La
situación en Colombia tras el paro general y la represión de las movilizaciones
populares, es terrible. Apenas sin embargo ha merecido un hueco en las portadas
de los periódicos españoles ni en los servicios de la televisión, pública o
privada. Frente a la hipersensibilidad que despierta Venezuela en el conjunto
mediático y político de nuestro país, la represión asesina en Colombia por
parte del gobierno de Duque, no ha sido atendida ni criticada. Un buen
amigo cartagenero, Edgardo González, lo resume en esta frase: “La
situación en el país ni se la imaginan en el exterior. El país está encendido
literalmente. La movilización es en todas las ciudades y la represión es brutal”,
y añade: “Oí por la TV que parlamentarios de EE.UU y del Reino Unido se habían
pronunciado. El gobierno español no dice nada”. Y es verdad. Nuestra ministra
de Exteriores se caracteriza por un mutismo culpable frente a las violaciones
de derechos humanos, sea en Colombia o en Palestina. Para entender mejor el
problema colombiano, se inserta a continuación un artículo de Gustavo Petro,
candidato de Colombia Humana a la presidencia de la República y exponente
del pensamiento democrático de aquel país, que se ha extraído de esta página: https://cuartodehora.com/2021/05/16/de-la-barricada-a-la-multitud/
Han pasado más de dos semanas de
paro y movilización social y es necesario que la gente que construye con
nosotros la posibilidad de cambiar el país tenga unas directrices sobre el qué
hacer para los días que están por venir. Es muy compleja la situación actual y
está cargada de enormes peligros, barbarie y violencias. El camino de la paz y
la tranquilidad que necesitan los cambios necesarios, nos lleva a que entre
todos y todas encontremos los caminos que sean más eficaces así, de un lado,
nos acusen falsamente de incendiarios, o del otro, de traidores.
Somos también responsables del país
así no tengamos el poder, y en medio de los bárbaros, de los monstruos de la
violencia, tenemos que alumbrar con responsabilidad los caminos de una
democracia en donde quepamos todos. Ya sabemos que estamos ante un gobierno que
decidió, por defender las utilidades de unos banqueros, sacrificar el empleo,
el bienestar de la sociedad y la lucha contra la pandemia. Las políticas
económicas y sociales que trazó Duque son un verdadero fiasco.
Con tamaño desastre, con la mitad
de la población colombiana en la pobreza, con su economía arruinada, el
uribismo tiene el descaro de propagar en sus redes de “fake news”, que somos
responsables del desastre como si no hubiéramos advertido a tiempo y de manera
pública al país, qué sucedería con una economía dependiente del petróleo si se
caían sus precios internacionales, qué sucedería con la reforma tributaria del
2019 al bajar el recaudo de las corporaciones más grandes, tratando Duque de
salvar irresponsablemente la rentabilidad de las petroleras, y qué sucedería con
el sobre endeudamiento del país desatado solo para mantener las utilidades
financieras incluidas las de los fondos de pensiones que sus administradores no
son capaces de sostener.
En el año 2020 el país aumentó su
deuda en 120 billones de pesos, nos endeudamos en USD $28.000 millones en un
solo año. ¿Qué hizo Carrasquilla con ese dinero? No fue a los hogares de los
pobres para calmar el hambre, no fue a la pequeña y mediana empresa privada
para mantener la mayor parte del empleo del país, no fue a comprar vacunas,
pruebas, unidades de cuidados intensivos, o a financiar el personal de salud.
Pero el uribismo no atiende
razones, acostumbrado a hablarse a sí mismo, impedido de abrir discusiones con
la pluralidad de la nación, prioriza, antes que nada, mantener una cauda
electoral que cada vez parece más un rebaño adocenado en la mentalidad del
anticomunismo, cuando el comunismo casi no existe; rebaño que reacciona sacando
fusiles de su casa, cuando los engañan y manipulan anunciándoles que los
indígenas entrarán armados a la ciudad a destruir sus bienes; rebaño al que ni
siquiera se les ocurre dialogar con ellos, para saber si es cierto o no, sino
que dispara al cuerpo, como antaño lo hacía, con espadas, el genocida Sebastián
de Belalcázar, al que llegó a juzgar la Corona, pero que la élite blanca de
Cali, heredera de los esclavistas, le hizo un monumento.
