Mientras la redacción del blog prepara un informe sobre las elecciones italianas, continua la serie de intervenciones publicadas en Insight sobre la crisis española en la eurozona en la mirada de expertos economistas y profesores. En esta ocasión se trata de la opinión de Jorge Uxò, profesor titular de Economía Aplicada en la UCLM y relevante miembro de Econonuestra.
EL DIAGNÓSTICO DEL FRACASO
JORGE UXÓ. Universidad de
Castilla La Mancha. Miembro de Econonuestra.
1.- ¿Es aceptable el
diagnóstico de “The Economist”, que viene a resumir lo que el propio Gobierno
viene diciendo de su actuación, es decir que aunque nada funcione en el terreno
de las indicaciones centrales económicas, no hay otra política posible para salir
de la crisis que la realizada por el gobierno de España?
No es aceptable. Todos los indicadores económicos están confirmando lo
que se dijo por un buen número de economistas heterodoxos, e incluso algunos
tan ortodoxos como Krugman, desde que comenzaron a aplicarse estas políticas de
consolidación fiscal y devaluación salarial de forma simultánea en toda Europa:
que estaban condenadas al fracaso. No es que necesiten un tiempo para tener los
resultados esperados; no pueden tenerlos. Más bien, sitúan a las economías en
un círculo vicioso que agrava la recesión. El diagnóstico del que parten estas
políticas es completamente erróneo, al menos por tres razones. Para empezar, lo
primero que necesita Europa, lo más urgente, es recuperar la demanda agregada, y
todas las medidas aplicadas van en sentido contrario. En un contexto de
“recesión de balances” en el que el sector privado tiene como prioridad reducir
su nivel de endeudamiento, es absolutamente imprescindible revertir el signo de
la política fiscal y abandonar las mal llamadas políticas de austeridad fiscal.
En segundo lugar, esta deuda proviene de un modelo de crecimiento
desequilibrado que hay que corregir, pero el origen de los desequilibrios no se
encuentra en ningún caso en el gasto público excesivo –en la mayoría de los
casos, los problemas fiscales son la consecuencia y no la cauda de la crisis-
ni en el crecimiento de los salarios en la periferia –de hecho, los salarios
reales estuvieron estancados: no es cierto que “todos hemos vivido por encima
de nuestras posibilidades”-. Más bien, la deuda viene a llenar la falta de
demanda agregada que se deriva fundamentalmente del deterioro en la
distribución de la renta que viene produciéndose desde los años 80s; de las
políticas “mercantilistas” –contracción salarial, estancamiento de la demanda
interna y crecimiento basado en las exportaciones- aplicadas en el núcleo de la
unión monetaria (Alemania); y del propio funcionamiento de una unión monetaria
mal diseñada. Las políticas actuales –por ejemplo la estrategia de devaluación
interna mediante la bajada de los salarios- refuerzan estos problemas en vez de
corregirlos. Por último, la apelación a que debemos esperar a que “los
sacrificios” actuales (especialmente para una parte de la sociedad, hay que
decirlo) den sus frutos, hace referencia a hipotéticos problemas que limitan
por el lado de la oferta el potencial de crecimiento a largo plazo de nuestras
economías. Esto no es cierto (ahora mismo la principal restricción a la que nos
enfrentamos es el crecimiento de la demanda a corto plazo) pero también es
conocido que cuando una situación de estancamiento perdura en el tiempo, acaba
afectando negativamente al potencial a largo plazo de la economía. Por ejemplo
por los efectos devastadores del paro de larga duración, o por la pérdida de
capacidad productiva que se deriva de la falta de inversión. Por ello, cambiar
la política no sólo es necesario, sino urgente, al contrario de lo que dice
“The Economist”.
2.- Si, como se dice y alega
continuamente, la política de “austeridad” se impone en España porque es la que
impone el eje Berlin – Bruselas – Frankfurt, ¿por qué no se pone en discusión
la política europea? ¿Es que quizá no hay alternativa a la política de
austeridad?
