lunes, 14 de noviembre de 2016

HACE CUATRO AÑOS: LA HUELGA DEL 14 DE NOVIEMBRE DEL 2012



Hace tan solo cuatro años - me lo ha recordado en un tweet Unai Sordo - los sindicatos europeos dieron un paso adelante en la coordinación de la lucha frente a las políticas de austeridad de la nueva gobernanza económica europea. Por vez primera, la Confederación Europea de Sindicatos planteó la posibilidad de una acción colectiva coordinada en todos los países europeos que asumiera principalmente la forma de huelga. Era el embrión de una posible huelga europea que permitía visibilizar la capacidad de resistencia del movimiento sindical.

Aquella acción colectiva, que permitía sin embargo la confluencia de otro tipo de movilizaciones de menor intensidad, como asambleas y reuniones, concentraciones y actos que no perturbaran la normalidad productiva, fundamentalmente se concentraba en una serie de manifestaciones en las que el movimiento obrero reivindicaba en la calle la crítica a los procesos de desregulación social y de remercantilización del trabajo que las políticas de la austeridad estaban llevando adelante. Era la primera vez que se establecía de forma tan neta la posibilidad para el movimiento sindical europeo de acudir a la medida de presión por antonomasia, la huelga, como forma de exteriorizar el rechazo y la protesta ante el giro de la gobernanza económica europea dirigida por la Troika, un conglomerado de poderes públicos y de instituciones financieras en torno al cual se tejía una convergencia terrible de populares y cristiano demócratas, por una parte y socialdemócratas de otro que dominaban abrumadoramente la representación política – y por tanto parlamentaria – en la Unión Europea.

La huelga fue seguida en líneas generales en los países del sur de Europa castigados de forma intensa por las políticas de austeridad: Grecia, Chipre, Italia, España y Portugal fueron los países en los que la medida de acción colectiva se expresó mediante el rechazo del trabajo, la huelga de las trabajadoras y de los trabajadores, que fue general toda la jornada en  Chipre, Portugal y en España y parcial de cuatro y dos horas de duración en Italia y en Grecia. En el resto de los países, hubo huelgas parciales fundamentalmente en los ferrocarriles (Bélgica) o en Lituania y Lituania en el sector público, pero ante todo porque se aprovechaba así un conflicto previo. La convocatoria de manifestaciones fue sin embargo mucho más trasversal, desde Polonia, Rumania y Bulgaria, hasta Francia y Holanda, con destacada participación – que en aquel momento tenía una relevancia simbólica muy decisiva – de los sindicatos alemanes. En España, Grecia, Portugal e Italia, las manifestaciones fueron muy importantes asimismo. Una crónica de aquella jornada quedó narrada en este blog y puede consultarse en sus detalles en este enlace La Gran Huelga del 14 de noviembre.

Sin embargo, esta acción también mostró sus limitaciones. No sólo porque , como era previsible, exteriorizó la grieta que separa en esta concepción sindical al modelo sindical escandinavo o austriaco, que son directamente refractarios a este tipo de movilización “política”, sino que marcó el aislamiento del sindicalismo británico respecto de los movimientos de los sindicatos “europeos”, e hizo emerger, en el interior de algunos países del sur, como en Italia, la división sindical entre las propias confederaciones nacionales, de las cuales solo la CGIL – y los COBAS- convocaron la huelga que, recordemos, había sido promovida y convocada por la CES, de la que estos sindicatos nacionales eran miembros. También exteriorizó que el recurso a la huelga gestionado por los sindicatos europeos ni era capaz de sobreponerse a las concepciones nacional-estatalistas que predominan en la cultura de las respectivas confederaciones sindicales, incluidas las del sur, ni por tanto mostraba la capacidad de intimidación que debía ir unido a la organización del conflicto.

La jornada de lucha, que en buena parte de escenarios nacionales fue también de huelga demostraba pese a todo que era posible organizar una acción coordinada en toda Europa y que por tanto los vínculos de clase del sindicalismo podían todavía poner en marcha una fuerte movilización de asalariadas y asalariados europeos. Ese valor simbólico se había podido plasmar en una experiencia concreta, con las dificultades evidentes que tenía su concepción y su ejecución.

Privados sin embargo de apoyo político – recordemos la fecha, 2012 – el  movimiento sindical estaba aislado, desconectado de un esquema eficiente de interlocución que permitiera convertir en un proceso de negociación el curso de las “reformas de estructura” que se estaban produciendo entonces – y que luego se irían concretando en otros países, como en Francia tres años después – por lo que consideró que esta vía no podía ser intentada de nuevo, al menos hasta que se dieran unas mejores condiciones, especialmente políticas. En cada uno de los países involucrados la percepción del aislamiento del sujeto sindical y su relativa incapacidad para poder dar una salida inmediata a las reivindicaciones esgrimidas, paralizando o al menos limitando los planteamientos de la “nueva gobernanza” económica europea, hizo que el sindicato se replegara para reorganizarse, iniciara una conflictividad más difusa a nivel de empresa y sectorial y entablara acciones parciales en unión con otros movimientos sociales. Ese fue el caso de España, donde ya no se convocaron más huelgas generales, sino huelgas de empresa o de sector - la huelga de la enseñanza del 2013 - junto cn la participación en movilizaciones más transversales, tipo las "mareas".

Lo que esta movilización sindical expresaba era asimismo una situación general, en tantos países europeos, de malestar social muy agudo, de oposición frontal a las políticas neoliberales de desregulación, destrucción masiva de puestos de trabajo y ampliación de la desigualdad social y económica en nuestras sociedades que las políticas de austeridad y de “establidad monetaria” estaban propiciando. Esa situación no ha cambiado en estos cuatro años, al contrario, sin salida política que permita un cambio real de la dirección de la economía y de la política – o sin que estas opciones tengan la suficiente fuerza para modificar este rumbo – instalados en una defensa cada vez más difícil de unos derechos laborales y sociales vaciados de contenido y transformados en su contrario, como ha sucedido con la precariedad laboral y el mantenimiento de una amplísima bolsa de no – trabajo, la situación se va deteriorando y está rompiendo de manera muy preocupante vínculos de solidaridad internacionales y de consideración humanitaria de flujos incesantes de personas que vienen en busca de un trabajo y un lugar seguro para vivir.


La huelga europea del 14 de noviembre del 2012 quería demostrar una Europa que trabajaba reivindicando los derechos fundamentales que deben integrar el status de ciudadanía que tiene su origen en el trabajo como valor político democrático central en nuestros sistemas sociales. Es un precedente del que hay que aprender las experiencias positivas que se llegaron a plasmar y desarrollar. Y es también un símbolo de lo que podría devenir otra Europa, la única que puede sobrevivir y no desmoronarse como está sucediendo ahora, empeñada la dirección política de la UE en una visión neoautoritaria de la sociedad y de las relaciones laborales que nos conduce al desmoronamiento europeo y posiblemente a la emersión de tensiones políticas y sociales extremadamente peligrosas y negativas.

No hay comentarios: