Se ha
renovado a partir de un acuerdo entre el PSOE y el PP el Consejo general del
Poder Judicial, que llevaba, conviene recordarlo siempre, cinco años caducado
ante la negativa obstinada del Partido Popular basada en razones cada vez más
atrabiliarias, que obligó a legislar impidiendo que se siguieran haciendo
nombramientos para los altos órganos jurisdiccionales españoles (Tribunal
Supremo, fundamentalmente, además de TSJ y AN). Un intento de cambiar el
procedimiento de nombramiento de los miembros del CGPJ fue denunciado como un
ataque a la independencia judicial, y finalmente el tema se ha llegado a
trasladar al ámbito europeo, solicitando y obteniendo la mediación del
Comisario de Justicia de la UE, Didier Reynders.
Durante todo este tiempo, ha sido
unánime la exigencia por parte de partidos, sindicatos y asociaciones
judiciales, de renovar este órgano. La presión última al parecer muy eficaz
sobre el PP ha provenido de la propia Asociación Profesional de la Magistratura,
que lidera el llamado Partido Judicial ante la frustración de los
itinerarios de carrera de muchos de sus miembros, que ven paralizadas sus
expectativas ante la imposibilidad de efectuar nombramientos. El ultimátum del
presidente del gobierno coincidió además con la nueva constatación de que la
derecha y la ultraderecha no logran una mayoría contundente en las urnas. Las
elecciones del 9 de junio asi lo atestiguan (entre paréntesis, España es la
nación europea que más diputados situados en la izquierda y en el centro
izquierda han aportado al Parlamento europeo, uniendo los del PSOE, SUMAR,
Bildu, BNG y ERC y Podemos).
El acuerdo, que se expresa
formalmente como un acuerdo en el seno de la Unión Europea, con una
escenografía manifiestamente mejorable en la que acompaña a los sujetos
firmantes, González Pons y Bolaños la Vicepresidenta de Valores y
Transparencia, Věra Jourová dando testimonio silencioso aunque sonriente
del pacto, lleva consigo la presentación
cerrada de una reforma de la LOPJ y del Estatuto Fiscal que no incorpora la
reivindicación de la derecha de cambio en el sistema de elección de los
miembros del CGPJ, pero que se presenta como un acuerdo inmodificable y una
lista de consejeros que deberán ser nombrados por el Congreso y el Senado en
función de sus diferentes adscripciones, en la que se ha procurado incluir a
personas de un perfil no excesivamente
marcado por su trayectoria política y de cierto prestigio profesional, evitando
nombres ya conocidos de previsible conflictividad. Algo que sin embargo se
contradice directamente con el candidato propuesto por el PP para magistrado
del Tribunal Constitucional, como se verá a continuación.
Se ha logrado así desbloquear el
CGPJ y este es el elemento más valioso de este acto político. La lista es
paritaria en el sentido que 10 miembros han sido propuestos por el PP y otros
10 por el gobierno, lo que por tanto no responde a la referencia democrática de
mayorías parlamentarias que deben orientar esta composición. Por vez primera
además no se ha incorporado ningún miembro proveniente de las fuerzas políticas
nacionalistas. Por el contrario SUMAR ha intervenido en la propuesta de dos
personas sobre las diez nominadas. En la lista de vocalías de procedencia
judicial, tres personas han recibido el aval de la asociación Jueces y Juezas
por la Democracia, Esther Erice, Jose Maria Fernández Seijo, el
laboralista Carlos H. Preciado, magistrado del TSJ de Catalunya y
letrado del gabinete técnico del tribunal Supremo. También está incluida Lucía
Avilés, socia fundadora de la Asociación de Mujeres Juezas, mientras que en
la de vocales juristas destacan Inés Herreros, que ha sido Presidenta de
la Unión Progresista de Fiscales y trabaja en la Fiscalía de Memoria
Democrática, otro bien conocido
laboralista, Ricardo Bodas, magistrado jubilado del Tribunal Supremo, Ángel
Arozamena, magistrado del Tribunal Supremo de lo contencioso y Argelia
Queralt, letrada del Tribunal Constitucional.
Ya se verá cómo se desarrolla en
la practica este nuevo Consejo. La primera cuestión será la elección e sus
órganos de dirección, en especial la presidencia del mismo. Llama la atención
que la presencia de magistrados del Tribunal Supremo en la lista es muy
reducida, lo que es más relevante en la omisión de los mismos en los nombres
propuestos por el PP, y se debe recordar que quien presida el CGPJ pasa a ser
el presidente del Tribunal Supremo según el art. 586 LOPJ. No es necesario que se
tenga la condición de magistrado del Supremo – no lo fueron ni Antonio
Hernández Gil ni Carlos Dívar – solo es necesario el mérito del prestigio
como jurista y una antigüedad de 15 años en el ejercicio de su profesión,
pero es una posición institucional muy significativa puesto que es la primera
autoridad judicial de la Nación y ostenta la representación del Poder Judicial
y del órgano de gobierno del mismo.
