domingo, 28 de mayo de 2023

DE LA REVOLUCIÓN AL AUTOEMPRENDIMIENTO: UN MURO EN BERLÍN. HABLA TARSO GENRO

 


Hoy es un día de elecciones en España. Se vota en las ciudades y en algunas comunidades autónomas. El resultado se interpretará en clave nacional, más allá de la dirección que se imponga en los equipos de gobierno de los ayuntamientos. Este blog ha elegido como lectura de este día electoral una reflexión de Tarso Genro sobre la crisis de los partidos, la situación en Brasil y la conformación de un sujeto político que impulse un cambio social profundo, con toda su complejidad. Una lectura a contracorriente de las que normalmente se deberían proponer hoy, pero que pretende mirar al futuro en una jornada en la que este tiempo por venir está comprometido en nuestro país. Buena lectura!!

La debilidad histórica de las fuerzas políticas democráticas y de los partidos de izquierda, en general, para defender el país, los derechos de los trabajadores -prácticamente ausentes en los momentos de resistencia para preservar sus derechos devastados por el bolsonarismo-, la débil resistencia de la academia -intimidada por el avance del fascismo- y el silencio casi sepulcral de la gran mayoría de la burocracia estatal en todos los niveles, en resistencia a la dilapidación del Estado Nacional, contribuyeron en gran medida a la creación del espíritu aventurero que intentó dar un golpe de Estado en nuestro país. La base social movilizada en este período fue siempre mayoritariamente bolsonarista y de corte popular y decía, explícitamente, que quería transformar su política necrófila en un nuevo orden estatal dirigido por un iluso.

En resumen, el golpe no se produjo porque Lula ganó limpiamente las elecciones y obtuvo el apoyo de una parte significativa del centro y de la llamada derecha civilizada, porque la mayoría de las Fuerzas Armadas no se sumó y el Tribunal Supremo, a través de la mayoría de sus jueces, decidió hacer cumplir la Constitución. No hubo una presión popular significativa para desgastar el golpe y oponer un movimiento de masas, politizado y democrático a sus objetivos destructivos. No se trata de "traición", sino de la ausencia de un grupo dirigente orgánico en la izquierda, capaz de tener una voz pública autorizada para salvar al país de la marginalidad fascista que merodeaba por los cuarteles, amenazaba las instituciones y prometía una dictadura que, cercana al Régimen del 64, dejaría a éste como una mera experiencia de la derecha civilizada.

Un proceso civilizatorio en crisis significa, más allá de cambios en las formas de producción, un cambio en el comportamiento de los sujetos políticos y cambios de rasero en el comportamiento de las bases sociales que hoy dan sentido al orden democrático. La empresa industrial fue el lastre sobre el que se construyeron las concepciones apologéticas, conservadoras, reformistas o revolucionarias del orden. Para las fuerzas conservadoras, el problema es claro: cómo mantener el orden dentro de un flujo de ideas, movimientos, desorden, regulaciones productivas, donde las nuevas ambiciones de acumulación privada pueden al mismo tiempo entrar en conflicto, competir y estabilizar -mínimamente- sin impugnar las formas predominantes de combinación de la paz social, que son a la vez conflictivas y estabilizadoras. Para las fuerzas del cambio, la cuestión es otra: ¿cómo reciclarse, como organización política, para mantener la democracia como un "devenir" incesante, por un mundo más humano e ilustrado?

La pregunta no es desesperada, pero la respuesta no es fácil. Si es cierto que el fascismo bloqueó las luces, allí donde las sociedades concretas se iluminaban con las revoluciones, los costes del cambio por la igualdad dejaron huellas brutales, que ofrecieron capacidad reparadora a la oscuridad o reedificaron, a partir de sus escombros, las posibilidades deslegitiman la construcción de un nuevo orden social que reconcilie a la humanidad con la naturaleza, a los sujetos sociales con la democracia sin fin y la reconstrucción de la idea de comunidad planetaria, basada en la premisa de que hombres y mujeres "nacen iguales en derechos", idea suprimida por la concreción "de la creciente primacía de la economía monetaria (.... ) una de las manifestaciones más notables de la virtualización en curso (...) donde el mayor mercado del mundo es el de la propia moneda. " Extensión de la empresa real es la antítesis virtual (que existe como otra realidad) de la comunidad industrial moderna.

"La organización clásica (de esa empresa) reúne a sus empleados en un mismo edificio o en un conjunto de departamentos"(...), pero en las nuevas empresas, cuyo punto de plena madurez aún no se ha encontrado, "el centro de gravedad de la organización, ya no es un conjunto de departamentos, puesto de trabajo y libros de horarios, sino un proceso de coordinación que redistribuye siempre de forma diferente las coordenadas espacio-temporales de la colectividad de trabajo y de cada uno de sus miembros, en función de diversas exigencias."  La realidad virtual no es menos realidad que la realidad presente, sino uno de los principales vectores para la creación de (nuevas) realidades". La comunidad política nacional de trabajadores, organizada políticamente en los partidos donde predominaban las empresas del capitalismo industrial clásico, nos habla del futuro ya desterritorializado por la realidad virtual, que es otro tipo concreto y otro tipo formalmente organizado.

La empresa virtual -por ejemplo- ya no puede "situarse" de manera "precisa", (puesto que) sus elementos son nómadas, dispersos, y la pertinencia -por ejemplo- "de su posición geográfica ha disminuido mucho". De estas coordenadas de Pierre Levy, si son correctas, se puede deducir que -cuando la producción de esta nueva realidad virtual esté totalmente madura- tendremos sin duda un nuevo tipo de sociedad capitalista o, si es posible, una sociedad socialista aún no imaginada. Las formas de organización política de las comunidades, clases, estamentos, movimientos que sufrirán esta agitación serán muy diferentes.

