Se cumplen cien años del asesinato de Jean Jaurès, socialista, pacifista y antimperialista que tuvo una gran influencia en su tiempo como polo de referencia político que unía el republicanismo radical y el socialismo. En el socialismo español de la época tuvo poca influencia en gran parte por la animadversión de Jules Guesde y del propio Lafargue. Sus obras no son traducidas ni citadas, dentro de la tradición de un socialismo republicano radical que hoy podría resultar muy interesante conocer y popularizar. Fue asesinado por oponerse a la guerra mundial concebida como guerra imperialista, por mostrarse claramente contrario a que la clase obrera europea se dejara morir en los campos de batalla como forma de obtener la hegemonía en los mercados coloniales de unos u otros imperios. Lo asesinó un estudiante de extrema derecha, del partido Acción Nacional, que fue absuelto por los tribunales al acabar la guerra. Una infamia más del sistema. En la red hay datos más que suficientes para familiarizarse con el personaje, pero en este blog hemos elegido la semblanza que de él realizó, sólo un año después de su muerte, alguien tan significativo como León Trostky. Este es el texto, bien interesante.
Jean Jaurès
por León Trotsky
Escrito:1915 [Reedición
rusa de 1917]
Primera Edición: Kievskaïa Mysl, 1915
Digitalización: Germinal
Fuente: Archivo francés del MIA
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2001
Primera Edición: Kievskaïa Mysl, 1915
Digitalización: Germinal
Fuente: Archivo francés del MIA
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2001
Han pasado tres años desde la muerte del más grande de los hombres de la Tercera República. El torrente furioso de los acontecimientos que se produjeron tras esta muerte no ha logrado oscurecer el recuerdo de Jaurès y sólo ha conseguido desviar parcialmente la atención de él. En la vida política francesa hay un gran vacío. Aún no han surgido los nuevos jefes del proletariado que reclama el carácter del nuevo período revolucionario. Los viejos no hacen más que recordar con énfasis que Jaurès ya no existe...
La guerra ha desplazado a un
segundo plano no sólo a figuras individuales sino a una época entera: la época
en que se formó y maduró la actual generación dirigente. Esta época, que ya
pertenece al pasado, cautiva nuestro espíritu por el perfeccionamiento de su
civilización, el desarrollo ininterrumpido de su técnica, de la ciencia, de las
organizaciones obreras, y al mismo tiempo parece mezquina por el
conservadurismo de su vida política, por los métodos reformistas de su lucha de
clases.
A la guerra franco-alemana y a la
Comuna de París sucedió un período de paz armada y reacción política en el que
Europa, excepción hecha de Rusia, no conoció ni guerras ni revoluciones.
Mientras que el capital se desarrollaba poderosamente, desbordando el marco de
los Estados nacionales, expandiéndose a todos los países y dominando las
colonias, la clase obrera construía sus sindicatos y sus partidos socialistas.
Sin embargo, durante este periodo toda la lucha del proletariado estuvo
impregnada del espíritu del reformismo, de la adaptación al régimen de la
industria y el estado nacionales. Después de la experiencia de la Comuna de
París, el proletariado europeo no planteo ni una sola vez prácticamente, es
decir de forma revolucionaria, la cuestión de la conquista del poder político.
El carácter pacífico de la época
marcó con su huella a toda una generación de jefes proletarios imbuidos de una
ilimitada desconfianza hacia la lucha revolucionaria directa de las masas.
Cuando estalló la guerra y el Estado nacional entró en campaña con todas sus
fuerzas, apenas tuvo que emplearse para poner de rodillas a la mayor parte de
los jefes "socialistas". De tal manera que la época de la II
Internacional acabó con la quiebra irremediable de los partidos socialistas
oficiales. Unos partidos que aún subsisten, es verdad, pero como monumentos de
una época pasada, sostenidos por la inercia y la ignorancia y... el esfuerzo de
los gobiernos. Pero el espíritu del socialismo proletario los ha abandonado y
están condenados a la ruina. Las masas obreras que absorbieron durante decenios
las ideas socialistas, hoy, en medio de los terribles sufrimientos de la
guerra, adquieren el temple revolucionario. Entramos en un período de
conmociones revolucionarias sin precedentes. Las masas darán a luz nuevas
organizaciones revolucionarias y nuevos jefes tomarán su dirección.
