martes, 6 de agosto de 2019

LA CONQUISTA DE LA DEMOCRACIA Y EL PCE. LAS MEMORIAS DE MANOLO LÓPEZ



Las vacaciones sirven para desconectar y leer reposadamente lo que no se ha tenido tiempo de abordar durante los períodos lectivos. A veces la lectura del libro aplazado lleva aguardando varios años. Este es el caso de las memorias de Manolo López, que quise leer cuando salieron publicadas por la editorial Bomarzo, al tiempo que CCOO de Castilla La Mancha le dedicaba a título póstumo el premio Abogados de Atocha, que recogería su hijo, Manuel López Sacristán, para quien realmente están escritas por su padre. De hecho, regalé el libro hasta dos veces, pero todavía estaba pendiente de su lectura, lo que he podido efectuar en estos primeros días del verano.

Cuando conocí a Manolo López de la mano de Enrique Lillo, yo sabía que era el abogado histórico de la Federación del Metal de CCOO, que nunca se integró en la estructura orgánica de los abogados del sindicato y que había sido un importante dirigente del PCE, miembro del Comité Central de ese partido en años muy duros de la represión franquista, que había sido torturado en la DGS y que había estado en la cárcel. Tenía un despacho propio creo que en la calle Bocángel de Madrid y era viudo de su querida compañera Lolita desde 1998, cuya muerte le había sumido en una profunda crisis. Era una persona extraordinariamente viva y apasionada, le gustaba conversar y sobre todo discutir, un espíritu crítico ante todo lo que se podía dar por establecido y los lugares comunes que siempre cuestionaba. Políticamente un comunista sin partido, como teorizaba Paul Nizan, y siempre una personalidad sugerente y respetada. Murió el 29 de agosto de 2008. 

Una imagen por tanto de su figura que sin embargo resulta muy limitada porque, al leer sus memorias, su trayectoria vital se enriquece y permite reconstruir de manera muy directa la existencia de una serie de personas que hicieron posible la resistencia frente al franquismo y la creación de las condiciones ideológicas, culturales y políticas que permitieron obtener la democracia en nuestro país.
Manolo López nació en 1930 y por tanto fue un niño en la guerra civil, y sus recuerdos comienzan los días de la derrota de los leales a la República y la entrada en Madrid de las tropas facciosas de los sublevados. Vivía en lo que hoy es la Avenida Felipe II de Madrid, sus padres tenían una panadería, y sus andanzas de niño discurrían en un espacio pequeño y acotado por las calles adyacentes, un barrio que conozco muy bien porque es colindante con aquel en el que nací y fui niño, en Menéndez Pelayo esquina a Sainz de Baranda. La descripción de su infancia, el colegio, y sobre todo el encuentro con los derrotados de la guerra civil que se derrumbaban y se autodestruían anestesiando su sufrimiento en el vino peleón de la taberna La Viña P., al lado de la panadería (luego en el desarrollismo convertida en la cafetería Lucky, que yo frecuenté ya al comienzo de la década de los 70), contiene historias y relatos terribles de fracasos de vida encarnados en una serie de personajes inolvidables.

Tuvo lo que Andrés Carranque de Ríos, un escritor barojiano de los años treinta llamaría “La vida difícil” en toda su significación. A los 13 años se murió su madre, un golpe enorme para un adolescente de su edad, y su crecimiento moral e intelectual se fue desarrollando entre un cristianismo angustiado de estilo unamuniano y una progresiva confianza en el comunismo como escenario de redención del género humano. Autodidacta como tantos otros luchadores de su generación, lector compulsivo de novela y poesía, también de ensayo y de historia, Manolo López estudiando y trabajando, obtuvo la licenciatura de derecho – una carrera que tiene muchas salidas profesionales, como le recomendó su padre – en 1954. Abandonó su trabajo de oficinista en un banco y salió del país, asfixiado por el clima opresivo que se vivía en él, y tras realizar algunas estancias en campos de trabajo para estudiantes en Inglaterra, recaló en Paris, en octubre de 1955, en donde posiblemente se desarrolló su etapa de maduración intelectual y política más productiva cultural y personalmente. El contexto sin embargo en el que sucedieron esos casi cuatro años de estancia en París forma asimismo parte de la vida difícil de Manolo López, puesto que cuando iba a obtener una plaza en el Colegio de España de Paris, le diagnosticaron una tuberculosis y tuvo que ser ingresado en dos residencias y sufrió una dolorosísima operación en la que le extirparon una parte del pulmón.