No solo en sus camionetas blancas
cuatro puertas y sus fusiles de asalto, mostraron la cultura traqueta que les
embarga y a la que admiran, sino que, además, demostraron que con simples
campañas de “fake news” repartidas en whatssap, son capaces de arriesgar la
vida de sus familias, sus bienes, y su propio país, condenándolo a violencias
eternas. Gentes de mentes fáciles, manipulables, que van haciendo del uribismo
un verdadero fascismo arrinconado y desesperado, y por ello peligroso. No somos
los responsables del desastre producido por los señores dirigentes del
uribismo, Duque, Carrasquilla, Uribe. No hay más responsables que ellos.
Es más, advertimos al gobierno
las consecuencias que tendría presentar una reforma tributaria basada en los
impuestos a la comida en un país con hambre. Algo tan lógico como que no se
debe presentar una ley con mayores impuestos a la comida precisamente cuando el
hambre se dispara porque la sociedad estalla. Pero para Uribe era mejor que la
lógica cediera su puesto a la irracionalidad y sacó del cubilete la teoría
conspirativa neonazi de un vividor bien pagado por la Universidad Militar que
nadie conoce, difusor de la tesis de la Revolución Molecular Disipada, para
tratar de convencer a generales y mentes febriles que el desastre no era del
gobierno sino del comunismo internacional, y que nosotros estábamos detrás de
estallido social que él mismo produjo. Según su pobre lectura, si yo no
existiera, las gentes habrían dejado que les pusieran impuestos a sus alimentos
así comieran menos ellos y sus hijos.
Decidimos pues no darles excusas
para que usaran electoralmente la muerte que ellos mismos producían con la
barbarie desatada desde las fuerzas policiales del gobierno, no yendo a
marchas, no dando instrucciones al respecto, silenciando mis redes. Y aún así
terminé más en boca de ellos que nunca. Necesitaban a alguien a quien culpar de
sus propios desastres y de su propia incapacidad. Ante nuestra actitud
respetuosa y tranquila, el gobierno literalmente ha llevado al país a un
infierno y lo hace con los ojos abiertos y de manera predeterminada.
La Policía sabe que si agrede a
la juventud barrial esta responderá indignada. Primero gases, después
mutilaciones oculares, después muertes, y en medio de eso sus hombres de civil
rompiendo algunas ventanas y saqueando establecimientos. Cada acción bárbara
tendrá su reacción y así se mantendrán en el tiempo con saldo cada vez más alto
de muertos, heridos y detenidos casi todos en edad juvenil. Acción y reacción
por semanas y quizás meses, hasta el cansancio.
Saben que la juventud popular
tenderá a quedarse en los barrios que consideran sus territorios en las zonas
que conocen y que allí levantarán barricadas defensivas. Saben que las podrán
golpear cada vez que quieran y que esa actividad al final no afectará a los
dueños del poder y de la economía. La barbarie puede continuar durante meses y
Duque se mantendrá impasible mientras aumenta el saldo mortal de la juventud.
Pocos le contarán a la juventud popular que, desde finales del siglo XIX,
exactamente con la Comuna de París, el movimiento obrero llegó a la conclusión
que la barricada era antesala de la derrota. Que la barricada no afecta al
poder, y que por mucho heroísmo que se sienta, allí solo quedan los muertos y
heridos del campo popular. Solo habría que leer o ver “Los Miserables” de
Víctor Hugo, pero Caracol ni RCN transmitirán semejantes enseñanzas de la
historia.
Por eso el movimiento obrero cambió
la estrategia por una más ofensiva: la gran movilización hacia los centros del
poder, la huelga general para afectar a los dueños de la economía. Sea para
cambiar el poder, con la insurrección, sea para modificar normas que ese poder
expedía, las multitudes dejaron de usar barricadas en sus lugares de existencia
y pasaron a organizar movilizaciones a donde el poder sería afectado.
