domingo, 9 de mayo de 2021

EL FASCISMO NO ESTÁ EN EL MARCO (O VICEVERSA)


 

El 8 de mayo se celebra el día de la victoria en Europa. Suicidado Hitler el 30 de abril, el ejército alemán se rindió el 7 de mayo a los americanos e ingleses en Reims, en el cuartel del General Eisenhower y el 8 de mayo en Berlín al ejército rojo. Ese día se honra a las víctimas del nazismo y se organizan actos conmemorativos por el fin de la dictadura nazi, que puso fin a doce años de persecución contra los judíos, gitanos, homosexuales y disidentes políticos. Se recuerda especialmente que los sindicalistas fueron el primer objetivo del terror: miles de ellos fueron detenidos, torturados y asesinados. La derrota del fascismo es convertida en una fiesta nacional en Italia, donde el 25 de abril se celebra el día de la liberación y el 27 de enero, día de la liberación del campo de Auschwitz por el ejército rojo, el día de la memoria antifascista. Ese aliento antifascista recorre toda la Europa víctima del dominio militar y de la violencia política que sacudió nuestro continente.

No sucede así en España. El triunfo de los sublevados tras una cruenta guerra civil, el alineamiento inmediato del régimen con el nazismo y el fascismo fue posteriormente subsanado por el apoyo norteamericano a la dictadura en el contexto de la guerra fría. La solución de compromiso que supuso la Transición política evitando actualizar el reproche al ejército y a los cuerpos de seguridad del Estado de la represión de las libertades y de los crímenes cometidos durante la dictadura, impidió que se incorporara al calendario oficial de conmemoraciones fecha alguna que se relacionara con ese pasado de represión y violencia, trasladando cualquier homenaje a la instauración del sistema democrático a partir de la Constitución. Hay que esperar a 2007, con la Ley de Memoria histórica, para que ese terrible pasado comience a ser reconocido públicamente y removidos sus símbolos, pero sólo a partir de finales de 2019 se trasladaron los restos del dictador del Valle de los Caídos, y todavía se espera un proyecto de ley que normalice la democracia impidiendo que se considere al franquismo como una etapa histórica neutral en términos de valoración política.

Entretanto, y al compás de los cambios electorales y en el sistema de partidos desde 2015 hasta la actualidad, se ha ido fortaleciendo la ultraderecha con posiciones abiertamente elogiosas de la dictadura y fundamentalmente difamatorias de las fuerzas de la izquierda a las que se moteja con todo tipo de injurias, que llegan hasta la denigración mas obscena como la que hizo Ortega Smith respecto de las trece jóvenes de la JSU fusiladas en 1939 – las trece rosas – afirmando que eran mujeres que “torturaban, mataban y violaban vilmente”. Una virulencia extrema propia del lenguaje fascista de la época, que ha ido caracterizando sin apenas modificación el discurso de Vox como partido político para hacer una analogía entre la rebelión militar de entonces y la rebelión ciudadana de hoy contra el gobierno social-comunista. Los tribunales no han encontrado en este discurso ningún elemento punible, entendiéndolos compatibles con la amplia libertad de expresión que acompaña al debate político.

Pero más significativo que estas posiciones abiertamente defensoras del fascismo español, se encuentran las incrustaciones de este argumento en los dirigentes del Partido Popular más comprometidos con un relato inducido por el trumpismo. En ellos, el fascismo aparece como un término irrelevante, sin que se asocie a una noción antidemocrática de enorme desvalor. Diaz Ayuso, que ha hecho de la libertad su palabra de orden victoriosa, conversaba con una influyente presentadora televisiva que “si te dicen fascista estás en el lado bueno de la historia”, entre risas cómplices de su entrevistadora entusiasta, y el alcalde de Madrid, Martínez Almeida, en un mitin de su partido previo al Primero de Mayo, entre los aplausos de la concurrencia, afirmó textualmente: ″¿Sabéis qué pasa? Que si el paro ha ido bien en España es porque los fascistas que gobernamos en Madrid hemos conseguido que el paro baje cinco veces más que la media nacional. Porque seremos fascistas, pero sabemos gobernar”.

