“Creo que
una parte de la izquierda, al criticar a la Unión Europea —básicamente en clave
de soberanía nacional— ha favorecido en cierta medida el ascenso de los
discursos nacionalistas duros, y no ha sido capaz de desarrollar un proyecto
europeo común que combatiera el colonialismo interno de la propia UE.
Ciertamente, para muchas cuestiones vitales hacen falta normas supranacionales
que se contrapongan al poder de los grandes capitales, y para esto hace falta
construir un poder público fuerte. La construcción de un marco regulativo
supranacional es esencial para hacer frente a muchos de los grandes problemas
que afectan a la humanidad, desde la crisis ecológica global o la protección de
los derechos humanos a una fiscalidad justa. Basar la política de izquierdas en
la soberanía nacional abre demasiadas posibilidades a los nacionalismos
reaccionarios. Por ello, una política europea de izquierdas debería centrarse
en proponer reformas y cambios que permitan superar los graves defectos
actuales. Y, con ellos, hacer frente a los planes de reconducción autoritaria
de la derecha”.
(Albert Recio Andreu, “Sin Tregua”,
Mientras Tanto n. 229, diciembre 2023)
A la cita de Albert Recio
que abre esta entrada hay que añadir la relativa indiferencia que la opinión
pública española mantiene respecto de las cuestiones que afectan al desarrollo
de la Unión Europea, lo que se manifiesta de manera evidente en la baja
participación que registran las elecciones europeas, que por lo demás se perciben
en clave estrictamente nacional, como lamentablemente parece que va a suceder
en la crucial convocatoria de junio de 2024, en la que el Partido Popular y Vox
intentarán utilizar como plebiscito contra la política del gobierno de
coalición, y las fuerzas políticas a la izquierda del PSOE como una
confirmación de los apoyos con que cuentan tanto SUMAR como la fracción
disidente de esta coalición.
Y sin embargo, estamos en un
momento muy decisivo para el futuro de la Unión Europea, en la medida en que se
está discutiendo actualmente la reforma de las reglas de la gobernanza
económica bajo la presión continua de Alemania y el llamado grupo de los frugales
que planean retornar a la ortodoxia ordoliberal que caracteriza las reglas de
contención de la deuda y el déficit como base de la política económica de los países
que componen la Unión. El elemento que caracteriza esta posición es la
primacía de la política monetaria sobre la política fiscal, ligado a la pérdida
de la soberanía monetaria en el marco del euro y la independencia y separación
del Banco Central de las indicaciones de los gobiernos y en general de la
determinación democrática de sus políticas por el Parlamento europeo. El
vínculo del equilibrio presupuestario que se incorporó en el art. 135 de
nuestra Constitución se tradujo en su momento en una restricción insoportable del
gasto social que la suspensión de estas reglas a raíz de la irrupción del Covid
han permitido la compra masiva de deuda pública y la adopción de un amplio
programa de inversiones y de subvenciones en torno a los planes nacionales de
recuperación y resiliencia tutelados por el programa Next Generation.
El debate sobre las nuevas reglas
que sustituyeran a las que avalaron la etapa de la austeridad tras la crisis
del euro ha sido muy intenso, aunque lamentablemente no ha sido capaz de
plantearse como un elemento central en la discusión política española. En
la Revista de Derecho Social 102
(2023), Jorge Uxó trazó de manera muy clara los términos de esta
polémica en el sentido de necesariamente evitar que a partir de 2024 los
gobiernos europeos se vieran forzados a aplicar una segunda ronda de austeridad
y se provocara una nueva recesión económica, lo que se ha querido evitar permitiendo
un proceso de ajuste más dilatado y sustituyendo las reglas uniformes
aplicables a todos los países de manera homogénea por un marco que posibilite
diferentes situaciones nacionales, aunque bajo la presión de Alemania, se quieran
introducir límites cuantitativos – la obligación de reducir 0,5 puntos al año
el endeudamiento o 1 punto si la deuda supera el 90% PIB, como en el caso
español – que reduce sustancialmente las posibilidades de flexibilidad para los
gobiernos nacionales. El tema central ahora es el espacio que se deja para
poner en marcha el incremento de la inversión pública como elemento
imprescindible para poder llevar a cabo la transición digital y la
sostenibilidad ambiental y social a la que la Comisión se ha comprometido, un componente
del gasto público del que únicamente no se cuestiona el incremento del gasto
militar para la ayuda a Ucrania.
