Hay veces en las que la pérdida
de un amigo nos deja profundamente heridos, conmocionados por sentir demasiado
fuertemente el golpe que produce la muerte de alguien al que se estima cercano,
o sencillamente del que no era concebible que desapareciera. Esta es mi
sensación con el fallecimiento de Elvira
S. LLopis.
No he podido escribir un homenaje a esta amiga porque me sentía
demasiado implicado en el desasosiego que me ha causado su ausencia. Es una
sensación compartida. Adela Crespo la
ha narrado en primera persona en una columna que escribió en Nueva Tribuna nada más conocer su muerte
y que se titulaba sencillamente con el nombre de la amiga: http://www.nuevatribuna.es/articulo/sociedad/elvira/20141123231832109589.html,
haciendo una semblanza espléndida y emocionada. Su hija Olga y Armando B. Ginés completan el recuerdo en la página de Facebook todavía. Yo no puedo aquí más
que evocarla.
Elvira era una mujer
extremadamente inteligente, culta, divertida, de una creatividad inmensa. Se
apasionaba con las cosas y sabía distanciarse de las miserias cotidianas con
una fina ironía. La conocí en su época de secretaria de la mujer de la USMR de
CCOO, pero fundamentalmente conviví mucho más con ella en la Fundación Sindical
de Estudios, donde fue vicepresidenta muy activa y propició el éxito – tan mal
recibido en otras instancias del sindicato por razones evidentes – de este
experimento de reflexión y formación sindical que serviría de ensayo general
para el despegue y desarrollo de la Fundación 1º de Mayo, una vez derrotada la
candidatura del Secretario general saliente, Jose Maria Fidalgo, en el 9º Congreso de CCOO en el 2008. Fue la
vicepresidente de la Fundación, acompañando a su gran amigo Rodolfo Benito, y desplegó en ella su buen hacer y su inteligente
forma de organizar los temas de debate y proponer líneas de acción adecuadas a
los nuevos tiempos. Sus trabajos sobre educación y sanidad, los textos en los
que procedía a una revisión del lenguaje para liberarlo de sus anclajes en un
pensamiento sumiso y patriarcal, y sus intervenciones públicas, siempre
ajustadas y matizadas, son inolvidables. En palabras de otro amigo también
muerto abruptamente, Manuel Fernández
Cuesta, sus escritos y su voz son inalterables y maravillosos, “como
fósiles en las grietas de un acantilado azul”.
Elvira hablaba, se relacionaba y
trabajaba con las palabras, una forma de comunicar más segura que la melodía de
la armónica de cristal de la Señora Kirchgenesser, tenue y límpida, aunque Luigi Pintor considerara menos engañoso
el sonido de esa música que los castillos de naipes de la palabra escrita. Una
labor transparente y luminosa, mantenida sobre la profunda carga cultural y
filosófica que la atravesaba y que siempre se unía a una mirada abierta a la
emancipación del género humano.
El día antes de morir dejó
escrito en el muro de Facebook uno de
sus mensajes favoritos con los que abría el día y se despedía luego por la
noche, como forma de saludar a los amigos – tantos y tantas – que seguíamos sus
mensajes cuando ya no salía apenas de casa. Buenas
noches, buena gente, una expresión llena de sentido para todos nosotros que
la coloca en el centro de nuestra memoria, todavía dolida por saber que ella ya
no estará allí, que no podremos oírla ni leer lo que nos dice. La última vez
que la vi en persona fue antes del verano, vino a una de las actividades de la
Fundación en el Centro Abogados de Atocha, en el que tantas veces había
protagonizado ella esos eventos. Me insistió en que había que revalorizar la
función democrática y social del trabajo como eje de la actividad política y
sindical. Siempre idéntica a si misma.
En sus ojos tan profundos - que hacían cambiar
las estaciones- se despeñaba la memoria de tanto tiempo compartido. Pero ahora
para mí, como en el poema de Louis
Aragon, su recuerdo brilla fuerte aunque el universo entero se haya hecho pedazos
y su ausencia sea completamente inevitable.
4 comentarios:
Una evocación sencillamente entrañable.
Que razón tienes Antonio. Se puede decir más alto pero no mejor...
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