La respuesta de una parte de la
izquierda política y de una buena parte de los comunicadores mediáticos ha sido
en general muy crítica. Se dice que se trata de un reparto de puestos, de la
vuelta del bipartidismo entre PSOE y PP, y, ya en el detalle, se cuestiona el
veto a una serie de candidaturas que en el pasado habían integrado las
propuestas desde la izquierda, en especial De Prada y Rosell que
ya en el 2022 fueron apartados de la propuesta presentada que fracasó ante una
nueva negativa del Partido Popular.
El reproche es cierto, pero la
crítica olvida que es el mecanismo previsto para el nombramiento de los
miembros del CGPJ, una mayoría cualificada que exige la puesta en común de las
propuestas de los dos grandes partidos del sistema político español. Ese es
justamente el problema, porque uno de ellos, el Partido Popular, ha podido utilizar
este mecanismo para paralizar la renovación del Consejo durante cinco años, y
mantener por tanto la composición de 2015 a la vez que empleaba los restos de
este organismo como ariete contra las propuestas legislativas del gobierno,
como señaladamente ha sucedido con la Ley de Amnistía. La única manera de
deshacer este nudo era o bien cambiar las reglas de juego, que se ha pensado
que era una opción demasiado arriesgada y con grandes costes de legitimidad, o
bien forzar el acuerdo con el PP, aprovechando el momento político tras las
elecciones europeas de junio. El resultado ha sido el que se quería, que el
Consejo caducado desapareciera y se pudiera contar con una nueva composición
que desbloqueara la actuación de este órgano. Nada más (y nada menos) pero no
se puede pretender que con ello se agote un programa necesario de democratización
de los aparatos judiciales que es imprescindible.
En resumen, no se puede exigir de
manera vigorosa una solución al clamoroso incumplimiento de la Constitución al
no renovar el CGPJ en el plazo previsto aprovechándose de tener una capacidad
representativa de cierre de esta posibilidad, y a la vez rechazar el mecanismo
por el que la ley posibilita esta renovación, que es necesariamente un acuerdo
entre las dos fuerzas políticas mayoritarias. No es posible afirmar una cosa y
su contraria. Cabe, naturalmente, objetar el resultado final, que por ejemplo
no ha incorporado a personalidades de procedencia judicial o de juristas de
reconocido prestigio que estén en la sintonía de los partidos nacionalistas
vascos o catalanes, como había sido costumbre hasta ahora, pero no es razonable
criticar el acuerdo por el mero hecho de ser un pacto entre PSOE y PP que son
las únicas fuerzas que por si solas pueden obtener la mayoría requerida para
ello. Mucho menos que SUMAR como partícipe del gobierno de coalición, haya
podido intervenir en ese acuerdo, indicando dos personas para formar parte del
Consejo, una cuestión que por el contrario debería valorarse positivamente.
Los nominados que provienen de
las indicaciones del gobierno tienen un indudable valor; son personas por regla
general muy competentes, algunas de ellas además especialmente versados en
derecho laboral con un bagaje teórico y práctico muy fuerte. Es evidente que
otros candidatos podrían haber integrado esa lista, también los que en su día
formaron parte de una propuesta formal al respecto y no lo lograron por el
señalamiento negativo del PP o del propio PSOE, pero nadie debería tener una
especie de derecho de marca para un cargo público, por mucho que la prohibición
o el veto personal pueda ser una práctica política no aconsejable si se trata
de castigar por actuaciones inequívocamente democráticas o por haber dictado
sentencia en el caso Gürtel destapando la corrupción del Partido
Popular.
Finalmente, este nombramiento
permitirá que el CGPJ recupere una normalidad perdida desde hace mucho tiempo. Este
organismo se había instalado en la primera fila de las instituciones militantes
en la negación de la legitimidad del gobierno democrático, descuidando
ostensiblemente sus funciones correctoras y disciplinarias que solo funcionaban
en una sola dirección, así como en la protección corporativa de decisiones
judiciales que deberían haber estado sometidas al ejercicio de la libre crítica
derivada de la libre expresión ideológica y de pensamiento. La reinserción del
CGPJ en los modos y las formas democráticas puede ser complicada si, como
parece ser la tónica general, la ofensiva verbal de descalificaciones contra el
gobierno sigue siendo el caldo de cultivo en el que se mueve el discurso político
de la derecha y la ultraderecha, pero la completa renovación del órgano permite
abrigar algún optimismo al respecto.
