En la revista European Law Journal vol.21, nº 3,
de mayo del 2015, se han publicado una serie de artículos en torno al texto de Herman Heller de 1933 que llevaba por
título “Liberalismo autoritario” en el que criticaba la trayectoria del
gobierno alemán en el año inmediatamente anterior a la instalación del nazismo
y el final de la República de Weimar, con la intención de compulsarlo con la situación
europea actual que está generando la gobernanza económica de la crisis,
especialmente después de la negociación del tercer rescate de Grecia y las
circunstancias que han rodeado éste. El debate contiene ante todo referencias
útiles para una discusión sobre la naturaleza del liberalismo, pero también,
como era la intención de los editores de ELJ, para suministrar pautas de
análisis respecto de la gestión de la crisis llevada a cabo por el conglomerado
político y financiero que gobierna realmente la Unión Europea. Lo haremos en
este blog en dos entradas, para que no sea demasiada tediosa su lectura.
La relectura del artículo de Heller se inserta en una perspectiva
que da relevancia a la historia y a la memoria constitucional europea que ha
sido olvidada en las últimas décadas, y especialmente desde el comienzo de la
crisis en la eurozona, cuando se enuncia que la gestión de la crisis requiere
medidas “radicalmente innovadoras”. El problema que se plantea es el de que en
qué forma estas “medidas”, el nuevo marco institucional que las encuadra y la
propia consideración de los actores políticos y económicos sobre este proceso,
están inmunizando el capitalismo liberal respecto de la política democrática o,
si se quiere, en qué medida el “proyecto Europa” no estará deviniendo un
proceso de destrucción de la democracia y de la legalidad. Esta cuestión
plantea de nuevo la vieja relación entre capitalismo y democracia y provoca
ciertas dudas respecto a la noción de liberalismo que se maneja comúnmente.
Es pertinente remontarse al último
período de la República de Weimar y al artículo que Heller publica en 1933 – inmediatamente antes de su exilio, que
finalmente le lleva a Madrid, donde morirá de un ataque al corazón al año
siguiente – criticando la deriva política del Gobierno Von Papen (1932) que pretendía utilizar la crisis económica muy
intensa que sufría Alemania para transformar la democracia de Weimar en un
estado autoritario edificado sobre los pilares de la gran industria y las
finanzas, lo ricos propietarios agrarios, el ejército y los altos cargos de la
administración. En el artículo se hace una específica crítica a la teorización
que Carl Schmitt realiza de esta
propuesta política en una conferencia pronunciada ante la plana mayor de los
empresarios de la industria pesada con un título bien expresivo: “Una economía
sana en un Estado fuerte”, en donde se establecía un verdadero programa pro
empresarial en materia social y económica. El gobierno alemán de la época había
puesto en marcha mediante decretos de emergencia o de urgente necesidad, con el
Parlamento retirado de la escena, estrictas medidas de austeridad que por un
lado desmantelaban la política social y los subsidios de desempleo, a la vez
que tendían a la supresión de los sindicatos y fuerzas políticas resistentes,
consideradas como parasitarias del sistema que impedían la realización del
crecimiento que generaba riqueza, con la consiguiente dosis represiva de las
mismas. El Estado reconocía sin embargo necesarios límites a su intervención,
cuando se pudieran ver afectadas las prerrogativas fundamentales de la
propiedad privada. La crítica de Heller se
dirige a ese verdadero y propio “estado de excepción” permanente, concebido
como forma ordinaria de acción del Estado, en el que el rol de las reglas
jurídicas democráticas y de las normas que encuadran el ejercicio del poder
público resultaban “insignificantes” para éste.
Lo que este texto sugiere es una reflexión sobre la verdadera
naturaleza del liberalismo y su actitud respecto a la democracia. De forma sintética,
el Estado liberal es simultáneamente un Estado fuerte y débil. Débil en
relación con el funcionamiento de la economía capitalista, fuerte en la
obstaculización y eliminación de las interferencias democráticas en esa
operación, lo que fortalece sus facultades represivas y capacidad normativa de
restringir derechos ciudadanos. El mercado libre, en efecto, no es un estado de
naturaleza, sino una categoría que debe ser políticamente construida,
institucionalizada públicamente, y reforzada por el poder del Estado. La no
interferencia (pública) con el mercado – un dogma liberal – se construye desde
el Estado como política pública. Y este específico uso de una propuesta
política – que es una construcción ideológica y política- tiene que ser
defendido cultural e ideológicamente pero también mediante la actividad
partidista y de gobierno para impedir o imposibilitar la utilización del
espacio público en una dirección no-liberal, que subvierta o interfiera la
centralidad del mercado.
