Todas las previsiones se cumplieron e incluso se vieron
desbordadas. En todos los lugares, en todos los territorios, mujeres libres e
iguales. Un esfuerzo colectivo del que el movimiento feminista tiene que
enorgullecerse porque ha sabido conectar con cientos de miles de personas en un
acto de insubordinación colectiva frente a una situación de desigualdad
insostenible. Una huelga política que se ha convertido en una fiesta
democrática.
En los muros de Facebook y en los mensajes de Twitter se suceden las fotos
de las manifestaciones y cada una es más impresionante que la otra. Pero también
de las concentraciones sindicales de las doce de la mañana, los comandos
violeta que recorrían, como piquetes de masa, las calles, las asambleas y
concentraciones de los y las estudiantes. Yo estaba en Barcelona y he sido
testigo del colorido inmenso de la concentración juvenil en Paseo de Gracia,
con miles de jóvenes de instituto que clamaban por la igualdad. Las amigas y
los amigos han mandado imágenes de Vigo y de Ourense, abarrotadas las calles, o
en especial de las ciudades de Castilla La Mancha, que también se ha movilizado
a lo grande. Fotografías de Toledo con la catedral de fondo circundada por un
reguero violeta, de Ciudad Real y de Albacete, en manifestaciones tan numerosas
que no se recuerdan, o de Cuenca, en donde se han juntado miles de personas de
manera excepcional en su historia de protestas. Concentraciones ante los
ayuntamientos de los sindicatos y de los colectivos profesionales en huelga.
Valladolid paralizada, como Gijón. Y las imágenes de otras capitales, siempre
idénticas en reflejar la presencia innumerable de mujeres y de hombres
apoderándose del espacio público reivindicando igualdad y libertad en el
rechazo de un mundo construido sobre la violencia del capital y del
patriarcado. Las imágenes más impactantes son desde luego las de Madrid. Un mar
violeta que se desparramó ya desde mediodía, por toda la ciudad apoderándose de
sus calles para afirmar la inevitabilidad de una nueva forma de gobernar,
democrática e igualitaria.
Es muy importante la presencia de los sindicatos en este proceso.
Constituye un paso adelante que revela los cambios que se han producido – y se
están todavía desarrollando – en el diseño del proyecto de regulación general
del trabajo que éstos llevan adelante. Y asimismo da muestra del cambio progresivo
en la cultura sindical respecto de las ideologías de género. La mirada con la
que se afronta el trabajo y los derechos derivados del mismo, o la forma en la
que se explica y combate la precariedad, está siendo modificada y enriquecida
por la perspectiva de género de manera mucho más rápida que en el inmediato
pasado. Lo relevante hoy es que el sindicalismo confederal español ha conectado
de forma directa la protesta que se expresaba este 8 de marzo con el trabajo
concreto en grandes empresas y en sectores importantes de servicios,
fundamentalmente la enseñanza, y ha sabido especificar en unos elementos
fundamentales – las reivindicaciones sobre la brecha salarial y la exigencia de
una ley de paridad retributiva, la lucha contra la precariedad y la reforma de
la contratación temporal y a tiempo parcial, los planes de igualdad y los
protocolos de abuso y de violencia en el trabajo – el hecho de la desigualdad
económica y de poder que no sólo tiene un alcance social y cultural, sino que
se asienta con fuerza en el espacio de la subordinación y dependencia del
trabajo asalariado.
Esta confluencia virtuosa con el movimiento feminista implica que la forma
sindicato – y especialmente el sindicato representativo - ha sabido integrar su modo de operar con un
método de construir la acción colectiva de abajo a arriba, como ha ido
efectuando el movimiento feminista, confluyendo por tanto desde sus propias
reglas de formación de la voluntad colectiva de las y los trabajadores, en esta
movilización formidable. Y ello constituye además un dato original del
sindicalismo español respecto del estadio de evolución en el que se encuentran
otros sindicalismos de su misma área cultural en Europa. La huelga feminista ha
sido también una huelga laboral importante, porque ha habido un intenso trabajo
sindical que ha desembocado en datos muy relevantes: entre cuatro y seis
millones de trabajadoras y trabajadores han realizado paros parciales,
asambleas y han dejado de asistir a su trabajo el 8 de marzo. Esta es asimismo
una característica diferenciadora respecto de otras áreas sindicales de nuestro
entorno que no han integrado la acción colectiva de rechazo del trabajo a su
apoyo a las reivindicaciones del 8 de marzo.
El 8 de marzo, con su formidable movilización ciudadana, simboliza un acto
de insubordinación y de desgobierno, entendido, según ha escrito Laura Mora, como expresión de que las
mujeres defienden su ingobernabilidad por quienes hasta ahora les gobiernan y
afirman en consecuencia su insumisión ante un estado de cosas que somete
violentamente a las mujeres al mercado, a la sobre explotación y a la
desigualdad. Los actos de masas del 8 de marzo hacen imposible que se retire a
las mujeres la voz y la palabra. Un momento para “seguir profundizando, de
ponernos en valor y en cuestión, de hacernos entender, de nombrar con criterio,
de protegernos”
La trascendencia política de esta movilización es evidente, casi al mismo
nivel que su relevancia cultural y social. El problema a partir de ahora es el
de saber mantener esa tensión y esa presión en un proceso que inevitablemente
tiene que confrontarse con un marco institucional y político extremadamente
opaco – cuando no hostil – a este impulso nivelador e igualitario. No es
previsible que en un futuro inmediato esta movilización pueda transformar el
espacio político-electoral y orientar modificaciones en lo que se viene a
denominar “gobernanza” económica y social del país que obedece al diseño de las
instituciones financieras globales. Pero sin duda puede desplazar su campo de
acción hacia otros espacios más determinados, desde la enseñanza, la
investigación y la cultura, hasta la represión de la violencia de género y los
lugares de trabajo, la negociación colectiva y la práctica sindical. Será un
proceso largo y constante, pero necesario, en el que el cuestionamiento de lo
existente estará acompañado de un correlativo pluralismo ideológico y de
opinión que conllevará posiblemente profundas críticas entre los sujetos
involucrados en el mismo. Ese cuestionamiento plural y recíproco es importante
para crecer culturalmente y en densidad política, pero debe siempre efectuarse
manteniendo el espacio de unidad que ha permitido confluir en esta inmensa movilización
del 8 de marzo. Un espacio unitario por preservar como la clave de futuros y
próximos avances.
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