Hay que tener en cuenta que España
no es el único país con parámetros fiscales lejos de los límites de déficit (3
% del PIB) y deuda (60 %). Hay algunos países que cuentan con superávit y
ratios de deuda en el entorno del 20 % del PIB (Eslovaquia, Letonia, Lituania,
Suecia, Dinamarca, Países Bajos, Irlanda o Luxemburgo), pero otros por el
contrario ofrecen un panorama más inquietante. Italia es la realidad más
preocupante junto a Grecia, que ha sido capaz de reducir su déficit tras más de
una década de ajustes y rescates (2010-2022), pero cuya deuda sigue por encima
del 170 %. A continuación, aparecen España, Francia y Bélgica; con Portugal en
una posición similar a la española en deuda, pero rozando ya el equilibrio
presupuestario. Estas posiciones límite son las que explican el alineamiento en
la UE de los diferentes países con la reforma que reivindican de la gobernanza
económica. A finales de noviembre, aún sin acuerdo en el ECOFIN, los puntos en
los que se centra el desacuerdo han sido resumidos por Santiago Lago Peñas en
las garantías sobre el proceso de reducción de la deuda y las exenciones a
aplicar a algunas inversiones. Alemania sigue defendiendo, como se ha señalado,
una reducción anual mínima de la ratio de deuda de un punto porcentual, la
limitación del déficit y la inclusión de todas las inversiones en los cálculos;
mientras que Francia quiere centrarse en la sostenibilidad de la deuda a largo
plazo, e Italia aboga por las exenciones para el gasto en defensa y las
inversiones financiadas por créditos del Mecanismo para la Recuperación y
Resiliencia (MRR). Por su parte, el sindicalismo europeo se posiciona en torno
a la defensa de que las inversiones del gasto social no se computen en el
mecanismo general de restricción de la deuda.
Es evidente que en este aspecto,
resulta imprescindible que la UE-27 asuma un rol activo en la financiación de
las elevadas inversiones necesarias, como lo ha hecho respaldada por los Fondos
Next Generation. Pero a la vez, es decisivo que se considere parte
integrante fundamental del mecanismo de la gobernanza económica europea el
Pilar Europeo de Derechos Sociales, que forma parte ya del marco de
coordinación de las políticas programadas durante el semestre europeo. En
esa línea se ha incorporado el que se llamó “mecanismo de desequilibrios
sociales” y hoy “marco de convergencia
social” (MCS, SCF por sus siglas en inglés), a instancias de los ministerios de
trabajo español y belga, que busca establecer un escrutinio permanente de la
situación social y de empleo en cada país teniendo en cuenta el grado de avance
hacia los objetivos 2030 marcados en el Pilar Social. Este año es el primero en
el que se incluye en el Informe Conjunto sobre el Empleo, de manera que de
forma general se presenta un resumen de las tendencias clave sociales y de
empleo en toda la UE, incluyendo los resultados horizontales que se desprenden
del análisis realizado en base a los principios del marco de convergencia. De
este análisis se concluye que, en general, se ha avanzado hacia la convergencia
en los ámbitos de empleo y desempleo en 2022, si bien destaca riesgos
potenciales en formación que podrían dar lugar a retos de empleo y desigualdad.
Y en el informe por países en atención a los objetivos del MCS que identifica
los retos a que se enfrenta cada Estado en materia social y de empleo y darles
respuesta, de manera que se pueda avanzar hacia la convergencia social
ascendente en la UE, se concluye que existen siete países que presentan riesgos
potenciales a la convergencia social ascendente, que son: Bulgaria, España,
Estonia, Hungría, Italia, Lituania y Rumanía.
Hay que tener en cuenta que en
nuestro país, según este informe, y a pesar de la sólida recuperación del empleo
- la tasa de empleo aumentó hasta el 69,5% en 2022, superando el nivel anterior
a la crisis (2019) del 68% - ésta sigue estando muy por debajo de la media de
la UE del 74,6%. Hay también problemas en el abandono temprano de la educación
y de la formación, pero fundamentalmente España experimenta retos en relación
con la protección y la inclusión sociales. La tasa global de riesgo de pobreza
o exclusión social se considera que es "débil pero mejora", aunque
los niveles siguen siendo relativamente altos, del 26%. Además, la proporción
de niños en riesgo de pobreza o exclusión social se situó en el 32,2% en 2022
(7,5 puntos porcentuales por encima de la media de la UE en 2022) y se ha
mantenido en una "situación crítica" durante los últimos tres años
Aunque se logra con ello una
mayor visibilidad política de las desigualdades, desequilibrios o áreas
críticas de protección social en determinados países como los citados, la
eficacia de este mecanismo es muy limitada puesto que no da lugar a una
recomendación específica de convergencia social que vinculara a los países concernidos,
sino que sirve tan solo de “base analítica” de un “enfoque dinámico” que tenga
en cuenta la evaluación de los indicadores sociales en un período de dos años.
