martes, 13 de agosto de 2019

NEOFASCISMOS Y EL DERECHO DE TRABAJO DEL ENEMIGO



Se ha publicado en la editorial Siglo XXI antes del verano Neofascismo. La bestia neoliberal, obra colectiva coordinada por Adoración Guamán, Alfons Aragoneses y Sebastián Martín, un libro con nervio, de intervención inmediata y exposición impresionista, con el indudable atractivo de su punto de partida extraordinariamente sugerente en los momentos actuales, una llamada de atención a la opinión pública informada que enlaza neofascismo y neoliberalismo. Se ha definido nuestro tiempo como el propio de una sociedad políticamente democrática y socialmente fascista (Boaventura de Sousa Santos) entendiendo por fascismo social el debilitamiento de los procesos democráticos queda lugar a formas de dominación semejantes a las del primer capitalismo del siglo XIX. En este libro, escrito en su mayoría por jóvenes profesores universitarios de España, Ecuador, Colombia, Brasil y Argentina, se conecta directamente la aparición de los nuevos fascismos en América (Trump, Bolsonaro) y en Europa (Le Pen, Orban, Salvini) con el neoliberalismo, es decir con la crisis y la recomposición del capitalismo financiero global, las dinámicas de acumulación por desposesión y el incremento del conservadurismo moral, del machismo, la xenofobia y el racismo manipulando el malestar larvado en las sociedades desarrolladas contemporáneas.

Hay varios ejes de lectura del libro, puesto que el problema de fondo planteado es el de entender que la utilización del concepto de neofascismo es políticamente útil como un elemento adicional que cualifica la tendencia del neoliberalismo a desplegarse como autoritarismo político y social manteniendo la formalidad democrática como marco de legitimación de sus políticas. Se trata por tanto de plantearse la “reconstrucción neofascista del neoliberalismo” o de resaltar el carácter transicional de este momento histórico y la indeterminación de sus posibles desenlaces. En ese sentido, hay posiblemente un salto cualitativo en el empleo de la excepcionalidad o emergencia social y económica como instrumento sometido al ejercicio del poder soberano de los mercados, y la utilización de los diferentes tipos de supremacismo – superioridad de género, afectivo sexual en torno a la heterosexualidad, de clase en el sentido de ricos contra pobres, espiritual y religiosa en un proceso de des-secularización y en fin étnico – nacionalista como reacción antiglobalización (Fariñas), que conduce a una reconstrucción del “otro” como enemigo (Aragoneses). En todo caso la capacidad del proyecto neoliberal de alimentarse de la crisis de la democracia social que él mismo supo producir a la vez que manipula el resentimiento de la población contra esta carencia, conduce a formas políticas neofascistas no sólo en la perspectiva anti-inmigrante y anti-feminista, sino a la utilización de técnicas de Lawfare contra los gobiernos progresistas en América Latina (Proner), el uso de los medios de comunicación y de las redes sociales como medio de movilización y de expansión de la posverdad elaborada a instancias del líder, sea Trump, Bolsonaro o Salvini, y la recuperación de fundamentalismos religiosos que proponen un mundo dogmático y retrógrado que se siente amenazado por la globalización cultural (Sierra y Tamayo). En último término, junto a esos discursos y prácticas políticas neofascistas, lo cierto es que el neoliberalismo es una forma muy activa de gobierno que no se somete a los esquemas de racionalización democrática sin que se rige prioritariamente por el poder de la excepcionalidad social y económica y la emergencia política (Ramírez).

La segunda parte del libro se dedica al examen de las diferentes “estrategias de dominación”, y entre ellas destaca “el discurso sobre el trabajo, fundamental en la construcción del enemigo”, como subraya Isaac Rosa en el prólogo al mismo. Adoración Guamán y Joaquín Pérez Rey enhebran un texto muy sugerente – “El derecho del Trabajo del enemigo: aproximaciones histórico-comparadas al discurso laboral neofascista” – que importa del derecho penal una noción según la cual hay una dogmática diferente en la aplicación de la norma penal y de sus garantías para los ciudadanos “ordinarios” y para aquellos que se consideran enemigos de la democracia (en su origen los terroristas o quienes hacen apología del terrorismo) a los que se niega la posibilidad de la presunción de inocencia o el principio de legalidad de las penas, determinando finalmente un espacio de represión localizado en determinados sujetos sin que en él rijan las reglas democráticas de la inocencia o la culpabilidad penal.