Al margen de la incorrección del dato sobre el descenso del paro en la Comunidad de Madrid, lo extraordinario es la utilización de este término por el Alcalde de la capital de España. La banalización del mismo. Ningún representante democrático de la Unión europea, y desde luego, ningún regidor o regidora de cualquier capital europea se permitiría definir, ni siquiera en términos paródicos, su actuación política como fascista. Eso es solo posible en Madrid, donde se ha logrado subvertir el sentido democrático de las palabras, vaciándolas de contenido. Banalizando el sentido de terror y sufrimiento que implica asumir el fascismo como posibilidad política, convirtiendo la libertad en un folio en blanco que se concreta en la capacidad de consumir y de suministrar servicios que se adquieren en el mercado.

El ejemplo de la esterilización a-democrática del concepto de fascismo plantea algunas dudas ante el discurso político, porque no parece que este hecho constituya una preocupación relevante en los planteamientos de la izquierda. Al contrario, las opiniones más reiteradas tras el triunfo del PP en Madrid han consistido en reivindicar un trabajo político continuado sobre las cosas que importan, situar el foco en lo cotidiano, huir de las grandes palabras. Insistir en consecuencia en las propuestas de gestión, en las cosas del día a día. Un discurso que por lo tanto se sitúe en el futuro y no hable del pasado. Marcos de discusión convincentes sobre el modo de vida y no encuadres de debate que se remitan al pasado. En este esfuerzo por construir un relato creíble y aceptable, la importancia del debate ideológico se desplaza a las formas en las que las fuerzas de progreso pretenden construir una cotidianeidad más eficiente socialmente, sus propuestas concretas de gestión.

El problema de este tipo de planteamientos que se abre paso en la reflexión sobre el triunfo del PP en Madrid es que la clave del éxito futuro se cifra en el abandono de la discusión sobre los conceptos básicos de la cultura democrática, que no deben formar parte del marco de debate en el que se sitúan las propuestas de la izquierda. Con ello se abandona a la derecha trumpista que nos gobierna la posibilidad de subvertir el contenido de estas grandes nociones que daban sentido a la contienda democrática, como han hecho efectivamente en esta campaña logrando la banalización del fascismo – y de paso, regularizando la agresión de la ultraderecha como un pensamiento plenamente integrado en la normalidad democrática – y volcando la noción de libertad en la decisión individual de las personas en la satisfacción de sus deseos a través del consumo, aprovechando la carga emocional que la larga situación de la pandemia ha ido generando en amplios sectores de población.

Situar fuera del marco de la discusión política el antifascismo como condición democrática no debería ser una conclusión válida para la recomposición de un relato de la izquierda que pretenda vencer en el 2023 en Madrid. Es una exigencia fundamental de partida, que no niega la capacidad de las fuerzas de progreso de proponer medidas concretas y soluciones a las realidades terribles de desatención, destrucción de lo público e incremento de la desigualdad que caracteriza la gestión neoliberal acentuada en la Comunidad de Madrid. No es un relato sobre el pasado, aunque la memoria del pasado sea un elemento que ilumina una buena parte de la acción política del presente. Entre las cosas que importan, no banalizar el fascismo ocupa un lugar importante. Antes que el espacio de la cultura democrática sea corrompido y adulterado por otros discursos que la transformen en algo irreconocible, es importante afirmarlo como un objetivo decisivo para la reordenación del pensamiento transformador de la izquierda. Señalar las formas en las que se manifiesta hoy, el avance negativo del autoritarismo y la intolerancia, la extensión de la agresión y del odio.  No puede ser el único elemento del debate, pero debe formar parte de lo que encuadra la visión alternativa de la política que asumen las fuerzas políticas de progreso. En el marco del debate tiene que entrar el fascismo como un elemento actual, presente, algo que realmente importa como amenaza y como recuerdo odioso que hay que combatir sin vacilación. Salvo mejor parecer.

 


1 comentario:

Paco Rodriguez de Lecea dijo...

Paco Rodríguez de Lecea
Muy de acuerdo. Ir a las cosas dejándose de abstracciones está bien, pero el fascismo no es una abstracción, respira venenos muy concretos. Habrá que trabajar simultáneamente en los contenidos y en el marco.