Leer
literatura en el verano es en muchos casos un homenaje a la amistad de quienes
nos recomendaron obras y autorías como prolongación de su afecto. En estas
vacaciones, he podido leer La llamada de Leila Guerrero por intercesión
de Gratiela Moraru, que tiene un club informal de lectura en el que circulan
transversalmente una buena colección de novelas y novelistas. Y he descubierto
gracias a Ramón Sáez una maravillosa novela de Elena Garro, Los
recuerdos del porvenir , publicada en 1964 y que nunca vi inscrita entre
las obras que se recuerdan del llamado “realismo mágico”. La lectura del verano
para quienes nos consideramos lectores aficionados a este hábito, permite luego
intercambios de opiniones, incorporación de sus relatos a las narraciones
cotidianas, y desde luego nuevas propuestas de futuras lecturas. Pero junto a estos libros que se desprenden
de los consejos que acompañan a la acción de compartir los afectos, están
aquellos que uno escoge sin necesidad de indicación previa, es decir, los
libros y los autores que en un tiempo se llamaban de cabecera una expresión que
la IA de Google traduce con arreglo a este significado: “a menudo, es un autor
al que se le tiene un gran aprecio o que se utiliza frecuentemente como fuente
principal de información”. En mi caso, esta autora es Marta Sanz. En
este blog somos todos muy de Marta Sanz.
La pude conocer personalmente con
ocasión de un curso de formación a magistrados organizado por el CGPJ y
dirigido por Ramón Sáez, en el que insertó el visionado de la
película Up in the air que debíamos presentar al alimón Marta Sanz y
yo mismo a los jueces y juezas en formación (académica, se entiende). Así que
debió ser en torno al 2010, con el inicio de los despidos colectivos en bloque
y la adopción de las políticas de austeridad que culminarían en la reforma
laboral del 2012. Ella leyó un texto maravilloso sobre la peripecia del despido
y de sus ejecutores, que siempre quise rescatar para el blog, sin éxito. Creo
que acababa de publicar su Lección de anatomía y esta tremenda y
apasionante forma de autobiografiarse hizo que a partir de entonces incorporara
cual imperativo categórico comprar sus obras como ávido lector de sus textos.
Aunque no siempre he seguido este
compromiso moral, si he leído así muchas obras de Marta Sanz tras su
apabullante y gozosa Lección de anatomía. Me revolvió por completo Clavícula,
su rabia y su ironía, ese espléndido humor negro del que hace siempre gala,
pero antes leí Daniela Astor y la Caja Negra, y me sobrecogió Pequeñas mujeres rojas, que pude leer
en plena pandemia y que con mi amiga Maria José Alonso coincidimos en
que era una de las mejores novelas que habíamos leído en los últimos años. Pero
también he apreciado ese experimento en que consiste Parte de mí, la
distopía angustiosa de Persianas metálicas bajan de golpe, el manifiesto
de Monstruas y centauras. Pero ya ven que hay otros muchos títulos
pendientes, que iré agotando progresivamente.
A ello va a cooperar sin duda la
lectura de su última obra, Los íntimos (Memoria del pan y las rosas), [Anagrama,
Barcelona, 2024] en la que aborda, a partir de una serie de textos conectados
de manera transversal por el trabajo como escritora, las obras producidas y las
personas que rodean el espacio público y privado de su actuación profesional,
toda su trayectoria personal hasta el 2023.
Marta Sanz confiesa en
esta obra que es una excelente escritora de fajas de libros, de mensajes
sofisticados y concretos para describir y valorar las obras que se ofrecen al
tráfico mercantil. En la contraportada de Los íntimos introduce algunos
de los elementos que podrían utilizarse para explicar su contenido: unas
memorias, un diario, un libro de viajes, un ensayo sobre la literatura y el
mundillo literario, una crónica de la literatura española entre los siglos XX y
XXI, una novela social, una carta de suicidio o más bien un exorcismo. Todo a
la vez y en todas sus partes podría ser. Pero realmente lo que creo que la
novela significa – y eso es particularmente apropiado para el contenido de este
blog – es la consideración de la escritura como un trabajo que debe ser
remunerado porque es el medio de vida del que depende la persona que lo experimenta.
