martes, 12 de agosto de 2025

NOTAS SOBRE INMIGRACIÓN (LECTURAS DE VACACIONES I)

 


El país arde por los incendios derivados de la ola de calor y las altas temperaturas y como siempre sucede en estos casos, se descubre que la perspectiva liberal de reducción del gasto público en servicios esenciales desemboca en riesgo grave y daños al común de la ciudadanía, con puesta en peligro de bienes ambientales importantes. Pero también arde no Mississipi, como el emblemático film de Alan Parker sino su versión española en algunos pueblos de Murcia, Torre Pacheco y últimamente en Jumilla, en la consideración de la inmigración principalmente musulmana como personas a las que se niega el acceso a un espacio público de ejercicio de derechos constitucionales.

Criminales y delincuentes, también terroristas, en el discurso de Trump, elementos nocivos para la democracia que amenazan con romper la comunidad nacional para Starmer en el Reino Unido, carga insoportable para la Unión Europea, que sin embargo supo acoger con prontitud a los refugiados e inmigrantes de la invasión y guerra de Ucrania. Y, finalmente, en la ordalía de los utraderechistas españoles, violadores, ladrones y asesinos que destrozan la convivencia e imponen sus bárbaras costumbres – en especial los que profesan la religión musulmana – sobre el honrado pueblo español. Este último mantra, el desorden, la inseguridad, la ocupación de viviendas y los atracos, es el que ha prevalecido en algunos medios, y ha favorecido los progroms anti-islámicos en algunos pueblos del sudeste español en los que la mano de obra inmigrante se ha instalado en el sector de la economía agraria de la que depende la subsistencia – y el bienestar  - de sus ciudadanos.

Se trata de un tema que, fuera de estos momentos bárbaros en los que se incita al linchamiento y a la persecución de los inmigrantes, lleva ya demasiado tiempo en el centro de muchas de las discusiones políticas y ha ganado el centro del debate mediático, alentado por periódicos digitales, redes sociales y telediarios. Desde la aproximación de la filosofía política, el maestro Javier de Lucas ha escrito páginas decisivas sobre este tema. Lean, si les es factible, el texto de Paco Laporta en el número especial de Cuadernos Electrónicos de filosofía del derecho escritos en su honor, y que lleva por título “Javier de Lucas y la ética de la inmigración”, para un análisis preciso de estas posiciones que pretenden fundar tanto las políticas públicas como la construcción de una opinión basada en el respeto de los derechos humanos y la contradicción latente entre derechos morales universales y fronteras nacionales. Es un texto esclarecedor que se puede consultar completo en este enlace (https://turia.uv.es//index.php/CEFD/article/view/25946)

Es interesante asimismo sobreponer a este discurso el de la revalorización del elemento que define de manera precisa el hecho migrante como flujo de mano de obra y movimiento de fuerza de trabajo, y en donde la noción de frontera se traslada desde las que marcan la soberanía nacional y la determinación de su territorio a los límites derivados de su utilización como trabajo productivo. En este blog  hace relativamente poco tiempo se ha reseñado un interesante librito de la escritora albanesa Lea Ypi, cuyo título ofrece una clara orientación el discurso mantenido: “Fronteras de Clase”. (https://baylos.blogspot.com/2025/05/fronteras-de-clase-un-debate-sobre.html). Son  las condiciones de opresión de trabajadores nativos e inmigrantes las que deberían fundar la solidaridad entre ambos grupos, no una particular ética de pertenencia social, lo que requiere un esfuerzo políticamente coordinado de creación de recursos políticos para superar una condición compartida de opresión.

Esta forma de abordar el tema es especialmente interesante y debe abrirse paso en el argumentario de la izquierda política, resaltando este hecho clasista del que se puede abstraer una condición general derivada de su inserción social como trabajadores en donde se incrementa con dureza la explotación por su trabajo. En un último artículo de Alberto Garzón publicado en El Diario.es  (https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/izquierda-pierde-compra-marco-miedo_129_12528615.html  )    y en el que comentaba críticamente la entrevista con Gabriel Rufián, hay una nota muy interesante que copio literalmente: “En este artículo he mantenido deliberadamente una diferenciación entre las categorías de “clase trabajadora” e “inmigración” a fin de mantener el mismo marco analítico de la entrevista y al que estamos acostumbrados. Sin embargo, en realidad esto debería problematizarse dado que las personas inmigrantes son parte de la clase trabajadora y además tienen valor para el sistema capitalista en tanto se trata de una fracción de clase fácilmente explotable y particularmente barata. Eso lleva a la paradoja de que los reaccionarios quieren productos baratos cosechados por esta mano de obra, pero al mismo tiempo no quieren ver a sus productores en los mismos espacios vitales. Una izquierda consecuente no debería mantener esta diferenciación en sus análisis más completos”.

Desde el unto de vista del jurista del trabajo, es  el trabajo quien crea las condiciones para adquirir derechos y estos tienen que ser compartidos por aquellos que efectivamente realicen esta actividad, con independencia de la nacionalidad que ostenten. Por ello el trabajo tiene que ser la base y la condición de acceso en primer lugar a todos los derechos laborales y de protección social conectados con el desempeño del mismo, con independencia del hecho administrativo del que se deduzca un empleo “autorizado”. Es un objetivo político importante también desde el punto de vista de la disuasión a los empresarios para emplear irregularmente fuerza de trabajo inmigrante, sin perjuicio de la infracción administrativa a la que este hecho pueda dar lugar.

Es cierto que el ataque cultural, mediático y político contra la inmigración no olvida que, según las consideraciones económicas del sistema de producción capitalista, estas mismas personas deben ser conservadas como trabajadoras, es decir en su función imprescindible de creadores de la riqueza de los propietarios de las empresas para las que prestan su actividad.  Pero en ocasiones parecería que la seguridad de que este contingente puede ser siempre reemplazado por otro diverso y por tanto que su función económica está siempre garantizada, posibilita, al menos de manera inconsciente, la hostilidad y la agresión contra quienes están ya asentados en la comunidad y a los que se les niega el acceso a un espacio público de dignidad y de derechos, impulsando o procurando su expulsión del pueblo en su doble sentido, geográfico y social.

Lo decía con la ferocidad envidiable que le caracterizaba Karl Marx al hablar de la esclavitud: Las consideraciones económicas que brindan cierta seguridad de tratamiento humano si identifican el interés del amo con la conservación del  esclavo, una vez que se practica la trata se convierten en motivos para explotar al máximo su tarea porque cuando puede llenarse rápidamente su lugar gracias al aporte de criaderos extranjeros de negros, la duración de su vida, mientras sobreviva, se vuelve asunto de menos importancia que su productividad”. Ese “ganado humano” al que quiere reducirse a la fuerza de trabajo inmigrante, parangonando su situación de sobre explotación con la esclavitud que criticaba Marx, tiene que resignificarse políticamente como un fenómeno de explotación y de dominación sobre el que diseñar las nuevas fronteras de clase fundadas en el trabajo en el proceso de producción capitalista.

¿Es posible reconstruir un discurso en torno a las “fronteras de clase” que trascienda el que se fija en las fronteras nacionales, o en las identidades culturales derivadas de un marco de referencia diferente del que es mayoritario en el territorio en el que se fija la residencia este grupo de personas en busca de un trabajo? Este tema es en estos momentos una prioridad para el pensamiento progresista y en particular para el sindicalismo, enmarcado en una reflexión más amplia y global sobre el proyecto de emancipación que se apoya precisamente en la valorización política del trabajo como elemento fundamental en la construcción de una sociedad igualitaria y justa.


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