Concentrada
la audiencia mediática en las turbulencias que denota la política española en
torno a la posible investidura del 23 de septiembre o la convocatoria de
elecciones, no se atiende suficientemente a otros acontecimientos de enorme
importancia que están sucediendo en otros países europeos, a los que no se está
dando la relevancia que se merecen. El significado de la reunión del G-7 y los
movimientos apreciables en la guerra comercial global, la absolutamente
excepcional anulación del parlamento británico por el nuevo primer ministro Johnson y su alineamiento anti europeo
con las posiciones de Trump, o la caída
del gobierno negro-amarillo de Italia y la solución parlamentaria que busca una
nueva mayoría en este país. Esta última vicisitud política es especialmente
interesante porque contiene algunas enseñanzas útiles para la actual situación
española.
Las elecciones generales en
Italia tuvieron lugar en marzo del 2018, y supusieron un vuelco importante en
el panorama político italiano. Ante todo por la victoria electoral del
Movimiento 5 Estrellas (M5S) que fue el partido más votado, con casi once
millones de sufragios, seguido del Partido Democrático con algo más de seis
millones, y la Liga, que había perdido un año antes su referencia regional al Norte
y se había constituido, bajo la égida de Matteo
Salvini, como un partido nacional, obtuvo el tercer puesto en número de
votos con cinco millones y medio. La construcción complicada del sistema
electoral italiano, que fuerza a las coaliciones, hizo que la coalición de la
derecha, entre la que se encontraba el incombustible Berlusconi, obtuviera más votos que la del centro izquierda
liderada por el PD, pero que la posibilidad de gobernar dependiera en todo caso
de la posición que adoptara el M5S, que había ganado importantes posiciones en
todo el país, sustituyendo en el Sur a las preferencias de los votantes
clásicos del PD. Tras tres meses de negociaciones, se caminó hacia un gobierno
extraordinariamente complicado, porque se trataba de una coalición entre la
Liga y el M5S, cuyos programas no parecían poder conciliarse, pero que encontraron una suerte
de espacio común a través de la reivindicación de un neosoberanismo muy
reluctante frente a la gobernanza europea, con un fortalecimiento de la
vertiente represiva y autoritaria de la seguridad entendida y publicitada como
protección frente a la oleada inmigratoria que la guerra de Libia y el cierre
de la via de llegada a través del Egeo había provocado en Italia, y la
corrección de algunos de los elementos más negativos de la legislación laboral
que el gobierno Renzi puso en práctica
entre el 2013 y el 2016, antes de su dimisión ante la derrota de su planteamiento
de reforma institucional en diciembre de este año.
El gobierno amarillo-negro no
tuvo fácil su alumbramiento, no sólo en cuanto al programa de actuación sino
también en torno a sus componentes, puesto que el Presidente de la República
vetó al ministro de Economía propuesto por el primer ministro Conte, y la bicefalia entre Di Maio como el vicepresidente de
asuntos sociales y Salvini como
ministro del interior, ha generado muchas fricciones en la práctica,
especialmente a partir de los últimos acontecimientos en los que el desprecio
de las normas internacionales y de derechos humanos por parte de Salvini en relación al rescate de
inmigrantes en el Mediterráneo resultó extraordinariamente patente. En materia
social, el gobierno intentó avanzar un proyecto de regulación laboral más
garantista – el Decreto Dignidad – pero la visión sobre la que partía bloqueaba
la conexión entre este tipo de acción de gobierno y los sindicatos, en especial
con el más potente de ellos, la CGIL. Para el Movimiento5 Estrellas, era
necesario proceder a la desintermediación en la sociedad
italiana, entendiendo por tal la construcción de una relación directa y
prioritaria entre la ciudadanía, organizada como movimiento, y la política, lo
que por tanto llevaba a la priorización de una forma de gobernar en la que el
diálogo social y la intermediación de la organizaciones sindicales y empresariales
no resultaban determinantes en la acción de gobierno, siendo por el contrario
instancias de representación que impedían la acción política directa entre el
pueblo, la gente, y su representación “en movimiento”. Algo de esta politicidad
directa gente/movimiento que no confía en la representación política partidista
ni en la colectiva basada en la pertenencia a la clase, está también presente
en el debate del primer Podemos, y se proyecta aun hoy incluso en formaciones
escindidas como la de Mas Madrid.