¿Cuál puede ser en el contexto del Derecho del Trabajo, la construcción del “enemigo” y cómo se regula ese antagonismo fuera de las reglas transaccionales del intercambio contractual que fundamenta este sistema jurídico? Los autores oponen un modelo originario, el derecho capitalista del trabajo - en la estela del análisis del libro de Jeammaud  de 1980 – que se define por regular el trabajo sobre la base del reconocimiento de derechos individuales y colectivos y también prestacionales por parte de un aparato estatal que confluye en la construcción de una ciudadanía cualificada por la pertenencia a la clase trabajadora, frente a otro modelo posterior, que denominan Derecho neoliberal del trabajo que se corresponde con una fase de autoritarismo de mercado que tiene su origen en el desmantelamiento del poder estatal en la gestión y provisión de las políticas sociales, en la eliminación de los ejes de protección jurídica del trabajo y en el endeudamiento salvaje de los Estados-Nación, junto a la incidencia muy negativa de un derecho corporativo global – la Lex Mercatoria – que diseña un “soberano supraestatal difuso” capaz de imponer su voluntad mediante mecanismos jurídicos y políticos creados a su medida que subordinan a unos Estados-nación “permeables y sometidos, capturados o cómplices”. La subsunción de la política en la lógica de la acumulación o la pérdida de autonomía de este campo de acción lleva a la despolitización de los espacios socio-económicos y el consiguiente desarme de los derechos individuales y sobre todo colectivos en la relación laboral. Ello permite hablar de un “Derecho del Trabajo del enemigo” concebido como una fase superior del Derecho Neoliberal del Trabajo, en donde el enemigo es en definitiva el trabajo como clase, la subjetividad consciente y activa del trabajo que cobra cuerpo en los derechos colectivos y en las instituciones que canalizan el conflicto en la producción. En esta fase, la reducción del valor del trabajo, “de la vida del sujeto-trabajo” se hace patente a partir de la precarización de las condiciones laborales, la eliminación de la estabilidad en el empleo y la contención o disminución salarial, estrategias de acumulación por desposesión que también se proyectan sobre la reforma del sistema de pensiones y, a nivel global, sobre la presencia de amplias situaciones de esclavitud moderna.

A través del análisis de algunos casos como el italiano, el del Brasil tras el golpe institucional que depuso a la presidenta Dilma Roussef, o del discurso de las extremas derechas en Francia y en España, Guamán y Pérez Rey sintetizan su propuesta interpretativa fusionando neofascismo y neoliberalismo en un doble sentido: un derecho del trabajo excluyente de quienes no son nacionales, los extranjeros, a quienes se responsabiliza de la pérdida generalizada de derechos para todos, y un ordenamiento sometido a una dinámica que sólo concibe las relaciones laborales bajo el sometimiento al supremo interés de empresa, de modo que el sistema jurídico laboral se erige en “un instrumento que dificulta o impide todo intento de resistencia colectiva o individual”.

Es evidente la fuerza argumentativa y la carga crítica que lleva consigo esta propuesta. Compartiendo sus preocupaciones, es posible sin embargo plantear algunas cuestiones que suscita la lectura del texto. Posiblemente la identificación entre neofascismo y los modelos de derecho del trabajo descritos debería ser más detallada, porque los mecanismos de disciplinamiento y sometimiento de la clase obrera organizada que caracterizaron a los nazi fascismos en Europa no parecen ser los que se corresponden con la fase definida como derecho del trabajo del enemigo, donde más bien se discute sobre la impotencia del marco constitucional democrático para constituir un límite válido y eficaz a la imposición autoritaria de la libertad de empresa y de su capacidad regulativa unilateral más allá de la lógica contractual colectiva e individual que fundamenta el Derecho del Trabajo. La construcción del enemigo implica por consiguiente la ruptura de esa base bilateral y voluntaria que legitima el poder privado del empresario a la vez que éste reconoce un principio de interlocución con el sujeto colectivo que representa al trabajo, la sustitución de este elemento por una consideración unitaria de la regulación jurídica diseñada en torno a la organización empresarial que  implica la incorporación de los individuos que prestan su actividad sin la mediación colectiva y voluntaria.

Es importante resaltar en el derecho capitalista del trabajo, la ambivalencia de esa regulación en el sentido de que no sólo refleja la necesaria legitimación de la libre empresa capitalista y su poder organizativo basado en la subordinación de las personas que trabajan, y el correspondiente desarme, también coactivamente, de la conflictividad social abierta. Si los avances del constitucionalismo social europeo “en ningún momento” supusieron un potencial emancipador para la clase trabajadora y los derechos sociales se vincularon a una situación socioeconómica determinada que asegurara a toda costa el mantenimiento de la tasa de ganancia del capital, esta sobredeterminación continua del Derecho del Trabajo hace que las variaciones de los contenidos y las funciones del mismo se produzcan casi exclusivamente en razón de las nuevas exigencias del capital, lo que impide apreciar la causa por la que el capitalismo permitió, precisamente tras la derrota de los nazifascismos tras la guerra, que se construyera paulatinamente un marco jurídico más potente con derechos colectivos e individuales que situaban al trabajo en el centro de la política democrática.

