A
comienzos del 2017, se publicó en la editorial Plataforma, de Barcelona, el libro de Jose
Luis López Bulla y Javier Tébar Hurtado, que llevaba por título No
tengáis miedo de lo nuevo, con el añadido Trabajo y sindicato en el
capitalismo globalizado. El libro tuvo una buena acogida en los círculos interesados
en esa literatura, con sendas recensiones de Javier Aristu en Mientras
Tanto y de Quim González Muntadas en Nueva Tribuna, o Jesús
Martínez y Juan Manuel Tapia en el Butlletí d’Actualitat Jurídica i
Sindical de la CONC, entre las que uno recuerde. Hoy, pasados tres años, los autores han
decidido publicarlo por capítulos, en una serie abierta al público, en el blog
de referencia Metiendo Bulla. Es una buena noticia porque el
verano es tiempo de reflexión y lectura, y se avecina un período crítico para
las relaciones laborales en el próximo otoño. Leer para conocer los retos que
afronta el sindicalismo en un capitalismo global atravesado por la crisis económica
que ha causado la Covid-19, es una magnífica opción que este blog recomienda. Los
autores tuvieron la amabilidad de solicitarme que les hiciera un prólogo. A
continuación, se incluye un extracto a través del cual se puede entrever la
problemática abordada en el mismo.
Un prólogo no es el lugar en el
que se dialogue con el libro prologado, sino una apertura a los problemas que
este plantea y abre a quienes lo leen. Y en este libro se proponen muchos, y de
envergadura. López Bulla parte de una afirmación neta: la de que el
«ciclo largo» de conquistas sociales que el sindicalismo impulsó se ha agotado
con el estallido de la crisis del 2008 y su resolución mediante las llamadas
políticas de austeridad. La resistencia sindical ha sido importante, pero no ha
logrado sus objetivos, no solo por el contexto de crisis ideológica y política
que rodea este inicio de siglo, sino por la incapacidad de repensarse como
sujeto colectivo dotado de una estrategia determinada por la adaptación a «lo
nuevo» de esta situación, al nuevo paradigma que la contiene. Ese es el eje de
intervención del libro: proponer, a través de la selección de una serie de
lugares valiosos e importantes, una forma diferente de enfocar el enunciado de
la problemática presente y la estrategia que se debería adoptar.
El método que el autor escoge
busca voluntariamente el debate y la discusión, se presenta de manera polémica,
interpelando a quienes lo leen a buscar otras soluciones, rebuscando en las
experiencias aisladas, pero valiosas, que se han ido produciendo en la acción
sindical los elementos que permitan una «reubicación» del sindicalismo en estos
tiempos de la globalización financiera y de remercantilización del trabajo. La
apreciación de mayor calado es, sin duda, la que apunta hacia la reconsideración
del proceso tecnológico en marcha y la incidencia en las formas organizativas
que estructuran el trabajo concreto. Tanto desde la noción de ecocentro de
trabajo como desde la atención específica a la centralidad, en el planteamiento
de la estrategia del sindicato, de la organización del trabajo, la propuesta de
López Bulla me parece que va más allá del «pacto social por la innovación
tecnológica» que plantea, o de la consigna muy expresiva de arrumbar el
taylorismo siempre inalterado en la forma del dominio unilateral del empresario
sobre la organización del trabajo. Recupera, poniéndolos al día, aspectos muy
decisivos en el debate de finales de los años sesenta y la década de los
setenta del siglo pasado sobre la organización concreta del trabajo, proyectada
hacia una nueva versión de democracia social que integre necesariamente los
espacios de libertad y de contractualidad sindicalmente dirigida que provienen
de los lugares de producción. La incidencia de ese cambio tecnológico junto con
la recomposición de las fórmulas de organización de la empresa produce
transformaciones también en la conformación subjetiva de las clases
subalternas, tanto en su posición respecto del trabajo concreto como en lo
relativo a la cultura del trabajo, que se confronta a la que era hegemónica
hasta los años ochenta del siglo pasado. Es, por tanto, un planteamiento que
vigoriza la centralidad del trabajo en la sociedad y en el pacto constitucional
fundante, pero que la alarga hacia la raíz de la forma concreta de estructurar
y desarrollar el trabajo y la forma en que este se presta, sobre las propias
condiciones de trabajo, que devienen asimismo condiciones de existencia social.
