Una vez
terminada la larga jornada electoral de ayer, cabe efectuar algunas impresiones
sobre sus resultados, que se añadirán a centenares de opiniones que está
recibiendo en este momento la ciudadanía española. Excusen por tanto los
lectores del blog este desahogo sobre un tema que ocupa ya y durante un largo
tiempo la actualidad mediática.
El punto de partida es enunciar
el resultado que habría sido más conveniente desde la perspectiva sindical, en
relación con el proyecto de regulación social que defienden los representantes
de la clase obrera organizada. Se trataba de consolidar el giro a la izquierda
de las elecciones generales de abril del 2019 fortaleciendo en la medida de lo posible
la vertiente reformista social y la defensa de los servicios públicos en los ámbitos autonómicos y local. Eso
también llevaba consigo tomar partido por el municipalismo alternativo que se
había ensayado con éxito en las principales capitales españolas a partir de las
candidaturas ciudadanas durante las elecciones del 2015. Es evidente que esta
perspectiva se ha logrado sólo parcialmente, y que en líneas generales estas
triples elecciones no han respondido a los objetivos planteados, aunque puede decirse que han sido cubiertos en su contenido mínimo en un plano general, esto es, en impedir un vuelco de la situación con la entronización de las tres derechas.
Las elecciones europeas
Los votos obtenidos por el PSOE
han supuesto un amplio triunfo de la opción socialdemócrata para Europa, y la
suma de PSOE y Unidas Podemos es superior al bloque que pueden formar PP,
Ciudadanos y la ultraderecha (38% frente a 42%). En ese sentido, es claro que
se ha consolidado un giro a la izquierda que sustenta las posiciones de reforma
en Europa que deben buscar el desarrollo de la dimensión social a través de
medidas importantes ya señaladas. El PSOE ha obtenido 7,3 millones de votos
(frente a 3,5 en el 2014), y UP 2,25 millones, pero en las elecciones del 2014
la suma de IU y de Podemos daba casi un millón de votos más. Sin embargo, la
presencia socialdemócrata en el Parlamento europeo se ha reducido de forma
importante, y no siempre, se ha visto compensada, como en Alemania, por el
ascenso de los verdes, que vuelan gracias a la urgencia del cambio climático. La
presencia de la ultraderecha española es inquietante (1,3 millones) y mucho más
si se tiene en cuenta los resultados de Le
Pen en Francia, que sobrepasa al partido de Macron, el de Farage en
el Reino Unido, con la caída de los conservadores y el sobrepasamiento del
laborismo de Corbyn por los liberales,
o, peor aún, la consolidación de la Lega de Salvini como el gran partido del soberanismo ultraderechista que dirige
el gobierno italiano y ha obtenido el 34,3% de los votos, acompañado del
derrumbe del Movimento 5 Stelle (17,1%) y la reaparición como partido de centro
izquierda con fuerza del PD (22,7%). No obstante ello los pronósticos de
desbordamiento parlamentario por parte de estas formaciones xenófobas y neosoberanistas
no se ha producido.
En el consumo interno español,
desde el que por otra parte se enfocó por la mayoría de los partidos políticos
esta convocatoria electoral, se debe hacer notar que los republicanos e
independentistas catalanes, en sus dos versiones, han obtenido 2,2 millones de
votos, es decir, un peso en votos superior al que lograron en las europeas, de
manera que su opción política interna ha salido fortalecida. Es posible que la
última decisión del congreso, urgido por el Tribunal Supremo, de suspender a
los diputados republicanos en el Congreso haya favorecido de manera directa
este incremento.
Pero el resultado final global de
estas elecciones en la UE se cifra en que han perdido peso los grupos
socialista y popular, que hasta ahora eran los dos grandes grupos dirigentes de
la orientación política de la Unión; ha crecido sin embargo el de los liberales,
lo que permite un mayor juego de alianzas, también con la posibilidad remota de
ampliación a Los Verdes. La acción convergente que en materia social y de
garantías democráticas llevan a cabo el Grupo de los Verdes y el de Izquierda
Unida continuará seguramente, pero mientras que en el 2014 había una cierta
paridad entre ambos, actualmente el grupo delos rojos ha disminuido sus
efectivos y sus apoyos en Europa, pasando del 6,7% al 5,1 % y 38 diputados,
frente al de Los Verdes que ha alcanzado un 9,3% y 70 diputados. Es por tanto
una mala noticia que se rebaje la influencia de la izquierda “rojiverde” en el
Parlamento cuando hay un programa de desarrollo del Pilar Social en ciernes.
Las elecciones autonómicas
Las Comunidades Autónomas son claves
en la gestión y organización de los servicios públicos y en especial de la
enseñanza en todos sus grados y la sanidad. En la peculiar conformación
electoral de esta convocatoria, estaban en juego las Comunidades Autónomas del
Centro de la península y las Islas (Baleares y Canarias). La fuerza del PSOE se
ha hecho notar en todas ellas, en algunas con contundencia, obteniendo mayorías
absolutas en Castilla La Mancha y en Extremadura en un tiempo electoral en el
que el multipartidismo las hace muy difíciles. La posibilidad de constituir
gobiernos de progreso en muchas comunidades autónomas es una realidad, pero en
todo caso estos gobiernos tienen como fuerza hegemónica al PSOE, puesto que la
capacidad de la izquierda del mismo de condicionar el sentido de esta acción de
gobierno o incluso de formar gobiernos de coalición ha disminuido de manera muy
drástica. En efecto, el segundo rasgo de estas elecciones ha sido la
disminución de la presencia electoral de Podemos y las confluencias en la
composición de los parlamentos regionales. En gran parte la división de estas
fuerzas – como en Aragón, Asturias, Madrid fundamentalmente – y la dificultad
que se ha tenido para movilizar de nuevo a un electorado ya no galvanizado por
el irresistible acceso de la derecha, ha conducido a una cierta condición
subalterna de Podemos, ya muy lejano su capital político acumulado en el 2015
sobre la movilización y la memoria del 15-M. En algunas regiones, como en Madrid, la pugna entre UP y Mas Madrid ha tenido efectos paralizantes sobre una parte de la población que se debía sentir involucrada en ese proyecto por lo demás muy parecido en sus propuestas, aunque diferenciado en sus liderazgos. La caída de votos ha sido mayor
que la que se produjo en las elecciones generales de abril, y en algunas
regiones, como en Castilla La Mancha, han desaparecido del parlamento.
