viernes, 17 de agosto de 2018

TRABAJO, CLASE OBRERA, POLÍTICA (DEBATES CULTURALES DEL VERANO)



Hay una gran confusión bajo los cielos, como decía Mao y recordaba a menudo Vázquez Montalbán, y este caos se concentra en estos días en el debate cultural entre la izquierda a partir de una serie de lecturas veraniegas – el libro de Daniel Bernabé especialmente, seguido de apasionados comentarios, críticas y desmentidos al mismo - que reflexionan sobre clases sociales y desigualdades, y por tanto sobre el papel del trabajo en una sociedad “que lo glorifica entendiendo que fuera de éste, tal como se ha construido, no existe posibilidad alguna de valorar la vida social”, como resume Jorge Moruno en el que seguramente es su libro mejor construido, La fábrica del emprendedor. Trabajo y política en la empresa-mundo, publicado por Akal en el 2015 y que ha conocido una segunda edición en el 2017.

El debate proviene de la crisis de la sociedad salarial y la llegada de un orden post-industrial en el que el trabajo disminuye su rol central y nuevas formas de poder tecnocrático generan formas de conflicto alejadas del análisis convencional de la lucha de clases. Se trata de poner en duda una visión totalizante según la cual la sociedad es representada reductivamente sólo en términos de identidad de clase, sobre la base de la posición que ocupa en el proceso de producción de bienes y servicios en una economía capitalista. Una visión que es ciega ante el racismo, negadora de la diversidad cultural de las sociedades desarrolladas contemporáneas y que exhibe por el contrario lo que hace ya dos décadas, Nick Dyer-Whiteford calificó como “triunfalismo científico” en su muy interesante monografía Cyber Marx. Cycles and Circuits of Struggle in High Technology Capitalism, publicado en 1999 por la editora de la Universidad de Illinois, que ha orientado buena parte de las reflexiones de estas notas. Ya no resulta central la confrontación entre capital y clase. Las relaciones de clase se entremezclan con otras dominaciones y opresiones (sexismo, racismo, homofobia, industrialismo) sin que exista una ordenación que las jerarquice unas sobre otras: una diversidad de identidades semióticamente construidas que colisiona con la centralidad de la clase obrera y la “rompe” definitivamente como ha escrito recientemente Pastora Filigrana en medio del debate sobre las “diversidades”.

Hay un gran desorden bajo los cielos, porque el orden global que se impone es el de la mercantilización general de las cosas y de las personas, la compra y venta del tiempo de vida, su sumisión a la ley del valor en un sistema total e integrado de interdependencias. Un orden que subsume cualquier otra forma de dominación en esta lógica, una forma cancerígena de crecimiento y de generación de riqueza profundamente desigual, en un crecimiento tóxico y suicida, en una subordinación plena al capital transnacional de los medios de comunicación y de educación de masas que rechazan y repelen los mensajes que permiten identificar en el orden del capital y la globalización financiera la causa de la injusticia y del sufrimiento de amplias capas de la población. Un orden que contiene un descomunal desorden, un complejo extenso de dolencias y angustias, de destrucción y de aniquilamiento que se amontona en todos los rincones de este mundo. Desde ese punto de vista, el del antagonismo social, la confrontación se desplaza a las luchas – viejas y nuevas – para disolver y eliminar las formas de dominio y subyugación del capital. Lo que se debate es acerca de cómo centrar el discurso de la emancipación en el nuevo estado de civilización que presenta el siglo XXI.

El recurso fundamental de la nueva sociedad es el conocimiento tecno- científico, y la nueva era se manifiesta en la iniciación y difusión de las tecnologías de la información y del conocimiento, al punto que la generación de riqueza incesante depende de una economía de la información en la que el intercambio y la manipulación de los datos simbólicos excede o subsume la importancia de los procesos materiales de lo que se viene a denominar en el discurso sindical europeo la “economía real”. Estos cambios tecno - económicos se acompañan de significativas transformaciones sociales, teniendo en cuenta que la transición a esta nueva sociedad en la que vivimos se produce a escala planetaria.