En este entrecruzamiento de
líneas de acción, se desprenden otras indicaciones implícitas, como la que
deriva del uso del tiempo y su apropiación como tiempos colectivos y no tiempos
alienados o indisponibles, y previsiblemente revalorice elementos hasta ahora
marginales —por especializados— en la acción sindical, como todo el ámbito de
la salud laboral, desvinculado de la perspectiva concreta de la prevención de
riesgos. Además de ese eje de lectura extremadamente sugestivo, que requerirá
sin duda el desarrollo de un proyecto que reconstruya la unidad de la
formación, el conocimiento y los saberes, a la vez que revaloriza la acción
sindical en un tiempo en el que el capital cognitivo es determinante, el libro
plantea un amplio panorama de temas que revisan prácticas y rutinas sindicales
de una parte, o que en otras requiere un esfuerzo de radicalidad y de cambio.
Uno de ellos es el que reflexiona sobre la forma sindicato y la representación,
en donde el autor sostiene sus ya conocidas tesis sobre el envejecimiento de la
representación electiva o unitaria en los centros de trabajo y la necesidad de
su transformación. Hace casi quince años ese fue el objeto de la «conversación
particular» que mantuvimos en las páginas de la Revista de Derecho Social,
en un debate que todavía hoy me parece que tiene una cierta vigencia. Como se
conocen nuestras respectivas posiciones alrededor de este tema, lo que creo que
se debe destacar (o rescatar, en mi perspectiva) de él es fundamentalmente la
necesaria relación que tiene que establecerse entre la estructura de la
representación (sindical o unitaria) y la plataforma reivindicativa.
Esta conexión me parece otro
punto nodal del análisis que efectúa López Bulla, porque se relaciona
con la exclusión o el apartamiento de identidades laborales cualificadas por el
género, la edad o la pertenencia étnica, que, sin embargo, aparecen situados en
el espacio de la precariedad o en el no lugar de los centros de trabajo
privados de un engarce con la acción colectiva que son cada vez más un dato
organizativo definitorio de las nuevas relaciones laborales, y que se debería
abordar desde el prisma de las diversidades que se dan en el trabajo concreto y
se expresa en formas organizativas de empresa que rompen el diseño de la
representación colectiva (sindical y unitaria). A su vez, entiendo que el
debate sobre las formas de representación en la empresa tiene que ver
directamente con la problemática de la unidad sindical. La apuesta razonada del
autor es la de superar la unidad de acción y avanzar hacia la unidad orgánica
como «razón pragmática» del movimiento sindical —que en su propuesta no se
detiene en la unidad entre UGT y CCOO, sino que se amplía a USO como sujeto
concernido, al formar parte estas tres organizaciones confederales de las
estructuras sindicales del sindicalismo europeo y mundial— porque la viabilidad
de lo unitario se conjuga en el tiempo del futuro de un proceso de unificación
que, ciertamente, tiene «interferencias inamistosas», pero cuya probabilidad
permitiría emerger un nuevo sujeto colectivo construido formal y materialmente
sobre una noción unitaria de representación del trabajo asalariado y asimilado
a este. En ese contexto inédito, la reformulación del mecanismo de
representación en todos los niveles, y en particular en los centros de trabajo,
sería obligado.
