Han
comenzado las elecciones en Catalunya y es previsible que desde hoy hasta el 21
de diciembre sea este el tema que ocupe la mayor parte de las opiniones, comentarios
y reflexiones en prácticamente todos los medios de comunicación y en las redes
sociales. Puestos a votar, los programas son importantes pero lo son mucho más
las personas, como se ha visto en la crisis que culminó con la anulación del
autogobierno de Catalunya merced a la aplicación del art. 155 de la
Constitución, con la estatura gigantesca de Joan Coscubiela.El titular de este blog no puede votar, por razón
de su residencia, en las elecciones catalanas y por tanto su implicación sólo
pasa por recomendar a las amigas y amigos que si tienen derecho al voto en esa
cita electoral que dirijan su decisión hacia la lista en la que se integra Joan Carles Gallego, una persona que
por su trayectoria sindical, su pensamiento crítico y su presencia personal,
más allá de su compromiso político en este momento con lo que por estas sedes madrileñas
y manchegas llamamos “los comunes”, merece claramente el apoyo de tantas y
tantas personas que quieren de buena voluntad una resolución pactada, no
humillante, para la “cuestión catalana”. (Dicha sea esta recomendación de voto
con la humildad del foráneo y el respeto a otras opiniones de amigos y
compañeros que se decantan por otras opciones naturalmente legítimas y que
consideran más ajustadas).
El caso es que
de alguna manera la consideración de la cuestión catalana como el único
problema y la única noticia a la que poder referirse, genera una cierta
incomodidad porque esta homogeneización temática no sólo disimula hechos nefandos
de corrupción, sectarismo y arbitrariedad del gobierno y de alguno de sus
aliados más tensionados, Ciudadanos,
que está ampliando el espacio de exclusión política más grande que se conoce en
la historia constitucional española. También oculta procesos sociales de
resistencia y de avance social, la renovación del conflicto en el marco de la
negociación colectiva, iniciativas ciudadanas y sindicales, proyectos de
regulación de aspectos centrales de la existencia y del trabajo. Y, por si
fuera poco, concentra la atención en el nivel estatal-nacional, descuidando lo
que sucede en la Unión Europea, las tendencias presentes en los estados
miembros de la Unión que puedan resultar de interés para nuestra vivencia
cotidiana y, desde luego, dejando de lado hechos fundamentales que están
definiendo la globalización financiera y la consolidación de su dominio en
áreas cada vez más importantes de nuestro planeta.
Un área especialmente
descuidada es la de América Latina, dejando de lado el manido recurso a
Venezuela como espejo deformado de los ataques a la coalición de Unidos
Podemos. Tradicionalmente sin embargo, los medios de comunicación se permitían
informar sobre los procesos políticos y económicos en América Latina con cierta
profusión. Hoy la mirada que nos devuelven sobre los mismos está demasiado
contaminada por intereses económicos directos derivados de la participación
financiera de editoriales y periódicos, y por una sobre exposición al ideario
neoliberal como guía de lectura de estos acontecimientos.
Por eso en
esta semana de puente en la que se festeja el 39º aniversario de la
Constitución española y la castiza festividad de la Inmaculada Concepción, la
Purísima, dogma de fe desde la bula Ineffabilis
Deus de 1854 - 163 años hace - , el blog se va a llenar de estas referencias latinoamericanas.
La primera la brinda un artículo breve de Tarso
Genro, exponente destacado del PT brasileño, en el que de manera muy
sintética cuestiona la deriva anti social en la que se ha embarcado el gobierno
brasileño tras el golpe de estado – golpe blando,
del que hablaremos en otras entradas – y la necesidad de una nueva estrategia
de propuesta y de proyecto que se reapropie del Estado y de su función
redistributiva.
