miércoles, 11 de diciembre de 2013

ITALIA ¿FINAL DEL PARTIDO?









Como bien conocen los lectores de la blogosfera de Parapanda, el domingo pasado, 8 de diciembre, casi tres millones de italianos han participado en unas elecciones primarias para elegir al que sería el secretario general del Partido Democrático. La victoria de Matteo Renzi, alcalde de Florencia y candidato derrotado en las primarias celebradas hace un año en el mismo partido, ha sido arrolladora: El 68,7 % de los electores le ha votado. Frente a su candidatura, la que propiciaba el aparato del PD – Gianni Cuperlo – o la de los sectores más reformistas del PD – Pipo Civatti – no han llegado a representar ni al tercio de quienes se sienten representados por el PD (18 y 14 % respectivamente). 

La elección se ha realizado en un contexto político turbulento. El Tribunal Constitucional italiano ha declarado inconstitucional la ley electoral conforme a la cual se habían realizado las últimas elecciones, lo que obliga al parlamento italiano – constituido por tanto ilegítimamente – a reformar la ley electoral y convocar nuevas elecciones. El “premio de mayoría” que establecía el sistema de elección – el denominado porcellum – se considera contrario al principio del pluralismo político y a la representación proporcional de los partidos. Es una sentencia que no ha sido comentada entre nosotros como se debiera y que sin duda consistirá un interesante elemento de juicio para valorar iniciativas “internas” de reformas electorales autonómicas, como la que se impulsa el Partido Popular en Castilla La Mancha para imponer un umbral mínimo de acceso a la representación política oscilante entre un 15 y un 18%. Es una situación insólita en democracia, puesto que afecta directamente a la forma de representación popular, que ha sido por tanto subvertida en sus garantías constitucionales. 

Esta declaración de inconstitucionalidad ha dado lugar por tanto a que se reabra un amplio debate sobre el proyecto de representación política que debe permitir un sistema electoral. Desde hace veinte años, el hundimiento de los partidos clásicos democristiano y socialista y la emersión de Forza Italia berlusconiana, había llevado a un cierto consenso en torno a un “bipolarismo” entre izquierda y derecha que debería tener su reflejo en el procedimiento electoral para permitir mayorías estables en torno a uno u otro polo, acabando así con el sistema proporcional puro que beneficiaba el pluralismo pero fragmentaba la representación parlamentaria y favorecía por tanto crisis de gobierno y mayorías parlamentarias exiguas puestas en peligro por la atomización de los partidos políticos con representación parlamentaria. El debate se replantea ahora con nuevos defensores y detractores. En el Partido Democrático, Renzi, como Prodi, son partidarios de un sistema electoral que promueva una polaridad izquierda-derecha, D’Alema sin embargo opta por volver al sistema proporcional.

Pero la deslegitimación del parlamento italiano que lleva consigo la decisión del Tribunal Constitucional ha dado lugar a la exasperación de las posturas populistas que se sitúan fuera de ese esquema “bipolar”. La remoción - ¡al fin! – de Berlusconi y su expulsión del Senado en aplicación de una de las sentencias de condena de su actividad criminal permanente (y polivalente) de extorsión y cohecho, ha agitado el mapa de la derecha política y ha excitado la vertiente populista más agresiva del líder, que ahora insiste en el carácter ilegítimo del parlamento que le ha expulsado. Beppe Grillo, por su parte, reivindica que no puedan ser considerados diputados los 149 elegidos  - del PD y de SEL - con el “premio de mayoría” y abre una especie de caza al periodista hostil que critique sus planteamientos en su página web. Esta iniciativa ha sido muy criticada, incluso por apoyos notables al Movimiento 5 Stelle como el que presta Dario Fo.

En ese contexto, por tanto, el resultado de las primarias del principal partido italiano, exponente del centro izquierda y heredero del partido comunista más grande e influyente de la Europa occidental, plantea tantas interrogantes como reflexiones. Debe dejarse de lado la propia “técnica” de unas primarias abiertas que son capaces de atraer a casi tres millones de ciudadanos y ciudadanas – los votos obtenidos por el PD en las elecciones de febrero de 2013 fueron un poco más de diez millones, es decir, que participan en las primarias casi un tercio de los votantes – porque la constatación de este hecho hace que las experiencias que existen en España se vean como manifestaciones de extrema debilidad de la participación política nacional. 

Las interrogantes se centran más bien en la escisión que las primarias han exteriorizado entre la militancia y el aparato del Partido Democrático y sus votantes o si se quiere, los ciudadanos que activamente se adhieren a la idea de la política dirigida e interpretada por un partido reformista que aspira a ser mayoritario. La militancia estricta del PD ha sido desbordada. El triunfo aplastante de Renzi se apoya en el cambio generacional – el mismo ha nacido en 1975 – y en el apartamiento definitivo de la vieja capa dirigente del PD que es heredera de la lucha antifascista y que ha protagonizado la larga marcha de la transformación del PCI en PDS primero y posteriormente en el Partido Democrático. Es un sentimiento muy extendido entre la ciudadanía el de que la casta de los políticos, y entre ellos desde luego los dirigentes del PD, son una de las causas primarias de la decadencia económica y social de Italia y qe por tanto conviene desembarazarse de esta. Es un sentimiento que ha explotado muy bien el Movimiento 5 Stelle, y que encarna a la perfección la célebre frase de Renzi según la cual la capa dirigente de la política es un material inservible que debe enviarse al chatarrero. En su discurso de celebración de la victoria en las primarias, el alcalde de Florencia lo dejó muy claro. No es el fin de la política, es el fin de la clase política que ha dirigido el partido hasta ahora. Ese es el principal objetivo, el cambio de gobierno es secundario.

