Acaba
Agosto y los noticiarios se afanan por dar inicio a un comienzo del curso
político que en España está marcado por la reválida en septiembre de la
investidura del presidente de gobierno o por el contrario la convocatoria de
nuevas elecciones al no conseguirse los consensos en torno a la misma. Pero
entre las noticias de estos días ha aparecido una que no ha sido resaltada, el
fallecimiento de un millonario americano, Koch,
del que se nos hace saber que era un prohombre conservador que tuvo gran
influencia en la consolidación del pensamiento derechista en los USA. En realidad era un personaje más siniestro. Esa
noticia me ha llegado precisamente mientras terminaba de leer el muy
interesante libro de Bernie Sanders
que lleva por título Nuestra revolución. Un futuro en el que
creer, que se ha publicado en
castellano en el 2018 por Lola Books, con un prólogo de Pablo Iglesias, y traducción del inglés de Carlos García Hernández.
El libro tiene dos partes bien
marcadas, en la primera se narra de forma detallada el por qué y el cómo el
senador por Vermont Bernie Sanders decide
presentarse como candidato a la Presidencia de los Estados Unidos a finales de
mayo del 2015, y el largo recorrido de las elecciones primarias a través de una
lucha muy sostenida con la candidata del establishment
del Partido Demócrata, Hillary
Clinton, hasta el resultado final de su derrota en la Convención Nacional
Demócrata donde obtuvo el 46% de los votos de los compromisarios en la misma.
Es seguramente un relato bien trabado que consigue conectar directamente al
lector con el ritmo frenético de encuentros, mítines, entrevistas y discursos
que se describen con viveza, como una especie de diario de viaje. La segunda
parte del libro se dedica a exponer el programa con arreglo al cual se debería
articular una propuesta de gobierno alternativo en Estados Unidos, y tiene un
doble valor, el de describir de forma muy minuciosa los principales problemas
que aquejan a la sociedad norteamericana y el de suministrar un cuadro de
referencia para una plataforma política y cultural de cambio social con mucha
mayor vigencia actualmente ante el triunfo de Trump y su gobierno autoritario y fuertemente agresivo. La
inminencia de los procesos electorales presidenciales en Estados Unidos plantea
la cuestión de en qué medida este programa puede consolidarse como alternativa
real al ser asumido en su mayoría por el Partido Demócrata en el entendimiento
de que solo una radicalización de su proyecto de gobierno podría ser capaz de
confrontar con el diseño autoritario y ultracapitalista de Trump y el Partido Republicano. Algo que con toda seguridad el establishment del Partido Demócrata
no aceptará fácilmente.
Pero la coincidencia entre la
noticia de la muerte de Koch y la lectura
del libro de Sanders reposa
justamente en que éste coloca como el primer elemento de su programa “la
derrota de la oligarquía” que domina el gobierno, la economía y los medios de
comunicación norteamericanos, que hace que los dueños de las grandes
corporaciones en aquel país inviertan miles de millones de dólares no sólo en
la defensa de sus intereses corporativos sino en la propia compra de los
diputados y senadores y, naturalmente, en la propia selección del Presidente de
los Estados Unidos. Entre la oligarquía a la que alude el libro, ocupa un lugar
principal Koch, al que se le dedican
varias páginas del libro. Los hermanos
Koch son la segunda familia más rica de América con industrias fundamentalmente
basadas en energías fósiles, y durante el primer mandato de Obama lograron
reunir un pool de 18 multimillonarios
norteamericanos para oponerse a las iniciativas de reforma del presidente y
deslizar el país hacia la extrema derecha. Su primer gran éxito fue
precisamente el conseguir que el Tribunal Supremo en el caso Citizen United permitiera que las
corporaciones y los particulares efectuaran donaciones directas a los
candidatos de su elección, pero su eje de pensamiento pasa por la
reivindicación de una reducción generalizada de todos los impuestos,
especialmente sobre las personas físicas y sociedades, eliminando cualquier
sanción sobre su impago, con la tendencia hacia su eliminación completa (¡!).
Están a favor de acabar con la Agencia del Medioambiente, porque son
propietarios de una gran empresa de energía, y enuncian otras ideas en la misma
dirección cuando se muestran a favor de abolir los programas Medicare y Medicaid de Obama, se
oponen al sistema “fraudulento, arruinado y opresivo” de Seguridad Social, que
debe ser sustituido por un plan de seguros privados, quieren anular el salario
mínimo y condenan la escuela pública como un espacio de adoctrinamiento, de
manera que debe cesar cualquier financiación pública de escuelas y
universidades, solicitan la privatización de las autopistas y se oponen a
cualquier proyecto de ayuda pública de asistencia social o de ayuda a los
pobres y la exclusión social.
