En el marco del llamado Projecte Quadres organizado por la CONC, se celebrará mañana 12 de febrero, en Barcelona, una jornada dedicada al "Sindicalismo y pensamiento crítico", en el que se abordará el tema de las Relaciones entre el sindicalismo y el derecho: panorama actual y retos de futuro sobre el que intervendrán José Luis López Bulla y Antonio Baylos. Por ello se ha considerado interesante rescatar una parte del texto escrito antes del Congreso de CCOO que cambió la dirección de la confederación (publicado en la Revista de Derecho Social), en el que López Bulla habla de la relación entre el sindicalismo y la política, tema por consiguiente paralelo - y secante - con el que propone la Escuela de Formación Sindical de la CONC.
EL SINDICATO Y SU RENOVADO INTERÉS POR LA POLÍTICA
JOSE LUIS LÓPEZ BULLA.
En un principio fue la hipóstasis y subalternidad del sindicalismo ante el hecho político partidario; más tarde fueron los tímidos intentos de zafarse de la madre putativa, y –andando el tiempo de manera fatigosa— la tan complicada como áspera búsqueda de la autonomía e independencia sindicales. El inicial problema no era exactamente, en mi opinión, la subalternidad del sindicalismo hacia el partido sino algo de más enjundia: la supeditación del conflicto social a las contingencias de la política, interpretadas por Papá-partido; precisamente para que así fuera, se precisaba un sujeto ancilar: el sindicalismo a quien se le situaba sólo en las tareas del “almacén” (1). Pero tantas veces se rompió el cántaro cuando iba a la fuente que, en un momento dado, el sindicalismo dijo con voz aproximadamente clara: hasta aquí hemos llegado. Y el sindicalismo dejó de frecuentar su pasado subalterno y, quitándose los pantalones bombachos, se puso de largo, buscando una personalidad intransferible. Así pues, la discusión hoy no puede basarse esencialmente en aquello que, no hace tantos años, se denominaba pomposamente “las relaciones partido y sindicato”. El debate en estos nuestros tiempos de ahora mismo es “el sindicalismo y la política”. O, por mejor decir: el sindicalismo en la política.
Cuando afirmamos que el sindicalismo es un sujeto político nos estamos refiriendo a su carácter de agente que interviene en las cosas de la vida de la polis. El avezado lector sabe que no lo equiparamos al partido político; así pues en ese sentido no hay que insistir más. Ahora bien, parece razonable traer a colación en qué escenarios políticos interviene el sindicalismo. Dicho grosso modo en dos “territorios”. Primero, en la relación que se establece entre la contractualidad (en su sentido más amplio) y la economía. Y segundo, en las cada vez más amplias esferas de intervención en las cuestiones del welfare que, hasta la presente, estaban, por así decirlo, monopolizadas por los partidos políticos. En ambos planos interviene el sindicalismo con sus propios proyectos, códigos e instrumentos. Yendo por lo derecho: desde su independencia y autonomía propias. Y, a mayor abundamiento, es desde ahí donde el conflicto social se ejerce al margen de las contingencias de la (convencional) política partidaria, la de los partidos. O, si se prefiere de manera tan conocida como castiza: la acción colectiva sindical ni es “balón de oxígeno” con relación a Zutano ni es flagelo vindicativo contra Mengano. Es el resultado de lo que conviene a una amplia agrupación de intereses, según la interpretación independiente y autónoma del sindicalismo.
Si no pocas de las importantes reformas que se han operado (tanto en Europa como en España) son, también, obra del sindicalismo, tendremos que hablar claramente que esa labor le caracteriza especialmente como agente reformador. Me ahorro, por innecesario en esta ocasión, describir el elenco de reformas que, junto a otros o él como protagonista principal, ha puesto en marcha; incluso cuando ha actuado como deuteragonista o figurante cumplió con su función de agente reformador. Pues bien, si le echamos un vistazo al almacén de las reformas y su concreción en bienes democráticos, estamos en condiciones de afirmar que se han orientado en un sentido inequívocamente progresista. Cuestión diferente –aunque esto es harina de otro costal— es el uso social de algunas conquistas [reformas], pero este asunto, un tanto descuidado, no cabe en estas líneas.
El almacén de reformas que autorizadamente se puede atribuir al sindicalismo europeo y español hace que el concepto vertido por algunos conspicuos dirigentes sindicales, eméritos o con mando en plaza, de que el sindicato no es “de derechas ni de izquierdas”, sea –dicho amablemente-- una chuchería del espíritu. Y, desde luego, estamos en condiciones de afirmar que tal constructo está desubicado del almacén de reformas que se ha ido construyendo --también las más recientes en torno a derechos inespecíficos-- contra el viento y la marea de los que siempre se opusieron. Así pues, soy del parecer que “no ser ni de derechas ni de izquierdas” significaría que el carácter de las reformas es de naturaleza neutra y que el significado del conflicto social para conseguir las conquistas fue técnico. Ni lo uno ni lo otro son equidistantes de Anás o Caifás, ni significaron tampoco indiferencia alguna por parte del sindicalismo en torno al cuadro institucional en el que se inscribían los derechos y poderes (los bienes democráticos, se ha dicho) que se iban conquistando en un itinerario, acompañado frecuentemente por unas u otras expresiones e conflicto social.