Esta deriva muy preocupante se ha
puesto de manifiesto con la designación como candidato a ser magistrado del
Tribunal Constitucional de Jose María Macías. Sustituirá a Alfredo
Montoya, catedrático de Derecho del Trabajo que renunció víctima de un ictus,
y por tanto le queda tan solo un año y medio hasta la nueva renovación de
Magistrados, por lo que es razonable pensar que le han prometido la renovación
de su cargo. Es decir, que puede que ocupe la plaza de magistrado del Tribunal
Constitucional diez años y medio, y lo que en principio parecía un error del
diario Público al dar la noticia, que indicaba que Macías sería
presidente del Tribunal Constitucional, puede que sea el objetivo que persiga
el PP al proponerlo en estas condiciones.
Todos los periódicos han
subrayado su decidida orientación a la extrema derecha y su virulencia
antigubernamental. Su frecuente presencia en el programa de Jiménez Losantos
y su sintonía con él y con el lobby de la prensa madrileña que acompaña
a la Presidenta de la Comunidad, es también un hecho notorio. Las
descalificaciones públicas que ha hecho del ministro Bolaños llaman la
atención al comprobar que en política la enemistad personal no empece para que
el mismo personaje más vituperado por el entonces miembro del CGPJ haya dado su apoyo al acuerdo institucional
para que quien más le ha insultado se convierta en magistrado del Tribunal que
verificará la conformidad con la Constitución de las leyes y de las decisiones
judiciales en nuestro país. La misión del neo magistrado es clara: embarrar las
discusiones en el Tribunal Constitucional, dar publicidad al disenso de las
minorías de los magistrados y erosionar ahí también la función interpretadora
del TC en materia constitucional. Fundamentalmente en relación con la Ley de
amnistía, pero en general con toda la obra de reformas sociales y políticas que
el gobierno y las mayorías parlamentarias vayan promulgando.
Pero hay además una vertiente en
la biografía del candidato a Magistrado del TC que no se ha visto suficientemente reflejada en
la prensa, lo que es algo peculiar. Jose Mª Macías es socio del bufete
Cuatrecasas, posiblemente el conglomerado corporativo más importante en la
consulta jurídica empresarial de este país, y en la página web de esta
institución se puede leer que sigue en activo, además de ser magistrado en
excedencia, y vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) desde 2015. Se
describe como una persona cuya práctica profesional “abarca el asesoramiento
preconflictual y la dirección y defensa en materias de contratación pública,
concesiones administrativas, expropiaciones y responsabilidad patrimonial de la
Administración, derecho constitucional, derecho procesal administrativo, derecho
farmacéutico, derecho del consumo y etiquetaje, derecho turístico, del ocio,
juego, espectáculos y hotelero y campings, planificación territorial y
urbanística, vivienda y equipamientos comerciales” y asimismo, “cuenta con amplia
experiencia en protección medioambiental en general y gestión de residuos,
derecho de aguas y minas, derecho del transporte, defensa ante autoridades y
tribunales, litigios con las administraciones públicas en impugnación de
liquidaciones y sanciones tributarias, derecho de la competencia y sobre
blanqueo de capitales, de la energía, hidrocarburos y de las
telecomunicaciones, desregulaciones, plantas de cogeneración, centrales
nucleares, desmantelación de plantas afectas a derechos especiales, defensa
ante el Tribunal Constitucional, responsabilidad contable ante el Tribunal de
Cuentas y homólogos autonómicos”.
Es decir, que ha participado en
una larga serie de asuntos en los que es difícil encontrar la huella personal –
asesoramiento preconflictual y dirección de la defensa jurídica – sobre las que
podrá intervenir en tanto que magistrado del Tribunal Constitucional. En este
sentido, su nominación aporta una novedad en las decisiones que el PP ha ido
adoptando para cubrir los puestos de magistrado en el TC. No basta la explícita
colocación ideológica en el territorio común de la derecha y ultraderecha, con expresiones
de virulencia política excepcional. A ello se une ahora la incorporación del
espacio de la defensa de intereses corporativos al ámbito del escrutinio sobre
la constitucionalidad de las leyes y de las decisiones judiciales que vulneran
derechos fundamentales en el que esta persona ha defendido claramente intereses
de parte que hará valer en estos procesos. Este segundo hecho permanece sin
embargo en la penumbra de los análisis que los medios de comunicación hacen de
esta figura, solo fascinados por su enemistad manifiesta con el gobierno de
coalición. ¿Por qué será?
Sin duda alguna esta nominación
es una pésima noticia y camina en el sentido contrario a la democratización de
la justicia que se decía pretender con este acuerdo bipartisan. Atentos
a las consecuencias.
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