Antes del verano la editorial El Acantilado publicó un
denso volumen de memorias de Ilià Ehrenburg, con el título “Gente, años, vida (Memorias 1891 – 1967)”. En
siete libros y en lo que parece ser por primera vez una versión íntegra, se
ofrecen al lector, en la traducción de Marta Rebón, más de dos mil paginas
de narración de una vida que comienza a finales del siglo XIX y se despliega
durante el posterior a lo largo de dos guerras mundiales, la revolución y la
construcción del socialismo en un solo país, la guerra fría y el movimiento por
la paz. Es un libro apasionante no sólo por lo que narra, sino por la especial
mirada que muestra sobre lo narrado, no habitual en las historias sobre esta
parte de la historia. Ehrenburg
habla desde el Este, es un ciudadano soviético que explica e interpreta el
curso de las cosas desde esta posición, a lo que no está acostumbrado el lector
occidental.
La gente de mi generación
seguramente recuerdan dos libros de Ilià Ehrenburg que se publicaron con
ocasión del boom editorial de la
transición política y postrimerías. Era su recopilación de artículos sobre la
España de la II República que llevaba por título, de forma sarcástica, el
enunciado de la Constitucion de 1931, España,
república de trabajadores, que publicó en 1976 las llamadas “Ediciones
Hispanoamericanas”, y luego en 1979 la Editorial Júcar, con portadas
diferentes. Hoy la obra puede comprarse en la edición de la editorial Melusina
(2008) en cualquier página de libros. El tono y el estilo eran inolvidables, y
es un libro que sirvió para confrontar el desarrollo democrático republicano
con una realidad social de un clasismo atroz, con las fuertes presencias
autoritarias de la Iglesia y el ejército, que preludiaban una polarización del
conflicto en términos fundamentalmente de clase como así se comprobaría
dramáticamente en 1936. El segundo libro, menos leido en la época, fue una
novela, la de las aventuras de Julio
Jurenito y sus discípulos, que hace un año re-editó la siempre inteligente
firma editorial Capitán Swing y en la
que Ehrenburg abordaba de forma
sarcástica todos los dogmatismos de entre guerras, en un estilo plenamente
desenfadado, en lo que entonces nosotros pensábamos que era típico del
vanguardismo ruso, aunque sólo conocíamos a Maiakokovski en la
antología imprescindible de Visor, y ni siquiera habíamos podido leer la
traducción de Margarita y el maestro de
Bulgákov. Leyendo hoy las memorias
de Ehrenburg se puede comprobar que
el florecimiento de tantos y tantos poetas, novelistas y autores teatrales en
la Rusia revolucionaria no ha tenido prácticamente seguimiento ni repercusión
en las traducciones al español. E incluso en los casos que fueron traducidos,
su repercusión en términos culturales ha sido mínima.
Una debilidad literaria por el
autor, por consiguiente, que era a la vez periodista, novelista y poeta, y que
había vivido el cambio de época más importante después del tránsito de la
modernidad a finales del siglo XVIII. El cual contempla y describe en primera
persona los acontecimientos más relevantes y las personas más señaladas del
siglo XX en los que participó y a las que conoció, trató y en muchas ocasiones,
tuvo como amigas.
Ehrenburg nació en 1891 –
le gusta repetir que él forma parte del grupo de personas “del siglo pasado” –
fué compañero de estudios y de actividades clandestinas con Bujarin y es encarcelado y deportado a
los 17 años a Paris, donde estaba Lenin.
En las memorias desfila la vida en Paris y en la bohemia de pintores y artistas
hasta el estallido de la primera guerra mundial, el desarrollo de ésta y la
revolución rusa, los años 20 y 30 a lo largo de toda Europa, pero el elemento
central que va caracterizando esta etapa de entreguerras es el crecimiento del
fascismo y la necesidad – no lograda entonces – de enfrentarse a él y
derrotarle. La guerra de España es un hito clave en esta encrucijada, pero la
derrota de las fuerzas populares se acompaña de otros momentos terribles no
sólo para el autor, sino para la revolución y el socialismo: la gran purga de
1938, que se lleva por delante a varios amigos del autor – Meyerhold, Bábel, Chlénov, Bujarin – y el pacto germano-soviético
de 1939-41.