Un trabajo “del que resulta muy feo hablar porque no se considera un trabajo”.
Pero lo es. Y Marta Sanz, coherentemente, está muy interesada en la
literatura que habla del trabajo, y el libro lo aborda así, es un ejemplo – en ello
insiste en varios momentos – de “literatura social”. Trabajar y hacerlo bien, en
un espacio peculiar en el que la crítica, las editoriales, los lectores, la
imagen pública y su reflejo mediático, ofrecen aristas hirientes y complican
necesariamente ese trabajo, más aún si la escritora es mujer y de izquierdas.
Hablar de la realidad de la escritura como trabajo se considera una vulgaridad
y “el arte, el auténtico arte, debe ignorarla”.
Pero escribir no es sólo “contar
una historia”, porque ese es tan solo “uno de los planos de representación de
los que se vale el lenguaje para ofrecer una tambaleante visión del mundo”. Busca
las “palabras distintas que despiertan las figuras distintas”. Habla desde un
lugar diferente a la mayoría porque busca desvelar lugares que no se aprecian,
que no se quieren ver. “Lugares difíciles pero posibles, pese a que resulte tan
complicado escapar del texto y del capitalismo y del capitalismo en el texto”.
Ese es el tenor del espléndido
libro. Un recorrido por los productos que el trabajo de la autora ha ido
efectuando, las dificultades para su publicación, su reconocimiento editorial y
en espacio cultural español, la traducción a otros idiomas como síntoma de
calidad, la trasposición a otros lenguajes como el teatro o el cine, la
necesidad de arriesgarse con el idioma y con las tramas, crear un estilo propio
y reconocerse y que nos reconozcan en él. Pero esa trayectoria va enlazada a
las personas que la acompañan, y que en gran medida son figuras muy relevantes
en la literatura española de entre dos siglos. Los íntimos son ellos y
ellas, la obra habla mucho de estas relaciones que están directamente
relacionados con el proceso de trabajo que se manifiesta en las diferentes
obras que se van desgranando. Los retratos que Marta Sanz deja de cada
uno de estos amigos y amigas son de gran intensidad, los convierte en figuras
literarias de su propia novela. Solo describe así a sus amigos y amigas, a la
gente que quiere, de los que ha aprendido, a quienes valora. Del resto -los que
la han tratado mal o la han ignorado - solo hay algunos rastros perdidos a lo largo
de las páginas.
Además en el libro aparece esa
faceta activa o activista de la autora, que va a institutos y clubs de lectura,
presenta libros, viaja continuamente por España y por el mundo, y de ese
recorrido surgen encuentros especiales, momentos peculiares y algunas anécdotas
imborrables como la de quedarse sin gasolina por la noche en una autopista en
La Paz, en Bolivia, el rechazo del billete del AVE en la estación de Valladolid
o atravesar Washington Square entre las ratas y las hojas del otoño. Que habla
en la radio en programas culturales y graba audiolibros, escribe en periódicos,
sigue desplegando su trabajo en tantos toros lugares. Un trabajo en el que ante
todo interviene como sujeto activo, consciente, explicando los textos – aunque “explicar
tu propio trabajo te debilita” – y construyendo a su vez conocimiento. Es
siempre difícil, lo sabemos, integrar en un tiempo futuro la sociedad presente,
pero Los íntimos no nos permite concebir un futuro bloqueado.
Yo soy una de esas personas a las
que alude en su libro que la saludan con afecto en tantos actos y
presentaciones y ella no reconoce, aunque sabe que ha generado esa alquimia por
la que la escucha de su intervención se convertirá necesariamente en lectura de
su escritura, esos “pequeños triunfos en los salones de actos” en los que las
felicitaciones a su intervención “tienen su eficacia”.
Ese es el objetivo, desde luego.
Lean Los íntimos. En este blog somos muy de Marta Sanz, como ya
saben. Y luego comentamos.
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