Es el
siguiente:
LA ANARQUÍA DEL MERCADO PERFECTO
Tarso Genro
Una bomba atómica social que va a estallarle al próximo gobierno, cuyos
efectos son todavía imponderables, es la desorganización social y productiva
que será causada por la reforma laboral brasileña, particularmente por la
aplicación desenfrenada del trabajo intermitente y precario, de acuerdo con las
reglas ya vigentes de una parte, y la interposición de personas jurídicas como
trabajadores autónomos (PJ, la llamada “pejotización”) acelerada, que
transformará una buena parte de la mano de obra asalariada en falsos
empresarios de si mismos. La caída en la cotización que financia la Previsión
Social, el sentimiento de desresponsabilización del trabajador nómada con los
destinos de una empresa tomadora “eventual” de sus servicios y la ausencia de
pertenencia a una comunidad social – aquella comunidad primaria solidaria que
es la base de una sociedad de convivencia, como afirmaba Durkheim – va a tener
severas consecuencias políticas y económicas.
Estamos tratando de una sociedad, la brasileña, en la que la mayoría de
los trabajadores, si perdieran algo, saldrían directamente de la pobreza
decente a la miseria doliente, a diferencia de las sociedades europeas, más
desarrolladas en términos sociales y de organización estatal, en la cual los
trabajadores que pierden algo con reformas de esta naturaleza transitan desde
sus condiciones de consumo – con una cierta holgura para la supervivencia –
hacia un patrón de consumo cercano a la pobreza, no definida todavía como miseria. Las grandes
transformaciones tecnológicas que han ocurrido durante los últimos 30 años han
sido apropiadas íntegramente por los ricos y por las clases dirigentes, en los
países de mayor concentración de renta, cuya situación de clase permitió una
mayor influencia sobre el contenido de las reformas.
En verdad, puede afirmarse que el contrato social demócrata, que se expandió
por el mundo, en formas dramáticamente diferentes en cada país, generando
políticas sociales de protección a los más excluidos (como políticas
compensatorias) o propiciando conquistas salariales importantes (en vastos
sectores de las clases trabajadoras), llegó a su fin. Los sujetos políticos y
sociales que componían las clases trabajadoras de la segunda revolución
industrial y las burguesías industriales que les correspondían, al mismo tiempo
que van perdiendo su fuerza política, pierden también su capacidad de
negociación para la instauración de contratos políticos “sectoriales” que ya no
son tolerados por la “furia” de la acumulación financiera. Esta transforma toda
la sociedad en función de sus necesidades: acumulación con menos trabajo
productivo, en sentido clásico y “rentismo” transformado en red de intereses
legitimados por los grandes medios de comunicación.
Es obvio que una lucha de resistencia debe emprenderse en los tribunales
en defensa del sistema de protección constitucional que supone la Consolidación
de Leyes Laborales (CLT, el código de trabajo brasileño) que todavía podría
permitir contratos de trabajo decentes para una gran parte de trabajadores “por
cuenta ajena”, especialmente aquellos que viven con los mínimos profesionales
marcados en los convenios colectivos o con el salario mínimo, que ya está
siendo corroído de forma acelerada. Pero es hora también de pensar en otro
sistema de tutelas, a partir del Estado, para repartir, que no sólo se cifre en
el derecho al trabajo remunerado previsible – trabajaremos menos para que
trabajemos todos – como para repartir los beneficios de las transformaciones
tecnológicas en curso y que hasta ahora solo fueron apropiadas por una minoría
privilegiada, ni siquiera el uno por ciento de la población económicamente
activa.
Tenemos que pasar de una visión de “renta mínima obligatoria” como
derecho ciudadano debido independientemente de que la persona pueda trabajar o
no, a una “socialización del derecho al trabajo” como “derecho a una renta
mínima de trabajo productivo” o de los servicios prestados a la sociedad, sea cual
fuera el tipo de prestación, para que la destrucción de la cohesión social que
se avecina sea corregida, desviando los rumbos del desastre social al que el
golpismo nos ha conducido.
No se trata, en mi opinión, de una revolución, sino de una poderosa
reforma neo-socialdemócrata, que capture el Estado por el pueblo soberano y
retire la organización estatal de su condición de mero administrador de la
deuda pública. El verdadero populismo que nos asola es el populismo del mercado
perfecto, que ha sido “vendido” por los grandes medios de comunicación a las
clases trabajadoras y sobre todo a los sectores medios, convenciéndoles que la
única salida es “el fin del Estado Social”, una especie de anarquía al gusto
del capital financiero, que transforma la vida en una pesadilla que la mayoría
vive en la soledad de la precariedad y del trabajo intermitente.
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