En primer lugar, es cierto que la presión procedente de Alemania y de las instituciones europeas para aplicar este tipo de políticas es muy fuerte. Aunque también creo que en realidad el gobierno de Rajoy –y los intereses a los que representa- confía de verdad en las bondades de esta política. La “presión” europea y la propia crisis se acaban convirtiendo en una extraordinaria oportunidad para aplicar un programa máximo que en otras circunstancias hubiera encontrado más resistencias –reforma laboral, privatizaciones, pensiones, drástica disminución del estado de bienestar y los servicios y derechos sociales, reducción del número de empleados públicos-. Si bien el margen de maniobra de los gobiernos nacionales se estrecha claramente por las políticas dominantes en Europa, no lo elimina por completo, ni vemos tampoco en nuestras autoridades planteamientos realmente críticos con estas políticas –más allá de meras declaraciones cosméticas a favor del crecimiento, o la negociación de aplazamientos de unas décimas, unos meses, de los objetivos de ajuste presupuestario-. La esencia del planteamiento de política económica es compartida, por lo que no deberíamos eximirle de responsabilidad por la supuesta imposición “desde Europa/Alemania”.
En segundo lugar, claro que se pone en cuestión la política europea,
aunque desde luego no en los entornos oficiales o en las páginas de “The
Economist”, pero sí en otros foros, como esta misma publicación. También ha
surgido un buen número de redes europeas (Euromemorandum, Economistas Aterrados
en Francia, Economia e Politica en Italia, EconoNuestra en España, o la
recientemente creada Progressive Economists Network a nivel europeo). No sólo
para criticar las políticas de austeridad, sino también ofreciendo vías
alternativas.
Por ejemplo, la idea de una “austeridad expansiva” que se ha defendido
desde Bruselas, el BCE o los gobiernos nacionales fue criticada desde el
principio, señalando que los efectos multiplicadores negativos de estas
políticas serían mucho más elevados de lo que se predecía –como se ha confirmado-
y que esto imposibilitaría incluso cumplir los objetivos de déficit público y
de reducción de la deuda. Más aún, los propios efectos negativos sobre el
crecimiento desestabilizarían aún más los mercados de deuda, ya que se
acrecentarían las dudas sobre la capacidad de devolución de las deudas por la
merma de la recaudación fiscal. En estas circunstancias, el “hada de la
confianza” a la que parecían encomendarse los partidarios de estas políticas
nunca aparecerían.
También se ha rechazado que lo que se necesite en Europa es endurecer
las normas de disciplina presupuestaria, como se hace a través del “Pacto
Fiscal” y la introducción de límites al déficit y la deuda en las
constituciones nacionales. No sólo es que la crisis no sea el resultado de la
laxitud fiscal, sino que además el objetivo concreto que impone este acuerdo es
imposible de cumplir –no sólo en las circunstancias actuales, también a medio
plazo- está en contradicción con la teoría económica y generará un fuerte sesgo
recesivo en la economía europea. Por eso, numerosos economistas europeos
pedimos que este Pacto no se ratifique –como sí ha hecho ya el Parlamento
español, con el acuerdo de los partidos mayoritarios y la única oposición de la
izquierda alternativa-.
Para que las políticas fiscales puedan tener un signo diferente y
apoyen a la recuperación es imprescindible además que se den algunos cambios
importantes. El primero es que el BCE abandone su política actual y anuncie
claramente su intervención “incondicional” en los mercados de deuda para
asegurar un coste razonable de la financiación de la deuda para los países que
actualmente tienen problemas. No hay motivos importantes para que no lo haga, y
como ha quedado de manifiesto en los últimos meses basta una simple declaración
en este sentido del BCE para que las primas de riesgo se estabilicen (quizá
sólo temporalmente si no se cambian las políticas). Lo que no tiene sentido es
que esto se haga condicionado precisamente a que se continúe con la política
cuyos efectos negativos quieren evitarse (los recortes presupuestarios). El
segundo es una reforma en la fiscalidad en un sentido más progresivo (rentas
del capital, grandes fortunas, sociedades, transacciones financieras)
restituyendo la capacidad de recaudación de los estados que se deterioró con
las reformas regresivas que se pusieron en marcha en los años anteriores a la
crisis. En parte, esta es una actuación que puede llevarse a cabo desde los
gobiernos nacionales, y en parte debe hacerse coordinadamente en Europa. El
tercer cambio es avanzar en la dirección de una verdadera política fiscal
europea como complemento a la política monetaria común. Pero esto no tiene nada
que ver, por supuesto, con la “unión fiscal” que se impulsa ahora mismo.
