En una
entrada del blog publicada a finales de agosto, reseñando el libro de Marta
Sanz “Los íntimos. (Memoria del pan y las rosas)”, comenté que con
ocasión de un curso de formación a magistrados organizado por el CGPJ y
dirigido por Ramón Sáez, presentamos ella y yo la película Up on the
air que acababa de estrenarse y en donde ella leyó un texto maravilloso
sobre la peripecia del despido y de sus ejecutores, que siempre quise rescatar
para publicarlo en el blog, sin éxito. Pero con ocasión de la presentación de Los
íntimos en la sala Trece Rosas de CC.OO el 6 de noviembre, Enrique Lillo, que
asistió a la misma, le descubrió el comentario de su libro en este blog y “rebuscando
en las tripas” de su ordenador, encontró el texto que leyó en aquel encuentro
con distinguidos miembros del orden jurisdiccional social que nos ha permitido
publicarlo ahora aquí. El agradecimiento del titular de esta bitácora a Marta
Sanz por este gesto de generosidad es inmenso, pero será mucho más grande
el de la audiencia del blog ante esta bellísima lectura del film de Jason
Reitman protagonizado por un envidiable George Clooney. A disfrutarlo.
Up in the air, un glosario neoliberal
Up in the air (Jason Reitman, 2009)
Por Marta Sanz
“¿Sienten las cinchas de la mochila que llevan sobre los hombros?, ¿se
clavan, verdad?” Con este tipo de interrogaciones que no espera contestación el
protagonista de Up in the air –un
seductor, una serpiente encantadora, George Clooney...- da comienzo a sus
charlas en las salas de conferencias de hoteles donde se alojan ejecutivos,
comerciales, intermediarios, managers.
Las palabras –el discurso- de un gremio profesional capaz de exportar su
retórica –su ideología- para convertirla en modelo universal de vida cotidiana,
constituyen uno de los temas de esta película de Jason Reitman. Un mundo en
aparente transformación, un cambio de la realidad, necesita de neologismos -glocal, terminators, falcogedor, despertador...-
que lo justifiquen. Voy a tratar de escribir el glosario de las palabras,
visibles e invisibles, de un film donde
el tono agridulce responde a cierta ambigüedad que me obliga a leer Up in the air no sólo desde la perspectiva
del que se coloca a favor de la propuesta ideológica de Jason Reitman. Porque
siento ciertas reticencias frente a un texto que, sin embargo, en su vocación
de retratar la realidad, me parece muy bienintencionado.
1. Up. Una
perspectiva. Arriba y desde arriba, hacia arriba, desde lo más alto. La lógica
del ascenso implica un desequilibro, la convicción de que para que exista el cielo de los elegidos
–merecedores de una tarjeta megavip-
algunos deben arder en el infierno –fire
work-. La película comienza y se articula a través de planos aéreos de
poblaciones de los Estados Unidos. Es necesaria esa distancia, esa elevación,
esa manera de caminar sobre las aguas, para que el despertador Ryan Bingham
pueda llevar a cabo sus misiones con la desafección justa: la altitud, el
cinismo, la distancia irónica lo salvan de comprometerse con el drama ajeno. Bingham
está a cinco mil metros sobre tierra, vive en la perfección de una pantalla
líquida, en la cabina del avión donde un mensajero de pies alados lleva a los
mortales el mensaje exterminador de su Dios: la empresa. Frente al mundo up, está el mundo del plano medio: el
ángulo desde el que se retrata la reacción de los despedidos –ira,
escepticismo, angustia, autocompasión, tranquilidad...- Al principio, las
reacciones parecen diferentes; pero a medida que la película avanza el
espectador se da cuenta de que todas se resumen en un repertorio previsible.
Los seres humanos somos más elementales de lo que parecemos o quizá es que
nuestras formas de organización social nos abocan hacia la puerilidad, la blandenguería
de los entrañables ritos que rodean, por ejemplo, una celebración de boda... El
espectador, en la oscuridad de la sala, también adopta una posición up: desde la altura, contempla el mundo
de los ejecutivos que viajan en business
y, sintiendo empatía con el despedido potencial, da la vuelta al concepto de
compasión: Bingham es el ser humano verdaderamente digno de lástima.