La difuminación de la ambivalencia del Derecho del Trabajo lleva a no destacar con la atención necesaria los episodios de resistencia al dominio en la producción, las estrategias de los sujetos, del “trabajo como clase”. En este sentido, por ejemplo, el ciclo de luchas obreras en Europa entre 1968 y 1973 y el inicio de la reacción ideológica y política sobre la base de un disciplinamiento de nuevo tipo que tiene su inicio en la crisis del petróleo de 1975, es un momento histórico que posiblemente debe ser revalorizado como una etapa de ensayos emancipatorios sobre la base de llevar la democracia al espacio de la empresa y a disputar con el poder privado del empleador la organización del trabajo y de la producción. Una estrategia de resistencia ofensiva que pese a no realizarse, en esos debates y experiencias se podría quizá encontrar claves útiles para proyectos alternativos de regulación de las relaciones laborales, un complemento imprescindible de la denuncia de la degeneración democrática que trae consigo y promueve la más reciente fase del neoliberalismo teñido de tácticas y pautas de conducta que ponen al día y desarrollan discursos y prácticas heredadas del fascismo como excepcionalidad política que impulsa la lógica de la acumulación capitalista y que inserta la dinámica del odio y del antagonismo contra las subjetividades colectivas que organizan la capacidad de resistencia y de acción de la clase.



jueves, 8 de agosto de 2019

PUEBLO Y CLASE OBRERA. LA HISTORIA DE LAS PERSONAS CORRIENTES



El libro de Selina Todd, El pueblo. Auge y declive de la clase obrera (1910-2010), traducido por Antonio J. Antón Fernández, lo publicó el año pasado, 2018, la editorial Akal en una colección dirigida por Juan Andrade titulada “Reverso/historia crítica” que quiere ofrecer miradas alternativas sobre la historia, con preferencia por los procesos sociales, políticos y culturales más recientes. De forma sintética, la colección “no aspira a construir ningún consenso sobre el pasado, sino a disentir con fundamento y a reproducir el disenso también en su interior”. El libro es una formidable lectura de verano que naturalmente me fue recomendada por buenos amigos siempre atentos a los libros que consideran más idóneos para mis gustos, y, como de costumbre, no se equivocaron en el consejo.

El libro de Todd permite un recorrido panorámico a través de la sociedad británica entre el año 10 del siglo XX y el momento más crítico del shock producido en las economías europeas, y también en la británica, con el crack financiero del 2008 que originó la crisis del euro y las políticas de austeridad en la Unión Europea. Está dividido en tres grandes partes que se corresponden con el inicio de la cuestión obrera en Inglaterra, el auge y consolidación de la clase obrera y de su posición relevante económica, social y política entre el inicio de la Segunda Guerra Mundial y 1968, y finalmente el declive de la clase en una “nueva Gran Bretaña” marcada por el neoliberalismo a partir de la década de los setenta hasta el 2010 en donde los trabajadores y las trabajadoras son “los desposeídos” en un nuevo marco en el que ni siquiera se reconocen como clase social subalterna. Un posfacio sobre “nuestro estado actual”, de 2011 a 2015 contiene reflexiones más propositivas sobre la alternativa a la sociedad neoliberal que defienden (no sólo) los conservadores. Lo más llamativo del libro es el enfoque del que parte, la necesidad de ofrecer una historia de la Gran Bretaña contemporánea a partir de las historias cotidianas de una multitud de personajes que cobran vida en las páginas del libro narrando en primera persona sus experiencias y sus impresiones sobre su existencia, el contexto en el que ésta se desarrolla, sus creencias y sus proyectos, sus decepciones y amarguras. Son retazos de vida de trabajadoras y trabajadores, en los que el elemento de género y el elemento de raza se hacen en múltiples supuestos muy presentes en la narración y explican de forma original y convincente la consideración de la clase obrera en los diferentes períodos históricos en el Reino Unido como una categoría social, cultural y económica en proceso, con importantes discontinuidades pero también con elementos característicos permanentes.

