martes, 26 de abril de 2022

EL 25 DE ABRIL EN ITALIA. SOBRE EL ANTIFASCISMO

 


Como es sabido, el 25 de abril tiene marcados tintes antifascistas. En Portugal, más cercano en el tiempo y en el espacio a España, es el día que conmemora la revolución de los claveles, la caída de la dictadura de Caetano, la unión entre el pueblo y el movimiento de las fuerzas armadas, y el peligroso precedente del que tomaron nota Estados Unidos y la propia socialdemocracia alemana de la época para evitar un contagio en partes del ejército de España, para lo cual resultó muy efectiva la desactivación del rol de potencia garante de la descolonización del Sahara occidental gracias a la marcha verde impulsada por Marruecos y rápidamente aceptada por España ante las presiones norteamericanas, y la criminalización inmediata del puñado de militares demócratas de la UMD que habría de permanecer prácticamente hasta nuestros días.

El 25 de abril en Italia es la fiesta de la Liberación, día no laborable nacional, en el que se celebra “la liberación de Italia del nazifascismo, el final de la ocupación nazi y la caída definitiva del régimen fascista”, según afirma el Decreto que la instituyó. Pero es también la jornada de la memoria de la Resistencia, es decir de la lucha llevada a cabo por los partisanos en la guerra civil que enfrentó al país tras la capitulación de Italia en septiembre de 1943, a la que siguió la ocupación alemana del territorio y la fundación de la llamada Republica Social Italiana – la República de Saló – y la extensión de la insurrección armada contra el ejército alemán y las SS de una parte y las escuadras fascistas de otra que efectuaban sobre todo labores de represión interna. Las ANPI (asociaciones de partisanos) son las protagonistas de este día, que se acompaña de manifestaciones públicas y del homenaje del Presidente de la República y de las máximas jerarquías del Estado, a la resistencia antifascista.

En Bolonia, la fiesta de la liberación es especialmente importante porque aquí en noviembre de 1944, las fuerzas partisanas infligieron una fuerte derrota a las tropas alemanas y las milicias fascistas en la ciudad, aunque posteriormente no pudieron liberarla al detener su avance las tropas americanas. La memoria antifascista es muy fuerte, y se celebra una fiesta popular en la via del Pratello con música, coros en los que se cantan canciones populares de la resistencia, y se coloca una corona de laurel en honor de los partisanos. A su vez, como en tantas ciudades, se organiza una manifestación o marcha por la mañana. La tarde se dedica a gozar de la música y de la fiesta.

Este año las celebraciones del 25 de abril se han conectado con la guerra de Ucrania. En una doble dirección. Desde la solidaridad con Ucrania invadida por los rusos, con una neta condena de Putin y la afirmación del derecho moral y jurídico de Ucrania de defenderse, junto con la reivindicación de la búsqueda de la paz, el rechazo de la guerra, “una metástasis que no se sabe hasta donde se extenderá” y el peligro de una ampliación del conflicto a Europa, con el riesgo de las armas nucleares. El día antes, 24 de abril, una potente marcha pacifista de Perugia a Asís como edición extraordinaria de la marcha por la paz, había congregado a 50.000 personas bajo el lema “Fermatevi! La guerra è una follia” (Deteneos, la guerra es una locura) y en la manifestación central en Milán, con 70.000 personas, las demandas de intervención externa a los combatientes para lograr un alto el fuego y las críticas a la militarización y al belicismo se unieron a la memoria combatiente. Pagliarulo como presidente de la ANPI, Landini como secretario general de la CGIL y Letta como líder del Partido Democrático, incidieron, con los matices propios de las diferencias en sus discursos, sobre esta exigencia de paz y el rechazo de la guerra. La entrevista del secretario general de Naciones Unidas, Guterres, con Putin en Moscú se valoraba como un dato importante para generar resultados positivos. La posición del Papa fue también reconocida como un elemento movilizador de los esfuerzos por la paz.