Dos de los más grandes
representantes de la II Internacional han abandonado la escena antes de esta
era de tormentas y caos: Bebel y Jaurès. Bebel murió anciano, tras haber dicho
lo que tenía que decir. Jaurès fue asesinado con apenas 55 años, en su plenitud
creadora. Pacifista y adversario irreductible de la política de la diplomacia
rusa, Jaurès luchó hasta el último minuto contra la intervención de Francia en
la guerra. En algunos círculos se consideraba que la "guerra de
revancha" no podía declararse más que sobre el cadáver de Jaurès. Y en julio
de 1914 Jaurès fue asesinado en la terraza de un café por un oscuro
reaccionario llamado Villain. ¿Quién armó a Villain? ¿Únicamente los
imperialistas franceses? ¿Acaso buscando bien no descubriríamos igualmente la
mano de la diplomacia rusa en el atentado? Esta es una cuestión que se ha
planteado frecuentemente en los medios socialistas. Cuando la revolución
europea dé buena cuenta de la guerra, nos desvelará también, entre otros, el
misterio de la muerte de Jaurès [1].
Jaurès nació el 3 de septiembre
de 1859 en Castres, en ese Languedoc que ha dado a Francia hombres eminentes
como Guizot, Auguste Comte, La Fayette, La Pérouse, Rivarol y muchos otros.
Rappoport, un biógrafo de Jaurès, dice que la mezcla de múltiples razas ha
marcado favorablemente el genio de una región que ya en la Edad Media fue cuna
de herejías y librepensamiento.
La familia de Jaurès pertenecía a
la mediana burguesía y debía librar una lucha diaria por la existencia. El
mismo Jaurès necesitó la ayuda de un protector para acabar sus estudios
universitarios. En 1881, recién egresado de la Escuela Normal Superior, fue
nombrado profesor en el liceo femenino de Albi y, en 1883, pasa a la
Universidad de Toulouse donde enseñará hasta 1885, año en que es elegido
diputado. Tenía solamente 26 años. A partir de entonces se entregará en cuerpo
y alma a la lucha política y su vida se confundirá con la de la Tercera
República.
Jaurès se inició en el Parlamento
con problemas de instrucción pública. "La Justice", entonces órgano
del radical Clémenceau, calificó de "magnífico" el primer discurso de
Jaurès y deseó a la Cámara escuchar frecuentemente "una palabra tan
elocuente y llena de ideas". Más adelante, Jaurès tuvo que dirigir esta
elocuencia contra el mismo Cémenceau.
En esta primera etapa de su vida,
Jaurès sólo conocía el socialismo de forma teórica e imperfecta. Pero su
actividad iba acercándolo cada vez más al partido obrero. El vacío ideológico y
la depravación de los partidos burgueses le repugnaban irremediablemente.
En 1893 Jaurès adhiere
definitivamente al movimiento socialista y rápidamente conquista un lugar
privilegiado entre el socialismo europeo. Al mismo tiempo se convierte en la
más importante figura de la vida política francesa.
En 1894 asume la defensa de su
muy poco recomendable amigo Gérault-Richard, procesado por ultrajes al
Presidente de la República en su artículo "¡Abajo Casimir!". En su
alegato, enteramente subordinado a un objetivo político y dirigido contra
Casimir Périer, se revela la terrible fuerza de un sentimiento activo llamado
odio. Con palabras de revancha fustiga al mismo presidente y a sus predecesores
los usureros, que traicionaban a la burguesía, a una dinastía por otra, a la
monarquía por la república, a todo el mundo y a nadie en particular y no eran
fieles más que a sí mismos.
"Señor Jaurès", le dijo
el presidente del tribunal, "va usted demasiado lejos... equipara la casa
de Perier a un burdel".
Jaurès: "De ninguna manera,
la considero inferior".
Gérault-Richard fue absuelto.
Unos días más tarde, Casimir Périer presentaba su dimisión. De repente Jaurès
ganó mucha estima entre la opinión pública: todos sintieron la tremenda fuerza
de este tribuno.