Además se están poniendo de manifiesto las dificultades para el desarrollo de
la segunda fase del mecanismo, que consistía inicialmente en la publicación a
principios de 2024 de los informes país con un mayor análisis cualitativo y
cuantitativo (incluyendo el avance hacia los objetivos 2030 del Pilar Social),
de los países afectados por los desequilibrios y que se está intentando
dilatar, como mínimo, hasta después de las elecciones europeas de junio de 2024.
Sin embargo, debería considerarse atentamente como una línea de desarrollo de los
objetivos transversales de la Unión declarados en el art. ) TFUE – la cláusula
social horizontal – con apoyo en el Pilar Social Europeo para dotar a este mecanismo
de una mayor eficacia en la determinación de las políticas económicas y
sociales de los estados miembros.
La situación actual es por tanto
muy delicada. Los sindicatos europeos, agrupados en torno a la CES, han
convocado para el martes 12 de diciembre una euromanifestación en Bruselas bajo
el marchamo de “No a la austeridad 2.0” y por un nuevo contrato social. La CES
recuerda que “todos necesitamos acceso a atención médica de calidad, educación
y una red de seguridad de decencia que nos ayude en momentos de necesidad. En
Bruselas se están llevando a cabo negociaciones que podrían socavar
precisamente las cosas que permiten que nuestras sociedades florezcan. No
podemos permitir que tenga éxito el intento de devolver a Europa a estrictas
normas de austeridad”. Para el sindicalismo europeo son necesarias inversiones
públicas en educación, atención sanitaria, salarios que se mantengan al día y
en un futuro sostenible. “Ahora, mientras el continente enfrenta una crisis del
costo de vida impulsada por ganancias récord, los trabajadores no deberían ser
quienes paguen el precio. La respuesta solidaria de la Unión Europea a la
pandemia de Covid-19 demostró lo que es posible. Liberar financiación para
mantener seguros los empleos y los ingresos de la gente era crucial.
Necesitamos más de lo mismo, no volver a las recetas fallidas del pasado”. Es
el sujeto colectivo que más rápidamente se ha hecho cargo de la preocupante
situación en la que nos coloca la posición política e ideológica de quienes
entienden que las políticas públicas empleadas para combatir la crisis causada
por la pandemia deben considerarse un paréntesis, y que por tanto ahora recobra
validez el enfoque neoliberal utilizado como forma de gobierno macroeconómico a
partir de la crisis financiera del 2010.
Estos indicios son preocupantes
no sólo porque el modelo neoliberal europeo ha causado enorme dolor y sufrimiento
a amplias masas de la población de diferentes países europeos, sino porque su
validez en términos económicos es enormemente discutida y su caducidad en
términos ideológicos resulta evidente. Insistir en este vector puede además
alentar soluciones políticas calificables como populistas de derechas o simplemente
neofascistas, que ofrecen diversas versiones del post-neoliberalismo críticas con
el modelo supranacional europeo pero que coinciden en la conformación de un
fuerte poder estatal autoritario con especial hostilidad antisindical,
antifeminista y xenófobo, como por cierto ha asomado ya en las últimas
elecciones europeas de hace cinco años.
Atravesamos por tanto un momento
trascendental, que condicionará sin duda las políticas sociales que se quieren
poner en marcha desde el gobierno de coalición. Los sindicatos europeos y
sus centros de decisión nacionales son los primeros en movilizarse para
presionar desde fuera en que las reglas fiscales de la UE incorporen
necesariamente su dimensión social. Sin perjuicio de seguir muy de cerca el
resultado de esta negociación política, es evidente que la encrucijada en la
que nos encontramos debe orientar el sentido de la participación y del voto en
las elecciones europeas de junio de 2024. Europa y el marco institucional que
la regula no es algo que nos podamos permitir el lujo de considerar ajeno a las
preocupaciones inmediatas de un pensamiento emancipador e igualitario, de un
modelo neolaborista que intente profundizar la democracia en la economía y en
la sociedad. Seguiremos atentamente la evolución de estos temas en sucesivas
entradas del blog.
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