2. Movilidad, ingravidez, asepsia. Términos que
se colocan dentro del mismo campo semántico y sirven para llenar de significado
la urna de la identidad del estereotipo que encarna Clooney: “¿Quién soy yo?”, “No
somos cisnes, somos tiburones.” Bajo la punta del iceberg de la flexibilidad,
la movilidad, la independencia, la ingravidez y la falta de cargas se esconde
la masa de hielo de una palabra única: precariedad. El estereotipo del
despertador, simple como el mecanismo de un chupete, simboliza también la precarización de los afectos y la
irrupción de la lógica empresarial en el ámbito de la vida cotidiana;
inversamente, la lealtad no se profesa hacia los hermanos o los amantes, sino
que es un valor que vincula al cliente con su compañía (“Agradecemos mucho su
lealtad”, le dice el comandante a Bingham cuando éste por fin consigue sus 10
millones de millas.) También nuestros movimientos –en el aeropuerto, en el
cortejo y la seducción incluso- han de ser eficaces, rentables, sostenibles, minimizadores
del riesgo y el coste, tendentes al ahorro de energía y al placer inmediato. Lo
humano es lo fisiológico en un mundo universalmente estreñido: el jefe está
contento porque ha cagado por primera vez en dos semanas. El amor, como las
lavadoras, sufre la obsolescencia electrodoméstica. El amor es fingir que uno
se masturba detrás de un sms, conectar las agendas, buscar el nombre del amante
en google para saber quién es, insertar
un emoticono sonriente en un mensajito: las pasiones cool también adquieren ese punto de ñoñería que nos humaniza: “Que
tengas dulces sueños conmigo”. Versión punto cero del romanticismo.
3. Buen corazón. En Up in the air late una pregunta sobre lo que significa tener buen
corazón: en la tensión entre Nathalie y Ryan, aprendiza lista y maestro con
callo, ella se siente afectada sentimentalmente por su trabajo porque no asume
de manera responsable el alcance de sus acciones. El hecho de que se sienta
afectada implica que Nat conserva una visión de sí misma que la incluye dentro
del grupo de las “buenas personas,” pero ¿es Nathalie una buena persona?,
¿puede ser una buena persona alguien que desempeña un trabajo como el suyo?,
¿tiene derecho Nathalie, que se escuda detrás de una máquina y habla como un
autómata, a sentirse afectada?, ¿el sistema nos convierte en monstruos?
4. Reacción/progreso. Up in the air plantea una trama de
transformación del personaje en un mundo que en realidad permanece estático: la
tecnología no pone en tela de juicio el ideario neoliberal, sino que lo
subraya; la deshumanización frente al avance tecnológico ya era idea fija en los
siglos XIX y el XX, en La ciudad y las
sierras de EÇa de Queiroz, en los Tiempos
modernos de Chaplin, en los poemas de Rafael Alberti, en Metrópolis de Lang o en las parábolas
políticas de la ciencia-ficción... La dialéctica entre progreso y reacción
cristaliza en la resistencia de Bingham a las nuevas técnicas de despido de Nathalie:
bajo la carcasa de Ryan Bingham aún se esconde un ser humano que da la cara
frente a otros seres humanos.
5. Hombres y mujeres. La
contradicción básica de Ryan Bingham se agudiza con la aparición de Alex. Ella
lo enfrenta con la dura realidad: asepsia, ingravidez, movilidad, altura –los
valores de un buen despertador- forman parte de un escenario, virtual y efímero,
de una ficción de la que se puede disfrutar siempre y cuando se tenga claro que
lo importante es la familia, la compañía, el calor, el compromiso. En una
relación falcogedora –falsa y
acogedora como las habitaciones de esos hoteles que tanto le gustan- Ryan es
“la otra” mientras que Alex encarna una doble moral que tradicionalmente se ha
adjudicado a los hombres. Ella ha interiorizado por completo un rol masculino
ligado a su papel central en el ámbito del trabajo capitalista; quizá no por
causalidad se retrata a la actriz Vera Farmiga en un magnífico desnudo de
espaldas con una corbata anudada a la cintura. Más allá de la contradicción de
género, las exigencias del mercado laboral homogeneizan las sentimentalidades y las visiones del
mundo. En Up in the air hay una
lectura subyacente del feminismo: la constatación de cómo el mundo del trabajo
transforma el concepto de feminidad. Las reivindicaciones del feminismo se
apartan de la posibilidad de hacer realidad la idea de que otro mundo es
posible. El rodillo capitalista neutraliza la fuerza de un discurso feminista –
también del altermundista y del
ecologista- que ha de replantearse el significado de términos como emancipación.