Ha coincidido en el tiempo esta fiesta popular de la memoria antifascista en Italia y la derrota electoral de la ultraderecha en Francia, lo que en España ha dado lugar a no pocas reflexiones sobre la relación Le Pen y Abascal  y sus diferentes puntos de vista y sus coincidencias, sobre el futuro en general de la ultraderecha y su segura adhesión al proyecto de la derecha española por el momento mayoritaria, su capacidad de imponer el marco de pensamiento en el que juega no sólo la derecha sino también las fuerzas democráticas reformistas. Por esta vía se despliega un relato algo contradictorio en el que por un lado se explica la potencia electoral de Vox como la pervivencia del franquismo nunca sepultado en la transición, junto con la estrategia de las fuerzas socioliberales de preferir esta opción como adversaria antes que confrontarse con una fuerza de izquierda alternativa. Estos discursos se acompañan de llamadas al antifascismo de nuevo cuño, el combate frente al trumpismo, la reflexión sobre las causas por las que el relato falsamente anti sistema de extrema derecha capta voluntades y agrega consensos en detrimento de la actuación de la izquierda.

Es evidente que el antifascismo de hoy supone, no sólo en Italia, la clara conciencia del rechazo de las experiencias políticas criminales del régimen nacionalsocialista y del fascista, asi como del franquismo español. Es urgente la recuperación de la memoria democrática en nuestro país. Pero además de ello, posiblemente la mejor definición de antifascismo la debe dar el cumplimiento de los elementos centrales de la constitución democrática española, que lejos de constituir un proyecto regresivo y continuista del franquismo, contiene elementos muy importantes de cambio y de activación de la participación ciudadana y democrática, como han reconocido las fuerzas progresistas que hoy componen nuestro gobierno. Una constitución que permite un campo de lucha y de conflicto social en el que quepa garantizar a las personas que trabajan un reequilibrio de las relaciones de poder en la empresa y fuera de ella mediante la intervención de los poderes públicos, la negociación colectiva y la huelga a través de la acción sindical.

El antifascismo es ante todo proteger la condición subalterna de las personas trabajadoras y reconocer derechos que hagan realidad la mejora de las condiciones de trabajo y de empleo, y que eviten la explotación laboral de franjas importantes de la población que tiene que aceptar condiciones serviles para poder obtener rentas suficientes para mal vivir, en un contexto de precariedad y de pobreza laboral. Proteger el empleo digno y hacer realidad el trabajo decente, extendiendo la estabilidad en el mismo, garantizando la salud y seguridad en los lugares de trabajo. Y dar a conocer los avances que en esa dirección se están realizando, explicar las dificultades que obstaculizan algunas reformas pendientes, rechazar una narrativa normalizadora de un estado de opinión que descuida las indudables mejoras efectuadas en aras de otras que podrían eventualmente haberse efectuado y que a la postre busca la invisibilización de los cambios sociales, presentando supuestos individuales que los desmienten, cuando no elaborando falsas noticias o elevando el diapasón de las protestas de los autodenominados emprendedores a los que el cumplimiento de la normativa laboral conduce al hundimiento y a la desaparición.

Explicar lo que ha supuesto durante la crisis la regulación temporal de empleo, la subida del salario mínimo, la reforma de la contratación temporal, el reequilibrio de la negociación colectiva, es hoy una eficaz forma de combatir a la ultraderecha. Por eso estos elementos están siempre fuera del foco de los medios, y lamentablemente también del eje de los análisis sobre la situación política. El antifascismo se demuestra andando, es decir, cambiando las condiciones de trabajo y de vida de la mayoría de la población. Y compartiendo en el discurso público y mediático lo que se está transformando y el alcance de esta modificación.

 


2 comentarios:

Paco Rodriguez de Lecea dijo...

El antifascismo es un sentimiento mayoritario y arraigado en Italia. En España, aún no. Las causas históricas de la diferencia son muy obvias, pero enojosas. Nos falta un motor antifascista para dar cobertura y fuerza a una política de progreso como la que se está intentando llevar a cabo.

Livina Fernandez Nieto dijo...

Bien, maestro, nada que objetar, pero cómo puedo yo hacer algo útil y efectivo. Estoy de acuerdo con el diagnóstico pero cómo debo actuar. Si hay algo que me da miedo, de verdad, es la posibilidad de que pudiera gobernar aquí la ultraderecha y la extrema ultraderecha. Ahí está Castilla y León.