Por lo tanto, aquí también surge el discurso sobre el trabajo y su proceso de conformación material como un aspecto central del debate, el que se apoya en el conocimiento social necesario para la innovación científico – técnica, el poder del conocimiento convertido en directa fuerza productiva, el futuro del trabajo – por emplear el rótulo tan expresivo de la OIT que enmarcará las celebraciones de su centenario en el 2019 – que se materializa en creación y movilización para producir maravillas tecnológicas de fábricas robóticas, manipulación genética, redes globales de ordenadores y una sociedad digitalizada. La objetivación del conocimiento social en lo que antes se llamaban “nuevas tecnologías”, y que prioriza el trabajo intelectual en masa como el conjunto de know how que sostiene las operaciones de “alta economía” canalizadas a través de las grandes corporaciones transnacionales y las instituciones financieras, un capitalismo de alta tecnología que introduce mejoras en los ingresos y en el consumo, pero que implica una productividad cada vez mayor, una competencia constante y una interminable intensificación de los ritmos de trabajo. El futuro del trabajo se reconduce al análisis de ese “trabajo inmaterial” que se sitúa en la información y en la comunicación como ejes del proceso de producción y que se continúa a través de una amplia red de conexiones educativas y culturales. Un trabajo del no se menciona ni la tradicional masculinización de la tecnología sedimentada entre la división entre casa o domicilio familiar y trabajo perpetuada en el uso de las tecnologías de la digitalización de forma diferente y subordinada por las mujeres ni la segmentación en términos de género, raza y edad que éstas presentan tanto en función de la fragmentación del trabajo que aquéllas proponen y fomentan como respecto de su utilización en términos represivos y de control. Una inteligencia plural y multiforme que no necesariamente se organiza en torno a un espacio concreto y definido como es la fábrica, ni se corresponde con la subjetividad clásica derivada del trabajo industrial. Se representa a caballo entre la exaltación del riesgo y la iniciativa individual del emprendimiento y la inseguridad de la inserción móvil e intermitente de la precariedad en el empleo, lo que es la base de la propuesta teórica explicativa de Jorge Moruno en el libro antes citado.

Hay un caos absoluto bajo los cielos, y las certezas de antaño son sustituidas por impresiones al sol naciente que no reflejan imágenes nítidas. El debate cultural de este verano es también significativo por lo que elude o al menos por lo que no le parece conveniente abordar, quizá para no ser descortés con otros sujetos sociales que pudieran estar alineados con estos planteamientos. Porque en definitiva se trata de revertir la polaridad entre capital y trabajo, y la conveniencia (o no) de colocar en el centro del análisis la lucha (de clase) contra el capital. El trabajo – en su proyección material concreta, siempre inacabado y oscilante en su dimensión personal, subjetiva – es siempre para el capital un “otro” problemático que debe ser controlado y sometido mediante formas que varían y se adaptan en función de las circunstancias determinadas de ese mando o dominio. Desde ese punto de vista, las luchas constituyen el sujeto, y por tanto la organización concreta de éste sujeto – o la organización precisa de las condiciones en las que se va a desarrollar e institucionalizar el conflicto – es determinante en el análisis. Esta perspectiva falta en el debate al que aluden estas notas, que se entretiene en el relato sobre las distopías hechas realidad, sobre “lo siniestro interminable que se instala como el modelo social-laboral-mental”, al decir de Moruno, o sobre las estrategias de base sobre las que se debe edificar la acción política como desobediencia y como proyecto de transformación social. Pero sin mencionar las formas organizativas sobre las que edificar esta resistencia y esa alternatividad partiendo de lo realmente existente. Faltan análisis detallados en estas intervenciones sobre el discurso progresista que examine la realidad de la(s) lucha(s) de clases en el espacio nacional – estatal español en primer término, y en Europa en segunda posición. Nadie habla del sindicato como “la expresión organizada del mundo del trabajo”, que es la fórmula con la que Unai Sordo, el secretario general de CCOO se refiere a esta formación social, y no porque se trate de ideologías neoliberales para las que “el trabajo es un input productivo más y el sindicato es un agente que sobra”, sino porque en ese discurso el descubrimiento de lo político como espacio de insubordinación y de resistencia, de impulso y organización de un poder constituyente, no sabe qué decir a formaciones sociales como los sindicatos que se consideran irremediablemente vinculados a la fábrica fordista y al paradigma industrial consiguiente, en el marco de una agencia contractual del reparto del salario y el beneficio empresarial como forma de regular la acumulación capitalista en un equilibrio inestable entre la producción, la retribución del trabajo y el consumo. Pero “aunque sea más fácil romper un átomo que un prejuicio”, son preconcepciones equivocadas que no sitúan correctamente la polisemia social de la acción sindical y el carácter sociopolítico de esa formación social.