6. Independencia y libertad son términos que, en Up in the air, se incluyen en el campo
semántico de la deshumanización y que se oponen a otros términos como
compromiso y arraigo. Arraigo a un lugar o a un cuerpo. La doble moral del
personaje interpretado por Vera Farmiga coloca al despertador Bingham en esa
dimensión anti-heroica y digna de piedad en las antípodas de la prepotencia inmanente
a su profesión. Porque él se ha transformado, se ha enamorado, se ha
desencantado, ha recuperado los lazos familiares, ha enseñado a una discípula,
la ha visto evolucionar, se ha enfrentado a sus propias contradicciones, ha
salido de su cáscara de pollo, se ha quitado las orejeras... En resumen, se ha
humanizado y ahora es mucho más vulnerable en un contexto tan inhóspito como de
costumbre. Frente al panel del aeropuerto un Bingham desorientado ha perdido su
eficacia, los automatismos inconscientes que apuntalaban su felicidad. Revertir
el proceso de alienación duele. La duda duele. La conciencia de uno mismo y de
las propias acciones duele. Las formas conscientes de vivir son las más
dolorosas. La independencia y la libertad, que marcaban aparentemente la vida
del personaje, se transforman en su antónimo. La independencia y la libertad de
Ryan Bingham no eran más que formas de alienación. Up in the air es un magnífico ejemplo de cómo se roba y se
pervierte el significado de las palabras más nobles.
7. Moral o moralina. En Up in the air, la voz en off constata que estamos viendo un film moral; pero, en el último tramo,
esa voz se extrema hasta convertirse en moralina: la exaltación de lo familiar parece
el único camino de acercamiento hacia las verdaderas esencias de lo terrestre y
de lo humano frente a la virtualidad del aire. Bingham quiere una mochila, pero
le va a costar mucho llenarla. El hecho de que el discurso familiar humanista
sea lo máximo que podamos tolerar en un film
con aspiraciones críticas –a la vez que comerciales- debería ser tema de
reflexión para los que pensamos que la crítica al sistema pasa precisamente por
el cuestionamiento de la retórica edulcorada, blanda e higienista del momento histórico
que nos toca vivir. Quizá es que el arte crítico es, por definición, molesto y,
por tanto, incompatible con un mercado en el que los espectadores se convierten
en clientes-consumidores. La libertad del espectador, como la de los personajes
de Up in the air, es casi
exclusivamente la libertad de comprar: “Esta es la América que nos
prometieron”, le dice a Bingham su futuro cuñado en medio de una conversación
sobre técnicas de marketing: la venta se solapa con el patriotismo y el
patriotismo con el consumo.
8. Daños colaterales y mala buena conciencia. La gran pregunta sobre el potencial crítico de Up in the air se mueve en la eterna
dialéctica del huevo y la gallina: la de la pregunta sobre si el desarraigo
afectivo de Bingham es una consecuencia de su profesión –su frustración y su
soledad son un efecto colateral de la violencia del sistema- o si el personaje cumple
una función imprescindible en un sistema económico como el nuestro porque
procede de una familia desestructurada a causa de su prematura orfandad. Es
decir, sobre si la perspectiva del film
es psicologista o política. La
inteligencia de Reitman consiste en plantear una historia donde lo uno no se
puede separar de lo otro: la doble moral de Vera Farmiga es un signo de
alienación en el que el fuego sagrado del hogar es la cara amable de un mundo
hostil, lo que debe ser defendido con uñas y dientes, y funciona como
justificación de la agresividad cotidiana. Podríamos hacer incluso una lectura
estratégica y militar de esa apología de nuestras formas privadas de relación
que se colocan por encima de las de cualquier otra cultura y sirven para
legitimar la barbarie. Como la sufriente Nat, prototipo de la mala buena conciencia que nos permite
sobrevivir, en el fondo somos buenos y para preservar ese modelo de vida que
saca lo mejor de nosotros -¿o será lo peor?- a veces se producen daños colaterales.
El despertador Bingham es una víctima colateral de la doble vida de Alex:
“Cariño, ¿quién hay abajo?”, pregunta el marido de Alex cuando Bingham va a
buscarla. “Alguien que se ha perdido...”, responde ella. “¿Quién soy?” se
preguntaba Clooney y se respondía hablando desde la altura del avión, sobre las
nubes: “No somos cisnes, somos tiburones.” En realidad es alguien que está ahí
abajo y que se ha perdido... Lo afectivo es una construcción ideológica, la
consecuencia de unos modos de relación social económicamente condicionados. Y
en ese punto es donde para mí la película pierde una oportunidad de oro,
posiblemente por las exigencias de la hegemonía comercial de los buenos
sentimientos. Porque todo el mundo sabe que los buenos sentimientos son los que
más venden.
