En la
revista digital Social Europe el economista heterodoxo James K
Galbraith, que criticó el Consenso de Washington sobre políticas basadas en
el libre mercado, y defendió que la economía keynesiana ofrecía una solución a
la crisis financiera desatada en 2008 mientras que las políticas monetaristas
no harían más que profundizar la recesión, ha publicado un artículo en el que da
cuenta de los sucesivos fracasos predictivos de la economía dominante ante los
problemas más relevantes que se le han planteado.
Lo que denuncia Galbraith es
un hecho cotidiano también en el pensamiento económico europeo, que permea
tanto la política económica y fiscal – las reglas adoptadas sobre el equilibrio
presupuestario y la deuda son el ejemplo más evidente – como la elaboración
académica dominante. También en España este enfoque es preponderante – aunque haya
muy relevantes excepciones – y el área de economía del gobierno y sus asesores
permanecen anclados en estas posiciones. Las advertencias sobre las
consecuencias negativas sobre el empleo y la inversión de las reformas
laborales – del “mercado de trabajo” – que amplían y consolidan derechos de las
personas que trabajan y por consiguiente intervienen, regulando este “mercado” e
imponiendo límites a los poderes empresariales, se han ido desvelando
inconsistentes en el ciclo de reformas que se ha emprendido desde el 2020. Los
recientes debates aun en curso sobre las que se predican como consecuencias
desoladoras sobe la productividad y la inversión de la reducción legal de la
jornada máxima a 37,5 horas son un buen ejemplo de ello.
Por eso el artículo aquí incorporado
parcialmente, es interesante porque rescata para la opinión pública no experta
un principio de realidad que la economía dominante no está dispuesta a admitir,
siempre proclive a plantear su análisis en última instancia como justificación
de la codicia corporativa y el dominio del capital financiero sobre las
personas y los pueblos.
LA ECONOMÍA DOMINANTE: UN CATÁLOGO DE FRACASOS
James K Galbraith ,
Social Europe,6 de febrero de 2025
Una crítica de los fracasos de la economía dominante y de su
resistencia al cambio.
https://www.socialeurope.eu/mainstream-economics-a-catalogue-of-failures
En un notable catálogo de
horrores para The New York Times, el periodista Ben Casselman detalla los
«principios centrales» de la economía dominante que han caído en desgracia
política: libre comercio, fronteras abiertas, un impuesto sobre el carbono, austeridad
fiscal. En su cobertura de la reciente reunión anual de la American Economic
Association en San Francisco, Casselman señala los problemas que los
economistas no han resuelto: la desindustrialización, el crack de 2008 y la
consiguiente recesión, la ralentización del crecimiento a largo plazo. Y
subraya sus mayores fallos de previsión: la crisis financiera de 2007-09, la
crisis de precios de 2021-22 y la naturaleza transitoria de la inflación
resultante, que hasta ahora ha retrocedido sin desencadenar una recesión.
Con admirable moderación,
Casselman informa de la opinión de Jason Furman de que los economistas deben
«hacer un mejor trabajo... comprendiendo los problemas que preocupan a la
gente», y de la observación de Glenn Hubbard de que demasiados economistas han
sido «desdeñosos e insensibles» ante tales preocupaciones. No es broma.
No es de extrañar que un
periodista se encontrara con semejante cúmulo de fracasos -y casi nadie con una
opinión discrepante- en esta reunión de economistas «de primera fila». Por
supuesto, hay economistas que han abrazado ideas contrarias sobre aranceles y
desarrollo, fraudes y crisis financieras, las raíces de la desindustrialización
en los años ochenta, política industrial y medioambiental, y dinero, déficit y
deuda. Pero cuando estos expertos asisten a las reuniones - firmemente
controladas por la corriente dominante - son marginados a pequeñas habitaciones
en hoteles satélites. No hay error que pueda avergonzar a los economistas «top»
para que renuncien a los puestos de honor.
El control de lo convencional
está profundamente arraigado en las normas institucionales. Para ser un
economista «de primera» hay que ser titular en un departamento de economía «de
primera», lo que a su vez requiere publicar en una revista «de primera», un ojo
de aguja estrechamente controlado por los ortodoxos. La única otra vía hacia el
prestigio profesional es un nombramiento para un puesto de alto nivel en la
Casa Blanca, la Reserva Federal, el Tesoro estadounidense o, tal vez, el Fondo
Monetario Internacional. Los académicos heterodoxos están dispersos, sus
departamentos están infradotados y mal clasificados. Mantener una opinión
discrepante coherente -sobre todo si es acertada en cuanto a los méritos- les
impide asistir al tipo de reunión que observó Casselman.
(…)
Los economistas derivan sus
teorías de la parábola del intercambio y del supuesto de que los mercados son
la institución económica clave. Esto les permite tratar la producción como algo
secundario -organizada en pseudomercados de trabajo, capital, tecnología, etc.-
y aferrarse a una ilusión de equilibrio. La reconfortante idea en la que se
basan los modelos de los economistas es que -aparte de todos los problemas,
como el monopolio- los mercados, en algún escenario ideal, resolverán las
cosas.
En todos los demás campos del
conocimiento humano, las teorías del equilibrio desaparecieron después de
mediados del siglo XIX, cuando la evolución y la termodinámica pasaron a
dominar el pensamiento científico. Los economistas dominantes son los únicos que
se resisten, prefiriendo las verdades triviales de los modelos matemáticos
autocontenidos al compromiso con el mundo real.
Una visión termodinámica entiende
que lo primordial es la producción, no el intercambio. Sin producción, no hay
nada que intercambiar. Adquirir y movilizar los recursos necesarios para la
producción requiere una inversión fija, realizada por las organizaciones con la
esperanza de obtener beneficios. Todas estas inversiones son inciertas. Y toda
actividad debe regularse, como la tensión arterial o la temperatura del motor
del coche.
No hay mercado sofisticado - en
realidad, no hay mercado - sin gobierno, y no hay gobierno sin fronteras y
límites que determinen su jurisdicción. Sólo por eso la globalización estaba
destinada a acabar en caos.
No es difícil ajustar el
pensamiento a este paradigma bien establecido, con el que todas las demás ramas
de las ciencias naturales y sociales se enfrentaron hace mucho tiempo. Muchas
cuestiones políticas - comercio, desigualdad, energía, tipos de interés y de
descuento, déficit y deuda, poder monopolístico - pasan a primer plano. Pero no
se puede esperar avanzar mientras una escuela de pensamiento anticuada
monopolice los recursos que sustentan las universidades, las revistas, las
promociones, los fondos de investigación y los primeros puestos en las
reuniones anuales de economía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario