Ayer se
celebró en Madrid una importante reunión de más de 2.000 delegados sindicales
de CCOO – el activo sindical – en un
acto de reivindicación de la memoria y del presente del sindicalismo como
condición de futuro del mismo. Un acto en el que intervinieron dirigentes
históricos como Nicolás Sartorius, compañeros de viaje como Joaquín Estefanía y una serie de
delegados y de activistas sindicales de diferentes ramas que explicaron su
manera de hacer política sindical en los lugares de trabajo, además de otras intervenciones de los miembros de la dirección, como Ana Herranz, la secretaria confederal de la Mujer, o Fernando Lezcano.. Un acto que no ha
merecido la atención de ningún medio de comunicación, más ocupados éstos por
desentrañar los tiras y aflojas de la negociación política sobre el gobierno
que en atender a las formaciones sociales que se insertan en los problemas más
cotidianos de la gente.
El mensaje que surgía de ese acto
que expresa una capacidad de organización muy difícilmente exportable a otras
organizaciones no sólo se ceñía a recordar la presencia decisiva de CCOO en la
construcción – con tanta resistencia violenta del franquismo que truncó vidas y
trayectorias personales – de la democracia española, en lo que de manera muy
expresiva afirmó Sartorius al decir
que “España le debe un reconocimiento a los sindicatos”, sino en el carácter
imprescindible del sindicato en la vida social y económica del país, donde de
manera permanente “hacemos historia” (que era otro de los hashtag/etiquetas de la reunión). Pero para ello, y para conquistar
el futuro, el sindicato tiene que romper una construcción ideológica que ha
conquistado importantes espacios de la opinión pública y que proviene de la
hostilidad liberal ante las organizaciones de clase que son capaces de agregar
un interés colectivo en torno al hecho del trabajo considerado como un acto de
poder y de subordinación que necesita ser encauzado y controlado en un sistema
de derechos.
Una opinión pública que recibe
una imagen deformada del hecho sindical como un lugar en el que se sitúa una
suerte de aristocracia obrera que se beneficia del privilegio del trabajo
estable sin riesgo – cuando no simplemente del parasitismo social asistido –
que es sostenido y financiado por el poder público y cuyos exponentes forman
una casta que anida en prácticas de corrupción imitando y compartiendo los
beneficios de los que gozan la casta hermana (y superior) de los políticos.
Esta visión esperpéntica del sindicato es alimentada continuamente por los
medios de comunicación y sus exasperados tertulianos que sirven al poder
económico y que conocemos ahora que han sido generosamente subvencionados por
las autoridades políticas “afines”, pero se reitera asimismo en otras miradas
ideológicamente opuestas que sin embargo reflejan la misma imagen: los
sindicatos – “oficiales”, se añade – como “casta”, o como sostenedores del “sistema”,
son entidades que hay que derribar en un proyecto de cambio real de la sociedad.
En una segunda línea de
deslegitimación – también de fuertes raíces neoliberales – la opinión pública
percibe el hecho sindical como una actividad inocua, ineficiente y por tanto
prescindible. En sus versiones más piadosas, algunos creadores de opinión
elogian el pasado épico de los sindicatos, pero cuestionan su existencia
actual, su función e incluso su presencia. “¿Dónde están los sindicatos?” es un
leit motiv de muchas intervenciones
de quienes al parecer no son capaces de reconocer la presencia de los
activistas sindicales en su propia realidad laboral.
Por eso una parte importante del
discurso sindical hoy en España tiene que insistir en afirmar una imagen
diferente de la que se ha extendido en una buena parte de la opinión pública.
Hacerse visibles tal como somos. O, como le gusta afirmar a Ignacio Fernández Toxo, “tenemos que
conseguir que nos vean como somos”.
El acto de ayer fue un momento de
emoción y de orgullo colectivo. “Anhelamos construir el futuro para seguir
haciendo historia”, sintetizará correctamente Fernando Lezcano. Todo un programa de deseos, de voluntades y de
razones avala esa afirmación. Y al final del acto, cantando La Internacional, la sensación de
pertenencia a algo importante, a un movimiento colectivo que viene de lejos y
del que formar parte es motivo de honra. Pertenecer a un sindicato, formar
parte de un colectivo que se constituye para defender el trabajo con derechos y
garantizar paulatinamente la democracia y la libertad de las personas que
trabajan.
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