Se ha celebrado en la Universidad de Heidelberg un simposio europeo sobre el derecho transnacional en la era de los nacionalismos emergentes que ha reunido a un heterogéneo número de especialistas en la regulación de las relaciones laborales europeas. Antonio Garcia -Muñoz Alhambra, profesor de la UCLM, ha asistido al mismo y envía, en rigurosa primicia para la blogosfera de Parapanda, esta interesante crónica.
El Derecho del Trabajo en la era del populismo
Por Antonio Garcia-Munoz Alhambra
Aunque una traducción literal más fiel al título del evento seria “derecho
transnacional del trabajo en la era del nacionalismo emergente”, el término
populismo refleja mejor el contexto político en el que nos situamos, en
palabras de Alan Bogg. En su intervención
tras una agradable cena en la universitaria ciudad de Heidelberg, Bogg destacó
la importancia de caracterizar de forma rigurosa el término “populismo”, o
mejor las políticas populistas, para que la reiteración de su uso en diferentes
contextos y con distintos propósitos no acabe por convertirlo en un concepto
vacío, como le ha sucedido a tantos otros.
¿Qué caracterizaría a las políticas populistas?, precisamente su carácter
excluyente, en nombre de un “pueblo”. Los políticos populistas se presentan
como los representantes legítimos del pueblo frente a unas elites corruptas que
se aprovechan de la democracia para realizar sus propios intereses en contra de
los del “pueblo”, y el “pueblo” es únicamente el que está de acuerdo con las
políticas propuestas por el populismo, dado que los demás, los inmigrantes,
pero también las supuestas “elites” o las personas que critican el discurso
populista, están en un no-lugar donde se agrupan los que no pertenecen al
pueblo. Serian ejemplos de populistas que han alcanzado el poder los gobiernos
de Polonia, Hungría o Turquía, el gobierno de Trump en los Estados Unidos, el
gobierno de Theresa May en Reino Unido o el recientísimo gobierno Italiano
caracterizados por un discurso antinmigración, contrario a las elites (cualquiera
que sea el significado de las elites en estos ejemplos, repárese en el absurdo
de un Trump clamando contra el establishment
al que pertenece), contrario a las sociedades abiertas y hostil a los
derechos de las minorías, los sindicatos y las formas democráticas. No se
trata, sin embargo, de un fenómeno limitado a los ejemplos señalados, sino que
se encuentra presente o en incipiente desarrollo en la mayoría de los países
Europeos.
Pero además este discurso político busca apoyarse en el “pueblo trabajador”,
el buen trabajador, honrado y no sindicalizado, cuyas condiciones de vida y las
de su familia se ven amenazadas por la globalización y los inmigrantes. Así pues, planteaba Bogg, el derecho del
trabajo se enfrenta a un reto: identificar el discurso populista, denunciarlo,
y recuperar un discurso que señale las carencias materiales de las clases
trabajadoras y populares como el germen de un descontento que pone en riesgo la
democracia. Más democracia para representar adecuadamente los intereses de
estas clases frente a la cada vez mayor desigualdad y precariedad, más
democracia para una mejor redistribución de la riqueza como base de unos
derechos sociales robustos y eficaces que bloqueen el discurso del miedo y el
odio hacia los más vulnerables de la sociedad. Delimitar los conceptos de
populismo, nacionalismo y nación, una tarea nada fácil pero necesaria.
Y es que, como proponía Adele
Blackett desde Canadá (gracias a las telecomunicaciones), la globalización
en su actual forma genera descontento, el descontento de los perdedores de un
proceso de acumulación global de capital y beneficios a costa de la desposesión
y explotación de inmensas masa de personas a lo largo y ancho del mundo. Pero
este descontento global, que hasta ahora solo ha sido capaz de expresarse de
manera local y que alimenta las políticas populistas, no puede desembocar en
resistencias y solidaridades locales y excluyentes, sino que se debe articular
en solidaridades transnacionales e incluyentes. Aquí la propuesta es el
desarrollo de un derecho transnacional del trabajo que permita construir y
articular dichas solidaridades, otra forma de cortocircuitar el discurso
populista. Es comprensible que los perdedores de la globalización se sientan
decepcionados y amenazados, las ventajas de las sociedades abiertas no tienen
significado para ellos, pues se les niega el acceso a las mismas, pero la
respuesta a sus preocupaciones no se haya en las solidaridades locales y
excluyentes.