Las elecciones municipales
Aquí también el desplome del
Partido Popular se corresponde con la subida del PSOE, pero la variedad de
opciones municipales hace que quepan alianzas más complejas y variadas. En líneas
generales, la presentación dividida de la izquierda del PSOE en tantos
ayuntamientos importantes ha producido un efecto negativo entre sus votantes y
un incremento de la abstención cuando no una deriva hacia candidatos más
clásicos. El caso es que estas elecciones han significado el fin de la
experiencia municipalista alternativa que llevaron a cabo las candidaturas
ciudadanas en el 2015. Ni Zaragoza, ni Santiago ni Coruña se han mantenido.
Mención aparte, por su carácter simbólico es Barcelona y Madrid.
Barcelona ha perdido una
alcaldesa brillante y carismática, Ada
Colau, que sin embargo ha sufrido el desgaste terrible del proceso político
que ha recorrido Cataluña, asediada en su posición frente al mismo que unos han
llamado ambivalente y otros complaciente. Una buena parte de la izquierda no le
perdonó su postura contra la aplicación del art. 155 y el republicanismo
independentista sabía que tenía en ella un adversario formidable que había que
derribar. Lo ha hecho finalmente y ERC ocupará la alcaldía de Barcelona que ha
tenido cuatro años de espléndida gestión municipal y de reconocimiento
internacional.
También Madrid ciudad ha perdido
a otra alcaldesa inteligente y amable que había reconfigurado la forma de
gobernar y el lenguaje político. Odiada por la extrema derecha, que ha
conseguido finalmente su objetivo, Madrid ha sido víctima de la división de la
izquierda materializada en las vicisitudes de Mas Madrid y Podemos, y la irrelevancia
del candidato socialista, que carecía de experiencia política y municipal y que
ha restado fuerza al bloque que debería haber permitido la continuidad de Manuela Carmena.
Ya se ha dicho hasta la saciedad
que este resultado en Madrid – municipal y también autonómico - constituye un “balón de oxígeno” para la
dirección del PP, que se ha impuesto además a su competidor Ciudadanos. Se dice
menos que esa victoria sólo es posible si se cuenta en la mesa de negociación
con la ultraderecha de Vox, la misma que ha puesto un tweet en el que se
recuerda la frase de las tropas franquistas entrando en el Madrid rendido por
Casado comparándola con el resultado electoral del domingo 26 de mayo. Es
decir, que el cambio en el Ayuntamiento y en la Comunidad va a ser dirigida y
condicionada directamente por este partido. Algo que se comprobará
inmediatamente en junio, para desesperación de muchos madrileños que requerirá inmediatas medidas de protesta y resistencia activa.
Todo comienza otra vez
Los resultados de esta “segunda
vuelta” electoral, como pretendía la derecha, son decepcionantes para las
propuestas de reforma política y social. Ha fortalecido al partido en el
gobierno, pero a costa de debilitar la fuerza más importante de cambio a nivel
nacional que es Unidas Podemos. Ha reforzado al PP como partido de oposición, a
la vez que deja en la incertidumbre el rumbo que ante esta cuestión puede
adoptar Ciudadanos, optando entre una existencia subalterna al PP – y a la
ultraderecha en el caso de Madrid señaladamente – o un nuevo giro al centro que
intente lograr mejores posiciones en el mercado institucional autonómico. Se ha
puesto fin a la experiencia política más rica y creativa de estos años, el
municipalismo alternativo, que ha sucumbido ante la división de la izquierda y
la dificultad de reconstruir las confluencias con movimientos sociales y
ciudadanos.
La derrota es mala consejera para
las respuestas que puedan dar quienes han sido derrotados. Es una tradición de la
izquierda española reprochar a las fuerzas más afines la incapacidad propia, y
de este proceso de inculpación y exculpación recíproco no se suele salvar
nadie. La exigencia de responsabilidades acostumbra ser el momento en el que se saldan
cuentas pendientes que siempre hay quien tiene y las recuerda. No es sin
embargo el momento de los reproches. Asumir las responsabilidades colectivas en un proceso de autocrítica es
correcto, pero hay que mirar hacia adelante y volver a comenzar de nuevo, como
enseña la experiencia y es una práctica corriente en las luchas sindicales.
Volver a organizar y transhumanar como decía el poeta, formular un programa
de acción donde quepan cuantos más sujetos interesados en el cambio democrático
mejor, establecer con claridad diversos niveles de acción interrelacionados en
sus diversos planos nacional, regional, local y supraestatal. Y comenzar a ser posible a partir de mañana. Hay que
hablar del gobierno de la nación, preparar propuestas para la nueva legislatura
europea, reconstruir las fuerzas colectivas frente a la amenaza de la
ultraderecha neoliberal que se apresta a gobernar. Todo comienza otra vez, por
otra parte ya estamos acostumbrados (al menos los de mayor edad). Seguimos.
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