Lo tremendo de este programa es
que estos multimillonarios son quienes ayudan a financiar al Partido Republicano
y en gran medida están en la base del programa de la presidencia actual. Se
trata de una clase social envalentonada desde su absoluta opulencia que les
hace desplegar una insolencia indecente en el desprecio a la mayoría de la
población y de sus vidas, conectando directamente su codicia con el sufrimiento
de la gente. No se trata sólo de un programa que se limite a los Estados
Unidos, aun siendo ya importante puesto que se trata de la potencia que dirige
la economía y la política global de forma unilateral y cada vez más grosera y
autoritariamente, sino que se propone como un vector fundamental del
pensamiento político que debe ser adoptado por la mayoría de las naciones
desarrolladas. Es decir, que la indecencia de este programa que solemos llamar
de ultraderecha es la línea política que se quiere imponer a las distintas
fuerzas políticas que se encuentran instaladas en los países democráticos, desplazando
el debate, la formación del pensamiento y la comunicación hacia la extrema
derecha y el fascismo social. Un empuje transversal que se hace sentir sobre las
fuerzas conservadoras en general, pero también se manifiesta en la creación de
nuevas formas políticas de tonalidades reaccionarias, xenófobas y autoritarias
como las que estamos conociendo en Europa, desde Orban , Le Pen o Salvini hasta Vox entre nosotros.
Sanders resume en una frase su
propósito: “sacar al gran capital de la política”, y se fija en el tema de la
financiación de las campañas electorales pero también en el propio
procedimiento electoral, de manera que éste sea lo más participativo posible y
refleje de la mejor manera las voluntades de quienes votan. Una reivindicación
indispensable en Estados Unidos, donde el sistema electoral es complicado y
está pensado para segregar y racializar el voto, de manera que la abstención electoral
es impresionante y afecta a las clases más desfavorecidas, que piensan que la
política no tiene que ver con su vida ordinaria y que en ningún caso puede
cambiarla. Pero volver a situar el tema de la medición concreta de la voluntad
del pueblo expresada en las elecciones en el centro de las preocupaciones del
cambio social supone cuestionar la capacidad del sistema electoral de reflejar
fielmente las mayorías pero también las minorías en un proceso de
representación política, y ello es algo que debería volver a recuperar el
pensamiento progresista en nuestro país, aunque por el momento lo haya
descuidado.
Sanders resume los problemas a los que se enfrenta EEUU en la
coexistencia de varios factores: una economía fraudulenta, un sistema de
financiación electoral corrupto, un sistema de justicia penal fallido, la
extraordinaria amenaza del cambio climático inatendida y la oposición frontal a
acabar con la pobreza y a construir una amplia clase trabajadora que pueda
vivir con seguridad económica y social en torno a un sistema de derechos
individuales y colectivos, impidiendo una reforma migratoria imprescindible y
la protección a los más vulnerables. Es un programa de gobierno reformista que
en el contexto del neoliberalismo norteamericano suena a socialista. Pero es en definitiva la posibilidad de reformar desde
la democracia un sistema económico que degrada las personas al considerarlas
exclusivamente como mercancías de bajo coste.
No es un rasgo simplemente
norteamericano. Estamos en la edad de la indecencia. Y no es privativa de estos
multimillonarios, sino de las figuras que emergen como representantes políticos
que obtienen representación suficiente de las mayorías en las elecciones
democráticas. La trazabilidad de esta indecencia se encuentra en una variedad
de discursos que se escuchan en Europa desde hace un tiempo. Muy recientemente,
se ha podido instalar en el de la presidenta de la Comunidad de Madrid y en
general el que sostienen sin apenas gradación Ciudadanos, Partido Popular y
Vox, en un programa común, tiene mucho que ver con las ideas que, incluso casi
textualmente, mantiene este discurso del capitalismo más agresivo. La captura
del debate ideológico por este tipo de exigencias destructivas de cualquier
idea de comunidad y que buscan ampliar de manera exponencial la desigualdad
económica y social entre quienes no se consideran ya ciudadanos sino artículos
de comercio en un mercado sin fin, es muy preocupante, pero es una realidad en
la que estamos ya inmersos. Reaccionar contra esta deriva es imprescindible.
Hoy sin embargo tenemos la posibilidad de impedir que estos planteamientos, que
han ido cobrando cuerpo a través de la legislación de la crisis, sean
contenidos y revertidos. Dar una oportunidad a quienes defienden la desigualdad
y la opulencia sobre la vida y la inseguridad vital de las personas sería una
gravísima irresponsabilidad política que confiemos en que no llegue a
producirse. Estaremos atentos a lo que pueda suceder en los próximos días.
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