viernes, 10 de enero de 2025

LA FLEBITIS DE FRANCO Y EL FIN DEL FRANQUISMO

 


Está dando mucho que hablar la organización de una serie de actos bajo el nombre de “España en libertad” que coinciden con el medio siglo que media entre la muerte del general Franco y la actualidad. Fue objeto de un debate muy intenso en el Congreso, ha continuado en las declaraciones de los políticos de la oposición de derecha y extrema derecha e incluso ha dado pie a un manifiesto firmado por 84 personas – periodistas, columnistas y políticos que ya no están en activo – en el que piden boicotear los actos organizados por la muerte de Franco.

Los argumentos que se utilizan para cuestionar esta iniciativa del gobierno son bastante homogéneos – lo que hay que festejar es la democracia y no la muerte del dictador, esto reabre viejas heridas entre dos bandos de la guerra civil en las que hubo excesos por ambas partes, a la postre se trata de una nueva execrable iniciativa del presidente del gobierno para ocultar el cerco judicial que le acecha, etc – pero lo que resulta más interesante es la reconstrucción histórica que esta fuerte contestación política ha provocado.

Quizá la forma más concreta y clara de lo que supone la narrativa que sostiene la llamada al boicot de estos actos se encuentra en la alocución que Cayetana Alvarez de Toledo efectuó en el Congreso el 18 de diciembre de 2024, según la cual “a Franco no le derrotó una izquierda heroica, sino una vulgar flebitis”, que coincide con un “tuit” de Nicolás Redondo Terreros que insistía en que Franco murió en la cama “porque fueron menos los antifranquistas durante su vida que los que aparecieron después de muerto y mucho menos de los que hoy vociferan envalentonados”. Lo que de nuevo en el manifiesto Contra Franco: la Constitución es la única celebración posible se recuerda con insistencia: “recordar el prolongado fracaso de la oposición para acabar con un dictador decrépito y sanguinario que murió en la cama y la soledad y sacrificio de los pocos y heroicos luchadores que lo combatieron”.

Hay en ese discurso la expresión del orgullo del vencedor: la dictadura no fue derribada por la movilización del pueblo, sino que por si misma pudo evolucionar hacia la democracia. La transición política es por tanto un acto de concesión paulatina de apertura a las libertades democráticas, no un proceso de conquista de derechos. Esta negación de la dialéctica de la historia solo admite la existencia de algunos hechos heroicos, hazañas aisladas de individuos que se opusieron a la dictadura, posiblemente por un entronque moral en la dignidad de la persona, sin que existiera por consiguiente una organización colectiva y una construcción cotidiana de resistencia y de proyecto alternativo en la dinámica de las luchas. Se trata de reinstalar en el espacio de la comunicación y de la discusión política por enésima vez la narrativa de la transición política como un pacto entre las élites en un contexto internacional determinado que hicieron evolucionar “el régimen anterior” hacia un estado de derecho reconocido en un texto constitucional.

Es cansino tener que reiterar que la dictadura fue ampliamente contestada y combatida principalmente desde la clase trabajadora organizada, que había sido por otra parte el enemigo interno y principal del franquismo, que fue capaz de poner en marcha un gigantesco movimiento de transformación social a partir del conflicto y de la negociación partiendo de los lugares de trabajo, creando las condiciones para un cambio real de pensamiento y de mentalidad, en la que cooperaron también de manera muy importante sectores del movimiento estudiantil e intelectuales. Nadie puede poner en duda que la forma de concebir las relaciones sociales y la necesidad de la democracia fue consecuencia de este enorme movimiento de oposición que encontraba un consenso social cada vez mayor, frente a la concepción autoritaria y violenta del régimen. Nadie puede hoy dudar que la “galerna de huelgas” entre 1975 y 1976, que nos hizo ser el país de Europa con más horas perdidas, después de Italia, pero con la característica de que en España la huelga era ilegal, hizo evidente también a ciertos sectores de las clases medias la incapacidad de la dictadura en imponer la seguridad y la confianza en una armónica sociedad de consumo prometida y por tanto a aceptar también ellas la conveniencia de poner fin al sistema político tan fuertemente cuestionado.