 Se supone que es un propósito que no se llevara a cabo sin resistencia interna. D’Alema ha hablado de una posible desafiliación silenciosa y masiva de militantes, la izquierda espera impaciente ese hecho para poder formar, sobre los retazos de los abandonos y el mosaico de grupos de izquierda, una formación política al estilo de las que la crisis y la política de austeridad ha hecho emerger con cierto peso electoral – no decisivo, sin embargo – en tantos países de Europa.

Esta tendencia regeneracionista no es antipolítica, sino que pretende una sustitución de los valores y de las personas basada en la nueva percepción de la realidad que da el hecho de pertenecer a una generación que no ha conocido la resistencia antifascista pero tampoco el otoño caliente. Una generación más “globalizada” que se identifica más con la libertad de movimiento o con los derechos civiles y la lucha contra la discriminación sexista o racial. El discurso de Renzi es vivaz, retórico y efectivo. Se fundamenta en las subjetividades difusas del empresario y del trabajador, pero no incorpora una lógica de empresa ni un argumento sindical. Da confianza y transmite un mensaje positivo de confianza y de potencia desperdiciada o clandestina de tantos ciudadanos que no han sido interpretados por la política y el partido que aspira a representarlos. Renzi insiste en que la política y el reformismo no tiene por qué ser aburridos, y que hará que los italianos abandonen el hastío frente a la vieja manera de hacer política. En su  discurso sin embargo no hay apenas indicaciones del proyecto de reforma que va a sostener salvo alguna referencia interesante sobre la importancia de la educación y la  disminución de los gastos que rodean la actividad política y los estipendios de los parlamentarios. El resto es una preceptiva de ilusiones y de autoestima colectiva para aquellos italianos e italianas que son idóneos para afirmar un crecimiento y una riqueza social no sólo económica sino social y política que recobre un puesto importante en el contexto europeo. 

Este discurso se confronta directamente con la forma-partido como sujeto clásico de la política, que controlaba de forma monopolista el espacio público. Los resultados de las primarias han generado un inmenso potencial desestabilizador de las estructuras internas del PD,  dando  la razón a un libro desencantado de Marco Revelli cuyo título se ha incorporado a este post: Finale di partito ( Einaudi editore, Torino, 2013, 10 €).  En él se describe la mutación del tradicional protagonista de la democracia, el partido político, que transforma su naturaleza en el marco de una clamorosa crisis de confianza, una cierta “contra-democracia” que se opone a la llamada “democracia de partidos”. Y en efecto la derrota del “aparato” tiene que ver con la imposible subsistencia de un partido de masas en torno a una militancia activa, que se remplaza por un espacio de comunicación fundamentalmente gestionado a través de los mass media.  A su través se establece una relación directa entre los ciudadanos y sus intereses difusos relacionados con sus posiciones en el espacio de la distribución y no definidos en razón de su carácter subalterno en un espacio de dominio gestionado por un poder privado que se extiende a partir del trabajo sobre toda su existencia social.

Por consiguiente, en el discurso que ha ganado las primarias del PD el trabajo no encuentra la centralidad con la que tradicionalmente había venido siendo recogido en la tradición comunista primero y socialista – democrática posterior. El sindicato, ante todo la CGIL, no es considerado por el vencedor de las primarias del PD como una entidad “amiga”. Y viceversa, la dependencia extrema que la CGIL ha mantenido respecto del PD dirigido por Epifani, ha hecho que el sindicato no confíe en el nuevo rumbo del PD dirigido por Renzi y sienta una vez más que se abre un vacío ante sus pies debido a la carencia de feeling y de contacto institucional con el nuevo equipo dirigente. No hablemos de la FIOM-CGIL y su fuerte confrontación con el modelo FIAT de relaciones laborales que implica el ostracismo y la exclusión de cualquier proceso negocial de un sindicato de representatividad desbordante en la empresa. Este sindicato sin embargo se sitúa en un espacio de repolitización del trabajo que no encuentra  correlación política ni un territorio de contratación.

Ese alejamiento del trabajo como centro de la regulación social se manifiesta de forma crítica en torno al problema de la representación política del trabajo que, en cuanto tal, no está asegurada y ni siquiera indicada por el equipo de gobierno vencedor en las primarias. Este es posiblemente uno de los elementos más decisivos en la transformación del PD y su relación con el sindicato, debilitado en su proyecto de liberación del trabajo y de asignación de derechos directamente ligados a la condición de ciudadanía. 

Es cierto que este no es solo un problema italiano sino que se despliega en cualquier reflexión sobre los proyectos de reforma social que necesariamente tienen que referirse al papel y a la relevancia que éstos asignan al trabajo en el diseño de la sociedad que se pretende. Pero el trabajo posiblemente ya no tiene el sentido ni la función que asumía en la crisis del fordismo, está cambiando de forma acelerada y fundamentalmente se disocia de la forma en la que se institucionaliza, de la manera en la que se sitúa en el ordenamiento jurídico y en la regulación que éste hace de él. El trabajo real se escapa del molde institucional, tiene dificultades para ser encuadrado en el programa de acción del sindicato, y no tiene ninguna relevancia política, separado de la condición de ciudadano y disuelto en una nueva abstracción formal de una serie de individualidades marcadas profesional y económicamente por un interés difuso en la progresión material y del conocimiento que requieren un cierto espacio público relativamente desmercantilizado que permita una redistribución de rentas en un sentido compensatorio que reequilibre la condición social de origen. Pero sobre esto deberíamos seguir discutiendo mucho más en adelante.

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