martes, 30 de agosto de 2016

LA DINÁMICA CALLE-PARLAMENTO. “LO QUE CUALQUIER SINDICALISTA CONOCE SOBRADAMENTE”



El día en el que se produce en el Congreso la sesión de investidura trae el interrogante sobre el éxito de las fuerzas conservadoras en lograr un gobierno después de dos convocatorias electorales que deberían haber marcado un cambio político en España en atención a las exigencias de una buena parte de la población, movilizada contra las políticas de gestión de la crisis que llevó a efecto el Partido Popular. La incapacidad de los grupos de centro y de izquierda por desalojar del gobierno al PP – pese a sumar en número de votos un claro rechazo a sus políticas - generó un decaimiento en esa movilización popular que cristalizó en un congreso en el que el PP recuperó consensos y que le ha permitido enhebrar el pacto de investidura con la fuerza emergente de la regeneración democrática del centro –derecha. Este panorama provoca en muchos de las personas que han participado activamente en movilizaciones sociales y en luchas sindicales un cierto desánimo, en la medida en que el espacio electoral demuestra una cierta opacidad a las aspiraciones y reivindicaciones de mayor libertad y democracia que se manifiestan en tales movilizaciones, de manera que la presencia en la calle de manifestantes no tiene un correlato seguro en la dirección de los votos emitidos.

Este ha sido, desde la Transición a la democracia, un punto sensible en los razonamientos de la izquierda, que sin embargo se resolvían en la ambivalente posición del PSOE, partido de izquierda que sin embargo en el gobierno no desarrollaba las políticas que corresponderían a una formación que busca la transformación social, pero que sin embargo ofrecía la versión de la política posible, frente a la que podrían desarrollar, en un sistema marcadamente bipartidista, los exponentes de la derecha conservadora. Ahora sin embargo, la izquierda ha roto sus techos históricos en cuanto al número de diputados y porcentajes de voto, pero el discurso sobre la dinámica calle/parlamento, es decir, la relativa incapacidad de que las movilizaciones sociales se transformen en votos consecuentes con un programa de democracia sustancial, se reproduce aún en esta nueva situación.

No es un problema exclusivo de los partidos políticos, sino que el movimiento sindical también se lo planteaba desde una doble perspectiva. La de su autonomía respecto de los partidos políticos de izquierda – en una época denominados partidos obreros – de forma que no se fijara mecánicamente la adscripción del sindicato a la órbita política del partido “dominante”, de manera que el movimiento sindical recomendara a sus afiliados y a los trabajadores en general que apoyaran a los candidatos de los “partidos democráticos y obreros”, y  la de la repercusión de la acción y de la movilización sindical en  los resultados electorales, cuestión ésta que normalmente se enfocaba desde el prisma de la eficacia política de la acción sindical pero también respecto de la conveniencia – o no – de someter a ciertos límites o restricciones la acción colectiva de defensa de los intereses de los trabajadores en función de las repercusiones negativas que éstas podrían tener en un resultado electoral.

En esta etapa de reforzamiento de la memoria sindical que está llevando a cabo CCOO, como fórmula confluyente con un proceso de reformulación de los contenidos y las formas de la estructura y de la acción sindical que desembocarán necesariamente en las discusiones congresuales, hay un texto posiblemente poco recordado de Nicolás Sartorius que planta este problema al que da la solución que me parece que aún hoy es la “canónica” en las sedes sindicales. El texto está contenido en el libro El resurgir del movimiento obrero, prologado por Simón Sánchez Montero y publicado en 1975 por la Editorial Laia, en Barcelona, aunque previsiblemente su datación es de tres o dos años anterior. Puede ser interesante ahora, en un día tan señalado, releerlo:

“Todos conocemos y hemos discutido múltiples veces , casi siempre apasionadamente, sobre las grandes dificultades que encuentran las fuerzas obreras y populares para alcanzar, dentro de las reglas del juego imperantes en los países de democracia burguesa, una mayoría parlamentaria que les permita convertir en leyes lo que el pueblo necesita y exige en sus grandes movilizaciones. Asistimos, a veces, a grandes movimientos de masas que ponen en pie a millones de personas exigiendo reformas de base sobre cuestiones vitales que les afectan diariamente (que sólo son posibles con una nueva orientación de toda la política económica y social) y, sin embargo, cuando llegan las elecciones parlamentarias el resultado suele ser una sucesión ininterrumpida de mayorías conservadoras o, en el mejor de los casos, combinaciones de orientación presumiblemente avanzada, pero que no acaban de atacar por la base las transformaciones que harían posible la satisfacción de las reivindicaciones populares.