En el affaire Dreyfuss, Jaurès se
mostró en toda su plenitud. Al principio, como les sucede a tantos en todo
asunto social crítico, se mostró dubitativo e inseguro, influenciable desde la
derecha y la izquierda. Presionado por Guesde y Villain, quienes consideraban
que el asunto Dreyfuss era una disputa de camarillas capitalistas ante la que
el proletariado debía permanecer indiferente, Jaurès dudaba en ocuparse del
asunto. El valiente ejemplo de Zola lo sacó de su indecisión, lo entusiasmó, lo
arrastró. Una vez en movimiento, Jaurès llegó hasta el fondo. El gustaba de decir
de sí mismo: "ago quod ago".
Para Jaurès, el asunto Dreyfuss
resumía y dramatizaba la lucha contra el clericalismo, la reacción, el
nepotismo parlamentario, el odio racial, la ceguera militarista, las sordas
intrigas del Estado mayor, el servilismo de los jueces y todas las bajezas de
que es capaz el poderoso partido de la reacción para conseguir sus fines.
La cólera desatada de Jaurès
abrumó al anti-deyfrusiano Méline, que acababa de recuperar protagonismo con
una cartera en el "gran" ministerio Briand: "¿Sabe usted, dijo,
qué es lo que nos consume? Voy a decírselo bajo mi propia responsabilidad:
desde el inicio de este asunto todos morimos por las medias disposiciones, por
los silencios, por los equívocos, la mentira y la cobardía. Sí: por los equívocos
y la cobardía".
"Él no hablaba, dijo
Reinach, tronaba con el rostro encendido, alzando las manos hacía los ministros
que protestaban mientras la derecha aullaba." Ese era el verdadero Jaurès.
En 1889, Jaurès logró proclamar
la unidad del partido socialista. Pero se trataba de una unidad efímera. La
participación de Millerand en el gobierno, consecuencia lógica de la política
de Bloque de las Izquierdas, la destruyó y, en 1900-1901, el socialismo francés
se escindió de nuevo en dos partidos. Jaurès se puso a la cabeza de aquél que
había abandonado Millerand. En el fondo, por sus concepciones, Jaurès era un
reformista. Pero poseía una sorprendente capacidad de adaptación, especialmente
ante las tendencias revolucionarias de la época. Y en lo sucesivo lo demostraría
en repetidas ocasiones.
Jaurès había ingresado en el
partido, en la madurez, con una filosofía idealista enteramente formada... Pero
eso no le impidió inclinar su poderoso cuello (era de complexión atlética) bajo
el yugo de la disciplina orgánica y tuvo muchas ocasiones para demostrar que no
sólo sabía mandar sino también obedecer. A su regreso del Congreso
Internacional de Amsterdam que había condenado la política de disolución del
partido obrero en el Bloque de Izquierdas y la participación de los socialistas
en el Gobierno, Jaurès rompió abiertamente con la política del Bloque. El
presidente del Consejo, el anticlerical Combres, previno a Jaurès que la
ruptura de la coalición le obligaría a dimitir. Eso no detuvo a Jaurès. Combes
presentó su renuncia. La unidad del partido, donde se fundieron partidarios de
Jaurès y Guesde, estaba asegurada. Desde entonces la vida de Jaurès se
identificó con la del partido unificado, cuya dirección había asumido.
El asesinato de Jaurès no fue
producto de la casualidad. Fue el último eslabón de una confusa campaña de
odio, mentiras y calumnias que mantenían contra él todos sus enemigos. Los
ataques y las calumnias contra Jaurès ocuparían una biblioteca entera. "Le
Temps" publicaba diariamente uno o dos artículos contra el tribuno. Pero
debían limitarse a atacar sus ideas y sus métodos de acción: como personalidad
era casi invulnerable, incluso en Francia, donde las insinuaciones personales
son una de las armas más poderosas de la lucha política. Mientras se hacían insinuaciones
sobre el poder de corrupción del oro alemán... Jaurès murió pobre. El 2 de
agosto de 1914, "Le Temps" se vio obligado a reconocer "la
absoluta honestidad" de su enemigo abatido.
En 1915 visité el ya célebre
"Cafe du Croissant", situado a unos pasos de "L´Humanité".
Es un típico café parisino: suelo sucio cubierto de aserrín, banquetas de
cuero, sillas usadas, mesas de mármol, techo bajo, vinos y platos especiales,
en una palabra aquello que sólo se encuentra en París. Me mostraron un pequeño
canapé junto a la ventana: allí fue abatido de un tiro el más genial de los
hijos de la Francia actual.