Lo diré sin ambigüedades: el sindicalismo está en la izquierda, pero no es de la izquierda. La vara de medir de la ubicación del sindicalismo [estar en la izquierda] no lo da su carácter ontológico, sino la naturaleza de tales conquistas. Y la vieja piedra de toque acerca de su pertenencia está en la personalidad independiente y autónoma del sindicalismo; en suma, no está en un genitivo de pertenencia a la izquierda política partidaria sino que, sin aspavientos, se coloca en la izquierda. Aviso, en ese sentido, que no se puede ser agnóstico al por mayor, aunque siempre es recomendable, para otras consideraciones, una dosis agnóstica al detall. Por ejemplo, cuando el sindicalismo da la impresión que está un tanto distraído –o quizá lo esté realmente— en determinadas situaciones. Pero ese agnosticismo al por menor no puede borrar ni minusvalorar la calidad del almacén de las reformas progresistas que, hablando en plata, connotan la relación del sindicalismo con la política, entendida en su sentido más ampliamente genérico y con el cuadro institucional in progress.
Pero hay algunas cosas de no menor interés que hablan de la relación entre el sindicalismo y la política. Aquí tampoco es razonable practicar el agnosticismo al por mayor. Que se considere que los niveles de participación en la vida sindical es manifiestamente mejorable, no empece afirmar que: 1) el movimiento organizado de los trabajadores se caracteriza por ser una democracia próxima, 2) que la frecuencia de los hechos participativos es cotidiana, y 3) que en el sindicalismo existen dos procesos de legitimación, a saber, el que le viene de la representación en los centros de trabajo y el mandato solemne de los momentos congresuales. Cierto, no es oro todo lo que reluce, pero hay oro reluciente. Y si esto es así, ¿cómo no relacionar esa acción colectiva con la política en su sentido más genérico?
En resumidas cuentas, la relación del sindicalismo, hoy, con la política (incluso teniendo en cuenta ciertas distracciones) no se refiere ni única ni principalmente a las viejas tradiciones de antañazo. Porque, en aquellos tiempos venerables, el conflicto social dependía de los golpes de timón de Papá-partido; y porque –para garantizar que el sindicalismo era pura prótesis de dicho caballero, Papá-partido-- el sindicalismo fue convertido en un sujeto hipostático: lo mismo, se dice, que hizo Dios-Padre con Jesucristo, que fue enviado a sufrir en este valle de lágrimas. Hasta que el sindicalismo abandonó su teodicea y dejó de justificar a su padre: la muerte en la cruz no era útil, al menos, para estos menesteres.
NOTA:
(1) [...] por ese motivo he estudiado a los ingleses de principios del siglo XX. Me gustaba que desde la fábrica incidieran en la sociedad. Pero, después, cuando se pusieron a construir algo se dieron cuenta que habían trabajado para otros. No perdieron. Simplemente habían trabajado para la socialdemocracia, que era otra cosa. (El subrayado es de un servidor, JLLB) en Vittorio Foa, “Las palabras y la política” (Sexto Tranco): http://ferinohizla.blogspot.com
5 comentarios:
Pero ¿Qué es lo que están cantando estos señores con tanta unción? No parece que se sepan la letra, que llevan en un folio para consulta...¿Els segadors? ¿La Parrala? ¿Tatuaje?
Querido Glicerio, con sumo gusto se lo aclaro. Cantábamos La bien pagá en la inmarchitable versión de Miguel de Molina a quien tuve el gusto de conocer en Buenos Aires; era muy amigo del tío de mi bella Roser, llamado Quinito Balançò, de natío badalonesa.
Ahora comprendo la enseña nacional que acompaña al canto de La bien Pagá y que enmarca la solemnidad del acto.
Lo que no le he contado nunca es que, en un viaje que hicimos a Chile contra Pinochet (tres meses antes del famoso referendum que perdió la dictadura), un grupo de jóvenes españoles (Carlos Paris, Canogar, Raimón, Manolo Vázquez Montalbán, el correoso y gran Pí de la Serra y, oído cocina, Gigliola Cinquetti)oían La bien Pagá en un tabernucho de Santiago. Las voces eran las de los afamados Nani Riera, Juan Genovés y un servidor. Nos rodearon los milicos y nuestras voces no se apagaron: no hubo que lamentar víctimas. Porque los militares se cuadradon ante la joven italiana, que ya estaba un poco fondona. Pregúnteselo al filósofo Carlos Paris que estaba estupefacto.
¡Vaya anécdota, caballero! Me parece que debería elevarse a texto, como decimos los psicopedagogos a nuestros pupilos!
Si me permite, me la apropio para ilustrar mis estudios sobre la autoridad y el miedo como fundamentos del orden social...
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