martes, 10 de mayo de 2011

30 AÑOS DESPUES: LA VICTORIA DEL PROGRAMA COMUN DE LA IZQUIERDA EN FRANCIA Y LA ELECCIÓN DE MITTERRAND








El 10 de mayo de 1981, resultaba vencedor en las elecciones presidenciales de Francia el candidato de la izquierda, François Mitterand. Socialistas, comunistas y radicales conseguían por fin la presidencia de la República. El eje de este movimiento era el Programa Común que había aglutinado a toda la izquierda en un amplio movimiento de reformas en Francia, pero también con la vista en una Europa en donde la amenaza del Thatcherismo se vivía todavía en términos de confrontación y de lucha por la hegemonía del proyecto político. Desde la perspectiva de la "cuestión social", el programa de la izquierda unida era muy extenso, y aún hoy se reconocen sus realizaciones. Ante todo dos: la "ciudadanía en la empresa" - las leyes Auroux - y el movimiento hacia la reducción de jornada como forma de reparto de empleo. Este último es una seña de identidad de los programas de izquierda que ha tenido vigencia más allá de la experiencia del primer septenato de Mitterrand, con los sucesivos gobiernos socialistas de los años 90, a través de la medida estelar de la jornada de 35 horas.






Pero más allá de la efemérides, poco comentada entre nosotros, el recuerdo de hace treinta años puede ser ilustrativo. 1981 no fué un buen año para la izquierda española, traumatizada con el golpe de estado del 23-F, reconducido necesariamente el panorama reivindicativo sindical a los parámetros de contención del Acuerdo Nacional de Empleo, y en donde comenzó el proceso de autoliquidación fratricida del PCE del que fué protagonista destacado Santiago Carrillo y una buena parte de su equipo dirigente. En esa disolución del pluralismo que expresaba las distintas "almas" del antifranquismo socialista y democrático que convivían dentro del partido de los comunistas españoles se jugó la hegemonía cultural que este partido ostentaba en el pensamiento de la izquierda y se inició la pérdida de una cultura de influencia en el gobierno general del país junto a la izquiera electoralmente mayoritaria, algo que simboliza de manera muy simple la viñeta de nuestro admirado Wolinski en L'Humanité que se reproduce al inicio.






La dificultad para encontrar un espacio común de coincidencias entre las distintas manifestaciones políticas de la izquierda - un programa común - es ciertamente una conclusión derivada de las asimetrías en volumen y en densidad electoral de las distintas opciones en juego, pero se explica también por la pérdida de ese cemento de transacción y de síntesis entre distintas formas de concebir el proyecto político de reforma de la sociuedad y del Estado que sin embargo integró - y todavia perdura - una cierta "tradición republicana" de la izquierda francesa. Cuando en las elecciones regionales de hace tan solo un año se pudo ver, coligados para la segunda vuelta, a las tres dirigentes - tres mujeres - del PS, PC y Los Verdes, esta tradición unitaria republicana se manfiestaba de forma nítida a la opinión pública. En España esta cultura se ha refugiado en los sindicatos, pero no ha calado en la izquierda política, donde predomina su opuesto, mezclado muchas veces con sectarismo y oportunismo a partes iguales.






Es seguro que la invocación de la memoria del Programa Común y de la unidad de la izquierda tenga hoy como principal dificultad la inexistencia de programa de reformas por parte de la socialdemocracia europea, y especialmente de la española. Pero tampoco va mucho más allá un planteamiento de la izquierda alternativa que continuamente rechaza la cultura del gobierno como un peligro de contaminación de su identidad como fuerza política de repudio de lo existente. Para todos nosotros, sin embargo, es posible un espacio de convergencia entre la izquierda sobre puntos de partida comunes y medidas de reforma claras. Y ese espacio común es más fácil de abordar en los niveles de determinación de la acción política más cercanos al ciudadano, en los ayuntamientos y en las Comunidades autónomas. Revigorizar la política en esos terrenos, recuperar el territorio para la política democrática, debería ser un objetivo irrenunciable de todas las fuerzas que pretenden transformar la realidad en un sentido emancipatorio.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy de acuerdo con usted, estimado profesor. ¿Habrá algún instrumento en el mundo para destaponar el creumen de los oidos de los güelfos y los gibelinos de la izquierda española para que oigan tan razonada opinión? Desde Iznalloz, le saluda Paco Revilla.

Anónimo dijo...

Como siempre son muy lúcidas tus reflexiones. Yo también abogo más que por ese espacio común,por un espacio nuevo de izquierda (para evitar el rechazo sin más de la política y una deriva sin más antisistema)tras la falta da de respuesta politica e ideológica a la crisis.Coincido contigo en que las dificultades son enormes, sobre todo ideológicas y programáticas, dada la "testimonialización" sin más de la izquierda y el vaciamiento político de la socialdemocracia y la aceptación cada vez más tecnocráctica (y de fin de las ideologías) del mercado como único espacio posible de soberanía global sin gobernanza (el capitalismo se disfraza de mercado e impone sus "determinismos" casi naturales).Eso explica lo de de Juan Torres de por qué "todo se vino abajo y nada se hundió".
Un fuerte abrazo
Juan