Tres queridas amigas y apreciadas colegas que pasan una
corta estancia en Mallorca con sus respectivas hijas, han solicitado al titular
de este blog un comentario sobre alguna “lectura no jurídica” que esté
realizando en estas vacaciones. Así ha surgido este pequeño comentario a una
novela del autor holandés Joost de Vries,
denominada La república y que ha publicado, con traducción de Julio Grande, la editorial Anagrama.
El libro en su edición española tiene una portada inquietante, un cuadro
del pintor norteamericano Walton Ford
que representa una isla formada por una multitud abigarrada de perros
australianos – los llamados “tigres de Tasmania” – en forma de pirámide donde
se pueden observar algunos corderos mordidos por éstos, sin que haya sitio para
nada ni para nadie en ese espacio cerrado y en gran medida claustrofóbico, que
sin embargo alude, según su autor, al imaginario de los ganaderos australianos
que procuraron la extinción de esta especie a finales de siglo. El autor de La República escribe en neerlandés y es
crítico de arte, según señala la información de la solapa. Ha escrito un libro
intelectual y posmoderno, que habla de muchas cosas y sobrepone discursos e
imágenes potentes en una suerte de patchwork
literario y cultural con grandes dosis de humor y de ironía.
El primer tema que resalta del libro es la descripción del mundo de
historiadores y académicos que estudian exhaustivamente temas y problemáticas
peculiares y acumulan datos y rescatan documentos que sin embargo no tienen
apenas interés social o político más allá de la propia erudición que denotan.
Un mundo que el autor sitúa entre los historiadores – el congreso al que asiste
el protagonista tiene un título bien significativo, The End of History – pero no se requiere un gran esfuerzo
imaginativo para trasladarlo a otras disciplinas en el propio campo del
derecho, por ejemplo. Un mundo de revistas científicas que pese a su
especificidad – o precisamente por ello – tienen un enorme impacto, y por ende
una amplia cartera de solicitantes de publicación no atendidos, y una larga
serie de congresos en donde los estudiosos, mayoritariamente hombres, se aíslan
de lo que sucede al resto de las personas que pueblan el mundo y crean una
propia y “nueva república” basada en la meritocracia del conocimiento y de la
erudición. Una especie de comunidad que se cierra en torno a la sabiduría y al
objeto de investigación como eje de la propia existencia y como justificación
de la misma.
La parcela del conocimiento que De
Vries utiliza como ejemplo es especialmente llamativo. Tanto el profesor y
maestro sobre el que gira la trama como el protagonista de la misma, el
secretario de la revista El sonámbulo,
se dedican a los estudios sobre Hitler, que
en efecto existen y tienen una enorme producción. La exposición por la novela
de las diferentes ramas de los estudios hitlerianos – entre los que destacan los
“hitlerianos de Berlin”, que estudiaban al Hitler de 1933 hasta el final, “el
del poder, de las decisiones y sus consecuencias” y los hitlerianos de Weimar o
de Munich (1918-1933), que “apelaban a un Hitler aún inacabado, descubriéndose
a si mismo mientras entraba en contacto con el poder y sus seguidores”- son
especialmente llamativas y le sirve al autor para lanzar una sutil advertencia
sobre el neofascismo y las innumerables maneras en las que “Hitler estaba vivo”
no sólo con el pretexto de una investigación sobre personas reales en
Latinoamérica que, sin atender a su significado histórico y político – o en ocasiones
aprovechándolo activamente, como el carabinero condecorado por Pinochet - llevan como nombre propio el de Hitler. Sobre
este entramado planea una parte del discurso, que plantea, en las
disquisiciones de sus personajes, si Hitler fue un hecho histórico o sólo la
huella de su imagen tal como la recogen las películas y las novelas, lo que
conduce a su vez a la constatación de que la televisión y los medios de
comunicación, la literatura y el cine tienen una gran capacidad para modificar
la memoria colectiva sobre los hechos históricos, y la idoneidad por tanto de las
actuaciones sobre ese espacio cultural y mediático para reconstruir el pasado y
ofrecer una versión de los hechos históricos revisados o refutados en función
de esa intervención sobre el campo de la representación de los mismos.
Hay muchas más referencias cruzadas y datos muy reseñables sobre este
universo de investigaciones eruditas y en algunos casos excéntricas – como el
porno hitleriano que se convirtió en un subgénero de los años 70, de
orientación sado-maso -, pero el libro ante todo detalla la relación compleja
entre el maestro y su discípulo ante la desaparición de aquél y la vivencia de
la “sucesión” de su obra y de sus trabajos después de su muerte, su continuidad
o permanencia a través del discípulo. La ausencia del maestro y la
reivindicación de una suerte de filiación privilegiada o de “mayorazgo” que
plantea una situación de celos y de conflicto entre quien se cree el legítimo
heredero y quienes compiten con él por esa posición, que se desarrolla en situaciones
de desdoblamiento de personalidad y de cruel confusión de identidades, y que es
el aspecto más relevante de la novela, donde se despliega la trama más
sugerente, que avanza y retrocede a partir de fragmentos de historias y de
nuevos relatos que se incorporan sin que necesariamente tengan una relevancia
directa en el motivo principal de la relación paterno filial entre el maestro y
el discípulo y sus variaciones.
Este es el último elemento del libro que cautiva, la capacidad para
enhebrar textos, formatos narrativos diferentes, referencias literarias y
audiovisuales, graffitis y pintadas,
juegos de rol, en una espiral en el que el engaño, la fantasía y la ficción se
entremezclan de manera convincente y seductora, junto con una galería abierta
de personajes insólitos, cazadores de nazis, jóvenes desmitificadores del
saludo a la romana, líderes neofascistas holandeses y otras tantas figuras no
desdeñables.
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