martes, 24 de diciembre de 2019

LA IMPORTANCIA DE RECORDAR EL “NEW DEAL” DE ROOSEVELT Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA “DEMOCRACIA ECONÓMICA ORGANIZADA”



En el debate sobre la última gran crisis, la crisis financiera que inicia el 2008 y se continua en especial para la zona euro con la crisis de los países sobre endeudados a partir del 2010, la referencia a la “otra” gran crisis, la de 1929 en Estados Unidos y la respuesta a la misma a partir del triunfo electoral de Roosevelt en 1932 con la promesa del New Deal – lo que en Puerto Rico se traduce como Nuevo Trato – ha sido muy utilizada como contraste. Mientras que los demócratas en los años treinta pusieron en marcha una política contracíclica que llevaba consigo la reforma del sistema financiero, y la intervención pública del mercado junto con una estrategia de garantizar derechos laborales y sociales a la población trabajadora, la respuesta europea fue las políticas de estabilización financiera y de austeridad con recortes del gasto social y una devaluación salarial que amplió la desigualdad entre las fuerzas del privilegio económico y el resto de la población trabajadora e impulsó a amplias masas hacia la pobreza severa y la precariedad.

La editorial Tecnos ha publicado, en una edición cuidada e introducida por Jose Maria Rosales una antología de los discursos políticos del presidente Roosevelt que permiten hacerse cargo de la proyección política y social del New Deal, además de otros aspectos no menos importantes, como la comunicación como un modo de hacer política, a través de su manejo de las conferencias de prensa y de sus “charlas junto a la chimenea”, en las que contactaba con la audiencia radiofónica de la gran parte de la población norteamericana narrándoles en términos muy directos y comprensibles, las líneas estratégicas del “contrato social”, los obstáculos encontrados y las formas de superarlos. El editor insiste en resaltar el hecho de que Rooselvelt era fundamentalmente un presidente que argumentaba bien y convincentemente su programa de acción – “un presidente argumentativo”, como traducción española en positivo del término inglés a rhetorical president – como expresión de la capacidad inteligible de la política y de la economía, que no debían ser considerado un reducto técnico de las élites.

Además, y frente a lo que hoy podríamos pensar de su programa político, Rosales insiste en el carácter netamente liberal del programa que sostenía el New Deal. Una apreciación que desde la España actual nos resulta chocante por cuanto hemos asociado reiteradamente el término liberal a un proyecto político que incentiva las asimetrías de poder económico y social, promociona la desigualdad entre los ciudadanos en función de su capacidad adquisitiva de bienes y de servicios y defiende una lógica autoritaria en la defensa del orden injusto establecido. No en vano las fuerzas políticas que entre nosotros se denominan liberales son el Partido Popular y Ciudadanos, junto con ese último partido llegado a la arena política que es Vox, ultraliberal y ultraderechista a ambas manos. Es decir que hoy la noción de liberalismo está asociada a la voz “neoliberal” que implica apostar por la desregulación de los mercados y la contracción del Estado Social. No es este sin embargo el sentido del término liberal en el vocabulario político estadounidense, donde realmente se equipara a “progresismo” frente al pensamiento “conservador”, de manera que los “liberales” aun hoy podrían intercambiarse con una buena parte del pensamiento socialdemócrata europeo.

Lo cierto es que la base del pensamiento de Rooselvelt era en efecto liberal- democrático, que partía de una relación coordinada entre la libertad individual y colectiva en razón de los intereses derivados de la posición social en la que las personas estaban insertas, como trabajadores, consumidores o agricultores, por mencionar los tres grandes sectores involucrados en el contrato social de las políticas rooselveltianas. El liberalismo del que parte el New Deal como componente esencial de los fundamentos políticos del republicanismo norteamericano es plenamente hostil a la desigualdad social que ha concentrado la riqueza en unas pocas personas de una clase dominante que además está en condiciones de dirigir y ordenar la política del país. En el Mensaje al congreso de 4 de enero de 1935, lo dice expresamente: “Tenemos un claro mandato del pueblo: que los americanos deben abjurar de la adquisición de riqueza que, a través de beneficios excesivos, crea un indebido poder privado sobre los asuntos privados y, para nuestra desgracia, sobre los asuntos públicos también”. Y añade: “Al construir hacia este fin, no destruimos la ambición ni buscamos dividir nuestra riqueza en partes iguales en determinadas ocasiones. Seguimos reconociendo la mayor habilidad de unos para ganar más que otros, pero afirmamos que la ambición de un individuo para obtener para él y los suyos seguridad, un ocio razonable y una existencia digna a lo largo de la vida, es una ambición que debe preferirse al apetito de riquezas inmensas y de poder inmenso”.