Familia burguesa, universidad,
diputación, matrimonio burgués, una hija cuya madre hace tomar la comunión,
redacción del periódico, dirección de un partido parlamentario: con este marco
externo que no tiene nada de heroico se desarrolló una vida de una tensión
extraordinaria, de una pasión excepcional.
En repetidas ocasiones se ha
dicho que Jaurès era el dictador del socialismo francés, incluso a veces la
derecha lo presentó como el dictador de la República. No se puede negar que
Jaurès jugó un papel incomparable en el socialismo francés. Pero su
"dictadura" no tenía nada de tiránica. Dominaba fácilmente: de
complexión poderosa, espíritu enérgico, temperamento genial, trabajador
infatigable, orador de maravilloso verbo, Jaurès ocupaba siempre de forma
natural el primer plano, a tan gran distancia de sus rivales que no podía
sentir necesidad alguna de conciliar sus posiciones por medio de intrigas o
maquinaciones, en las que Pierre Renaudel, actual "jefe" del
social-patriotismo, era maestro.
De temperamento tolerante, Jaurès
sentía una repulsión física por todo sectarismo. Tras algunas vacilaciones
descubría el punto que le parecía decisivo en cada momento. Entre este punto de
partida práctico y sus construcciones idealistas, él mismo utilizaba fácilmente
las opiniones que completaban o matizaban su punto de vista personal,
conciliaba los matices opuestos y fundía los argumentos contradictorios en una
unidad que estaba lejos de ser irreprochable. Por ello dominaba no sólo las
asambleas populares y parlamentarias, en las que su extraordinaria pasión
dominaba al auditorio, sino también los congresos del partido en los que
disolvía los conflictos entre tendencias en perspectivas vagas y fórmulas
flexibles. En el fondo era un ecléctico, pero un ecléctico genial.
"Nuestro deber es grande y
claro: propagar siempre la idea, estimular y organizar las energías, esperar,
luchar con perseverancia hasta la victoria final..." Jaurès se entrega por
entero en esta lucha dinámica. Su energía creadora se agita en todas
direcciones, exalta y organiza las energías, las empuja al combate.
Como bien dijo Rappoport, Jaurès
emanaba bondad y magnanimidad. Pero al mismo tiempo poseía en sumo grado el
talento de la cólera concentrada. No de la cólera que ciega, nubla el
entendimiento y provoca convulsiones políticas, sino la cólera que templa la
voluntad y le inspira las caracterizaciones más adecuadas, los epítetos más
expresivos que dan directamente en el blanco. Más arriba se ha visto cómo
caracterizó a los Périer. Sería necesario releer todos sus discursos y
artículos contra los tenebrosos héroes del "affaire" Dreyfus. He aquí
lo que decía de uno de ellos, el menos responsable: "Tras haberse entretenido
en vacías construcciones sobre la historia de la literatura, en
sistematizaciones frágiles e inconsistentes, el señor Brunetiere encontró por
fin refugio entre los gruesos muros de la Iglesia; intentó entonces disimular
su bancarrota personal proclamando la quiebra de la ciencia y la libertad. Tras
haber intentado en vano sacar de su interior algo que se asemejara a un
pensamiento, glorifica ahora la autoridad con una especie de admirable
humillación. Y perdiendo, a los ojos de las nuevas generaciones, todo el
crédito del que abusó en cierto momento, por su aptitud para las
generalizaciones vacías, quiere destruir el pensamiento libre que se le
escapa." ¡Desgraciado aquél sobre el que se abatía su pesada mano!
Cuando en 1885 Jaurès entró en el
parlamento se sentó en los bancos de la izquierda moderada. Pero su tránsito al
socialismo no fue ni un cataclismo ni una pirueta. Su primitiva
"moderación" ocultaba inmensas reservas de un humanismo social activo
que más adelante se transformaría de forma natural en socialismo. Por otra
parte, su socialismo no tuvo jamás un neto carácter de clase y nunca rompió con
los principios humanitarios y las concepciones del derecho natural tan
profundamente impresos en el pensamiento político francés de la época de la
gran revolución.