La clase social no es una etiqueta que se asigna como forma de autoidentificación por parte de los sujetos que pueblan la sociedad. La identidad de clase no es por tanto una noción que pueda ser completamente productiva en términos de comprensión histórica. La clase no es sólo ni exclusivamente una sensación de pertenencia (belonging) ni tampoco el resultado de obtener una determinada franja de ingresos económicos. Es fundamentalmente una relación de poder desigual, y, en tanto tal, “da forma a la sociedad británica”. Y ello se construye a partir de la relación de las personas con el trabajo y el modo en que éste hecho enmarca sus vidas. La clase no se define por tanto por las ropas que vestimos o la música que escuchamos, sino por las relaciones con otras personas, relaciones que se forman principalmente a partir del hecho de si tenemos o no que trabajar para vivir. Esta centralidad del trabajo como explicación de la estructuración social y las relaciones de poder en la sociedad capitalista, no impide constatar que el modo en el que se piensa – todos nosotros hoy – sobre la clase obrera ha cambiado de manera evidente de cómo se pensaba hace cincuenta años, por ejemplo, en España durante el tardofranquismo y la transición política. La gente reflexiona sobre el mundo que le rodea a partir del lenguaje que tiene a su disposición, y el discurso neoliberal de la autodeterminación individual y la superioridad del mercado disuelve los conflictos colectivos entre clases y los desplaza a enfrentamientos y conflictos sobre las circunstancias individuales derivadas del género, de la edad (jóvenes) o de la raza. La solidaridad y la dimensión colectiva de éstos se sitúan en un plano secundario, cuando no se anulan y se disuelven en un conflicto interpersonal definido en términos individuales.

En el libro de Todd además de una crónica apasionante sobre el devenir de la clase trabajadora en Inglaterra desde el comienzo del siglo XX –el siglo de la clase obrera, que ocupó una nueva centralidad tanto en la política formal como en la vida cotidiana – hay indicaciones extraordinariamente sugerentes para acoplar a otras experiencias históricas, en particular la española, y para revisar con otra mirada los acontecimientos que nos hemos acostumbrado a explicarlos desde un enfoque no interno a la propia clase, a sus experiencias y al modo en que reflexionan, se relaciona y comprenden el mundo en el que viven. Algunas de estas anotaciones son muy valiosas, posiblemente la más importante, porque es la que nuclea el propósito central del libro, sea la de la hacer reposar la noción fundamental de pueblo sobre la de la clase obrera, el pueblo trabajador cuyo esfuerzo era decisivo para poder ganar la guerra en 1939, “la guerra del pueblo” y que fundamentó el gran pacto social que se desplegaría durante la década de los 40 a partir de la construcción del estado de Bienestar por los laboristas y posteriormente se prolongaría en las décadas de la “opulencia” con los conservadores en la década inmediatamente posterior de los cincuenta. De la “nación dividida” que se diseñaba en el período de entreguerras 1919-1939, y que se demostró de forma cruda con la represión de la huelga general de 1926 y la construcción de la categoría del “enemigo interior”, a la formación de la categoría de “pueblo” sobre el esfuerzo de la clase obrera como el elemento que lo expresa simbólicamente y que se materializa en los grandes hallazgos de aquel período: el Informe Beveridge y el sistema de Seguridad Social, la creación del sistema nacional de salud (NHS) y por consiguiente la formulación de un principio de sanidad universal, la política de construcción y alquiler de viviendas sociales y la ampliación de la escolarización obligatoria hasta los quince años, el desarrollo y la extensión de la negociación colectiva y la afiliación sindical. Una noción de pueblo que seguramente tiene en otros contextos una consideración directamente política  y constituyente, como en el caso italiano, una identificación entre pueblo e identidad nacional (es decir entre identidad de clase e identidad nacional) que tendrá una gran importancia en la construcción de los estados sociales en el sur de Europa como salida democrática a los nazi-fascismos.

Las consideraciones sobre el consumismo y la emergencia de una nueva generación de trabajadoras y trabajadores con acceso a los bienes de consumo doméstico, el coche, los electrodomésticos, y la extensión del crédito, forman parte de una amplia tendencia del capitalismo no solo británico, de forma que las páginas del libro que se dedican a estas etapas pueden verse sin problemas de adaptación plenamente aplicables a otras realidades, incluso la española, aunque la dictadura introdujera el sesgo fundamental respecto de la prohibición de la autonomía sindical y del conflicto en este despegue desarrollista, reforzando la vertiente autoritaria del poder privado. Una sociedad – en la década de los cincuenta - que se quería opulenta – “nunca hemos estado tan bien”, “los peores abusos económicos y las ineficiencias de la sociedad moderna han sido corregidos” – y en la que se presumía que se hallaba en la “edad de oro de la movilidad social”, una conclusión más retórica que real que no se realizó en líneas generales, al mantenerse en el sistema educativo segregado la desigualdad de clase. Pero ya a mediados de los años sesenta, nace una nueva Gran Bretaña en la que las jóvenes generaciones de clase obrera, la irrupción de las mujeres en los trabajos y la presencia de inmigrantes, van impregnando tanto la cultura como la acción política y social a partir del rechazo de la “sociedad opulenta” que no había permitido a los trabajadores y trabajadoras que habían adquirido un cierto confort en sus vidas trabajando duramente el dominio sobre las formas de organización del trabajo y sobre la propia organización de sus vidas.  