El carácter interdisciplinar del evento, con juristas de empresa junto a
laboralistas, miembros de organismos internacionales y “policy makers” junto a sindicalistas y académicos, resulto en
propuestas y debates interesantes y complejos. Una valoración muy crítica de
los Acuerdos Internacionales de Inversiones (Keith Ewing) y de los Acuerdos de Libre Comercio (Jeffrey Vogt), señalando sus carencias
y limitaciones, no impidió reivindicar la posible utilidad de los mismos para
generar nuevas dinámicas e Instituciones que permitan garantizar unos niveles
adecuados de protección social, que no debe confundirse con proteccionismo.
Igualmente, un debate en general crítico con la Responsabilidad Social
Empresarial, no impidió propuestas, como la de Nina Boeger, basadas en la cooperación y la sostenibilidad como
condiciones de una economía estable capaz de ofrecer crecimiento y protección
social a los trabajadores al mismo tiempo que limitar el impacto ecológico de
las actividades económicas. Así, frente a lo que se percibe como un fallo en el
diseño de las reglas económicas a nivel global, se defiende una colaboración
entre laboralistas y especialistas en el derecho de la empresa para diseñar un
mercado incluyente y sostenible con empresas responsables.
Anne Trebilcock, desde la perspectiva del rol a desempeñar por
las Instituciones Públicas en pos de un mercado más igualitario y sostenible
describió las experiencias en el seno de Naciones Unidas, comparando el
desarrollo de los Planes de Acción Nacionales desarrollados en algunos Estados
bajo las premisas de los Principios Rectores sobre Empresas y Derechos Humanos
y la propuesta de un nuevo Tratado vinculante para las Empresas
Transnacionales, llegando a la conclusión de que no se trata de iniciativas
excluyentes, sino complementarias.
Por su parte, en una propuesta de gran profundidad y alcance teórico, Anne Peters, esbozo las claves de una
dimensión social para el constitucionalismo global, que se basaría en una
reconstrucción de algunas partes y funciones de un derecho constitucional
global que sea capaz de aportar argumentos para el desarrollo de un marco
Institucional dirigido a una globalización democrática y social. Una propuesta
que en cierto sentido ya ha dado sus primeros pasos, apartándose elementos que
demuestran la introducción de un cierto “welfarianismo” en varias ramas del
derecho internacional. En este sentido,
llamaba la atención a los trabajos de Naciones Unidas, considerando la agenda
2030 como un punto de inflexión.
Los problemas de aplicación y ejecución de los Instrumentos Transnacionales
de regulación (tanto públicos como privados) a lo largo de las cadenas de
producción globales se pusieron de manifiesto en varias de las intervenciones,
señalando además que este tipo de problemas se encuentran también en el ámbito,
en principio más garantista, de la Unión Europea, como demuestra el estudio de Tonia Novitz y Rutvica Andrijasevic sobre la fallida protección de los
trabajadores desplazados en las Unión Europea, centrándose en el estudio del
caso de las empresas de alta tecnología que deslocalizan su producción a
Eslovaquia y utilizan mano de obra serbia.
Finalmente, Julia López y Chelo Charcartegui presentaron el
caso de la reforma laboral en España y los intentos de reacción local y
regional, centrándose en Cataluña y País Vasco como experimentos de
construcción de solidaridades regionales. De alguna manera sus intervenciones
ilustraban la afirmación de que el descontento de la globalización es global
pero se expresa a nivel local, en resistencias basadas en solidaridades que se
construyen sobre identidades, planteando preguntas muy interesantes sobre la
simultaneidad de fenómenos de integración supranacional y desintegración
nacional, las relaciones entre identidad y solidaridad , la reproducción de
desigualdades territoriales centro-periferia a nivel regional, nacional y
supranacional y el impacto de las medidas de austeridad en la comunidad
política.
En definitiva, un evento extremadamente interesante donde los
organizadores, Franz Ebert y Tonia Novitz han conseguido reunir a un
importante número de académicos de distintas disciplinas, sindicalistas y
activistas que han generado un debate extremadamente interesante sobre el papel
del derecho laboral (y no solo) para asegurar unas condiciones sociales dignas
en el marco de una globalización generadora de grandes desigualdades de la que
se nutren discursos populistas excluyentes y antidemocráticos.
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