Paradoja
y parábola del Brexit, la fabricación del nuevo pasaporte británico, azul como
en los tiempos en los que Gran Bretaña era una potencia imperial mundial, tal
como añora expresamente su primer ministro Boris Johnson, y no en el
color rojo del período de su pertenencia a la Unión europea a partir de los
años setenta del siglo pasado.
Para la confección de nuevo
pasaporte el gobierno no ha utilizado una empresa británica, haciendo de nuevo
grande a Bretaña, como reza el slogan publicitario y habría sido coherente con
su extremo nacionalismo. Ha externalizado la producción, en un ejercicio de terciarización,
a una empresa multinacional francesa, Thales, que se define
en Wikipedia como “una compañía francesa de electrónica dedicada al desarrollo
de sistemas de información y servicios para los mercados aeroespacial, de
defensa y seguridad”, que ha absorbido recientemente a un grupo
de empresas británico dedicado a la industria de la defensa y en la que el
Estado francés tiene una importante participación. Hasta aquí, la anécdota
sirve para explicar que pese a la reivindicación fuerte del soberanismo
británico, la confección de un símbolo decisivo de la pertenencia a la
comunidad nacional, como el pasaporte, no se residencia en ninguna empresa
británica, sino que se confía a una compañía francesa con participación
pública, todo una señal de la debilidad de las consignas nacionalistas y cómo
se obvian inmediatamente sus proclamas en la práctica ocultando eso sí su
elusión.
Pero el tema más interesante es
que la fabricación de estos pasaportes muda de nuevo de acento, y la empresa
francesa encomienda su fabricación a una fábrica polaca localizada en Tcew, en
el norte de Polonia. Esta nueva “descentralización productiva” trámite una
contrata de servicios, es sin embargo denunciada sobre la base de que la
operación conlleva una explotación laboral intensa. Los trabajadores polacos cobran
menos de 500 euros mensuales – el salario mínimo en el 2019 en Polonia era de
523,03 € al mes – con turnos de trabajo extenuantes, a menudo de doce horas
consecutivas, lo que han provocado las protestas de los obreros, muchos de
ellos abandonando el trabajo mientras que otros declaran que se encuentran en
las mismas condiciones que en una prisión, otros fingiendo que estaban enfermos
para poder trabajar en otro lugar y llegar a fin de mes. Unas quejas que han llevado al sindicato Solidarnosc
a iniciar una investigación sobre las condiciones de trabajo en esta
fábrica de Tcew.
Esta segunda fase de la noticia
es más interesante, porque pone sobre el tapete una de las cuestiones que están
en la base de las decisiones del Brexit, la libertad de comercio sin reglas que
disciplinen la forma de reducir los costes de las mercancías de las que se
quiere disponer en el mercado global. Especialmente la inexistencia de reglas
que se refieran a la intangibilidad de tratamientos salariales y de condiciones
de trabajo mínimas y equitativas con independencia del lugar de prestación de
los servicios. El mecanismo de la externalización de la prestación de servicios
desde la empresa contratista francesa, que ha cobrado 260 millones de euros por
el encargo de los nuevos pasaportes británicos, a la fábrica polaca que los
fabrica en condiciones salariales y de trabajo muy inferiores no solo al
salario medio en las manufacturas de su propio país – unos 720 € de media - ,
sino en términos tales que suponen la violación de las normas europeas y
nacionales sobre jornada de trabajo y otras condiciones laborales.
Como en los esquemas clásicos, la
reivindicación política de soberanía plena se acompaña de la libertad también
sin restricciones de imponer las condiciones de mercado tanto a los ciudadanos nacionales,
cuyo nivel salarial desaconseja producir en territorio británico los símbolos
nacionales, como a los ciudadanos polacos, que son sometidos a una explotación
laboral urgida por las reglas de un mercado que les trata simplemente en su
condición de mercancías. No es una novedad, porque el gobierno británico ha
logrado conectar con ese profundo conservadurismo reaccionario que cobró cuerpo
en la era Thatcher en aquel país, imponiéndose al otro alma progresista
y socialdemócrata que generó el “espíritu del 45” tan bien retratado por Ken
Loach. El soberanismo británico es ante todo reivindicación de la carencia
de reglas sobre la circulación del dinero, las mercancías y los servicios, lo
que impone definitivamente la consideración de los derechos humanos
fundamentales, entre ellos la libertad sindical y la negociación colectiva como
parte indispensable del trabajo decente, un obstáculo a la consecución de la
riqueza de la nación. Como en el interior de ésta los derechos deben ser
respetados, el marco global de los mercados se configura como un espacio
abierto a la explotación y a la violación de derechos laborales. Y en el plano
propiamente interno, quiebra cualquier solidaridad internacional entre los
trabajadores británicos y los trabajadores polacos, puesto que éstos resultan
explotados en su propia tierra.
No debería suceder esto en
Europa. La empresa francesa Thales, ha afirmado que respeta siempre las reglas
sindicales y las normas de salud y de seguridad, pero lo cierto es que ha
elegido Polonia no porque en Francia – como en Inglaterra – no existan condiciones
técnicas y fuerza de trabajo cualificada
para la realización del encargo, sino porque en ese país el nivel de protección
de los derechos laborales es reducido y el nivel de implantación y control
sindical muy limitado. De esta manera, la parábola del Brexit se completa con
la existencia de una Unión Europea marcada por la desigualdad a través del mercado
basado en las libertades económicas fundamentales que lesiona los derechos
laborales de la ciudadanía europea. La ventaja política de Europa que el Brexit
ha combatido es que existen reglas que disciplinan estas relaciones de mercado
y que a fin de cuentas las libertades económicas pueden encontrar un cierto
contrapeso en la existencia de reglas comunes sobre el desplazamiento de
trabajadores o iniciativas importantes derivadas del Pilar Social como es la
implantación de un salario mínimo europeo. Para ello sin embargo, la
democratización real de la Unión europea es una necesidad cada vez más urgente.
Este debate no se puede confinar
entre las nuevas fronteras de la Unión Europea, porque el Brexit ha supuesto el
triunfo de una concepción violenta del poder económico y financiero global camuflado,
como en su modelo norteamericano, en la exaltación de la soberanía nacional. Una
nación dividida, sin embargo, entre los poseedores de la riqueza cada vez más
desiguales respecto de las distintas capas de la sociedad, que buscan legitimar
su dominio a través de la exaltación de los símbolos de soberanía y el orgullo
patriótico. La Unión Europea no puede permanecer prisionera de esa concepción
depredadora del mundo y de las personas que no respeta derechos y que fortalece
e incrementa la desigualdad y el sufrimiento. Con modestia, el desarrollo
coherente del llamado Pilar Social Europeo especialmente en sus dos propuestas más
llamativas, el salario mínimo europeo y la creación de una protección frente al
desempleo en Europa, es imprescindible, pero este debate tiene que también
proyectarse sobre los Presupuestos actualmente en discusión, en donde por el
contrario, la mirada ordoliberal es la dominante, y no se considera esta
problemática.
La paradoja y la parábola del
Brexit es que la separación política de la Unión europea no impide que exista
una identidad en la forma de concebir un mercado global en donde el respeto a
los derechos que acompañan al trabajo decente es ignorado o incluso considerado
un obstáculo. El caso de los pasaportes británicos es por tanto significativo.
(La información proviene de https://www.repubblica.it/esteri/2020/02/16/news/regno_unito_brexit_passaporti_blu-248745135/)
1 comentario:
Sensacional, Antonio.
Publicar un comentario