Una indignación que estalló en activismo militante y en una amplia difusión de conflictos laborales y sociales. La afiliación sindical se elevó de los 10 millones de afiliados en 1960 a 13 millones en 1979; si la tasa de afiliación a comienzos de la década de los 60 era un 44%, a finales de los 70 había ascendido al 55% de los trabajadores empleados. Un crecimiento del conflicto social que suponía una amenaza para la gran empresa y las finanzas, y que incomodaba al propio Partido Laborista puesto que incidía directamente sobre los fundamentos del dominio y la subordinación en el trabajo como pilar que sostiene la extracción de plusvalor. Una presión que los gobiernos laboristas pretendieron aliviar mediante la emanación de una serie de normas que extendían y ampliaban derechos individuales ligados a la libertad e identidad sexual – despenalización de la homosexualidad, legalización del aborto y del divorcio por mutuo acuerdo – y a una importante normativa que promovía la igualdad racial y sexual. En líneas generales, la política del derecho emprendida consistía en otorgar derechos económicos a título individual, no a los grupos sociales como los colectivos de trabajadores definidos por la unidad de negociación del convenio colectivo. Además, y desde 1969, tanto el partido Laborista como evidentemente los sucesivos gobiernos conservadores tratarían el poder económico y social de la clase obrera organizada en torno a los sindicatos o directamente emergente de forma autónoma a partir de las colectividades de trabajadores, como una amenaza a la gobernabilidad del país y por tanto a la democracia, y no como un prerrequisito para configurar un Estado realmente democrático. Una tendencia extraordinariamente arraigada en otros contextos, entre ellos el de nuestro país, como se ha podido apreciar últimamente respecto de la resistencia sindical a las políticas de austeridad durante la crisis (2010-2013).

Este es sin duda un elemento a destacar de este estudio histórico. La reivindicación de un poder autónomo que incida sobre la organización del trabajo y pretenda incorporar elementos de democratización al ejercicio del poder privado, constituye el eje de la respuesta represiva y autoritaria de los nuevos planteamientos neoliberales que se implantan en Gran Bretaña tras el triunfo de Thatcher. Romper la espina dorsal de los sindicatos era la consigna explícita del gobierno conservador que volvió a ganar las elecciones de 1983 tras la oleada nacionalista que había producido la guerra de las Malvinas, y lo llevó a cabo con ocasión de la larga lucha de los mineros en 1984. El neoliberalismo de Thatcher afirmaba sin ambages que el bienestar y el pleno empleo eran obstáculos para el crecimiento económico, que generaba un aluvión de personas dependiente de los subsidios que impedían la libre iniciativa individual para emprender y trabajar, de manera que los excluidos sociales debían ser atendidos no por el Estado sino por el importante sector del voluntariado social y la filantropía ciudadana. La batalla (victoriosa) contra la clase obrera organizada condujo además a la devaluación salarial y el debilitamiento del sindicalismo como agente contractual. Un empujón hacia el pasado, hacia la nación dividida de antes de la SGM que se acompañaba de un discurso que negaba la importancia de la clase como relación social en la que se expresa el poder desigual en las relaciones de trabajo y de vida. Un discurso que también compartió el Nuevo Laborismo de Blair para quien la idea de clase no tenía ya relevancia política: las “viejas etiquetas de clase media y clase obrera, tenían cada vez menos sentido”.

El incremento de la desigualdad durante la década de los 90 y la primera década del nuevo siglo era una constatación unánime en los estudios al uso, pero políticamente esta cuestión se desviaba hacia la lucha contra la pobreza y la exclusión social, de manera que cualquier pensamiento igualitarista se concebía como contraproducente en una sociedad de libre mercado y de iniciativa privada. Esa enorme desigualdad que no pararía de crecer a partir de la crisis del 2008 siguen siendo un elemento ignorado por las políticas públicas y por los programas políticos que sólo admiten medidas compensatorias en el acceso al mercado por motivos de género, edad o raza, y que traducen el igualitarismo en un principio de no discriminación en el ámbito privado.