La representación colectiva exige
la acción que canaliza la tutela de los representados. Ahí se sitúa el dilema
clásico en la conceptuación de CCOO sobre configurar un sindicato «de» o «para»
los trabajadores. La consideración de la forma sindicato como un sujeto ajeno,
que cumple funciones parapúblicas de tutela, rompe el ligamen central de la
representación entre el agente colectivo y el conjunto de las clases
subalternas. Por tanto, la reflexión sobre la participación y la implicación de
los trabajadores tanto en su consideración colectiva, pertenecientes a un
espacio determinado por el trabajo concreto, como individualmente, en tanto
sujetos que prestan su trabajo a cambio de un salario, es otro elemento
directivo de la propia estrategia sindical. Participación e implicación en la
toma de decisiones que tienen que adaptarse a la incidencia del cambio
tecnológico y a las condiciones de trabajo marcadas por las formas de
organización de empresa y al dominio sobre la organización del trabajo por
parte del empleador, pero que a su vez deben promoverse como condición necesaria
de una acción sindical que quiera experimentar su eficacia en el nivel concreto
funcional o territorial donde ejercite su poder de contratación o su capacidad
de acción colectiva. López Bulla insiste con razón en esa relación
virtuosa entre participación y acción, de manera que, como enseña la historia
concreta de las grandes conquistas obreras, la forma en la que se construye la
voluntad colectiva de actuar, la implicación de otros sectores que confluyen y
apoyan las acciones en marcha y la extensión del consenso entre una amplia
mayoría de trabajadores es tan decisiva para la victoria como la corrección y
oportunidad de la reivindicación esgrimida. Y este proceso de participación
democrática —que se debe calificar como un derecho— es el método apropiado para
calibrar el alcance de los objetivos y la propia determinación de estos.
Esto no solo supone, obviamente,
un diseño democrático «externo» al sindicato, es decir, un requisito que solo
funciona fuera del lazo asociativo entre la organización sindical y sus
afiliados. La implicación y la participación democrática forma parte esencial
de la democracia interna sindical, y no se agota —como tampoco sucede «fuera»,
en el espacio público— en los procesos electorales de formación de los órganos
de dirección en los respectivos niveles. Difundir la información como condición
para la toma de decisiones, fomentar la consulta a todos los afiliados y
trabajadores sobre las líneas centrales de una política reivindicativa
determinada, convocar a los afiliados y afiliadas al sindicato a formar parte
de las grandes opciones que van a definir las líneas maestras de la acción del
sindicato son elementos reconstituyentes del sindicato como forma
representativa, que, además, permiten conocer y experimentar de forma más aproximada
—no «desubicada»— las nuevas condiciones en las que nos ha colocado la
situación de recomposición del poder económico y social dirigido por una
globalización financiera que degrada los derechos laborales y sociales, devalúa
el salario y precariza la existencia laboral y vital de las personas. El cierre
de la acción sindical lo constituyen las medidas de acción colectiva, por lo
tanto, el conflicto sigue siendo un elemento decisivo en el diseño sindical
como condición de eficacia de su proyecto regulativo.
No es cierto que bajo la
gobernanza económica las huelgas hayan remitido, al contrario, la resistencia
sindical en España se ha expresado con fuerza a través de las huelgas tanto
generales como muy especialmente de empresa, mucho menos de sector. El problema
es que su eficacia se ha reducido notablemente. Es decir, que la huelga como
«forma de intimidación democrática» ha perdido una buena parte de su función. Y
urge recuperarla. Ello implica reflexionar acerca del espacio del trabajo
concreto sobre el que se despliega el conflicto, la experimentación de formas
nuevas de presión utilizando las tecnologías de información y comunicación que
maneja la empresa, extendiendo la participación a otros sectores que integren
el propio conflicto y protagonicen elementos importantes de este no solo desde
una solidaridad activa. López Bulla propone una línea de análisis
sustentada en la necesidad de sacar la huelga del espacio privado, definido por
el círculo organizativo de la empresa, al espacio público, en el que discurren
las posiciones políticas e ideológicas de los ciudadanos, de manera que el
