Nada de lo que está
sucediendo como consecuencia de la crisis es tan negativo como la instalación y el conformismo social respecto del desempleo, que se
representa como un hecho cotidiano y fatal para la opinión pública. O en la
variante más común de esta representación ideológica, se entiende – y se
explica - el desempleo como una variable
económica que debe combinarse en relación con grandes vectores socio-económicos
de forma que la carencia de reformas “estructurales” es la causa de la
destrucción de empleo en un país determinado.
Es ya una cantilena aburrida la que
resulta de escuchar una y otra vez a los
que configuran el desempleo como un “hecho externo” dependiente frecuentemente
de la rigidez o flexibilidad salarial – como hace el presidente del BCE – o cómo
un elemento que se debe abordar en términos de políticas de empleo consistentes
en aligerar los costes económicos del despido – como ha hecho el Gobierno y ha
desarrollado la patronal - además de
rebajar cotizaciones sociales y reducción impositiva – como solicita el
empresariado y comprende el poder público. Son pronósticos equivocados a la vez
que de una intensa agresividad de clase que desembocan en el sufrimiento de
cada vez mayores estratos de población.
El problema es social y político
fundamentalmente. No sirven tanto las
políticas de empleo, sino la política con mayúscula, la capacidad de los grupos
sociales y de las fuerzas políticas de la izquierda de afirmar la centralidad del trabajo en el espacio
político, social y económico de un país.
Ha habido recientemente opiniones
públicas muy significativas al respecto, que plantean el debate en sus justos
términos. Elijamos sólo dos. Una, la de Rodolfo
Benito, Secretario Confederal de Estudios de CCOO y Presidente Fundación 1º
de Mayo, que en el blog que esta Fundación acaba de inaugurar en el diario
Público, decía el 10 de septiembre en el artículo, Insistir
en recetas fracasadas, letal para las personas:
“Paro, pobreza y desigualdad.
Estas, y no otras, son las prioridades que hay que abordar. Y ello exige
profundos cambios en la política económica que requieren, a su vez, del
arrumbamiento definitivo de las políticas de austeridad.
El panorama social se caracteriza
por el incremento de la pobreza asociada al alto y prolongado desempleo, que hace que 740.000
hogares en los que viven 1.400.000 personas, no perciben ningún tipo de
ingresos. Baja la protección por desempleo y su calidad se degrada. Tenemos, de
otra parte, los índices de desigualdad más altos de la Unión Europea” (…).
“No se puede, en definitiva,
insistir en recetas fracasadas, en neoliberalismos ciegos pero letales para las
personas, en políticas, que una vez realizado un balance social de daños, va a
ser demoledor.
Un proyecto de país que defina un
nuevo modelo de crecimiento, con el objetivo de mucho más y mejor del empleo y
el incremento de la productividad del trabajo. No es un problema
técnico-económico, es una decisión
política.
Para ello, es fundamental,
democratizar la economía, un nuevo nexo de unión entre economía y política
democrática, un papel mucho más relevante del Estado en el conjunto de la
actividad económica y una concentración del esfuerzo inversor privado en el
incremento del volumen de capital físico de las empresas y en su capacidad de
innovación tecnológica, desacoplándose de actividades especulativas a corto
plazo, como la inmobiliaria.”
Y, con otro estilo, pero asimismo señalando la
misma forma de contemplar correctamente el problema, en Joseph
E. Stiglitz, en una columna llamada “La democracia del siglo XXI” (http://www.project-syndicate.org/commentary/joseph-e--stiglitz-blames-rising-inequality-on-an-ersatz-form-of-capitalism-that-benefits-only-the-rich/spanish
) publicada en Project syndicate el 1
de septiembre:
“Lo que hemos estado observando –
estancamiento de los salarios e incremento en
la desigualdad, incluso a medida que la riqueza aumenta – no
refleja el funcionamiento de una economía de mercado que se considera como
normal, sino que refleja lo que yo denomino como “capitalismo sucedáneo” (en
inglés ersatz capitalism). El problema puede que no sea cómo los
mercados deberían funcionar o cómo dichos mercados funcionan en los
hechos, sino que puede que el problema
se sitúe en nuestro sistema político, que no ha logrado garantizar que los
mercados sean competitivos; más aún, dicho sistema político ha diseñado reglas que
sustentan mercados distorsionados en los que las corporaciones y los ricos
pueden (y por desgracia así lo hacen) explotar a todos los demás.
Los mercados, por supuesto, no
existen en un espacio vacío. Tiene que haber reglas del juego, y éstas
son establecidas a través de procesos políticos. Los altos niveles de
desigualdad económica en países como EE.UU. y, cada vez más en países que han
seguido el modelo económico de dicho país, conducen a la desigualdad política.
En un sistema como el que se describe, las oportunidades para el progreso
económico se tornan, a su vez, en desiguales, y consecuentemente refuerzan los
bajos niveles de movilidad social”.
Un problema de democracia
económica y social, de reglas impuestas por la política a la acción de los
sujetos económicos que pueda desarrollar la centralidad del trabajo en la vida
social y colectiva de un país. La mercantilización del trabajo, su
configuración como una pura mercancía al margen de la libertad y del dominio en
el despliegue concreto de la actividad creativa y productiva de bienes y
servicios, conduce no sólo a una sociedad esencialmente desigual e injusta,
sino también más autoritaria que reduce al mínimo su expresividad democrática.
Como en el apólogo de Bertold Brecht, en definitiva es el
trabajo el que da sentido a la situación de ciudadanía, a la libertad frente a
opciones vitales básicas o la capacidad para ejercitar los derechos y practicar
sus capacidades humanas.
“A un obrero le preguntaron en el tribunal si
quería prestar juramento bajo la fórmula religiosa o la forma laica. Éste
respondió: - Estoy en paro. Eso no fue
solamente una evasiva, señaló el señor K. Con esta respuesta dio a entender que
se hallaba en una situación en que semejantes preguntas, si no todo el proceso
judicial, carecían en si mismo del menor sentido”.
Historias del señor Keuner, Bertold
Brecht.
El trabajo se debe recargar desde
la lógica de los derechos, no desde su exclusión, condicionamiento o modulación
sobre la base de políticas económicas o de medidas de empleo que se resuelven
en desembolsos monetarios públicos de ahorro de costes empresariales. El
trabajo con derechos sobre el que giran las figuras de la representación
colectiva y la capacidad de estas agencias de diseñar un proyecto general en
cuyo centro se sitúe éste. Sobre lo que se deberá seguir reflexionando en
momentos sucesivos.
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