9. Soledad. El precio de la libertad,
dentro de la lógica individualista y aislante del capitalismo avanzado, es la
soledad. El guión de Up in the air nos
propone rellenar con nuevos contenidos –de corte humanista- el concepto de
libertad vinculándolo a la autenticidad del afecto, al arraigo y compromiso. Es
curioso comprobar cómo un imaginario, aparentemente tan conservador, puede ser
tan progresista en unas circunstancias económicas donde parecen imposibles las
ideas de proyecto, los intereses más allá del corto plazo, los objetivos
generales y las cosmovisiones, los programas políticos que utilicen las ideas
para interpretar la realidad y transformarla. La flexibilidad y la capacidad de
adaptación, la retórica de lo efímero y de lo circunstancial, de lo pequeño,
chocan contra la persistencia de la idea a largo plazo, con la coherencia
vital, con la coordenada ideológica. Vivimos en el moderno universo de la
música de ascensor. La metáfora afectiva de Up
in the air se podría extrapolar al mundo del trabajo a través de una
palabra como solidaridad. Porque en este film
todos los despedidos están solos. La única comunidad es la empresa como suma de
individuos que compiten moviéndose por objetivos alcanzables. No hay utopía. No
hay proyecto. No hay grandes palabras que activen la lucha. No hay amparo más
allá del calor de hogar. O del frío. Queda colgarse del puente. La perspectiva
aérea es sólo el lugar desde el que te pueden pisar la cabeza, una posición de
privilegio, no una metáfora de visión amplia. De conocimiento holístico.
10. Autoayuda. Otra metáfora afectiva de Up in the air remite al conformismo como
método de supervivencia tanto en el ámbito erótico como en el laboral. Para
consolar a Nat, abandonada por su novio, Alex le dice: “Conformarse es acabar
pensando que uno no renuncia.” Al fondo de nuestros oídos resuenan ecos: “Amar
es no tener que decir nunca lo siento”, “Quiérase más”, “¿Quién se ha comido mi
queso?”, “Valore los efectos positivos del cambio.” Las palabras de Alex
podrían considerarse la piedra angular -el axioma- de una filosofía del despido
que en Up in the air se parece a la
retórica del manual de autoayuda: la psicología es el placebo para cubrir los
escapes de las tuberías del sistema. “Valore los efectos positivos del cambio”.
“Una nueva oportunidad”. “Algo que le satisfaga más”. El estilo de autoayuda y
la burbuja de afecto empresarial esconden realidades más allá de las buenas
palabras, hechos dramáticos como el suicidio de una mujer despedida. La joven
Nathalie ya no es capaz de creerse su propio discurso. Tampoco Bingham que, al
escucharse en otra sala de conferencias idéntica a las demás, no puede creerse
y se marcha con una sonrisa en los labios.
11. Repeticiones. Los cuartos de
hotel tienen idénticas prestaciones en distintas ciudades. Todos los pasillos
siguen una línea. Las reacciones de las personas despedidas se reducen a un
catálogo de cinco o seis posibilidades. Bingham mecaniza sus movimientos para
pasar de manera eficaz el arco detector del control de seguridad aeroportuaria.
Los orientales son rápidos. Los viejos pitan porque llevan en el cuerpo
metales. Nadie puede emplear menos de veinte minutos en plegar un carrito de
bebé. Bingham toma fotografías en distintos puntos del país con una réplica en
cartón de su hermana y su marido. Repeticiones y réplicas crean la ficción de
un confort que se basa en la familiaridad con el entorno. Sin embargo,
repeticiones y réplicas, gemelos, espejos, déjà
vu, la sensación de que esto ya lo he vivido antes o ya lo he leído antes y
porque lo reconozco me gusta, maniquíes, autómatas, muñecas, clones de ovejas o
de seres nacidos en vainas, figuras del museo de cera, abducciones y posesiones
demoníacas, disfraces y suplantaciones de identidad, frankensteins, sueños, imágenes y retratos, Dorian Gray, la mujer
del cuadro y Laura, álbumes de muertos y fotografías que nos ocultan la clave,
todas esas palabras configuran el imaginario del género de terror, la esencia
de lo siniestro donde las cosas familiares se vuelven extrañas. Ryan Bingham
pensaba que estaba viviendo en una comedia pero, al final de su trama de
transformación, de su reencuentro con la condición humana, de su vuelta atrás
en el proceso de alienación y ensimismamiento, se da cuenta de que no vivía en
una comedia sino en una película de terror.


No hay comentarios:
Publicar un comentario