Pero la lectura de estas páginas sugiere que pese a ello los años de París fueron para el memorialista decisivos. La descripción de las clases de sociología, con las lecciones de Raymond Aron y de Georges Gurvitch – y la reconstrucción de las mismas a partir de sus cuadernos de apuntes – el desfile de personajes que van presentándose tanto en las tertulias y paseos por la ciudad como en los corredores del sanatorio de tuberculosos, la decisión de ingresar en el PCE y sus mentores políticos a los que admira y considera sus maestros, el peruano Juan Pablo Chang, El chino, que habría de morir asesinado junto con el Che Guevara en Bolivia, y Benigno Rodriguez, el responsable dela célula de intelectuales de La Cité, son hechos narrados de manera vertiginosa. La sorprendente actividad política del sanatorio antituberculoso donde el anticolonialismo aparece como una variable política que matiza la ideología comunista en los territorios “de ultramar” o la presencia tan maravillosamente bien descrita de Fernando Arrabal en esta residencia, hacen que esas páginas transmitan la sensación de optimismo y confianza plena en un futuro en el que el capitalismo retrocedía ante el empuje de la democracia, el socialismo y la insurgencia de los pueblos sojuzgados.

Una vez curado plenamente de su tuberculosis, decide volver a España a desarrollar la resistencia antifranquista, y regresó a Madrid en octubre de 1958 “dispuesto a asaltar el cielo”. Allí compatibiliza el trabajo en la panadería con los estudios de sociología, entrando en contacto con los militantes de la organización universitaria del PCE y con los exponentes de la ASU del PSOE, Carlos Zayas y Gonzalo Anes. Pero en esa época lo más importante es su labor de organización de actividades y núcleos antifranquistas a partir de sus encuentros con el responsable clandestino Federico Sánchez, es decir Jorge Semprún, con el que le une una larga relación de complicidad, camaradería y amistad durante esos años. La descripción de los recorridos por Madrid, las personas que nombra y que consigue captar para la realización de múltiples actividades culturales, sociales y políticas, recogidas de firmas ilustres, etc., desemboca en la preparación de la Huelga Nacional Política el 18 de junio de 1959, una consigna del Partido que resultó un fracaso que se describe detalladamente en las páginas del libro. A partir de ahí el objetivo habría de ser el de reorganizar la organización del PCE y fortalecerla, pero ya entonces a partir de esa intensa labor de agitación popular, la policía política había intensificado su cerco contra los militantes comunistas.

Así, el 11 de noviembre de 1959, en uno de sus continuos encuentros con Semprún, conciertan una cita para el día siguiente a las once de la mañana frente al Mercado de la Cebada. Esa misma noche la policía le detiene y registra su casa, conduciéndole a la DGS. La principal preocupación entonces es la de evitar una caída general y por tanto no revelar ni su militancia comunista ni su posición directiva dentro del PCE, ni mucho menos delatar su cita con Semprún a las once frente al Mercado de la Cebada. La detención es seguida de una terrible descripción de las torturas a las que sometieron a Manolo López durante cinco días en la DGS, que en el libro aparecen detalladamente explicadas y que iban desde palizas en grupo hasta latigazos en la espalda y en los glúteos, torturas sobre una mesa e intervalos tras las palizas de un policía “comprensivo” que intentaba vencer la resistencia del torturado mediante ganar su confianza. Aparecen allí los nombres de una serie de torturadores, comandados por Saturnino Yague, el jefe de la Brigada Político Social, del que se dice que fue antes policía republicano y cuyo sadismo lúcido aparece netamente subrayado en las páginas del libro. Obviamente todos estos torturadores sobrevivieron a la Transición y a la llegada de la democracia. Yagüe no llegó a ver promulgada la Constitución. La prensa escuetamente dio noticia de su muerte a los 68 años, en su domicilio particular, el 22 de enero de 1978. El relato de las torturas permite trasladar a los lectores el esquema mental de quien es sometido a las mismas; desde el aspecto táctico que le tranquiliza relativamente al entender que ha sido delatado por un camarada él también bajo tortura, pero que no conocía su actividad política en la dirección del PCE, por lo que la policía no sabía que él sabía, hasta las reflexiones sobre la relación entre torturado y torturador, que le lleva a ocultar piadosamente el nombre de su delator y a efectuar unas consideraciones sobre la condición inhumana de la tortura y su proyección sobre los que la sufren.