La invasión de Rusia por las tropas
nazis y la resistencia terrible por el coste en vidas y en bienes del pueblo
ruso, es el momento en el que Ehrenburg despliega
una actividad infatigable como periodista denunciando la acción criminal, el
racismo y el genocidio de los invasores. La victoria de los aliados y la
efímera unión de los mismos deja paso al inicio de la guerra fría, las
últimas purgas de Beria de 1948, la
muerte de Stalin y el deshielo – título por cierto que proviene de la novela de
Ehrenburg – y el gran desarrollo del
movimiento por la paz en la década de los cincuenta. Las memorias acaban
realmente con el inicio del gobierno de Jruschov,
entre 1959 y 1962. El autor muere en Moscú en 1967.
En Gente, años, vida, se intercalan las historias sobre la historia
con los retratos de los personajes históricos que se incrustan como medallones
en los procesos sociales que se describen. Existen referencias amplísimas a la
literatura rusa clásica y moderna, a la poesía, a la producción artística y en
especial a la pintura, el teatro y el cine. Grandes nombres de poetas apenas
conocidos, obras cuyo argumento es bien sugerente, muchos versos felizmente incorporados al
texto de las memorias, cuadros, decorados, guiones de cine. Pero lo que se
desprende es la incomunicación extrema del ámbito cultural en español respecto
del espacio cultural soviético de la revolución y de las vanguardias de la
primera generación, como también de la que eclosiona tras la segunda guerra
mundial. El anticomunismo se proyecta también y especialmente sobre un ámbito
en el que la libertad de creación era especialmente intensa, y que trascendía
el estricto ámbito social y colectivo de la expresión literaria, como
dramáticamente atestiguan los escritores y poetas presos, deportados o
asesinados por el régimen estalinista.
Lo que sobresale de estas memorias
es la reivindicación de dos grandes líneas fundamentales. El antifascismo y el
pacifismo como señas de identidad del trabajo cultural del autor. Antifascismo
como expresión no sólo del desarrollo agresivo del capitalismo frente al avance
del socialismo, sino como ejemplo de la brutalidad del ser humano, de la
irracionalidad de las clases dirigentes y de la ideología que les alimenta, de
la violencia del dominio sobre las personas. El antifascismo se recrudece como
antinazismo ante la invasión de Rusia y como antisemitismo cruel y sanguinario.
Ehrenburg obtuvo un protagonismo
enorme en la guerra como propagandista antinazi y fue vituperado frecuentemente
por el mando alemán por su doble condición execrable de judío y comunista. Se
le acusó de incitar a los soldados rusos a violar a las mujeres alemanas, y
esta afirmación, que el autor desmiente rotundamente en sus memorias,
explicando quien y cómo la propagó como contrapropaganda nazi, se puede todavía encontrar repetida por
algunos autores, formando parte de la campaña antisoviética de la guerra fría. La
lucha contra el antisemitismo le llevó a involucrarse en la creación de una
Alianza Antifascista Judía, con incidencia importante en USA, y junto con Grossman y un equipo de colaboradores
realizó el Libro Negro en el que documentaron las
masacres de los nazis respecto a los judíos rusos. Es ésta una obra
escalofriante que puede leerse en español precisamente en una traducción de la
misma editorial El Acantilado, que
sin embargo fue censurada en Rusia cuando estaba a punto de ser publicada, en
1948, en el marco de una condena al “cosmopolitismo” contrario al “espíritu
ruso” – del que fue acusado el propio Ehrenburg,
desde luego – que ocultaba a duras penas una purga antijudía llevada a cabo
por el último estalinismo que protagonizó Beria.