En 1889 Jaurès pregunta a los
diputados: "¿Se ha agotado, pues, el genio de la Revolución francesa? ¿Es
posible que ustedes no puedan encontrar en las ideas de la Revolución la
respuesta a todas las cuestiones actuales, a todos los problemas que tenemos
ante nosotros? ¿Acaso la Revolución no ha conservado su virtud inmortal, no
puede ofrecer una respuesta a todas las dificultades siempre renovadas que
flanquean nuestro camino?" El idealismo del demócrata, evidentemente, aún
no se ha visto afectado por la crítica materialista. Más adelante Jaurès
asimilará buena parte del marxismo, pero el fondo democrático de su pensamiento
le acompañará hasta el fin.
Jaurès se estrenó en la arena
política en el período más oscuro de la Tercera República, cuando ésta contaba
apenas quince años y, sin una sólida tradición social, tenía en su contra
poderosos enemigos. Luchar por la República, por su conservación, por su
"depuración", fue la principal idea de Jaurès, la que inspiró toda su
acción. Intentaba dotar a la República de una base social más amplia, acercarla
al pueblo organizándolo en ella y hacer del Estado republicano el instrumento
de la economía socialista. Para el demócrata Jaurès, el socialismo era el único
medio para consolidar y consumar la República. El no concebía la contradicción
entre la política burguesa y el socialismo, una contradicción que refleja la
ruptura histórica entre el proletariado y la burguesía democrática. En su
incansable aspiración a la síntesis idealista, Jaurès era, en su primera época,
un demócrata dispuesto a aceptar el socialismo; en su última época se convirtió
en un socialista que se sentía responsable de toda la democracia.
No fue una casualidad que Jaurès
denominara "L'Humanité" al periódico que fundó. Para él el socialismo
no era la expresión teórica de la lucha de clases del proletariado. Por el
contrario, en su opinión el proletariado era una fuerza histórica al servicio
del derecho, de la libertad y de la humanidad. Por encima del proletariado le
reservaba un lugar prominente a la idea de "la humanidad" en sí. Pero
al contrario que para la mayoría de los oradores franceses, que no ven en ello
más que una frase hueca, Jaurès demostraba respecto a ella un idealismo sincero
y activo.
En política Jaurès unía una gran
capacidad de abstracción idealista a una viva intuición de la realidad. Ello se
puede constatar en toda su actividad. En él la idea material de la Justicia y
el Bien va acompañada de una apreciación empírica incluso de las realidades
secundarias. A pesar de su optimismo moral, Jaurès comprendía perfectamente a
los hombres y las circunstancias y sabía utilizar muy bien a unos y otras. Era
muy sensato. Muchas veces se dijo de él que era un campesino astuto. Pero por
el sólo hecho de la envergadura de Jaurès, su sensatez no tenía nada de vulgar.
Y lo que es más importante aún, estaba al servicio de "la idea".
Jaurès era un ideólogo, un
heredero de la idea tal y como la definiera Alfred Fouillé cuando se refirió a
las ideas-fuerzas de la historia. Napoleón sólo sentía desprecio por los
"ideólogos" (el término es suyo), y sin embargo él fue precisamente
el ideólogo del nuevo militarismo. El ideólogo no se limita a adaptarse a la
realidad, deduce de ella "la idea" y la lleva hasta sus últimas
consecuencias. Cuando el momento es favorable conoce los triunfos que jamás
podría obtener el pragmático vulgar. Pero cuando las condiciones objetivas se
ponen en su contra conoce también fracasos estrepitosos.
El "doctrinario" se
aferra a una teoría a la que ha desprovisto de todo espíritu. El
"oportunista-pragmático" asimila los tópicos del oficio político,
pero cuando sobreviene un transtorno inesperado se encuentra en la posición de
un peón desplazado por la adaptación de una máquina. El "ideólogo" de
envergadura no se encuentra impotente más que en el momento en que la historia
lo desarma ideológicamente, e incluso entonces a veces es capaz de rearmarse
rápidamente, asimilar la idea de la nueva época y continuar jugando un papel de
primera fila.
Jaurès era un ideólogo. Deducía
de la situación política la idea que implicaba y, en su servicio, no se detenía
jamás a mitad de camino. Así, cuando se produjo el "affaire Dreyfuss"
llevó hasta sus últimas consecuencias la idea de la colaboración con la
burguesía de izquierda y apoyó vehementemente a Millerand, político empirista y
vulgar que no tenía nada, y jamás lo tuvo, del ideólogo, de su coraje y su
grandeza de espíritu. Jaurés se metió en un callejón sin salida y lo hizo con
la ceguera voluntaria y desinteresada del ideólogo que está dispuesto a cerrar
los ojos ante los hechos para no renunciar a la idea-fuerza.
