En el Congreso de los Diputados se celebró ayer un homenaje a Jose Antonio Alonso , que falleció el pasado 2 de febrero. Intervinieron en él una larga serie de representantes políticos de su partido, el PSOE - Antonio Hernando, Maria Teresa Fernández de la Vega, Eduardo Madina- y la presidenta del Congreso, Ana Pastor. También su mujer, Celima Gallego, y dos amigos personales con los que mantuvo una estrecha relación personal y política, Jose Luis Rodriguez Zapatero y Ramón Sáez. Al comienzo y al final del acto cantó Amancio Prada, leonés también como Alonso. A continuación se transcribe la intervención de Ramón Sáez que supo extraer, en un texto precioso, los elementos civiles y democráticos de una persona que dejó una traza de honestidad y de compromiso entre todos los que le conocimos.
Palabras para recordar a José
Antonio Alonso
Madrid 27 de marzo de 2017.
1.-
Qué difícil es hablar de un ser querido en la inmediatez de su pérdida, pues
detrás de cualquier evocación se hace presente la ausencia. A propósito de la
comunidad existencial en la que al parecer convivían muertos y vivos, John
Berger sugiere, en sus Doce tesis sobre
la economía de los muertos, que estos rodean a los vivos, los acompañan; los
vivos ocupan el centro, donde se ubican las dimensiones del tiempo y del
espacio, que a su vez se encuentra entornado por lo intemporal. Entre el centro
y lo que lo circunda se producen intercambios confusos, interacciones que buscan
elaborar sentido. Vivos y muertos eran colectivamente interdependientes: los
vivos esperaban alcanzar la experiencia de los muertos, era su futuro último, de
ahí la vivencia de la incompletud. Ahora, la deshumanización del capitalismo y su
secuela de egoísmo han quebrado aquella mutua dependencia, hasta el punto de
que los vivos, dice el poeta, creen que los muertos son aquellos que han sido
eliminados. Repárese la diferencia entre el modelo de una comunidad habitada por
vivos y muertos, con un centro y una periferia conectados, aquí el tiempo, allá
un espacio más allá del tiempo –un ejemplo ideal de ello lo encontramos en el
mundo de Pedro Páramo, la novela de
Juan Rulfo-, y enfrente la vivencia colectiva de un adentro, la comunidad de
los vivos, y un afuera, separados e incomunicados, porque esta nueva relación entre
vivos y muertos, en alguna medida insolidaria, genera otra presencia de la
ausencia. Los homenajes postreros pertenecen a la especie de los ritos de paso,
pero también participan de los rasgos del rito de agregación, en la medida que
pretenden reconstruir el lazo roto por la desaparición.
2.-
La personalidad de José Antonio Alonso se desenvolvía en una tensión fundamental
entre dos polos. De un lado la esperanza, que le inducía a intervenir en el
espacio social para intentar mejorar las cosas, enderezar la suerte de los
débiles, una suerte de pasión por la justicia y la igualdad. De otro, la
búsqueda de un mundo propio, exclusivo, de un espacio interior donde refugiarse
e intentar conocerse y conocer al otro que habita en nuestra piel, un proyecto
esencialmente moderno que forma parte de la herencia de los grandes poetas
místicos españoles (conócete, el mandato que estuvo en el origen del
psicoanálisis como disciplina). Tuve la suerte de conocer y tratar a lo largo
de veinticinco años al Alonso de la vida pública, del que vengo a testimoniar
ahora, al jurista del estado -por contraposición al jurista del mercado, que no
de estado, lo que propicia una perspectiva y una consciencia bien distinta-, al
activista de los derechos, portador de cultura de la legalidad, y al Toño
reflexivo, que anhelaba la soledad y el silencio en la medida precisa para
delimitar un sitio propicio a la introspección y al monólogo interior, donde reencontrase
y sentirse uno mismo. Una soledad sonora como la que halló y cantó Juan de la
Cruz. A su manera, una cierta distancia de las cosas y de las pasiones del
mundo permitía a José Antonio alimentar una espléndida capacidad para la
soledad y, al tiempo, una disponibilidad para los demás, lo que expresaba en su
serena presentación en los foros públicos.
Posiblemente
Toño, quiero creer, no se hubiera tomado muy en serio un homenaje a su persona
y a su trayectoria pública; quizá habría sonreído, aquel gesto seductor tan
suyo, con la pícara ambigüedad del que sabe que la gloria es efímera y la tímida
desconfianza de quien resiste a reconocerse en el perfil que otros componen,
incluso con el discreto aburrimiento que sentía ante las alabanzas que en un
tiempo se le prodigaron. Aún así, esta celebración es oportuna, en esta sede
del parlamento, porque viene a distinguir que trabajó con dedicación al
servicio del interés general y regresó al tribunal cuando constató que el
tiempo de la política había concluido.
3.- Quiero
recordar al juez, oficio y profesión que José Antonio eligió al terminar sus
estudios y que ejerció de manera ejemplar. Alguien le definió en la hora de su
pérdida como un hombre de estado. Nada más alejado, en mi opinión, de la
realidad: él no habría asumido el título. Un juez, un jurista del estado
atiende, se debe, a las razones del derecho. Incluso, cuando accedió a la
política de partido y aceptó responsabilidades de gobierno y cometidos
parlamentarios, José Antonio no se dejó llevar por las razones de estado, una
razón instrumental. Concebía al estado como una forma instituida al servicio de
la sociedad y de los ciudadanos, y la política como un espacio de mediación. Es
más, su compromiso no era con el estado sino con la legalidad. El respeto a la
ley y al derecho, la protección y desarrollo de los derechos fundamentales -de
todos ellos, los de libertad y participación junto a los sociales, económicos y
culturales, y para todas las personas, derechos universales e
interdependientes-, el respeto a la ley era para él un hábito político y
cultural. Lo había aprendido e interiorizado como juez y nunca se desprendió de
él.
