Si
algunas personas entre la amable audiencia que sigue este blog han leído las
jugosas y bien informadas crónicas de Elisa Beni en el digital eldiario.es
ya habrán anticipado el contenido de esta entrada. En efecto, en ella se trata
de destacar que los jueces se han convertido en un actor político decisivo en
el éxito o el fracaso de este gobierno de coalición progresista.
En efecto, esta apreciación es
muy clara en el caso emblemático del procès continuado en estos días por
la oportunista decisión de la JEC, escorada políticamente hacia la derecha con
el claro propósito de impedir la investidura, como ha recordado en este mismo
blog Enrique Lillo (https://baylos.blogspot.com/2020/01/la-decision-de-la-junta-electoral.html),
aspecto reiterado por la decisión de la Sala II del Tribunal Supremo que
plantea una solución contraria a la puesta en libertad de Oriol Junqueras
y a la consideración efectiva de su inmunidad parlamentaria en contraste con la
Sentencia del TJUE de 19 de diciembre de 2019 respondiendo a la solicitación
del propio Tribunal Supremo. Es evidente que en todo este caso, la posición
global de la judicatura se ha insertado en un diseño político, el que había
dispuesto el Partido Popular, y esa línea de acción política es la que se
mantiene ahora, en conflicto con el planteamiento actual del gobierno
progresista.
No se trata por tanto de que
exista una “vía judicial” y una “vía política” confrontadas, sino que existen
dos vías políticas opuestas, una basada en la legitimidad electoral de las
mayorías políticas, la otra en la legitimidad de la independencia judicial
frente al poder político. Pero ésta – la que enarbola la idea de independencia
judicial – lleva a cabo, sin lugar a dudas, una agencia política en
confrontación permanente con la que es sostenida por la legitimidad electoral
de una mayoría social que ha logrado construir el gobierno, y que se identifica
con la estrategia política de las tres fuerzas de la derecha, Partido Popular
(que en este ámbito mantiene claramente su hegemonía), Ciudadanos y Vox (muy
activo en su papel dinamizador de las soluciones extremas en esta misma
perspectiva).
Las fuerzas políticas de la
derecha y de la ultraderecha compensan su incapacidad política parlamentaria –
que, como se dirá a continuación, se concreta en una potente capacidad de
bloqueo de la renovación constitucional – por una actividad política
extremadamente efectiva en el plano judicial, que imposibilita continuamente la
capacidad de maniobra del gobierno en las negociaciones abiertas con el
independentismo catalán y, simultáneamente, fortalece el ala más intransigente
de éste que presiona fuertemente sobre ERC para que rompa este proceso de
diálogo para encontrar una solución consensuada a la cuestión catalana. La
relación entre la estrategia de los partidos de la derecha y la que despliegan
las decisiones judiciales es una relación osmótica que es incluso aireada por
las propias fuerzas políticas, como señaladamente sucedió respecto de la
decisión de la JEC de la que se apropió el Partido Popular como suya en el
debate parlamentario de investidura.
El problema no está solo limitado
a la resolución de la cuestión catalana, aunque en este punto neurálgico se concentran
ahora todos los esfuerzos deslegitimadores de la derecha. Considerar a la
judicatura como actor político es una obviedad, puesto que en tanto los jueces
son un elemento determinante en la creación del derecho, la decisión judicial
expresa siempre una opción de política del derecho, reiterando, matizando o
invalidando las opciones presentes en la norma. Lo importante aquí es que la
posición judicial interviene directamente en el debate político, forma parte de
la estrategia que sostiene el juego de mayorías y minorías que conforma el
escrutinio democrático y por tanto cobra una forma nueva, directamente
interviniente en la pugna política. Un actor principal que delimita la
cartografía del espacio político actual.
Pero no solo la cuestión catalana
ha denotado la existencia de un fuerte anclaje de la judicatura en la estrategia
de la derecha política. Como pieza clave en el control de los procesos de
reforma estructural derivados de la crisis, el nombramiento en el 2013 de Carlos
Lesmes al frente del CGPJ, conformado en torno a una mayoría conservadora, permitió
el dominio de la capacidad de nombramiento de magistrados del Tribunal Supremo
y de los presidentes de los TSJ de cada Comunidad Autónoma, es decir, el
control de una aristocracia judicial que dirige la formación de la
jurisprudencia en los diferentes órdenes jurisdiccionales. El objeto
fundamental de esta continuada labor de redefinición orgánica de los centros
directivos de la creación de derecho no sólo se ha condensado en la vertiente
penal, sino que lo contencioso-administrativo, que vigila toda la actividad del gobierno y de la Administración,
y lo social, que gobierna la aplicación de las reformas laborales y de
seguridad social. Se ha destacado que esta labor continua de conformación de la
aristocracia judicial se ha intensificado desde diciembre del 2018, fecha a
partir de la cual el CGPJ se encuentra en funciones, pendiente de su renovación,
y muy especialmente a lo largo de 2019, tras la moción de censura al gobierno Rajoy
y las sucesivas turbulencias electorales sin lograr formar gobierno.