La reordenación del sistema bancario y de la política monetaria – donde la influencia de Keynes es manifiesta – la intervención estatal en la agricultura, la lucha contra el desempleo y la implantación de un sistema de pensiones a través de la seguridad Social, el reconocimiento del derecho de libre sindicación y de negociación colectiva, son todos ellos elementos fundamentales de la política social llevada a cabo entre 1932 y 1938 y que contribuyeron a formar un país plenamente diferente del que había generado los “felices años veinte” antes del crack  de 1929. Es una política “nacional” y no clasista, donde la relación política se forja entre la libertad de los individuos y el gobierno (el Estado) que corrige los elementos más negativos del mercado y de las corporaciones que condicionan las decisiones de los sujetos. En un pasaje muy significativo, en una de sus “Charlas junto a la Chimenea” de septiembre de 1936, esta visión parece netamente: “Mañana es el día del Trabajo. El Día del Trabajo en este país nunca ha sido una fiesta de clase. Ha sido siempre una fiesta nacional. Nunca ha tenido mayor significación como fiesta nacional que hoy. En otros países la relación entre empleador y empleado ha sido más o menos aceptada como una relación de clase que no debería romperse. En este país insistimos como algo esencial del modo de vida americano en que la relación empleador – empleado debe ser una relación entre hombres libres e iguales. (…) Nuestros trabajadores manuales e intelectuales merecen mucho más que respeto por su trabajo. Merecen protección en la práctica por la oportunidad de usar su trabajo a cambio de un salario digno que los mantenga con un nivel de vida decente y en constante aumento, y que acumule un margen de seguridad frente a las inevitables vicisitudes de la vida”. Esta es la clave para evitar “el crecimiento de una sociedad con conciencia de clase en este país”, de forma que quienes traten de negar a los trabajadores “cualquier poder efectivo para la negociación colectiva, para ganar un sustento digno y adquirir seguridad”, no saben leer “ni los signos de los tiempos ni la historia americana”. La idea por tanto es que “todos los trabajadores americanos, tanto intelectuales como manuales” saben que “la construcción de una democracia económica organizada” es la única salida frente al conflicto y la ruina económica. O, dicho de otro modo, manifiesta la determinación “para lograr una real libertad económica para el hombre medio que hará real su libertad política”.

Para la organización de esta democracia económica, la emergencia de los derechos sociales era fundamental, lo que requería no sólo el activo intervencionismo del Estado y la negociación con los agentes económicos y sociales – en materia de relaciones laborales resultó definitiva la figura de una mujer, Frances Perkins, ministra (secretaria) de trabajo desde 1933 a 1945 – sino un amplio compromiso político en las cámaras legislativas entre el partido demócrata y el republicano y el respaldo legitimador del Tribunal Supremo, cuya composición renovó el presidente con el nombramiento de hasta 8 nuevos jueces durante sus mandatos. Un contexto por tanto de convergencia política y social que sin embargo no se podía encontrar en otras experiencias reformistas, ni en la Alemania de Weimar pre-nazi, ni en el bienio progresista de la II República.

Es muy impresionante leer hoy en día las declaraciones – statements – presidenciales que acompañan a la promulgación de las leyes de reforma: El proyecto de Ley de ayuda al desempleo (1933), la Ley de Seguridad Social (1935) que protegía frente a “la pérdida del empleo y la pobreza de la vejez”, o la Ley Nacional de Relaciones Laborales (Ley Wagner por el senador que la promovió, 1935). En esta última se justifica la importancia de la negociación colectiva y la libertad sindical en ese proyecto de democracia económica organizada de una manera que refuerza la noción liberal-democrática que subyace a esta normativa: “Una mejor relación entre trabajadores y empresarios es el máximo propósito de esta Ley. Al asegurar a los empleados el derecho a la negociación colectiva, fomenta el desarrollo del contrato de trabajo sobre una base sólida y equitativa. Al proporcionar un procedimiento ordenado para determinar quién tiene derecho a representar a los trabajadores, trata de eliminar una de las principales causas de la lucha económica irrazonable. Al prevenir prácticas que tienden a destruir la independencia de los trabajadores, busca, para cada trabajador en su ámbito profesional, esa libertad de elección y de acción que justamente le pertenece”. En 1938 la Ley de Normas Laborales Justas impondría de forma definitiva el salario mínimo y la prohibición del trabajo infantil, que antes habían adelantado varias órdenes ejecutivas presidenciales.

En el libro se contienen, veinte discursos políticos de Rooselvelt, entre los que se encuentran mensajes al Congreso, charlas junto a la chimenea, declaraciones presidenciales y también extractos de conferencias de prensa, en las que se revelaba un contacto directo y muy rico en indicaciones con los periodistas. En la última de estas conferencias de prensa recogidas los periodistas le preguntan por la visita que había recibido de Sidney Hillman, un sindicalista del textil que había estado muy próximo en la década de los veinte a la revolución rusa y al bolchevismo y que tras la crisis del 1929 fue uno de los impulsores de la C.I.O., la central sindical enfrentada a la AFL y que constituyó un tipo de sindicalismo industrial más adecuado al desarrollo económico del país bajo las políticas del New Deal. Una visita que fundamentalmente tenía que ver, como reconocía el presidente a los periodistas, con las dificultades con las que se encontraban los trabajadores para hacer cumplir las normas sobre salarios, la capacidad para lograr convenios colectivos o para erradicar el trabajo infantil. Un fracaso “constante y creciente” en la opinión del Presidente, que urge a una respuesta del poder público, pero qu antes de concretarse ésta, debe ser conocido y comentado para la opinión pública, como forma de legitimar la necesidad de hacer cumplir los derechos laborales. “Digan que hay que hacer algo sobre la eliminación del trabajo infantil y la jornada desproporcionada y los salarios de miseria”.

Recordar hoy en Europa y en España la urgencia de una democracia económica organizada como condición necesaria para lograr la libertad política que fundamenta el sistema democrático sigue siendo un ejercicio intelectual y político decisivo. Que cuenta por tanto con antecedentes históricos muy respetables, no sólo los europeos, cuyas primeras experiencias como las de Weimar o la II República española han sido traídas a colación frecuentemente en este blog, sino también, contra lo que puede pensarse hoy, en los Estados Unidos. A ello ayuda desde luego la lectura del libro reseñado.

DISCURSOS POLÍTICOS DEL NEW DEAL.
Franklin D. Roosevelt. Edición, Traducción y estudio introductorio de José María Rosales. Editorial Tecnos, Colección Clásicos del pensamiento. Madrid, 2019, 187 pags. ISBN 978-84-309-7633-1.

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