Las formas de organización política de las comunidades, de las clases, de los estamentos, de los movimientos, que sufrirán este torbellino, que todavía tendrá lugar dentro del orden industrial actual durante cierto tiempo, ya no serán las mismas, y la política se reorganizará totalmente: tanto en su producción subjetiva como en sus resultados.

La forma-partido moderna de la sociedad industrial en el régimen liberal-democrático -por tanto, de todos los partidos- se constituyó en un mundo más estable, jurídicamente, y con formas de producción mínimamente estables en la industria, que moldearon a los partidos políticos para que fueran "aptos" para responder ante sus públicos a las cuestiones planteadas en esa floreciente situación histórica de la democracia liberal: una relación partido-clase siempre explícita en los programas de cada organización partidaria, más idealizados o más pragmáticos, más utópicos (en el sentido tanto de Lenin como de Bloch) de utopías "más concretas" o "menos concretas". La propiedad privada, el mercado y las formas de Estado eran los puntos más claros que dividían a los partidos, tanto a los que veían en el capitalismo el modo eterno de reproducción social como a los que diseñaban nuevas formas de vida, otras formas de Estado y de solidaridad social.

Sostengo que es más fácil para los partidos que defienden la eternidad del orden capitalista -sin utopías- adaptarse a estos nuevos tiempos, porque pueden organizarse en bandas que se disputan el poder por la violencia, por el control de la opinión en las redes sociales o -simplemente- a través de organizaciones neofascistas. Frente a los partidos y grupos políticos que defienden una futura sociedad socialista, basada en el reparto de oportunidades y la efectividad de los derechos fundamentales, que lo tendrán más difícil, porque ya no es la "conciencia de clase" orgánica la que aboga por el cambio, sino la suma de las individualidades conscientes de una comunidad de deseos y necesidades materiales y espirituales complejas, la que chocará contra el muro de los privilegios de clase, que controlan orgánicamente el movimiento del dinero.

La identidad formada por las clases que guiaba la política moderna permanece hoy más por su contrario alienado que por su afirmación de una vida común, que está disponible tanto para ser secuestrada por el fascismo como para ser potenciada por las ideas de una comunidad democrática. Bauman ("Identidad") mostraba la bancarrota de las identidades en rápida descomposición de la era industrial ya en 2004, cuando vio carteles en los muros de Berlín que ridiculizaban las "lealtades" de la sociedad industrial ya trastornada por lo real-virtual: "Tu Cristo es judío. Tu coche es japonés. Tu pizza es italiana. Tu democracia es griega. Tu café es brasileño. Tus vacaciones, turcas. Tus números, árabes. Tus letras, latinas. Sólo su vecino es extranjero". Mientras esta universalidad concreta aún no se había convertido en dominante, el carácter de clase "pura" de la lucha política seguía manteniendo su estatuto de validez, que ahora ha caducado cuando cobran fuerza las identidades marcadas por la diferencia, que en la primera elección de Lula aún no se habían hecho tan evidentes en la vida ordinaria.

A partir de entonces, las clases siguen estando en el centro de la comprensión de la historia presente, pero ya no para desvelar ninguna posibilidad de futuro.  El individualismo de la modernidad se proyectaba sobre el escenario del liberalismo político, a condición de que la suma de los individuos -engendrada por la sociedad capitalista de clases estables- estableciera sus relaciones de interés colectivo a partir de la suma de los deseos y pulsiones de los individuos libres en la esfera política, a partir de una vida común a la vez conservadora y revolucionaria. La fábrica moderna, pues, era la base operativa de la disolución de la individualidad proletaria, observaba el viejo Marx, tanto para asaltar el cielo colectivamente como para hoy, fuera de la previsión marxiana -en el fracaso de la revolución proletaria- ver en el emprendimiento de uno mismo una salida más posible que la revolución, para pavimentar mejor su vida aburrida e hiposuficiente. Es un error, pero es un error lleno de atractivos inmediatos con una cierta perspectiva histórica.

Nuestro problema -el problema de los partidos de la izquierda democrática y verdaderamente libertaria- no es, pues, simplemente "volver a las bases", porque allí ya no existe la subjetividad colectiva que nos formó y que podía tender tanto a la revolución como a las luchas reformistas democráticas de fondo. La conciencia de clase ya no tendrá las síntesis grandiosas de los grandes relatos de la socialdemocracia y del socialismo revolucionario, porque ella - rehecha - tendrá que componer en el horizonte una constelación de posibilidades de las diversas conciencias de individualidades libres, de diversos grupos, de clases y subclases sumadas, para la salvación de la miseria y de la opresión, así como de la propia Humanidad, hoy dispersa por el miedo a la guerra final y a la destrucción planetaria.

La lucha de clases no se ha extinguido, pero ha cambiado de sujetos, formas y direcciones. Las políticas contra el hambre y la deserción social propias del neofascismo nacional, la política exterior como motor de la economía interna y el posible marco fiscal, pueden dar lugar a una nueva reflexión para la izquierda, en un tiempo poco épico en el que nos espera más la muerte que la vida, más la guerra que la paz y, sobre todo, un enorme vacío de definiciones sobre el futuro.

(*) Tarso Genro fue gobernador del Estado de Rio Grande do Sul, alcalde de Porto Alegre, Ministro de Justicia, Ministro de Educación y Ministro de Relaciones Institucionales de Brasil.

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