Esta experiencia no es reconocida
por la juventud popular de nuestras ciudades. En las zonas de la juventud
barrial, se trata de resolver una vieja lucha acumulada de reacciones a la
violencia policial en los barrios. Los agentes de policía han sido “educados”
en una concepción que los lleva a pensar que el joven civil que ven en los
parques y las esquinas es el enemigo. La misma estructuración de la policía
como institución los lleva a la violencia y a la degradación. Los agentes de
policía no tienen posibilidad de ascender en la carrera policial, el mundo de
los ascensos es de los oficiales que pertenecen a otras capas sociales a las
cuales el agente no puede acceder, él queda confinado para siempre en los bajos
salarios, en las necesidades básicas de su familia. Su única opción económica
por fuera de su salario de hambre es delinquir ayudando a la olla del barrio, y
para ello encubre su labor golpeando a la juventud bajo la excusa que está
luchando contra las drogas.
La estrategia de guerra contra
las drogas basada en la prohibición del consumo lleva al agente policial a ver
a la juventud de la zona donde trabaja como el enemigo real, así la mayoría de
los jóvenes no consuman drogas. Durante años continuos, día a día, existe una
guerra anónima e invisible en cada barrio entre jóvenes uniformados y jóvenes
civiles. Los CAI o estaciones de policía se han convertido así, en centros de
detención de la juventud y muchas veces en centros de tortura, de violación
sexual, de desaparición. Cuando vienen las grandes movilizaciones sociales,
esta guerra estalla. Solo se necesita que la policía lance el primer gas
lacrimógeno, La juventud popular pone la cita, reacciona, destruye el CAI, o se
enfrenta a la policía. El mecanismo ya es conocido por los mandos policiales.
Si se quiere violencia, solo hay que tirar gases, si se quiere más violencia no
hay sino que matar jóvenes.
La barricada barrial expresa esta
indignación. Allí no está la guerrilla, ni los partidos políticos, ni los
sindicatos, ni el narcotraficante, ni el terrorista, como dice la gran prensa;
allí está es la indignación por la barbarie, por la discriminación total, por
la vida sin futuro, allí los sin futuro se enfrentan a muerte, el joven civil y
el agente de policía; de sus muertes, de sus golpes entre sí no se entiende
nadie, porque al gobierno no le importa ni el uno ni el otro. Allí el joven se
expresa contra la policía, y la policía responde con más barbarie para provocar
más indignación y más barricadas. Las barricadas distraen la atención de la
población movilizada en acciones defensivas donde solo pierden los jóvenes, en
donde solo pierden los pobres porque el campo de batalla está en sus barrios,
donde es fácil aislar la juventud popular por el desespero del tendero, del
pequeño comerciante o del transportador que se siente agredido, y con razón,
por la barricada. El aislamiento de la juventud más aguerrida del resto de la
sociedad la hace más vulnerable, más derrotable.
El uribismo se siente cómodo con
la barbarie y con la actual forma de protesta social y por eso dilata la
negociación; solo tiene que desatar más barbarie, para tener más barricadas
defensivas y derrotables. Mientras tanto busca que la “sociedad de bien”
rechace el paro, que la mayor parte de la sociedad este cada vez más temerosa y
asustada por la violencia, cansada por el bloqueo de las barricadas y acuda en
masa a votar por el que diga Uribe, y derrote la posibilidad política de un
cambio social en Colombia. La actual violencia y barbarie desatada por el
gobierno de Uribe en los barrios populares tiene como objetivo obtener más
votos. Matan con cálculo electoral.
Por eso creo que hay que dejar
las barricadas como forma de lucha y pasar a la movilización enorme y pacífica
que vaya a los centros del poder político y económico de quienes si son
culpables de la situación que vivimos. En la barricada barrial se termina
enfrentando el tendero del barrio, el agente de policía y el joven entre sí,
todos pobres. En la movilización activa hacia los centros del poder, se dirime
una lucha entre la multitud y el poder. Se construye una opción. La gente de
Colombia Humana debe dialogar con la juventud popular, y deliberar con ella
para permitir que la movilización social pase a las grandes multitudes. Y las
grandes multitudes conformadas en su diversidad por la juventud de todos los
colores debe levantar la agenda de cambios concretos y dialogarlos y pactarlos
con el gobierno.
El gobierno de Duque no negociará
y pactará si tiene frente a sí barricadas en barrios populares y pueblos, sabe
que puede golpearlos con toda la brutalidad de su fuerza y prolongar el
conflicto hasta el cansancio, sin que en realidad se alteren las ganancias de
sus amigos, los banqueros, los petroleros, los carboneros, los dueños de
gaseosas, los grandes contratistas del estado. El pueblo cosechará por esa vía
los muertos, y los rencores entre sí, la división social, generada por los
bloqueos. Pero si construimos las grandes movilizaciones que afecten las
ganancias de los amigos de Duque, éste se verá presionado a pactar.