Y es cierto que hubo héroes – maldita es la tierra que necesita héroes, escribió Brecht – muchos de ellos anónimos y no reconocidos, pero nadie duda que el recrudecimiento de la violencia represiva desde 1973 hasta las elecciones de junio de 1977, con la prolongación de atentados fascistas, la continuidad del terrorismo y el golpe de estado de 1981, tiene que ver con el descabalgamiento de la hipótesis de trabajo del Departamento de Estado USA y  de la SPD alemana de mantener la ilegalización del PCE, diseñando un escenario parecido al que más tarde habría de concebirse para el Chile tras Pinochet. Los asesinatos de los abogados de Atocha, efectuados por la extrema derecha con la complicidad evidente de altas instancias del poder, nunca investigadas, y la manifestación de más de 200.000 personas en el entierro de estos abogados del PCE y de CCOO resultó clave en la ruptura de este proyecto.

Así que hay que dejar de repetir machaconamente que la democracia es una concesión de los poderosos y que la transición fue un proceso indoloro y lineal en donde el Rey y un grupo de políticos decidieron transformar el sistema político del país por entender superada la “fase anterior”, cerrando asi las “heridas” de una guerra civil con tantos “excesos” por ambas partes. Es cierto que la posterior narrativa del “régimen del 78” como expresión global que desautoriza el bipartidismo a partir de 1982, incluye también en esta crítica la transición política, lo que  ha oscurecido la existencia de una lucha colectiva, general y organizada que provocó directamente cambios fundamentales en las relaciones sociales y consiguió arrumbar los esquemas institucionales, ideológicos y políticos de la dictadura, no sin sufrir una enorme violencia institucional generalizada. Pero no cabe reducir la lucha del movimiento obrero, del movimiento vecinal y del movimiento estudiantil, junto con la organización de profesores, médicos, ingenieros y hasta en el ejército la constitución – y castigo – de la UMD, como un hecho irrelevante de que solo debemos recordar algunos momentos heroicos.

Sin embargo, quizá la imagen que utilizó la aristócrata Álvarez de Toledo se pueda emplear para explicar lo que su mismo discurso niega. La flebitis consiste en la formación de trombos que pueden comprometer el sistema venoso y, en consecuencia, comprometer el funcionamiento de nuestros órganos principales. La formación de masas sólidas que impiden la circulación de la sangre que alimenta los “órganos principales” del sistema político. Este fue el modo de proceder de los movimientos sociales y de las organizaciones políticas que fueron colonizando la sociedad desde su acción colectiva de resistencia y de proyecto. Hasta ir taponando e impidiendo el funcionamiento de la dictadura.

Y este es el otro punto por destacar. No se comprende bien por qué no se debe recordar a las generaciones de hoy, cincuenta años después de la muerte del dictador, que su desaparición física no implicó automáticamente la sustitución del régimen, pero que fue fundamental, como la muerte de su vicepresidente Carrero Blanco, dos años antes, para marcar la definitiva decadencia de la dictadura. Y no se entiende que se hable de “reabrir heridas” por recordar la existencia histórica de 40 años de un régimen que se alineó claramente con el nazismo y el fascismo derrotados en la Segunda Guerra Mundial, y que solo el apoyo de Estados Unidos en el mundo bipolar de la guerra fría permitió subsistir, alejado sin embargo de una Europa occidental democrática a la que siempre repugnó. No se entiende por qué no se puede estudiar las estructuras autoritarias y represivas que en el trabajo, en las relaciones de género, en la propia moral pública, la dictadura imponía de forma violenta. La propia Ley de Memoria Democrática obliga a este ejercicio de recordar al que se debe la sociedad democrática en su conjunto.

Que el Partido Popular y Vox, apoyados por las 84 personas firmantes del manifiesto referido y jaleados desde los medios entusiastas del poder económico – y subvencionados por instituciones públicas – “boicoteen” estos actos como se pide en dicho texto, o que se nieguen a estar presentes en estos actos, tiene un significado evidente para este sector ideológico:  la concesión que se hizo en su momento sobre las libertades, abandonando el diseño autoritario, puede ser revocada en cualquier momento. Crecidos ante la normalización de la presencia de las grandes fortunas en los centros directos del poder político, entienden que criticar la dictadura franquista es romper el pacto que ellos mismos han terminado por creer que se hizo desde la monarquía y las clases bienestantes para traer la democracia al pueblo llano. Con un problema adicional, y es que el propio Jefe del Estado ha decidido situarse también en ese lado, confiado en que su razón de ser constitucional está mejor garantizada por quienes consideran intangible la dictadura que por quienes recuerdan que fue un tiempo oscuro de dominación y de violencia para la gran mayoría de las personas que vivían en ese país que se llama España. Posiblemente este posicionamiento tendrá consecuencias en el futuro.


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