conflicto pueda apropiarse físicamente de la calle, de la ciudad, pero
fundamentalmente del espacio inmaterial de la opinión pública, no solo ganando
visibilidad en este, sino suministrando los argumentos y los motivos que avalan
su corrección. No se trata de una pretensión desaforada, puesto que cuenta con
experiencias concretas que se han practicado por el movimiento sindical,
trasladando el conflicto a su contemplación directa por la ciudad y sus
habitantes, ocupando de manera permanente un espacio urbano y asentando el
conflicto en él como paisaje temporal, o garantizando la presencia constante en
las actividades culturales o políticas que tienen lugar en el municipio. El conflicto
tiende a ser reprimido y ordenado desde fuera por la norma y los jueces, cuando
no por la policía, y en consecuencia esta dimensión invasiva y punitiva del
derecho de huelga se confronta con su configuración constitucional como derecho
fundamental ordenado funcionalmente al logro de la igualdad sustancial al que
también resultan comprometidos los poderes públicos. Pero la huelga supone
materialmente el rechazo colectivo y concertado del trabajo prestado en régimen
de subordinación, implica, por tanto, un acto de emancipación en el que se
niega la autoridad en la empresa, que se sustituye por la voluntad colectiva de
quienes trabajan en torno a un cambio en las condiciones de trabajo, en la
situación de empleo o en la propia conformación de su existencia social como
clase. Por eso la autotutela colectiva del conflicto, entendida como la
capacidad autónoma de dirigirlo y gobernarlo, es un poder sindical fundamental.
No sucede, sin embargo, así en una buena parte de los supuestos, y en concreto
en el ámbito de los llamados servicios esenciales de la comunidad, que es el
espacio de intervención más acusado del autoritarismo represivo del poder
público en nuestro país.
En el libro se resalta la
necesidad de revisar la actitud del sindicalismo español al respecto, tanto en
la determinación de cuáles pueden ser servicios esenciales ante una huelga en
concreto, como respecto de la ominosa presencia de los llamados servicios
mínimos copiosos que impiden la eficacia de la huelga y que esta cumpla su
función intimidatoria. Así, el alcance de los límites del ejercicio del derecho
de huelga debe ser fijado esencialmente por la autodisciplina del propio
sindicato como ejercicio de su propia autonomía colectiva, que es capaz de
expresarse respetando los derechos del resto de los trabajadores afectados por
el conflicto. Los sindicalistas son «experimentadores sociales» y ese
experimento no solo se efectúa en la esfera de la organización de la
representación y en la ordenación del poder contractual e intimidatorio de
esta, sino que se proyecta sobre «todo el quehacer del sujeto social en la
relación entre ciencia, técnica y organización del trabajo». La radical
transformación de trabajo obliga a un repensamiento global de la relación del
sujeto colectivo con estos cambios.
El libro de José Luis López
Bulla y Javier Tebar se adentra en
este territorio suministrando elementos muy valiosos para continuar una
reflexión que hoy más que nunca es imprescindible. Su lectura es ineludible
para todas aquellas personas que quieran pensar sobre el sentido de la acción
colectiva organizada en las relaciones laborales y en la construcción de la
ciudadanía social. Lo que significa analizar con capacidad crítica las
coordenadas políticas, económicas y sociales en las que nos sitúa la ideología
neoliberal hegemónica y el sistema neoautoritario que está propiciando a través
de la llamada «nueva» gobernanza económica europea. Nada más y nada menos. Todo
un reto y una actitud inconformista decididamente resuelta a impugnar un mundo
injusto y desigual que puede ser cambiado por la acción colectiva de la «gente
común», ante todo por la acción colectiva de las personas que trabajan y
obtienen de su trabajo los medios de vida y de existencia social. Un esfuerzo
que merece la pena compartir y activar.
2 comentarios:
Probablemente es mejor cerrar los ojos, y no querer saber que nuestras pensiones se basan en un sistema piramidal que en estos momentos está quebrado. Cuantificar a los contribuyentes la diferencia entre lo aportado y lo gastado pone un punto de realismo ante la demagogia y el populismo que parece todo lo contamina.
Cuál es el link del blog "metiendo bulla"?
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