El declive del poder económico y político de la clase obrera organizada, su centralidad cultural y social, es una conclusión sobre la que se discute de forma posiblemente demasiado asertiva. La crisis de las organizaciones de clase es un concepto que hoy realmente sólo se puede aplicar con propiedad a los sindicatos; los partidos políticos que se referían históricamente a la clase obrera ya no pueden ser comprendidos en este concepto. La obra de Todd no discurre por estos derroteros, aunque los conoce bien. Por el contrario reivindica la necesidad de seguridad y de control de la existencia por parte de tantas y tantas personas comunes, gente corriente que expresa su descontento con la forma de trabajar para vivir que tienen necesariamente que llevar a cabo, sus insatisfacciones y sus frustraciones de sus proyectos compartidos, la ilusión de la solidaridad y de los afectos de los que muchas veces pueden beneficiarse y en cuya dinámica cooperan, la aspiración a un futuro justo y equitativo para todos, como expresión de valores profundamente sentidos por la gran mayoría de la población. Ese pueblo que en el libro se identifica justamente con la clase obrera y sus aspiraciones de emancipación  que siguen siendo decisivas en la escritura del futuro inmediato de los países, tanto en las Islas Británicas como desde luego en España, entre nosotros.


martes, 6 de agosto de 2019

LA CONQUISTA DE LA DEMOCRACIA Y EL PCE. LAS MEMORIAS DE MANOLO LÓPEZ



Las vacaciones sirven para desconectar y leer reposadamente lo que no se ha tenido tiempo de abordar durante los períodos lectivos. A veces la lectura del libro aplazado lleva aguardando varios años. Este es el caso de las memorias de Manolo López, que quise leer cuando salieron publicadas por la editorial Bomarzo, al tiempo que CCOO de Castilla La Mancha le dedicaba a título póstumo el premio Abogados de Atocha, que recogería su hijo, Manuel López Sacristán, para quien realmente están escritas por su padre. De hecho, regalé el libro hasta dos veces, pero todavía estaba pendiente de su lectura, lo que he podido efectuar en estos primeros días del verano.

Cuando conocí a Manolo López de la mano de Enrique Lillo, yo sabía que era el abogado histórico de la Federación del Metal de CCOO, que nunca se integró en la estructura orgánica de los abogados del sindicato y que había sido un importante dirigente del PCE, miembro del Comité Central de ese partido en años muy duros de la represión franquista, que había sido torturado en la DGS y que había estado en la cárcel. Tenía un despacho propio creo que en la calle Bocángel de Madrid y era viudo de su querida compañera Lolita desde 1998, cuya muerte le había sumido en una profunda crisis. Era una persona extraordinariamente viva y apasionada, le gustaba conversar y sobre todo discutir, un espíritu crítico ante todo lo que se podía dar por establecido y los lugares comunes que siempre cuestionaba. Políticamente un comunista sin partido, como teorizaba Paul Nizan, y siempre una personalidad sugerente y respetada. Murió el 29 de agosto de 2008. 

Una imagen por tanto de su figura que sin embargo resulta muy limitada porque, al leer sus memorias, su trayectoria vital se enriquece y permite reconstruir de manera muy directa la existencia de una serie de personas que hicieron posible la resistencia frente al franquismo y la creación de las condiciones ideológicas, culturales y políticas que permitieron obtener la democracia en nuestro país.
Manolo López nació en 1930 y por tanto fue un niño en la guerra civil, y sus recuerdos comienzan los días de la derrota de los leales a la República y la entrada en Madrid de las tropas facciosas de los sublevados. Vivía en lo que hoy es la Avenida Felipe II de Madrid, sus padres tenían una panadería, y sus andanzas de niño discurrían en un espacio pequeño y acotado por las calles adyacentes, un barrio que conozco muy bien porque es colindante con aquel en el que nací y fui niño, en Menéndez Pelayo esquina a Sainz de Baranda. La descripción de su infancia, el colegio, y sobre todo el encuentro con los derrotados de la guerra civil que se derrumbaban y se autodestruían anestesiando su sufrimiento en el vino peleón de la taberna La Viña P., al lado de la panadería (luego en el desarrollismo convertida en la cafetería Lucky, que yo frecuenté ya al comienzo de la década de los 70), contiene historias y relatos terribles de fracasos de vida encarnados en una serie de personajes inolvidables.

Tuvo lo que Andrés Carranque de Ríos, un escritor barojiano de los años treinta llamaría “La vida difícil” en toda su significación. A los 13 años se murió su madre, un golpe enorme para un adolescente de su edad, y su crecimiento moral e intelectual se fue desarrollando entre un cristianismo angustiado de estilo unamuniano y una progresiva confianza en el comunismo como escenario de redención del género humano. Autodidacta como tantos otros luchadores de su generación, lector compulsivo de novela y poesía, también de ensayo y de historia, Manolo López estudiando y trabajando, obtuvo la licenciatura de derecho – una carrera que tiene muchas salidas profesionales, como le recomendó su padre – en 1954. Abandonó su trabajo de oficinista en un banco y salió del país, asfixiado por el clima opresivo que se vivía en él, y tras realizar algunas estancias en campos de trabajo para estudiantes en Inglaterra, recaló en Paris, en octubre de 1955, en donde posiblemente se desarrolló su etapa de maduración intelectual y política más productiva cultural y personalmente. El contexto sin embargo en el que sucedieron esos casi cuatro años de estancia en París forma asimismo parte de la vida difícil de Manolo López, puesto que cuando iba a obtener una plaza en el Colegio de España de Paris, le diagnosticaron una tuberculosis y tuvo que ser ingresado en dos residencias y sufrió una dolorosísima operación en la que le extirparon una parte del pulmón.