Otro aspecto de las políticas europeas cuyo cambio se propone tiene
que ver con la forma en que se deben resolver los desequilibrios por cuenta
corriente. Básicamente, la visión predominante atribuye estos desequilibrios al
comportamiento inadecuado de los países con déficit (excesivos gasto, excesivos
salarios, endeudamiento como manifestación de vivir por encima de sus
posibilidades) mientras que los superávits son una demostración de virtud
(disciplina fiscal y salarial, competitividad, eficiencia). Lo que se impone,
por tanto, es la aplicación de estrictos programas de ajuste estructural,
recortes de gasto y devaluación salarial en la periferia. Sin embargo, si estos
programas logran al final corregir los déficits por cuenta corriente será sólo
a través de la contracción global de la renta y un aumento del desempleo, que
incluso podrá en peligro el pago de las deudas acumuladas. Una interpretación
alternativa de los desequilibrios por cuenta corriente pondría el acento más
bien en las políticas de contracción de la demanda interna y de los salarios en
el centro (no olvidemos que en los años de aparición de estos desequilibrios
Alemania es uno de los países en los que se registra menos crecimiento, mayor
aumento del paro y de la precariedad laboral, y menor crecimiento de los
salarios) en el funcionamiento inadecuado de la unión monetaria, que refuerza
los desequilibrios en vez de corregirlos, y en la financiarización. Por tanto,
se debe apostar por una salida en el sentido contrario a la actual, en la que la
aplicación de políticas de demanda y de crecimiento salarial más expansivas en
el núcleo de la unión monetaria permita superar los desequilibrios aumentando
la renta, no reduciéndola. Esto debe lograrse, además, corrigiendo el deterioro
en la distribución de la renta de los años previos a la crisis, no agravándolo.
No puede olvidarse tampoco que la UE no es un espacio homogéneo o en
el que todos los países cuenten con las mismas capacidades productivas. Al
contrario, las últimas décadas se han caracterizado por la consolidación, y
aumento, de las diferencias en las especializaciones productivas entre países.
Específicamente, la concentración de actividades manufactureras de mayor
densidad tecnológica ha crecido, a favor de los países centrales y en contra de
los periféricos. Esto también es sin duda una parte importante de la
explicación de los desequilibrios actuales dentro de la zona euro; es más, como
estas diferencias no tienden a eliminarse espontáneamente, sino a reforzarse,
si no se aplican políticas económicas que las corrijan serán una restricción
permanente al crecimiento de las economías periféricas.
Por último, tanto el enfoque sobre los problemas del sector financiero
como el tratamiento dado al elevado endeudamiento (mayoritariamente privado,
ahora también público en algunos casos) deben ser modificados. En primer lugar,
aunque la crisis no es sólo financiera, el proceso de financiarización de la
economía y la desregulación llevada a cabo en las décadas anteriores sí ha
contribuido a generar los desequilibrios actuales y sobre todo ha facilitado la
extensión de la deuda como mecanismo para compensar la insuficiencia de la
demanda. Por tanto, son necesarios una nueva regulación, más estricta, de las
finanzas y una mayor atención de los bancos centrales a los problemas de
estabilidad financiera, mucho más necesaria que su actual obsesión por la
inflación. En segundo lugar, el tratamiento que se ha dado a las crisis
bancarias y al problema de la deuda ha consistido hasta ahora en socializar las
pérdidas y en garantizar a los acreedores la devolución de las cantidades
prestadas, aun a costa del sacrificio de los deudores. ¿Pero es que acaso los
bancos no “prestaron por encima de sus posibilidades”?, ¿no deben asumir esa
responsabilidad?
En definitiva: las políticas actuales son discutibles y discutidas
ampliamente por un buen número de economistas europeos, y existen alternativas
técnicamente viables. Cualquier gobierno nacional con una visión alternativa
debería empezar por poner encima de la mesa un diagnóstico alternativo al
actual y mostrar sus propias contradicciones internas. El cambio fundamental es
político y tiene que ver con deshacer la inversión de las prioridades que
actualmente caracteriza la política económica: el centro de estas prioridades
no puede ser reducir el déficit público, sino la creación de empleo decente. No
es wishful-thinking: sabemos cómo podría hacerse.