A partir de aquí la historia recorre el tratamiento del juez militar instructor, el ingreso en Carabanchel, la realización posterior de una huelga de hambre que le llevaría a cumplir la condena en la cárcel de Palencia, con presos comunes, y el ostracismo de un año que sufre a la salida de ésta por parte del PCE, sospechoso de formar parte del grupo de Claudín y Semprún, expulsados del PCE en 1964, y sobre cuyos debates no había podido formar parte. A partir de allí comienza a cuestionar los métodos de dirección del PCE protagonizados por Santiago Carrillo  como secretario general. La segunda mitad de la década de los sesenta es una época de gran represión de los fenómenos de organización de la clase obrera en movimiento sociopolítico en torno a CC.OO., y por fin Manolo López acepta la indicación de su amigo Antonio Rato y comienza a ejercer como abogado, fundamentalmente en los juicios penales del TOP. Es de nuevo condenado por desobediencia al tribunal y lleva adelante juicios fundamentales como la defensa de Horacio Fernández Iguanzo o, ya en 1973 en el proceso 1001, de Juanin. Su relación con el PCE, de cuyo Comité Central sigue formando parte hasta 1970, es de progresivo distanciamiento. No comparte que no se dejara hablar a Enrique Líster en la reunión en la que se procedió a su expulsión, y abandona este órgano, sin dejar de ser un referente fundamental ya en el sector de los abogados comunistas de Madrid. Tanto que cuando se produce la detención de Santiago Carrillo en Madrid, en 1976, éste le elige como abogado, demostrando la confianza en este militante ejemplar y recto y en su visión estratégica de la defensa de los detenidos políticos.

Las memorias se detienen en el proceso 1001, en 1973. El libro lo cierra uno de los grandes amigos asturianos de Manolo y de Lolita, Jose Manuel Torre Arca, que da cuenta de cómo es la crisis del PCA de Asturias en el Congreso de Perlora de 1978 la que hace que una serie de militantes históricos, entre ellos el propio Manolo López, dejara el PCE. Lamentablemente éste no pudo continuar su relato describiendo su visión sobre los acontecimientos de la transición democrática, frente a los que era extremadamente crítico, en especial respecto de la actuación “sinuosa” de Carrillo, personaje que le era profundamente antipático.

La “salida de la dictadura” no se produjo como lo habían deseado militantes como Manolo López. No hubo la ruptura democrática por la que tanto batalló y sufrió durante toda su vida, y ese desengaño explica en gran medida la frustración ante una democracia siempre vigilada y bajo amenaza de golpe que realmente se produjo el 23 de febrero de 1981, cuya salida impuso una modernización del sistema económico sin la profundización de derechos sociales que prometía la constitución, una desviación que se iría incrementando y que se cuestionó claramente en la huelga general de diciembre de 1988, protagonizada por los sujetos sociales emergentes, los sindicatos de trabajadores. La consideración minoritaria del PCE en las opciones del pueblo español en las elecciones de 1977 y 1979 y el desplazamiento de la hegemonía en la izquierda al PSOE sobre el partido más activo en la organización del antifranquismo que había sido el PCE fueron colocando al Partido en los márgenes de la irrelevancia política, en especial tras las elecciones del 28-0 de 1982 y la victoria abrumadora del PSOE en las mismas. Un resultado injusto para quienes habían combatido por el comunismo y la libertad, como se dice en Avanti il popolo.

Todo esto es historia y es conocida. La historia sin embargo se escribe por los sujetos que van diseñando su propia historia particular. En algunos de ellos, como en la de Manolo López, está escrita la capacidad de rebeldía del ser humano frente a la opresión y la desigualdad. Sobre su trayectoria vital está fundada la posibilidad de que tantas y tantos de nosotros podamos gozar de las libertades democráticas. Él, junto a tantos que creían en el comunismo, fueron capaces de traer la libertad a este país. Que nadie lo olvide cuando hoy se habla y se denigra tan recurrentemente a quienes en realidad reivindicaron ese pensamiento y la acción colectiva que de él se deducía como la fuerza que construyó nuestra democracia, sufriendo terribles consecuencias personales, profesionales y familiares por ello. Leer hoy Mañana a las once en la plaza de la Cebada es una forma de recuperar esa memoria histórica de la que no se tiene suficiente recuerdo hoy entre nosotros.



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