Como en todas las cosas, hay dos versiones del 14 de julio, fiesta nacional
en Francia. Una es la fiesta popular que enlaza con la sublevación del pueblo
de Paris frente a los intentos absolutistas del Rey que culminó con la toma y
demolición de la Bastilla, una prisión odiosa que simbolizaba la arbitrariedad
y la violencia del poder del antiguo régimen. Ese Paris que luego habría de
protagonizar, casi un siglo después, de marzo a mayo de 1871 – el tiempo de las
cerezas - el primer experimento de gobierno proletario en Europa, y que se
reinventaría en el Frente Popular de los años 30. Para ese Paris popular – que
hoy se definiría quizá también populista – el 14 de julio es un momento de
libertad y de fiesta, de kermesse y de bistrots con sus fuegos de artificio y su reivindicación nacional de obreros y
pequeños comerciantes en torno a caracteres tiernos y canallas como supo
describir tan bien un director hoy olvidado, René
Clair.
Hay otro 14 de julio, el que no conmemora la insurrección popular sino la
fiesta nacional impulsada en 1880 en
recuerdo de la Fiesta de la Federación de la guardia Nacional, y su principal
objetivo es el desfile militar tras la alocución de la Presidencia de la
República. Una muestra del poderío colonial de Francia y de su potencia
militar, que se ha perpetuado desde entonces al margen del cambio de las
circunstancias históricas experimentadas, en especial las dos grandes guerras
mundiales, la descolonización en el África occidental francesa y especialmente
la guerra de Argelia, el cambio de régimen de un sistema parlamentario a una
república presidencialista, el grito de libertad que supuso Mayo de 1968 y,
para cerrar el ciclo constituyente de un espacio de confianza en un futuro de progreso, el programa común
de 1981 como fin de ciclo.
Un desfile militar por los Campos Elíseos con la grandeza que acostumbran a
tener los actos solemnes que en este año ha tenido como protagonistas a dos
personajes muy especiales. El primero, Macron,
un presidente que ha surgido de un movimiento autoconvocado “En Marcha” y que
en tan solo seis meses ha logrado presentar listas electorales en todos los
departamentos de Francia y obtener, gracias al sistema electoral cuasi
mayoritario de aquel país, el 75% de los escaños en liza. Un programa político
en el que una nueva reforma laboral, con un nuevo Código de Trabajo, se abrirá
paso como objetivo principal. Un
presidente para el cual la igualdad es “dar a cada uno su oportunidad”, la
libertad es “un gusto absoluto por la independencia” y la fraternidad es “no
dejar a nadie atrás en el camino”, como ha declarado en la breve alocución del
14 de julio, y que expresamente ha querido, en esta fecha, profundizar las
relaciones de amistad con Estados Unidos, invitando a su presidente, Donald Trump, a la fiesta nacional
francesa. Algo que ha sido extremadamente criticado por la izquierda - la izquierda "insumisa" frente a la sometida - , dado el
muy reciente rechazo de éste al Acuerdo de Paris en materia medioambiental, y a
sus posiciones políticas contrarias a los derechos humanos y a la consideración de los inmigrantes com subhumanos sin derechos. Un enemigo de la
paz y un negacionista de la destrucción del ambiente y del clima.
La invitación, como es lógico, lo ha sido a un 14 de julio presentado como
elogio de Francia como potencia militar. Algo que ha encantado al presidente
USA, que, según confesión propia, adoraría poder hacer algo así en su patria,
pero que se reprime porque para los americanos, los desfiles militares se
asocian a dictaduras como Corea del Norte o Rusia. “Aliados seguros”, los dos
nuevos presidentes revalorizan un mundo construido sobre las potencias
estatales que aseguran su dominio mediante el poder militar que garantiza su
presencia económica en sus zonas de influencia. Una visión seguramente
desfasada que no se corresponde con una realidad en la que el espacio de la
globalización está cada vez más dominado por potencias privadas y por el
capital financiero que determina sin apenas mediaciones las políticas de los
Estados y la producción de normas y reglas de los mismos. Pero la presentación del viejo
unilateralismo norteamericano que se impone con fuerza a partir del reconocimiento del
mismo por sus “aliados” es el mensaje que lanza esta visita de Estado a Paris.
El desfile militar del 14 de julio no es, felizmente, la única versión de
esta fiesta nacional. Paco Ibañez
versionó al castellano una emblemática canción de Georges Brassens , la mala reputación: El dia de la fiesta nacional
/ me quedo en la cama igual / que la música militar / nunca me supo levantar. Que
la mayoría de la ciudadanía francesa recupere esa visión popular y progresista
sería una buena noticia para toda Europa. No lo es sin embargo esta
escenificación simbólica de la hegemonía unilateralista norteamericana que
ofrece el encuentro entre Macron y Trump
este 14 de julio.
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