3. Muchos reconocen que la
austeridad no basta, pero el crecimiento y el empleo empezarán a responder
cuando las reformas estructurales – en especial facilidades y abaratamiento del
despido, reducciones salariales, privatización servicios públicos y reforma de
las pensiones – comiencen a dar resultado, impulsando la productividad. ¿Es un
punto de vista correcto o, como temen muchos, las llamadas reformas
estructurales se ponen en marcha ante todo como instrumento de destrucción de
las garantías legales y colectivas del trabajo y para la disgregación del
Estado social?
Como ya he dicho en las respuestas anteriores, no comparto desde luego
esta afirmación. No es que “no baste” con las políticas de austeridad; es que
las políticas de austeridad “son contradictorias” con la recuperación y el
crecimiento. Deben abandonarse, no complementarse. ¿Cómo es posible hablar de
políticas de estímulo al crecimiento a la vez que se defiende el mantenimiento
de los recortes que han causado la segunda recesión?
Los problemas actuales de la economía europea no son de crecimiento
potencial a largo plazo, sino de demanda agregada a corto plazo. Pero es que
además el paquete “austeridad + reformas estructurales” es destructivo porque ambas
medidas se refuerzan en dos direcciones muy concretas. En primer lugar, las dos
políticas están dando lugar a una mayor polarización social y sirven a los
intereses de grupos sociales muy determinados. Los recortes de gastos en
servicios sociales se complementan con la pérdida de derechos sociales con que
siempre van acompañados estos programas de “reforma estructural” (derechos
laborales, negociación colectiva, pensiones, copagos sanitarios,
privatizaciones, etc.). En segundo lugar, este tipo de reformas, al aplicarse
en plena recesión, ahondan sus efectos más negativos. El mejor ejemplo es la
reforma laboral. Se justificaba con la pretensión de que los empresarios
recurrirían menos al despido y más a la flexibilidad interna para hacer frente
a las dificultades, o que la contratación indefinida ganaría peso frente a la
temporal. Después de un año de aplicación, los resultados son evidentes: por
cada punto de caída en el PIB se ha destruido más empleo que en la recesión de
2009, ha aumentado el número de trabajadores afectados por despidos colectivos
y se han reducido las indemnizaciones, y por supuesto no ha aumentado la
contratación indefinida. Sin contar con lo que difícilmente se percibe en las
estadísticas, pero sí en la vida cotidiana de las empresas: inseguridad, temor
al despido, aceptación de peores condiciones de trabajo. Eso sí, los salarios
nominales se han congelado, lo que de nuevo agrava los problemas de falta de
consumo y dificulta los pagos de las hipotecas. Y vuelta a empezar. ¿Será
verdad que la reforma laboral ha sido demasiado tímida y por eso estamos en
esta situación? Ya lo escuchamos.
Por supuesto, lo anterior no quiere decir que sólo hagan falta medidas
por el lado de la demanda, pero las que hacen falta por el lado de la oferta
son otras muy distintas, y se complementarían muy bien con una política de
inversiones públicas que, ahora sí, favorecería además la recuperación. Inversiones
en tecnología, educación e infraestructuras que permitan resolver las
debilidades de la especialización productiva en países como España a las que
hacía mención en la pregunta anterior. Políticas estructurales que son
incompatibles con los recortes actuales.
Por último: la apelación a que los resultados se verán a largo plazo
no debería ser aceptada. Los problemas del desempleo no pueden esperar a una
respuesta a largo plazo. Además, si la reforma laboral tendrá efectos positivos
en el empleo “cuando la economía se recupere”, ¿para qué hacía falta? España ya
creó (mucho) empleo en la anterior expansión, aunque precario y de muy baja
calidad. Por último, esperar los resultados a largo plazo sin ni siquiera
cuantificarlos o establecer periodo alguno es, en el fondo, eludir la
responsabilidad política. ¿Quién ha evaluado los efectos de las innumerables
reformas laborales que se vienen aplicando en España desde los años 80, siempre
con la misma inspiración?, ¿no tienen nada que ver en el 25% de desempleo? Si
es así, ¿por qué habría que esperar que la actual tuviese algo que aportar a su
reducción? Y mientras tanto, ¿quién responde de los 6 millones de parados?
Jorge Uxó
Profesor de la Universidad de Castilla – La Mancha (España)
Miembro del colectivo EconoNuestra
No hay comentarios:
Publicar un comentario