Jaurés combatía el peligro de la
guerra europea con una pasión ideológica sincera. A veces aplicó en esta lucha,
como lo hizo en todos las que participó, métodos que estaban en profunda
contradicción con el carácter de clase de su partido y que muchos de sus
camaradas consideraban cuanto menos arriesgados. Tenía mucha confianza en sí
mismo, en su empuje, en su ingenio, en su capacidad de improvisación. En los
pasillos del Parlamento, sobrevalorando su influencia, apostrofaba a los
ministros y diplomáticos abrumándolos con sólidas argumentaciones. Pero las
conversaciones y conspiraciones de pasillo no casaban con la naturaleza de
Jaurès y no las utilizaba por sistema pues él era un ideólogo político y no un
doctrinario oportunista. Para servir a la idea que le arrebataba, estaba
dispuesto a poner en práctica los medios más oportunistas y los más
revolucionarios, y si la idea se correspondía con el carácter de la época era capaz
como ningún otro de lograr espléndidos resultados. Pero también era el primero
en las catástrofes. Como Napoleón, también tuvo en su política sus Austerlitz y
sus Waterloo.
La guerra mundial hubiera
enfrentado a Jaurès con las cuestiones que dividieron al socialismo europeo en
dos campos enemigos. ¿Qué posición habría adoptado? Indudablemente, la posición
patriótica. Pero jamás se hubiera resignado a la humillación que sufrió el
partido socialista francés bajo la dirección de Guesde, Renaudel, Sembat y Thomas...
Y tenemos perfecto derecho a creer que en el momento de la futura revolución el
gran tribuno habría encontrado su sitio y desplegado sus fuerzas hasta el
final.
Pero un trozo de plomo negó a
Jaurès la más grande de las pruebas políticas.
Jaurès era la encarnación del
empuje personal. En él lo moral se correspondía con lo físico: en sí mismas, la
elegancia y la gracia le eran ajenas. En cambio sus discursos y actos estaban
adornados por ese tipo de belleza superior que distingue a las manifestaciones
de la fuerza creadora segura de sí misma. Si se consideran la limpieza y la
búsqueda de la forma como uno de los rasgos típicos del espíritu francés,
Jaurès puede no parecer francés. Pero en realidad él era francés en grado sumo.
Paralelamente a los Voltaire, a los Boileau, los Anatole France en literatura,
a los héroes de la Gironda o a los Viviani y Deschanel actuales en política,
Francia ha producido a los Rabelais, Balzac, Zola, los Mirabeau, los Danton y
los Jaurès. Es esta una raza de hombres de potente musculatura física y moral,
de una intrepidez sin igual, de una pasión superior, de una voluntad
concentrada. Es este un tipo atlético. Bastaba oír tronar a Jaurès y contemplar
su rostro iluminado por un resplandor interior, su nariz imperiosa, su cuello
de toro inaccesible al yugo para decirse: he ahí un hombre.
La principal baza del Jaurès
orador era la misma que la del Jaurès político: una pasión vibrante
exteriorizada, la voluntad de acción. Para Jaurès el arte oratorio carecía de
valor intrínseco, él no era un orador, era más que un orador: el arte de la palabra
no era para él un fin sino un medio. Por ello, el orador más grande de su
tiempo -y puede de todos los tiempos- estaba "por encima" del arte
oratorio, siempre superior a su discurso como el artesano lo es a su
herramienta.
Zola era un artista -había comenzado
por la imposibilidad moral del naturalismo- y de repente se reveló por el
trueno de su carta "J'accuse". Su naturaleza ocultaba una potente
fuerza moral que se manifestó en su gigantesca obra, pero que era en realidad
más grande que el arte: una fuerza humana que destruía y construía. Igual
sucedía con Jaurès. Su arte oratorio, su política, a pesar de las inevitables
convenciones, revelaban una personalidad regia con una verdadera musculatura
moral y una voluntad entregada íntegramente a la victoria. Él no subía a la
tribuna para presentar las visiones que lo obsesionaban o por dar perfecta
expresión a una serie de razonamientos encadenados, sino para unir a las
voluntades dispersas en la unidad de un objetivo: su discurso influenciaba
simultáneamente la inteligencia, el sentimiento estético y la voluntad, pero
toda la fuerza de su genio oratorio, político, humano está subordinada a su
principal fuerza: la voluntad de acción.