Pero la lectura de estas páginas sugiere que pese a ello los años de París fueron para el memorialista decisivos. La descripción de las clases de sociología, con las lecciones de Raymond Aron y de Georges Gurvitch – y la reconstrucción de las mismas a partir de sus cuadernos de apuntes – el desfile de personajes que van presentándose tanto en las tertulias y paseos por la ciudad como en los corredores del sanatorio de tuberculosos, la decisión de ingresar en el PCE y sus mentores políticos a los que admira y considera sus maestros, el peruano Juan Pablo Chang, El chino, que habría de morir asesinado junto con el Che Guevara en Bolivia, y Benigno Rodriguez, el responsable dela célula de intelectuales de La Cité, son hechos narrados de manera vertiginosa. La sorprendente actividad política del sanatorio antituberculoso donde el anticolonialismo aparece como una variable política que matiza la ideología comunista en los territorios “de ultramar” o la presencia tan maravillosamente bien descrita de Fernando Arrabal en esta residencia, hacen que esas páginas transmitan la sensación de optimismo y confianza plena en un futuro en el que el capitalismo retrocedía ante el empuje de la democracia, el socialismo y la insurgencia de los pueblos sojuzgados.

Una vez curado plenamente de su tuberculosis, decide volver a España a desarrollar la resistencia antifranquista, y regresó a Madrid en octubre de 1958 “dispuesto a asaltar el cielo”. Allí compatibiliza el trabajo en la panadería con los estudios de sociología, entrando en contacto con los militantes de la organización universitaria del PCE y con los exponentes de la ASU del PSOE, Carlos Zayas y Gonzalo Anes. Pero en esa época lo más importante es su labor de organización de actividades y núcleos antifranquistas a partir de sus encuentros con el responsable clandestino Federico Sánchez, es decir Jorge Semprún, con el que le une una larga relación de complicidad, camaradería y amistad durante esos años. La descripción de los recorridos por Madrid, las personas que nombra y que consigue captar para la realización de múltiples actividades culturales, sociales y políticas, recogidas de firmas ilustres, etc., desemboca en la preparación de la Huelga Nacional Política el 18 de junio de 1959, una consigna del Partido que resultó un fracaso que se describe detalladamente en las páginas del libro. A partir de ahí el objetivo habría de ser el de reorganizar la organización del PCE y fortalecerla, pero ya entonces a partir de esa intensa labor de agitación popular, la policía política había intensificado su cerco contra los militantes comunistas.

Así, el 11 de noviembre de 1959, en uno de sus continuos encuentros con Semprún, conciertan una cita para el día siguiente a las once de la mañana frente al Mercado de la Cebada. Esa misma noche la policía le detiene y registra su casa, conduciéndole a la DGS. La principal preocupación entonces es la de evitar una caída general y por tanto no revelar ni su militancia comunista ni su posición directiva dentro del PCE, ni mucho menos delatar su cita con Semprún a las once frente al Mercado de la Cebada. La detención es seguida de una terrible descripción de las torturas a las que sometieron a Manolo López durante cinco días en la DGS, que en el libro aparecen detalladamente explicadas y que iban desde palizas en grupo hasta latigazos en la espalda y en los glúteos, torturas sobre una mesa e intervalos tras las palizas de un policía “comprensivo” que intentaba vencer la resistencia del torturado mediante ganar su confianza. Aparecen allí los nombres de una serie de torturadores, comandados por Saturnino Yague, el jefe de la Brigada Político Social, del que se dice que fue antes policía republicano y cuyo sadismo lúcido aparece netamente subrayado en las páginas del libro. Obviamente todos estos torturadores sobrevivieron a la Transición y a la llegada de la democracia. Yagüe no llegó a ver promulgada la Constitución. La prensa escuetamente dio noticia de su muerte a los 68 años, en su domicilio particular, el 22 de enero de 1978. El relato de las torturas permite trasladar a los lectores el esquema mental de quien es sometido a las mismas; desde el aspecto táctico que le tranquiliza relativamente al entender que ha sido delatado por un camarada él también bajo tortura, pero que no conocía su actividad política en la dirección del PCE, por lo que la policía no sabía que él sabía, hasta las reflexiones sobre la relación entre torturado y torturador, que le lleva a ocultar piadosamente el nombre de su delator y a efectuar unas consideraciones sobre la condición inhumana de la tortura y su proyección sobre los que la sufren.

