martes, 9 de marzo de 2010

DIÁLOGO SOBRE LA DIFERENCIA. RELACIONES Y CORRELACIONES CON EL TRABAJO.

Se publica aquí una parte de la correspondencia entre los asistentes a un seminario de trabajo celebrado en Toledo en diciembre de 2009, sobre un texto publicado por la revista italiana Sottosopra y que llevaba por título "Imagina que el trabajo", con el subtítulo " un manifiesto del trabajo de mujeres y hombres escrito por mujeres y dirigido a todos porque el discurso sobre la igualdad hace agua por todos lados y el feminismo ya no nos basta ". A partir del debate que su lectura produjo entre los asistentes, surgió un cruce de cartas, una "conversación" de la que aquí y ahora sólo se reproduce la que la inicia. El administrador del blog quiere agradecer expresamente a Judas del LLano por permitirle tener acceso a este texto, y a los lectores por su previsible paciencia, puesto que se ha publicado en otros blogs hermanos de gran potencia lectora, significativamente en Metiendo Bulla gestionado por Maese Ferino.





Intento entablar un diálogo desde un proceso de trabajo como el mío que mantiene ciertas peculiaridades académicas y que se ha ido asentando durante un largo tiempo en una perspectiva fundamentalmente partidaria de un colectivismo democrático o de democracia colectiva (llamémoslo así de momento).

Me interesa ante todo abordar el lenguaje. En este terreno todo son convergencias. La ruptura de los estereotipos que crea un lenguaje y una narrativa determinada golpea por igual a cualquier proyecto de emancipación social. De la historiografía feminista, por ejemplo, se puede deducir importantes indicaciones sobre la propia forma de producir el relato histórico, sus contenidos y su “ámbito” de descripción. Lo mismo podremos decir del derecho y del lenguaje jurídico. Las categorías jurídicas en muchas ocasiones se construyen como inversión de la realidad o al menos como inversión de una realidad tal como es percibida por el observador. Es por tanto muy interesante hablar sobre las palabras y el sentido de las palabras, porque nombran el mundo, y lo hacen desde la visión de quien puede ordenar ese mundo. Por eso es importante apropiarse del lenguaje y/o tener un lenguaje propio. Con el problema de no saber si se opta por la invención de nuevas palabras o la reformulación -¿refundación? - de otras.

Después querría abordar el silencio. El silencio que pertenece a un sujeto que no se revela / no se rebela. Hay algunas semejanzas con la problemática del catolicismo existencialista de los años 50 del pasado siglo: el silencio de Dios. El, como ese sujeto mudo del que hablamos, es una verdadera potentia, en la que se radica el poder de crear. Pero no habla. Se expresa de forma indirecta, a través de otros signos – la ciencia, la fraternidad entre las personas, la felicidad. Tomad pues esa imagen aunque tenga ese oscuro origen ideológico. ¿Por qué la potentia no habla sino a través de otros signos, no hace escuchar su voz? Posiblemente porque no puede hacer de otro modo, porque no tiene forma de comunicarse directamente. La voz del oprimido se expresa así a través de sus organizaciones que le convierten en un sujeto colectivo, general (lo que implica el cambio de sustancia del sujeto). Y el derecho interviene en esa transustanciación definiéndola como representación, que es presencia de tantos y acción de intervenir en nombre de. Por tanto, subjetividad colectiva y representación son los órganos vocales de los oprimidos.

Pero no saben hablar con su propio lenguaje. Aprenden el que encuentran en la sociedad, el lenguaje de los otros, del otro. Le dan otro significado, lo retuercen con modismos y significados propios, lo transforman, pero no hablan otro lenguaje. Ese es el problema del lenguaje de los derechos, y de las nociones básicas como las de igualdad, no discriminación e cosí via. Porque hay una gran ambivalencia en esas nociones que expresan tanto una forma de gestión del poder – y del gobierno de las relaciones socio-económicas – como una capacidad de resistencia y un deseo de emancipación.

En estos dos temas hay diferentes formas de comprensión de los elementos que lo componen. En el del sujeto que da voz a los que no la tienen y en el espacio en el que se desenvuelve, el espacio público de la política, la intersección entre la economía y la sociedad, las construcciones culturales del mercado y del Estado. Todos estos son los perímetros en los que se quiere encerrar al poder y su capacidad de reproducir las estructuras de subordinación / sumisión a través de la opinión pública, los mecanismos culturales, la violencia sobre la existencia. En este aspecto, la dimensión colectiva de la subjetividad aparece trabada por el universal “persona”, “hombre”, “trabajador”, y guiada ante todo por criterios posiblemente objetivables en torno a los valores de igualdad y fraternidad, que dan lugar a su traducción jurídica en los derechos sociales, el Estado Social y los derechos sindicales como derechos de participación democrática. Los derechos se articulan y se complejizan, ofreciendo vertientes individuales y colectivas, pero se configuran como espacios de resistencia (frente al poder) y de construcción de un proyecto social general en cuyo marco se desarrollan las potencias y capacidades creativas personales. Este esquema que se construye sobre todo a partir de un espacio público a partir de la política (o de la socio-política) y que busca en esencia la desmercantilización programada de las necesidades sociales, se basa ante todo en el trabajo. Porque en él se da la ambivalencia máxima de la capacidad creativa, constructiva, y la expropiación máxima de ésta hasta el extremo de comprometer las propias energías y el propio cuerpo en un proceso de cosificación y de alienación para otro. Y en esa contradicción se resume una gran parte de los problemas del lenguaje del poder, de su gramática y de su sintaxis, que estamos condenados a practicar para comunicarnos entre nosotros e intentar otros acentos, otros énfasis que precipiten un “habla” dialectal, propia e identitaria.

Normalmente, desde este punto de vista, la “apertura” se produce desde la noción de representación, que condiciona la propia subjetividad colectiva. Por esta vía – re/presentar los distintos grupos e intereses que se “encuentran” (están presentes) en el trabajo como sujetos relevantes – es como se interroga el discurso laboralista sobre los cambios de la subjetividad del trabajo. En este aspecto, las identidades en el trabajo condicionan la propia categoría del trabajo, cada vez más adjetivado y referenciado: trabajo típico y atípico, formal e informal, productivo y reproductivo. Adjetivos que se juegan en relación con identidades muy marcadas de los sujetos que trabajan: mujeres, jóvenes, inmigrantes. Esa problemática trasciende desde luego el terreno de la representación y se proyecta sobre los principios de igualdad, no discriminación, paradigmas ahora de un mundo regulado sobre la aceptación de la diferencia identitaria: género y etnia fundamentalmente como convenciones sociales y culturales que pueden / deben ser apreciadas como fundamento de una radicalidad democrática alternativa.

Entonces posiblemente la transformación de las relaciones de fuerza en relaciones libres y la exaltación de la libertad como capacidad de autodeterminación personal que no sólo se mantenga incólume en el “tiempo de vida”, sino que se reivindique en el “tiempo de trabajo”, ayuda a forzar los límites del derecho, mantener desde varias posiciones una crítica emancipadora a la arquitectura del sistema jurídico – laboral y a sus fundamentos de protección social, donde perspectivas culturalmente diferentes no se estorben en una labor de “deconstrucción” del lenguaje del poder y del discurso jurídico dominante que lo legitima. Hay mas problemas en la pars construens de nuestros razonamientos, pero es cuestión a mi juicio de ir confrontando algunas experiencias teóricas y prácticas que nos aseguren mutuamente.

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