miércoles, 8 de agosto de 2018

EVOCACIÓN DE NERUDA (EVOCACION DE CHILE)



El libro Neruda, el príncipe de los poetas, es una biografía escrita por Mario Amorós, que creo recordar que me regaló Carmelo Plaza en el 2016 después de una charla en las espléndidas jornadas sobre Salud Laboral que se celebra anualmente en la USMR – CCOO. En sus páginas se revive la historia de este inmenso personaje a través del recuento de sus actividades y de sus obras desde la infancia hasta su muerte y terrible sufrimiento tras el golpe militar de Pinochet con un epílogo sobre la denuncia que mantenía que realmente fue asesinado el 23 de septiembre de 1973 por una inyección letal en la clínica en la que estaba internado. Una sucesión de acontecimientos que hace al lector caminar por los hechos más decisivos del siglo XX, en especial la guerra y revolución en España y el compromiso comunista del poeta, hasta la concesión del premio Nobel en 1971, lo que sin duda constituyó un espaldarazo al gobierno de Unidad Popular de Allende y el final abrupto de su vida en el contexto del criminal golpe militar avalado por Estados Unidos y que obtuvo el inmediato reconocimiento de la España franquista.

Más allá de su biografía, leer sobre Pablo Neruda genera inmediatamente la evocación de Pablo Neruda, su presencia habitual en nuestra formación cultural y política, formando parte de nuestro pasado como un personaje habitual del mismo. Creo sin embargo que el Neruda que formó parte de nosotros es fundamentalmente el de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, esa obra universal que todas y todos conocemos y de las que llegaron a venderse dos millones de ejemplares. Esas fueron las canciones que Paco Ibañez puso música en un vinilo que compartía con el Cuarteto Cedrón musicando los poemas de Raúl González Tuñón y que tantos y tantas escuchamos en 1977 con verdadera devoción. Con la que habíamos leído sus memorias, Confieso que he vivido, publicadas por Seix Barral en castellano en 1975, cuya forma de hacerlas dictándolas a su viejo amigo Homero Arce está descrita en la biografía de Arbós. El “otro” Neruda, el poeta comprometido con los ideales de la emancipación colectiva y el socialismo, se limitaba prácticamente al de España en el corazón, y muy pocos, me parece, habían abordado su inmenso Canto General ni las fascinantes Odas elementales. Mi primera mujer, que amaba tanto a Neruda que se hizo un fotomontaje departiendo con su imagen, insistía en que se trataba de un poeta desconocido pese a ser paradójicamente tan reconocido, especialmente a partir de la obtención del premio Nobel de literatura. El film que escenifica la novela de Skármeta, El cartero y Pablo Neruda, ya en 1994, nos emocionó más por la figura frágil de Massimo Troisi que por la bonhomía radiante que incorporaba a su personaje Philippe Noiret.

Y sin embargo, mi evocación de Pablo Neruda llega de más antiguo, de una infancia en Arenas de San Pedro, al pie de la sierra de Gredos, donde mis padres organizaban en la terraza de la casa en la que pasábamos – los niños y las madres – los tres meses de veraneo, bajo un cerezo frondoso, unas veladas inolvidables que yo contemplaba sólo al comienzo, porque se prolongaban hasta la madrugada, y en donde se recitaban versos y se leían escenas teatrales, en muchas ocasiones grabadas en un voluminoso magnetófono creo que de marca Grundig. Allí Aurora Hermida, que era todavía  la novia del hermano de mi madre, Manuel Grau (se casarían más tarde, ya en 1962) y mi tío José Maria Rodero interpretaban diálogos teatrales de los que recuerdo especialmente el de Angelina o el honor de un brigadier de Jardiel Poncela y declamaban versos de varios autores para deleite del grupo de amigas y amigos allí reunidos. Aurora prefería a Juan Ramón Jiménez y a Tagore, Rodero el Cancionero gitano de García Lorca, pero todavía recuerdo el inicio con la voz timbrada y sonora de éste de un poema que luego siempre asocié a su autor Inclinado en la tarde tiro mis tristes redes a tus ojos oceánicos, el poema número 7 de los 20 universales de Neruda.