Es claro que un discurso sobre el futuro del trabajo, sobre la tecnología como dominación  de clase, sobre los ciclos de circulación del capital y la emergencia de la deuda junto con la financiarización global del orden capitalista, tiene que desembocar desde luego en la constatación de una subjetividad colectiva progresivamente inestable y descentrada en medio de la fragmentación del trabajo y de la segmentación social discriminatoria y desigual en un contexto de una fuerte re-restructuración de los elementos centrales de la producción de mercancías. Pero ese análisis tiene necesariamente que reparar en las formas de organización – variables, en ocasiones comprimidas o sólo pergeñadas – que en la realidad material de los procesos sociales se pueden encontrar en funcionamiento, sin que sea correcto – ni conveniente – declararlas todas ellas fuera de servicio en una suerte de rottamazione  unilateralmente declarada por los estudiosos del pensamiento alternativo. En el trayecto que conduce a la exploración de formas nuevas de encarar las realidades productivas y sociales que conforman el nuevo marco civilizatorio de nuestras democracias cada vez más débiles e inactivas, discurrir sobre la organización de las subjetividades colectivas que se expresan a través del trabajo asalariado – con independencia de la disociación entre trabajo y empleo y las reflexiones sobre la emancipación de la noción de trabajo de su inserción en la lógica del salario – es imprescindible. Para ello sería importante que se considerara el debate que se está dando desde hace tiempo en el espacio de discusión sindical, al parecer invisible para las preocupaciones de los nuevos diseñadores de la voluntad política alternativa y emancipatoria.

“Hay un gran desorden bajo los cielos. La situación es excelente”. Esa es la cita completa de la frase de Mao. La confusión actual ofrece sin duda la oportunidad de construir, inteligentemente, un cambio radical, un proyecto compartido desde la insubordinación y el rechazo al dominio indiscutido de la desigualdad y la injusticia del capitalismo globalizado, que pasa por la cooperación intensa entre agentes sociales – en primer lugar los sindicatos – y políticos en la organización de las subjetividades rebeldes a través del conflicto y de la creación autónoma de reglas colectivas que intervengan sobre la restricción del dominio unilateral en la producción y en el consumo de los poderes privados que comandan la sociedad.

“La situación es excelente”. Hay que aprovecharla, por tanto, aunque solo sea para no contradecir al Gran Timonel, genio de las contradicciones.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Gracias maestro.seguimos aprendiendo.Leon de Paternal .Buenos Aires

Estella dijo...

Señalar la organización sindical como referencia un gran acierto. Las nuevas formas de trabajo, implican reconocer la heterogeneidad de la clase, con nuevas caracterizaciones que puedan abarcar todas las modalidades de explotación capitalista. Y además considerar lo inmaterial, que es también trabajo, desenmascarando la mercantilización de todas las relaciones. He comentado ya en algún artículo que las nuevas tecnologías no surgieron de la nada,son el producto del trabajo humano,de su cualificación,del desarrollo de sus capacidades creativas. Por eso en la campaña de la OIT es muy importante considerar la educación y la formación continua como un eje muy significativo