domingo, 9 de febrero de 2025

EL PENSAMIENTO ECONOMICO DOMINANTE Y LA REALIDAD SOCIAL

 


En la revista digital Social Europe el economista heterodoxo James K Galbraith, que criticó el Consenso de Washington sobre políticas basadas en el libre mercado, y defendió que la economía keynesiana ofrecía una solución a la crisis financiera desatada en 2008 mientras que las políticas monetaristas no harían más que profundizar la recesión, ha publicado un artículo en el que da cuenta de los sucesivos fracasos predictivos de la economía dominante ante los problemas más relevantes que se le han planteado.  

Lo que denuncia Galbraith es un hecho cotidiano también en el pensamiento económico europeo, que permea tanto la política económica y fiscal – las reglas adoptadas sobre el equilibrio presupuestario y la deuda son el ejemplo más evidente – como la elaboración académica dominante. También en España este enfoque es preponderante – aunque haya muy relevantes excepciones – y el área de economía del gobierno y sus asesores permanecen anclados en estas posiciones. Las advertencias sobre las consecuencias negativas sobre el empleo y la inversión de las reformas laborales – del “mercado de trabajo” – que amplían y consolidan derechos de las personas que trabajan y por consiguiente intervienen, regulando este “mercado” e imponiendo límites a los poderes empresariales, se han ido desvelando inconsistentes en el ciclo de reformas que se ha emprendido desde el 2020. Los recientes debates aun en curso sobre las que se predican como consecuencias desoladoras sobe la productividad y la inversión de la reducción legal de la jornada máxima a 37,5 horas son un buen ejemplo de ello.

Por eso el artículo aquí incorporado parcialmente, es interesante porque rescata para la opinión pública no experta un principio de realidad que la economía dominante no está dispuesta a admitir, siempre proclive a plantear su análisis en última instancia como justificación de la codicia corporativa y el dominio del capital financiero sobre las personas y los pueblos.

LA ECONOMÍA DOMINANTE: UN CATÁLOGO DE FRACASOS

James K Galbraith , Social Europe,6 de febrero de 2025

Una crítica de los fracasos de la economía dominante y de su resistencia al cambio.

https://www.socialeurope.eu/mainstream-economics-a-catalogue-of-failures

 

En un notable catálogo de horrores para The New York Times, el periodista Ben Casselman detalla los «principios centrales» de la economía dominante que han caído en desgracia política: libre comercio, fronteras abiertas, un impuesto sobre el carbono, austeridad fiscal. En su cobertura de la reciente reunión anual de la American Economic Association en San Francisco, Casselman señala los problemas que los economistas no han resuelto: la desindustrialización, el crack de 2008 y la consiguiente recesión, la ralentización del crecimiento a largo plazo. Y subraya sus mayores fallos de previsión: la crisis financiera de 2007-09, la crisis de precios de 2021-22 y la naturaleza transitoria de la inflación resultante, que hasta ahora ha retrocedido sin desencadenar una recesión.

Con admirable moderación, Casselman informa de la opinión de Jason Furman de que los economistas deben «hacer un mejor trabajo... comprendiendo los problemas que preocupan a la gente», y de la observación de Glenn Hubbard de que demasiados economistas han sido «desdeñosos e insensibles» ante tales preocupaciones. No es broma.

No es de extrañar que un periodista se encontrara con semejante cúmulo de fracasos -y casi nadie con una opinión discrepante- en esta reunión de economistas «de primera fila». Por supuesto, hay economistas que han abrazado ideas contrarias sobre aranceles y desarrollo, fraudes y crisis financieras, las raíces de la desindustrialización en los años ochenta, política industrial y medioambiental, y dinero, déficit y deuda. Pero cuando estos expertos asisten a las reuniones - firmemente controladas por la corriente dominante - son marginados a pequeñas habitaciones en hoteles satélites. No hay error que pueda avergonzar a los economistas «top» para que renuncien a los puestos de honor.

El control de lo convencional está profundamente arraigado en las normas institucionales. Para ser un economista «de primera» hay que ser titular en un departamento de economía «de primera», lo que a su vez requiere publicar en una revista «de primera», un ojo de aguja estrechamente controlado por los ortodoxos. La única otra vía hacia el prestigio profesional es un nombramiento para un puesto de alto nivel en la Casa Blanca, la Reserva Federal, el Tesoro estadounidense o, tal vez, el Fondo Monetario Internacional. Los académicos heterodoxos están dispersos, sus departamentos están infradotados y mal clasificados. Mantener una opinión discrepante coherente -sobre todo si es acertada en cuanto a los méritos- les impide asistir al tipo de reunión que observó Casselman.

(…)

Los economistas derivan sus teorías de la parábola del intercambio y del supuesto de que los mercados son la institución económica clave. Esto les permite tratar la producción como algo secundario -organizada en pseudomercados de trabajo, capital, tecnología, etc.- y aferrarse a una ilusión de equilibrio. La reconfortante idea en la que se basan los modelos de los economistas es que -aparte de todos los problemas, como el monopolio- los mercados, en algún escenario ideal, resolverán las cosas.

En todos los demás campos del conocimiento humano, las teorías del equilibrio desaparecieron después de mediados del siglo XIX, cuando la evolución y la termodinámica pasaron a dominar el pensamiento científico. Los economistas dominantes son los únicos que se resisten, prefiriendo las verdades triviales de los modelos matemáticos autocontenidos al compromiso con el mundo real.

Una visión termodinámica entiende que lo primordial es la producción, no el intercambio. Sin producción, no hay nada que intercambiar. Adquirir y movilizar los recursos necesarios para la producción requiere una inversión fija, realizada por las organizaciones con la esperanza de obtener beneficios. Todas estas inversiones son inciertas. Y toda actividad debe regularse, como la tensión arterial o la temperatura del motor del coche.

No hay mercado sofisticado - en realidad, no hay mercado - sin gobierno, y no hay gobierno sin fronteras y límites que determinen su jurisdicción. Sólo por eso la globalización estaba destinada a acabar en caos.

No es difícil ajustar el pensamiento a este paradigma bien establecido, con el que todas las demás ramas de las ciencias naturales y sociales se enfrentaron hace mucho tiempo. Muchas cuestiones políticas - comercio, desigualdad, energía, tipos de interés y de descuento, déficit y deuda, poder monopolístico - pasan a primer plano. Pero no se puede esperar avanzar mientras una escuela de pensamiento anticuada monopolice los recursos que sustentan las universidades, las revistas, las promociones, los fondos de investigación y los primeros puestos en las reuniones anuales de economía.

 

 


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