Se trata de países en los que sin duda sería un suicidio, una aventura sin sentido, prescindir o minimizar el valor y las posibilidades que ofrecen las elecciones, los parlamentos y las cámaras; más son igualmente aquellos en los que se corre un riesgo real de “estancamiento” de “pudrimiento” y hasta de peligrosas involuciones políticas si se confía exclusivamente en las infinitas combinaciones electorales o no se encuentra una ligazón real, en el momento oportuno entre el nivel parlamentario o gubernamental y el clamor de la calle que refleja y responde a los intereses renovadores de las masas. Se trata, pues, desde hace tiempo – lo que ocurre es que la cosa no es nada sencilla – de encontrar precisamente una relación dinámica entre el conjunto articulado del movimiento obrero y popular y las instituciones que forman el entramado del Estado moderno – a nivel local, regional o nacional – de tal forma que las aspiraciones reales y poderosamente sentidas por las masas encuentren forma de lucha y de participación democrática directa – en la fábrica, en el barrio, en el pueblo, en los campos, en los centros culturales y profesionales, etc. – que permita y en algunos casos fuerce a las formaciones políticas democráticas a encontrar alternativas de gobierno capaces de llevar adelante, siempre en un diálogo con estos movimientos de masas, un programa acorde con sus aspiraciones.

Porque, por el contrario, si las organizaciones sindicales cayesen en una dedicación casi exclusiva  - con las tradicionales plataformas reivindicativas y las viejas formas de organización – por mejorar cuantitativamente el contrato de trabajo – cuestión, por otra parte muy necesaria, si va acompañado de lo otro – y los partidos se transformasen o siguiesen esencialmente enfrascados en las periódicas luchas electorales – en las que hay que participar a fondo, pero como suplemento de la lucha de masas – sería muy difícil que la orientación general de la sociedad cambiase y los partidarios abiertos o vergonzantes del statu quo económico y social seguirían fabricando, con más o menos dificultades, sus fórmulas de gobierno.

Estas son cosas que cualquier sindicalista conoce sobradamente; más lo importante no es esto, sino que, a nivel de grandes masas, de manera concreta y operativa se creen esos nuevos instrumentos de democracia y participación que ligan la fábrica, el barrio, el pueblo, la universidad a la sociedad y al Estado”.


El texto es muy valioso no sólo porque muestra la perennidad de la costumbre de articular las “infinitas combinaciones electorales” que propician “fórmulas de gobierno” de apoyo abierto o vergonzante a las situaciones de injusticia y de desigualdad social,  sino porque contempla con una sorprendente modernidad los dilemas que se abren en estos tiempos a la movilización social y ciudadana, que necesariamente deben crear nuevas formas de participación democrática, de expresión colectiva, como forma de condensar el nuevo poder alternativo reafirmado en esos espacios de acción que se tiene que traducir, ciertamente, en resultados electorales con arreglo a la tecnificación concreta que se produce en ese ámbito, tan complicado como relativamente autónomo en su configuración respecto del de las luchas sociales. Algo semejante para el sindicalismo, que debe buscar en sus formas clásicas de organización nuevos modos de estar y de trabajar sociopolíticamente en ellas, insistiendo fundamentalmente en la ampliación de la democracia y de la participación de trabajadoras y trabajadores en estos procesos de movilización y de reconstrucción del discurso sobre el trabajo y su centralidad en la sociedad. Cosas que cualquier sindicalista conoce sobradamente, como recordaba Sartorius hace más de cuarenta años.

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