Los nuevos miembros de la
aristocracia judicial nominados comparten de forma predominante una ideología conservadora
y una cierta fidelidad al grupo dominante del CGPJ, y ese sesgo ideológico es
determinante y se impone al mérito, la experiencia o el reconocimiento. El proceso
de designación de cargos ha cobrado coyunturalmente una mayor relevancia ante
la coincidencia de una amplia parte de jubilaciones producidas en las
diferentes salas de los tribunales de justicia. Consecuentemente, los nombres seleccionados
van a permitir en muchos casos una larga permanencia en estos puestos por
tratarse en numerosos supuestos de personas a las que resta un largo tiempo
para alcanzar la edad de jubilación (70/73 años). No es necesario señalar la
importancia de este hecho, porque la reposición que desde hace seis años se viene
produciendo de la aristocracia judicial dirigente imprime un giro ideológico
conservador mayoritario con indudables repercusiones sobre la doctrina que ésta
elabore.
Esta situación es óptima para el
PP. Entiende que tiene en el Parlamento la suficiente capacidad de bloqueo uniendo
sus votos a los de Ciudadanos y Vox como para evitar que el gobierno y el bloque progresista pueda modificar la composición
del CGPJ, de forma que éste prosiga su labor de renovación de la cúpula judicial
de manera permanente. De hecho, se ha hecho público que el Partido Popular se
niega a iniciar las conversaciones para sustituir el CGPJ, sobre la base de la “desconfianza”
frente a las políticas que quiere llevar adelante el gobierno, reconociendo por
tanto en el espacio de la interpretación judicial la capacidad de anular,
limitar o dejar sin efecto las reformas que la mayoría parlamentaria pueda llevar
adelante. La propuesta alternativa de la derecha política es reforzar el
corporativismo judicial: reformar la Ley Orgánica del Poder Judicial para que
los jueces elijan directamente a 12 de los 20 vocales en el Consejo.
Al margen de la negativa del PP a
cumplir una función constitucional importante, con su negativa se vuelve a
plantear un largo debate que data desde el inicio del desarrollo constitucional
respecto de la función política y democrática del CGPJ y la importancia de la indicación
parlamentaria del gobierno de los jueces a partir de un debate político, frente
a su consideración desde un estricto planteamiento profesional que se reivindica
como el antídoto a la “politización de la justicia”. En este aspecto, unas
cuantas gotas de sangre jacobina, que es el título de un artículo de uno de
los fundadores de Justicia Democrática, el magistrado Antonio Carretero que publicó en los años 80 en una reivindicación del control democrático de la magistratura,
aconsejan preferir la visión que conecta el gobierno de los jueces con el peso de
las diversas opciones políticas presentes en el Parlamento a la estrictamente
corporativa, que acentúa la visión cerrada y conservadora de este selecto
cuerpo de funcionarios público, "cuerpos separados" de la sociedad como los quería Fraga Iribarne en la defensa que hizo de la redacción del art 127.2 de la Constitución.
Se trata de tendencias que
trabajan por la erosión de la profundización democrática que sin embargo cuenta
con el respaldo de mayorías sociales importantes. Son por tanto rasgos
involucionistas que se deberían erradicar porque la resolución de este problema
-aunque resulta muy complicado - depende sin embargo una buena parte de la consolidación
de las iniciativas de cambio social presentes.
1 comentario:
Que rápido la derecha ha puesto en marcha la “neo-estrategia” conocida como “la vieja segura” de sustituir en el debate entre actores políticos por la imposición con las Autoridades Judiciales, estos últimos encargados de la acción política que pretende decidir sobre el futuro político, y de los políticos, en el país.
En América Latina es una herramienta descarada de la derecha neoliberal, -incapacitada de acceder al poder por la vía democrática debido al repudio popular (con todo y las trampas creadas por ellos mismo para que la izquierda no acceda al Estado)– con la que pretenden someter a todo lo que naturalmente se le opone a través del uso de Funcionarios Judiciales fieles a su sistema de explotación y clase social.
Casos como el encarcelamiento de Ignacio Lula Da Silva y persecución de Dilma Rousseff en Brazil, la persecución criminal y despiadada de Evo Morales en Bolivia, y Rafael Correa en Ecuador, son muestra viva de las intenciones de la derecha en estos lados del mundo.
Las líneas de esta entrada me resultan mucho muy acertadas y lo conservo por su alto valor intelectual al momento de discernir entre la común incidencia del funcionario judicial en el debate político y la instrumentalización del funcionario judicial para un ejercicio político en perjuicio de las mayorías y en contra del cambio social.
Saludos.
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