Lo que ya se conoce es que ante
lo que Salvini interpretaba según
las encuestas de opinión como un momento electoral de enorme popularidad que
iba a permitir consolidar y ampliar su mayoría parlamentaria y además eliminar
a su socio M5S, puso en práctica una moción de censura en el Senado para
obtener la caída del gobierno y poder convocar elecciones. La maniobra sin embargo
no le ha salido como quería, porque han reaccionado inteligentemente el resto
de partidos, en especial el PD, que, no sin un cierto debate interno han
considerado la oportunidad de que se forme un nuevo gobierno sin necesidad de
convocar elecciones, esta vez mediante la coalición entre el M5S, que sigue
siendo el partido con más diputados y senadores sin coalición, y el PD, como líder
de la coalición de centro-izquierda. En los próximos días veremos cuáles serán
las líneas de acción de este gobierno neonato. Landini, el secretario general de la CGIL, ha dicho en la fiesta de
la Unitá celebrada antes de ayer en Ravenna que aguarda el programa de gobierno
a la espera de nuevas e importantes reformas sociales y del sistema de
imposición injusto que se ceba en las rentas de trabajadores y pensionistas. “Los
sindicatos no tenemos gobiernos amigos o enemigos, salvo que se trate de
gobiernos filofascistas o racistas a los que combatimos directamente. Sólo
consideramos que el gobierno actúe a favor o en contra de los derechos de los
trabajadores”, ha sintetizado, reclamando un importante esfuerzo de reflexión y
de diálogo con los sindicatos, los empresarios y el nuevo gobierno sobre la
base de un cambio social importante.
Hay en el caso italiano muchas
enseñanzas para la actualidad española. Las más evidentes, la tentación de
recurrir a la convocatoria de elecciones para aumentar la densidad y la
presencia electoral de una fuerza de gobierno que carece de una mayoría
parlamentaria, y la inteligencia de las fuerzas políticas desplazadas de poder
articular una respuesta que aleje la posibilidad de las elecciones. En España
no hay ciertamente una posibilidad de juego con las fuerzas de oposición, pero
si hay soluciones que permitirían la investidura del gobierno del PSOE aunque
posteriormente éste se tuviera que ver obligado a encontrar acuerdos
fundamentales en orden a los presupuestos generales del Estado y al control de
la actividad de gobierno. Es también muy sugerente constatar que las dinámicas
políticas que solo piensan en términos de fortalecer el propio partido para
debilitar al socio de gobierno no producen los efectos perseguidos por quienes
las impulsan, de manera que en el caso italiano la Liga y su líder, Salvini, han pasado de ser el elemento
más visible en la dirección del gobierno italiano a la posición de líder de la
oposición expulsado del ejecutivo y sin que su fuerza electoral pueda
modificarse. También es interesante comprobar el giro del M5S respecto a la posibilidad
de gobernar con el PD, una cuestión que ambas fuerzas políticas habían
rechazado hace tan solo un año, y la importancia que sin duda deberá tener en
el inmediato futuro para el nuevo gobierno, las estrategias de intermediación
social que garantice su permanencia, frente a la tradicional teorización de la “desintermediación”
de los exgrillinos como forma de concebir la política. En este sentido, la
insistencia reiterada y cada vez más impaciente de los sindicatos UGT y CCOO en
un gobierno de progreso entre PSOE y UP no debe ser ignorada por ninguna de
ambas formaciones políticas, con independencia de la distinta responsabilidad
que tienen cada una de ellas en conseguir los consensos a los que se refiere el
artículo 99 de nuestra Constitución. Por último, la propia capacidad de las
diferentes formaciones políticas para compartir un programa común pero también
áreas de gobierno. Una posibilidad que trasciende la buena o mala relación
entre fuerzas políticas, que saben en un momento dado, superar sus
desconfianzas para concentrarse en un programa de actuación y en un reparto de
responsabilidades en orden a la acción de gobierno. En una práctica tan rígida
como la española del gobierno monocolor, muy ligada al bipartidismo y a una
cierta patrimonialización de la administración y de la dirección de los cuerpos
de funcionarios del Estado, que se consideran que deben ser preservados frente
a irrupciones “externas” al juego de sustitución bipartidista, la experiencia
italiana del mestizaje político y de la flexibilidad en los acuerdos es especialmente
notable, y sería muy conveniente que pudiera importarse a nuestro sistema
político.
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