Mis padres no gustaban de los “poetas comunistas” porque entendían que comprometían la belleza de la creación artística, una manera de excluir lecturas que era una forma de enmascarar su sectarismo político que más tarde yo definiría como pequeño burgués, por eso no tenían prácticamente ningún libro de Rafael Alberti, salvo un volumen que creo recordar que se llamaba Oda a la pintura, ni leían a Gabriel Celaya ni a Blas de Otero y sin embargo adoraban a Federico García Lorca, tanto su Cancionero  como fundamentalmente su teatro, y conocían y admiraban la sencillez directa de Gloria Fuertes. Sin embargo, pude leer en la biblioteca de mis padres el bellísimo Residencia en la tierra y, ya joven preuniversitario, acudía a una librería de la calle Narváez de Madrid donde mi padre se proveía de la gran mayoría de las obras de teatro publicadas en Buenos Aires por la editorial Losada comprándolas en la trastienda a un precio desmesurado por estar censuradas en España, para conseguir el Canto General. Cuando se normalizó la posibilidad de comprar libros sin problemas de censura, pude hacerme con otras obras siempre de Losada, marcadas con el pez en el astrolabio que marcaba la autoría del poeta, de las que recuerdo especialmente Las piedras del cielo. Sé que en 1971 fui a ver Romeo y Julieta que protagonizaba Maria José Goyanes y producía Manuel Collado cuya versión en español era la que había hecho Neruda, pero no creo haber acudido a la representación de Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta.

La evocación de Pablo Neruda también funciona en otro sentido, porque toda una generación a la que pertenezco llevamos a Chile en el corazón, una nación cuya convivencia civil y democrática fue destruida en una orgía de sangre y de violencia en donde participaron activamente no sólo las clases dirigentes del país, sino exponentes importantes de un partido que se denominaba cristiano y democrático, apoyados y dirigidos por la CIA y el gobierno de los Estados Unidos, y que fue el banco de pruebas de un neoliberalismo salvaje que acabó con la organización de la clase trabajadora generando un marco estable de desigualdad y de injusticia que aún permanece. El golpe de Pinochet, un ser traidor y despreciable que acabó sus días encerrado en su fortaleza acusado de crímenes contra la humanidad, rompió además la posibilidad de que la izquierda en un frente de partidos y organizaciones sociales, pudiera efectuar reformas profundas en las estructuras económicas y sociales de un país por la vía democrática, lo que había constituido un modelo para las estrategias de los partidos comunistas y socialistas en América Latina, y que le había enfrentado a la del “foquismo” preconizado por el castrismo en los años sesenta, una confrontación de líneas políticas que el propio Neruda sufrió personalmente al ser objeto de una crítica virulenta por parte de 147 intelectuales cubanos en 1966 que le reprochaban su viaje a Estados Unidos y su visita a Perú como forma indirecta de afirmar el revisionismo del PC chileno. Aquel 11 de septiembre el imperialismo brutal de Estados Unidos y las clases dirigentes chilenas demostraron la imposibilidad para la izquierda social y política de llegar al poder por medios democráticos y efectuar reformas reales en las estructuras de poder presentes en la sociedad chilena.

El 11 de septiembre está por siempre ligado para mi generación a Chile y la derrota de la democracia social, incompatible con un capitalismo agresivo y homicida. Como en la película 11.9, esa fecha no la relacionamos con el colapso de las torres gemelas - ni con la diada de Catalunya – sino con el heroico sacrificio de Salvador Allende, la tortura y asesinato de Victor Jara y tantas y tantos otros militantes, el sufrimiento y la muerte de Pablo Neruda, que conoció y padeció todos estos hechos. Ese día la portada de ABC exaltaba exultante de sangre y violencia el golpe de estado, y el gobierno de Franco fue el primero en reconocer el régimen corrupto y sanguinario de Pinochet. Chile en el corazón que luego se materializaría en tantas y tantos amigos de aquel país, al que Joaquín Aparicio y yo llegamos en 1993, una vez que el régimen había perdido el referéndum de 1988 y existía una cohabitación entre el gobierno y las fuerzas armadas vigilantes, vivo siempre el general cada vez más reducido a un símbolo del pasado. Son muchos los nombres de quienes son nuestros amigos y amigas, y que surgen espontáneamente en la memoria relacionados con ese Chile democrático que fue derrotado y humillado en 1973 y que sin embargo sigue luchando por la emancipación de las clases subalternas y la construcción de mayores espacios de igualdad social en aquel país. Ante todo Pedro Guglielmetti, il nonno, que sigue dirigiendo el grupo de especialistas en relaciones laborales que construyó con Umberto Romagnoli para hacer una estancia de tres semanas en la OIT de Turin y en Bolonia, que luego se extendería a la UCLM en Toledo, pero siempre Rafael Carvallo y Mónica Vergara, Maria Ester Feres, Juan Gumucio, Diego Corvera, Rodrigo Morales, Pancho Tapia y más tarde Daniela Marzi, Paola Diaz, entre tantos otros nombres queridos y presentes. Otros lamentablemente, se han ido, Malva Espinoza, Loreto Miquel Feres. Todos ellos surgen de manera natural en la evocación de Neruda. Que es la evocación de un tiempo de camaradería y de amistad, de buen humor e ironía, de encuentros siempre fructíferos y sugerentes. Un tiempo que se resiste a desaparecer como tantos quisieran. Por el contrario, permanece y es bueno siempre recordarlo.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Preciosa y evocadora entrada, aunque me quede cursi.
Abrazos desde Frankfurt!