Y aquí el concepto de negociación
también varía. Hay quienes dicen que no hay que hablar con Duque sino tumbarlo.
Si Duque cae, lo reemplazará Martha Lucía, la de la operación Orión, nada
cambia; y si cae Martha Lucía llegará Char, y si caen todos llegarán los
militares, no habrá el cambio en Colombia como sueña Uribe. No habrá elecciones
en el 2022. Pero también, mal hacen los grupos políticos al ir a hablar con el
presidente, reemplazando oportunistamente a quienes luchan en las calles,
porque este asume la posición de la real audiencia. El gobierno escucha, pero
no pacta, reemplaza la democracia que consiste en que las sociedades hagan las
normas, por la escucha que encubre que una minoría hace las normas. Ese tipo de
dialogo, no es sino una trampa, confeccionada para dejar pasar el tiempo, y así
aumentar la barbarie y la zozobra en espera que millones de colombianos como en
el pasado, vuelvan a votar por el que se autodenomina dueño de la seguridad y
el orden. La fortaleza de las multitudes movilizadas sí afecta el verdadero
poder y no al vecino del barrio, puede cambiar la forma del dialogo tramposo
para llevarlo a algo que puede enriquecer la raquítica democracia colombiana,
el que el poder sea capaz de pactar reformas con la multitud.
El comité de paro debe adaptarse
a esta nueva realidad. No lidia con un movimiento sindical, debe dirigir una
multitud permanente y eso implica abrir sus instancias a delegados de la
multitud, comenzando por las juventudes populares. Las juventudes populares
deben realizar asambleas en sus puntos de resistencia, nombrar delegados y con
ellos y ellas conformar coordinadoras por ciudad. Evitar la dislocación de las
mesas locales de negociación como propone Uribe para dividir y diluir, y al
contrario, nombrar delegados para integrase en el comité del paro y liderar una
negociación nacional. El comité de paro ampliado es el instrumento de la
negociación de una agenda de las multitudes. De ese pacto puede surgir la
ampliación de la cobertura de la educación superior, el cambio del modelo de
salud en las barriadas pobres, puede surgir la reestructuración de la policía
para que el agente de policía pueda ascender en toda la carrera hasta ser
general, puede lograr que cambie la política sobre consumo de drogas para que
ésta deje de estar en el ministerio de defensa y pase a estar en el ministerio
de salud pública. Y algo fundamental para la juventud popular: se puede lograr
una política de empleo garantizado del estado.
Hay tres maneras en el corto
plazo de garantizar empleo para la juventud:
1. El Estado emplea. Construye
grandes fuerzas laborales para realizar trabajos que el mercado no considera
como tales: expandir el arte, arborizar, cuidar la niñez, construir los bienes
públicos comunitarios, etc.
2. El Estado financia. Con una
fuerte inyección de liquidez del Banco de la República, al banco Agrario, como
hizo con la banca privada, pueden construirse cooperativas juveniles de
producción, a partir de las nuevas tecnologías digitales.
3. La empresa privada emplea. Si
los empresarios pudieron percibir, lo que significa la discriminación de la
juventud y el potencial insurreccional que conlleva, pues debe pactar la
apertura de puestos de trabajo en el país a decenas de miles de jóvenes. La
tesis del aprendiz no sirve, es del siglo XIX. Las empresas deben ampliar sus
plantas a la juventud.
Si la juventud se queda en la
barricada no habrá un pacto como éste, sino que el uribismo los usará en la
resistencia permanente para generalizar la zozobra en el resto de la sociedad
en la búsqueda de ganar las elecciones o dar un golpe. Si la juventud participa
y dirige las multitudes hacia los centros de poder social, político y
económico, se podrá presionar a Duque al Pacto social. De la barricada a la
multitud; de la barricada y el bloqueo a la movilización pacífica y
multitudinaria hacia los centros del poder,
Los invito jóvenes a deliberar
sobre estas propuestas, y los invito también empresarios a tratar con mente
abierta esta nueva realidad, e invito a Duque a estar en disposición de pactar.
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