4.- José
Antonio maduró profesionalmente una vez que se asentó en Madrid, en 1990, y se
inscribió en una tradición que venía de la lucha por la democracia y los
derechos, la de Justicia democrática. Formó parte de una generación intermedia
que sucedió a un grupo único de jueces, entre los que destacaban a la cabeza
del colectivo Perfecto Andrés, Cándido Conde, Manuela Carmena, Juan Alberto
Belloch y otros muchos. En torno a Jueces para la democracia se entregaron a la
tarea de configurar los valores de una verdadera cultura de la jurisdicción: el
juez como órgano de garantía, la vinculación a la ley y al derecho en clave
constitucional, ley inserta en un orden donde la Constitución no solo tiene
valor normativo sino que es su criterio de validez, lo que conlleva la
aplicación directa de los derechos fundamentales y la intangibilidad de su
contenido esencial, la independencia externa e interna, la imparcialidad del
tercero entre partes enfrentadas, la motivación como fuente de legitimación de
las decisiones de los tribunales, inmediación en la práctica de la prueba,
expulsión de la venalidad del palacio de justicia (aquella inveterada
corrupción nominada, castamente, con la metáfora de la astilla). Aunque el deseado
giro cultural no llegó a su conclusión, hay un antes y un después en las
prácticas judiciales, y en la propia vivencia del pluralismo al interior de la
magistratura, que es deudor de aquel activismo.
5.- Toño
Alonso fue portavoz de Jueces para la democracia durante cuatro años, a partir
de 1994. Su impronta es reconocible. Se expresaba con rigor y elegancia, era
próximo y divulgaba muy bien. Permítanme tres apuntes sobre sus ideas. Creía
que la justicia debía abrirse a la sociedad, para ello había que redactar las
resoluciones en lenguaje comprensible, sin renuncia alguna a la técnica jurídica
pero atendiendo a sus destinatarios, que no eran los abogados sino los
ciudadanos. En aquella época, Jueces para la democracia incrementó el diálogo y
el entendimiento con organizaciones defensoras de derechos humanos, de los derechos
de los presos, de los migrantes, de los trabajadores, de las mujeres, de los
consumidores, del pacifismo y del medio ambiente, participando en debates y
confrontaciones que dieron inusitado protagonismo a la asociación. En una lógica
similar, José Antonio defendió con rigor la puesta en funcionamiento del jurado
popular, un programa que para el orden penal preveía la Constitución, pero que
contaba con una opinión contraria en la profesión. La intervención de
ciudadanos en la función de juzgar era una escuela de ciudadanía, como había
dicho Tocqueville a partir de su experiencia sobre la democracia en América, y
además desacralizaba la función, la hacía más próxima. Entendía la potestad de
jueces y tribunales como un servicio público que prestaba tutela a los
derechos, a las libertades y a los intereses legítimos. Esta idea de servicio
público fue un revulsivo, pues en alguna medida era un elemento contracultural,
aunque pudiera parecer una propiedad del estado social de derecho y se
correspondiera con la tradición del derecho público francés, en realidad venía
a desequilibrar el papel del juez entendido en perspectiva exclusiva de poder.
Poder sí, para decir el derecho en el caso, pero con una dimensión
prestacional, como órgano de garantía del derecho. Por las mismas razones,
pensaba que el Consejo General del Poder judicial debía ser elegido por el
parlamento, aunque era consciente del peligro de ocupación partidista de las
instituciones consideraba que la elección por los jueces de una parte de sus
miembros podría convertir al órgano constitucional en un espacio de
representación corporativa. Ideas polémicas que defendió luego como vocal del propio
Consejo. En el debate, siempre supo escuchar y manifestar el respeto a las
posiciones de los demás.
No puedo
olvidar su ejercicio de la jurisdicción en clave constitucional. El sistema
penal dispersaba violencia innecesaria sobre los más débiles, era el momento de
incremento del encierro penitenciario, el inicio del populismo punitivo. El
proceso debía respetar la dignidad de la persona, incluso restaurar al acusado su
condición ciudadana. En este punto la sensibilidad del juez, pensaba y
practicaba Alonso, era un factor esencial. En el juicio procuraba responder a las
exigencias del modelo del observador imparcial y emotivo, un tercero ante el
conflicto que controla los sentimientos por medio de las razones del derecho,
pero que es capaz de identificar la desigualdad y trata de matizarla en el debido
equilibrio entre las partes. Lo que le llevó a preocuparse por la calidad de la
defensa o a optimizar las alternativas a la pena de prisión. Siempre trató de
mirar el mundo desde abajo, una mirada compasiva que nutría con la ficción
literaria y cinematográfica.
6.- Si alguien
pregunta por el legado que nos deja José Antonio Alonso –el juez, el diputado,
el ministro y el ciudadano-, creo que ha de buscarse en la cultura de la
legalidad, donde jueces y tribunales requieren de la suficiente independencia
para someter al poder al derecho, a todos los poderes, públicos y privados, poderes
del estado y del mercado, y sancionar las ilegalidades que cometen para afirmar
la vigencia de la ley. Un legado necesario en tiempos de zozobra donde la
función reguladora del derecho se ha debilitado tanto y de manera tan rápida.
José Antonio Alonso se sentía descorazonado ante la magnitud de la fuerza destituyente
que estaba disolviendo los derechos y sus garantías en nuestro sistema
jurídico-político, en una evolución que pone en cuestión la propia esencia de la
democracia.
1 comentario:
Felicidades, querido Ramón, por un testimonio tan elaborado y tan sentido. Un gozo para los sentidos.
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