A partir de aquí la historia recorre el tratamiento del juez militar instructor, el ingreso en Carabanchel, la realización posterior de una huelga de hambre que le llevaría a cumplir la condena en la cárcel de Palencia, con presos comunes, y el ostracismo de un año que sufre a la salida de ésta por parte del PCE, sospechoso de formar parte del grupo de Claudín y Semprún, expulsados del PCE en 1964, y sobre cuyos debates no había podido formar parte. A partir de allí comienza a cuestionar los métodos de dirección del PCE protagonizados por Santiago Carrillo  como secretario general. La segunda mitad de la década de los sesenta es una época de gran represión de los fenómenos de organización de la clase obrera en movimiento sociopolítico en torno a CC.OO., y por fin Manolo López acepta la indicación de su amigo Antonio Rato y comienza a ejercer como abogado, fundamentalmente en los juicios penales del TOP. Es de nuevo condenado por desobediencia al tribunal y lleva adelante juicios fundamentales como la defensa de Horacio Fernández Iguanzo o, ya en 1973 en el proceso 1001, de Juanin. Su relación con el PCE, de cuyo Comité Central sigue formando parte hasta 1970, es de progresivo distanciamiento. No comparte que no se dejara hablar a Enrique Líster en la reunión en la que se procedió a su expulsión, y abandona este órgano, sin dejar de ser un referente fundamental ya en el sector de los abogados comunistas de Madrid. Tanto que cuando se produce la detención de Santiago Carrillo en Madrid, en 1976, éste le elige como abogado, demostrando la confianza en este militante ejemplar y recto y en su visión estratégica de la defensa de los detenidos políticos.

Las memorias se detienen en el proceso 1001, en 1973. El libro lo cierra uno de los grandes amigos asturianos de Manolo y de Lolita, Jose Manuel Torre Arca, que da cuenta de cómo es la crisis del PCA de Asturias en el Congreso de Perlora de 1978 la que hace que una serie de militantes históricos, entre ellos el propio Manolo López, dejara el PCE. Lamentablemente éste no pudo continuar su relato describiendo su visión sobre los acontecimientos de la transición democrática, frente a los que era extremadamente crítico, en especial respecto de la actuación “sinuosa” de Carrillo, personaje que le era profundamente antipático.

La “salida de la dictadura” no se produjo como lo habían deseado militantes como Manolo López. No hubo la ruptura democrática por la que tanto batalló y sufrió durante toda su vida, y ese desengaño explica en gran medida la frustración ante una democracia siempre vigilada y bajo amenaza de golpe que realmente se produjo el 23 de febrero de 1981, cuya salida impuso una modernización del sistema económico sin la profundización de derechos sociales que prometía la constitución, una desviación que se iría incrementando y que se cuestionó claramente en la huelga general de diciembre de 1988, protagonizada por los sujetos sociales emergentes, los sindicatos de trabajadores. La consideración minoritaria del PCE en las opciones del pueblo español en las elecciones de 1977 y 1979 y el desplazamiento de la hegemonía en la izquierda al PSOE sobre el partido más activo en la organización del antifranquismo que había sido el PCE fueron colocando al Partido en los márgenes de la irrelevancia política, en especial tras las elecciones del 28-0 de 1982 y la victoria abrumadora del PSOE en las mismas. Un resultado injusto para quienes habían combatido por el comunismo y la libertad, como se dice en Avanti il popolo.

Todo esto es historia y es conocida. La historia sin embargo se escribe por los sujetos que van diseñando su propia historia particular. En algunos de ellos, como en la de Manolo López, está escrita la capacidad de rebeldía del ser humano frente a la opresión y la desigualdad. Sobre su trayectoria vital está fundada la posibilidad de que tantas y tantos de nosotros podamos gozar de las libertades democráticas. Él, junto a tantos que creían en el comunismo, fueron capaces de traer la libertad a este país. Que nadie lo olvide cuando hoy se habla y se denigra tan recurrentemente a quienes en realidad reivindicaron ese pensamiento y la acción colectiva que de él se deducía como la fuerza que construyó nuestra democracia, sufriendo terribles consecuencias personales, profesionales y familiares por ello. Leer hoy Mañana a las once en la plaza de la Cebada es una forma de recuperar esa memoria histórica de la que no se tiene suficiente recuerdo hoy entre nosotros.