He oído a Jaurès en las asambleas
populares de París, en los Congresos internacionales, en las comisiones de los
Congresos. Y siempre me parecía oírlo por primera vez. En él no había sitio
para la rutina: buscándose, encontrándose a sí mismo, siempre e incansablemente
movilizando los múltiples recursos de su espíritu, se renovaba incesantemente y
no se repetía nunca. Su empuje natural iba acompañado de una resplandeciente
suavidad que era como un reflejo de la más alta cultura moral. Podía derribar
montañas, tronar o estremecer, pero no se venía abajo jamás, siempre estaba
vigilante, se aprovechaba admirablemente del eco que provocaba en la asamblea,
preparaba las objeciones, a veces barría como un huracán cualquier resistencia
que se interponía en su camino, otras hacía a un lado los obstáculos con
magnanimidad y dulzura, como un maestro o un hermano mayor. Este gigantesco
martillo-pilón podía reducir al polvo un bloque enorme o hundir con precisión
un corcho en una botella sin romperla.
Paul Lafargue, marxista y
adversario de Jaurès, decía que era un diablo hecho hombre. Su diabólica
fuerza, o diríamos mejor "divina", se imponía a todos, amigos o
enemigos. Y frecuentemente, fascinados y admirados como ante un fenómeno de la
naturaleza, sus adversarios escuchaban expectantes el torrente de su discurso,
que fluía irresistible despertando las energías, arrastrando y subyugando las
voluntades.
Hace tres años que este genio,
raro regalo de la naturaleza a la humanidad, murió tras haberse mostrado en
toda su plenitud. ¿Acaso la estética de su fisonomía exigía tal fin? Los
grandes hombres saben desaparecer a tiempo. Cuando sintió la muerte, Tolstoi
tomó un bastón y huyó de la sociedad que despreciaba para morir como peregrino
en una oscura aldea. Lafargue, un epicúreo con algo de estoico, vivió en una
atmósfera de paz y meditación hasta los 70 años, decidió que ya era suficiente
y se envenenó. Jaurès, atleta de la idea, cayó en la arena combatiendo el más
terrible azote de la humanidad: la guerra. Y pasará a la historia como el
precursor, el prototipo del hombre superior que nacerá de los sufrimientos y
las caídas, de las esperanzas y la lucha.
[1] Trotsky pensaba
que Villain había sido el instrumento de los "servicios",
probablemente zaristas. Nada ha sido probado definitivamente en un sentido o en
otro. Villain caerá abatido por milicianos obreros en las Baleares, donde vivía
cuando estalló la guerra de España.
3 comentarios:
Hola, Antonio/Simón
Efectivamente, este año es el centenario del asesinato de Jean Jaurès, en concreto, el pasado 31 de julio se cumplieron cien años de dicho crimen. Lamenté ese día que en España no se recordará su figura.
Como lo considero de gran interés, aporto a tu publicación de hoy un enlace a la página de la Fundación Jean Jaurès donde se detallan varios eventos en recuerdo del gran Jaurès.
http://newsletter.jean-jaures.org/NL/20140731/nl2.html
En principio, aquí en España, la Alliance Française, aunque considera que merecería celebrarse algún evento en recuerdo de Jaurès, no lo tiene previsto.
También de otro grande, Besteiro, aportó un artículo de opinión que escribió en recuerdo de Jaurès
http://www.filosofia.org/hem/dep/ren/9140816a.htm
Como bien dices, salvo error, aquí en España no se la ha traducido salvo algún artículo suyo. Sin embargo, si podemos leer sus escritos, en francés y en inglés, aquí:
http://www.marxists.org/francais/general/jaures/
http://www.marxists.org/archive/jaures/
Saludos
Gonzalo Elices
Fantàstico recordatorio @DoctorBaylos ! También reivindico la faceta de Jaures como Maestro de escuela y Gran defensor de Educación Pública.
Ferrán a orillas del TEr
@DoctorBaylos Pero desanima no poco ver lo desconocido que es hoy Jaurés, aquí, en España...
IUsfilosofando en el Turia
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