El Estado liberal es fuerte en su
función de protección del mercado y de
la economía frente a exigencias democráticas de redistribución de la riqueza o
que interfieran sacando del mercado determinadas necesidades sociales, y es
débil en su relación con el mercado en cuanto espacio designado para la
búsqueda del beneficio autónomamente por el capital, que la política de
gobierno debe proteger y si es necesario extender, sin entrar a definir este
proceso económico (que se presenta como un actor autónomo, sin coerciones
estatales ni de otro tipo). Esta bipolaridad del Estado liberal construye un
estado autoritario en lo social y en lo político para garantizar el orden
económico de la acumulación del capital. Más allá de la etapa histórica que
señala Heller y la conexión de ésta
con el “ordo-liberalismo” alemán de la posguerra de la segunda guerra mundial,
lo importante es que no se puede concebir una economía de mercado independiente
de la autoridad del Estado. La economía de mercado no es nunca independiente de
la acción del gobierno y del poder público. Éste procede a despolitizar el espacio de la
producción mercantil y la capitalización financiera, inmunizándolo respecto de las decisiones
democráticas y de las garantías de los derechos ciudadanos, que por tanto no
sólo se mantienen “fuera” de este ámbito, sino que se restringen en su eficacia
general en la medida en que ello puede originar cambios o interferencias en ese
espacio inmune a la democracia.
Por eso un liberalismo autoritario,
que en definitiva es el modelo predominante en circulación, hereda la
repugnancia de la dogmática alemana de los años 30 hacia la democracia
pluralista, es decir la consideración del sistema democrático como un espacio
de confluencia de diversos grupos sociales y de la clase obrera organizada que
confluyen y confrontan en el espacio público para la realización (o
transacción) de sus respectivos intereses. La democracia pluralista es un
peligro para la “distorsión” del espacio inmune de la economía de mercado ante
exigencias de justicia social o de derechos sociales que necesariamente
colisionan con la eficiencia económica y reducen la base de la administración
unilateral de las relaciones económicas y los derechos de propiedad. El
liberalismo autoritario es la forma en la que se expresa hoy la ideología y la
práctica neoliberal, y por consiguiente se trata de la práctica política
extendida en el pensamiento liberal tal
como se presenta realmente, más allá de
su concreción en determinados partidos políticos.
El cambio que se produce en esta
concepción de un estado autoritario para una economía de mercado libre tiene
que ver en Europa con la creación de un marco institucional nuevo que
interactúa con la clásica dimensión estatal-nacional. El liberalismo
autoritario busca la neutralización de la democracia, es decir, pretende situar
la economía de mercado fuera de las decisiones institucionales democráticas. El
fortalecimiento de la represión ciudadana para lograr esta inmunidad
democrática se ha relajado. Es más conveniente desplazar la política económica
y las decisiones claves sobre ésta a un nivel “donde la democracia no la pueda
seguir”, diseñando espacios institucionales que no admitan cuestionamiento ni
contestación, a los que se les dé una capacidad de decidir que no dependa de la
autoridad de la fuerza, sino de la autoridad de la teoría económica científica,
una nueva legitimación no democrática que es clave para profundizar en el
proceso de despolitización del capitalismo que en la Unión Europea ha
encontrado un marco de actuación muy acabado.
Es además conveniente señalar que el
proceso de despolitización de la economía de mercado busca asimismo
deslegitimar los espacios organizados colectivamente que interfieren en la
relación de poder que está en la base de una relación económica y que se quiere
inmune a estas mediaciones. Cobra más relieve el esfuerzo cultural para
resaltar el carácter contraproducente de estos elementos de pluralismo social
que se insertan en una lógica económica que es reacia a la mediación o
contratación de las decisiones que la sostienen. Un consenso de opinión al
margen de la ideología y de la posición social sobre la dirección que debe
seguir el proceso económico “liberado” de las intromisiones de la política y
guiado por consideraciones avaladas por la ciencia económica es asimismo un
elemento importante en ese aislamiento democrático.
La crítica a la gobernanza económica
surgida en la euro-zona con especial virulencia a partir del 2010 se inscribe
en este discurso sobre autoritarismo y liberalismo. Y establece una relación entre
la “arquitectura institucional” de la gobernanza económica y la degradación
democrática del Estado Social y del propio Estado de derecho en una perspectiva
multinivel.
(Continua en un próximo post)
(Continua en un próximo post)
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