miembros escandinavos,
los bálticos y Polonia. Un mundo del que salió la nueva ministra de Exteriores
de la UE, la estonia Kaja Kallas, que empezó diciendo que "no hay
que tener miedo de la propia fuerza": al contrario, hay que "aumentar
el apoyo al camino de Ucrania hacia la victoria". El vídeo casi parece
retratar un mundo post-Trump: eclipsando al secretario de Defensa
estadounidense, Lloyd Austin, y al recién nombrado secretario de
Exteriores británico, el laborista David Lammy, ambos negros, se
disponen visualmente las baldosas de una comunidad de seguridad impulsada por
el Báltico, donde la diversidad encuentra su límite en una idea de nación
familiar de la historia europea.
Ni que decir que la cumbre de
Washington insistió mucho en la vocación global de la Alianza, exhibiendo la
implicación de los socios de la región Indo-Pacífica (los llamados IP4, es
decir, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Japón), en un momento en que
la estrategia de contención de China empuja a Washington hacia nuevas bases
militares en Filipinas. Cada vez está más claro cómo, incluso en medio de las
contradicciones, lo que impulsa a Rusia y China a converger es más de lo que
hoy las divide. Al mismo tiempo, para China, una guerra prolongada a lo largo
de las fronteras europeas distrae a Washington de Asia. Los socios de Moscú y
Pekín, Irán y Corea del Norte, buscan oportunidades para seguir siendo actores
clave a través de sus propios aparatos -misilístico y nuclear-. Mientras tanto,
la India de Modi, un importante cliente energético preocupado porque
Moscú gravita cada vez más en la órbita de Pekín, exhibió su abrazo a Vladimir
Putin en vísperas de la cumbre de la OTAN, justo cuando los misiles rusos
masacraban Kharkiv. Turquía, miembro de la OTAN, persigue prioridades opuestas
a las de sus aliados, a los que se siente vinculada por un mero pacto de
defensa.
Por mucho que Biden
reitere que su propio plan para poner fin a los combates está cerca de dar
resultados, la evocación de Israel abre de par en par el abismo del doble
rasero y de la complicidad occidental con una violencia de proporciones
genocidas. Se podría seguir, considerando el Golfo, Siria, el desastre afgano y
los demás capítulos de los que la OTAN prefiere no hablar. Trump ya
insinúa que no quiere compartir inteligencia con los europeos, mientras el
soberanista Orban, repudiado por la diplomacia europea, va a rendirle
pleitesía a Mar-a-Lago, y sale con la noticia de que Trump resolverá la
guerra y traerá la paz.
En medio de tensiones bélicas,
guerras comerciales e impulsos revisionistas, para el bloque de democracias
occidentales, anclado en el poder militar estadounidense, el reto consiste en
mostrarse mucho más compacto, capaz de visión y dotado de soluciones que
cualquier otra hipótesis y combinación que se esté perfilando en la escena
internacional. En otras palabras, se trata de demostrar que incluso en esta
fase histórica, a pesar de la polarización política interna, los aliados
atlánticos e indo-pacíficos saben crear un ecosistema de disuasión global capaz
de prevalecer incluso en guerras prolongadas que ponen a prueba la economía y
el consenso político. Ucrania, en este sentido, no es sino el teatro que pone a
prueba esta ambición.
En la OTAN, después de que se
pidiera al laborista Jens Stoltenberg que aguantara hasta el final de la
presidencia de Trump, la nueva fase verá al liberal-conservador Mark
Rutte intentar liderar una alianza igualmente "a prueba de
Trump". Esto implica un aumento sustancial del gasto militar europeo: en
2022 había 7 miembros de la OTAN que gastaban el 2% del PIB en defensa, dos
años después son 23. Esto no incluye a Italia, que tendría que encontrar
alrededor de diez mil millones para llegar allí. El Partido Laborista británico
(Partido de la OTAN, en palabras del recién nombrado ministro de Defensa, John
Healey) ya ha anunciado una revisión de los gastos de defensa para alcanzar
el 2,5%. Ante los signos de crisis política que emanan de la mayor potencia
militar del mundo y la agresividad demostrada del régimen de Putin, es
raro encontrar distanciamiento de la idea de que Europa, en palabras del
saliente Josep Borrell, debe reconstruir las bases industriales de
"nuestra defensa". Los dirigentes europeos se verán cada vez más
obligados a justificar ante el contribuyente estadounidense que la OTAN es una
buena inversión. Hacerlo afectará al pacto social, además de cuestionar los
objetivos de contención del calentamiento climático. En los países del noreste
de Europa, el gasto militar ya representa una parte mucho más importante del
PIB: sólo en Polonia se prevé un aumento del 75% del gasto militar en 2023.
La cuestión afecta sobre todo a
la Europa occidental, continental y mediterránea. Aquí no gobierna el Partido
Popular Europeo. Aquí, más que en ninguna otra parte, se trata de saber hasta
qué punto las derechas atlantistas trabajan realmente para Trump, y
hasta qué punto las izquierdas, tanto en el gobierno como en la oposición,
serán capaces de abordar los conflictos, encontrando síntesis y respuestas
coherentes capaces de dictar la agenda.
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