El segundo vector que se proyecta en
la actuación de Ehrenburg ya maduro
es su compromiso por el movimiento por la paz. En un contexto de guerra fría y
de escalada de violencia y de tensiones, cuando las poblaciones europeas y
americanas estaban siendo arrastradas por la propaganda respectiva a la guerra
atómica, la movilización contra ésta, por el desarme y la desnuclearización,
por la paz, era un esfuerzo considerable. Fundamentalmente porque, como se
sabe, el movimiento quería ser transversal a oriente y occidente, contaba con
personalidades religiosas, profesionales, artistas y científicos, pero fue
siempre denunciado por la prensa occidental como una maniobra del comunismo. El
Congreso de la Paz en Paris, en 1949, fue calificado como hábil maniobra de
Moscú, como un “lema comprensible por todos” que favorecía a los comunistas. La
actuación de Ehrenburg en el
movimiento, su continuo activismo en la paz, son narrados de forma muy sentida
en su recuerdo. Viéndolo desde hoy, sorprende que la reducción del pacifismo a
la condición de táctica militar del enemigo para debilitar las defensas propias
en una guerra no formalmente declarada, sea aún un rasgo cultural del
capitalismo occidental que desde luego se manifiesta durante toda la década de
los años cincuenta, pero que luego continuará en el movimiento anti-guerra de
Vietnam, o en las posteriores contiendas locales que se han ido generando. A
partir de 1989 y la caida del régimen soviético, el pacifismo ha dejado de
asociarse al enemigo rojo, pero sigue siendo presentado a la opinión pública
como un signo de debilidad y de infliltración del enemigo que impide la
victoria del bando partidario de la libertad y del orden. La última gran onda
pacifista contra la guerra de Irak fue condenada en estos términos.
Tras la muerte de Stalin – y el
capítulo que dedica a este punto es especialmente interesante (pp. 1793 ss.) –
comienza el “deshielo”. El estado de choque que produjo el informe del XX
Congreso del PCUS no sólo en Rusia sino en todos los paises europeos, fue
impresionante. La crónica de Ehrenburg no
es muy piadosa con la burocracia que recoge la herencia estalinista y en
especial la figura de Jurschov, sus
posteriores elogios del estalinismo ante Mao,
su concepción estrecha del socialismo. Comenzaron las “rehabilitaciones” de los
escritores fusilados o deportados, pero también las “orientaciones” sobre las
formas de escribir y las “buenas” y “equivocadas” obras, un “estilo de trabajo
burocrático” que Ehrenburg considera
con razón inadmisible. De hecho había sido considerado siempre un “compañero de
viaje”, criticado como un miembro “de derechas”, un novelista pequeño burgués,
decadente, “cosmopolita”. Pudo por tanto haber sido víctima él también del
destino de tantos de sus amigos, pero tuvo suerte – en las memorias confiesa
que no sabe explicar por qué – y, como tantos otros, sobrevivió y pudo luchar
como ciudadanos soviético por sus ideales de socialismo y comunismo mientras
desarrollaba su tarea artística y literaria.
Esta ambivalencia de Ehrenburg – entendiendo por tal la
defensa del estado soviético pese a los crímenes del estalinismo - parece que
irrita incluso a la editorial que le publica. En efecto, en la solapa de
presentación, el autor es presentado como un esbirro estalinista. “Colaboró sin
reservas con el régimen soviético” (…) “relevante periodista oficial” (…) “describió
a Stalin como un capitán que permanece junto al timón”, en suma unas memorias
que “no dejan de ser los recuerdos de alguien que, en su relación con los más
relevantes intelectuales europeos, inentó atraerlos a la propaganda del
comunismo”. Anticomunismo burdo que no se corresponde con el contenido de las
memorias y que se impone al propio sentido comercial del libro, puesto que con
esta presentación es previsible que los lectores no se sientan muy atraidos por
la obra.
Que sin embargo, como se puede
comprobar, es extraordinariamente interesante y de lectura absorbente. Al final
de la misma, se incluye un índice onomástico muy completo. Se echa de menos tan
sólo una lista de libros del autor traducidos al castellano. Da muchas ganas de
seguir leyéndole.
GENTE, AÑOS, VIDA. (MEMORIAS
1981-1967). Ilià Ehrenburg. Traducción de Marta Rebón. El Acantilado,
Barcelona, 2014. 2058 pp.. 55€
3 comentarios:
Esta misma noche empezaré a leerlo. Gracias por la recomendación. Giuliano.
Javier Aristu Imagino que ha sido un verano denso...dos mil páginas suponen valor en pleno agosto. Imagino que has disfrutado. Yo leí hace meses la autobiografía de la viuda del poeta Mandelstam: me conmocionó. Habla de Ilya y no muy bien que digamos. ¡Qué siglo, joder!
Joaquín Painceira ¡Qué curioso! creo que hemos coincidido en esta lectura de verano (nada barata por cierto)
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