martes, 8 de agosto de 2023

LECTURAS DE VERANO (II). LA UTOPÍA DEMOCRÁTICA DE TARSO GENRO

 


Tarso Genro es uno de los pensadores políticos más interesantes de este primer cuarto de siglo en América Latina, y sus análisis son siempre extremadamente productivos en términos de sugerencias, intuiciones y propuestas estratégicas. Siempre con un sinfín de referencias culturales y literarias, su escritura es de gran calidad. No sólo es un jurista del trabajo excelente, sino que ha desempeñado un buen número de tareas públicas en el comienzo de este siglo. Fue  alcalde de Porto Alegre donde acogió los primeros grandes encuentros alterglobalziadores, gobernador de Rio Grande do Sul y Ministro de Justicia, ministro de Educación y ministro de Relaciones Institucionales de Brasil bajo la presidencia de Lula. Ha dinamizado una importante serie de encuentros entre intelectuales y fuerzas sociales en España y Portugal con América Latina, propiciado ahora por el Instituto Novos Paradigmas del que es presidente. Escribe un artículo quincenal en la revista Sul21 que es una tribuna permanente de análisis de la situación brasileña yde la evolución de la política global. Mantiene además una larga relación de amistad y compañerismo con el titular de este blog desde hace mucho tiempo que nos ha permitido acceder a algunas de sus reflexiones mediante su presencia en estas entradas. En esta ocasión, como segunda lectura de verano hemos seleccionado estos fragmentos de su última columna de opinión en la mencionada Sul21 sobre los estrechos márgenes que se dan en las democracias políticas para lograr avances sociales, un tema de evidente actualidad también entre nosotros tras la experiencia del gobierno de coalición y la encrucijada en la que nos encontramos ante los resultados electorales del 23 J, y los grandes interrogantes que se plantean al reformismo social en estos tiempos convulsos.

A quienes quieran consultar el artículo de opinión completo, el enlace es el siguiente: https://sul21.com.br/opiniao/2023/08/reforma-sem-revolucao-identidades-sem-rumo-por-tarso-genro/

Reforma sin revolución, identidades sin rumbo

Parto de la constatación, refiriéndome aquí al libro de Hobsbawm, de que no sólo hemos salido -en los últimos 30 años- de la "era de las revoluciones", sino que hemos entrado en un amplio periodo distópico en el que las identidades políticas de la izquierda ni siquiera se conforman en la idea de reformas socialdemócratas "de izquierdas", sino que han derivado simplemente -sin coloración definida- hacia el estrecho campo de la utopía liberal-democrática. Lo han hecho para aferrarse a la utopía de la razón ilustrada, baluarte concreto de la defensa de los derechos humanos, de las políticas sociales compensatorias y de las instituciones del Estado del bienestar que, como en Brasil, aún sobreviven asediadas ante el aliento del fascismo. Todo se hace bajo la garantía de un pasaporte-compromiso con los países rentistas, para que logremos estabilidad política con tipos de interés menos escandalosos. Los ricos -los más ricos del mundo- acumulan identidad y dinero en las reformas liberales, pero nosotros respiramos sin revolución y sin reformas en los pliegues de la resistencia. Y así, retenemos apenas que los pobres se empobrezcan o mueran, o emigren: los supervivientes transan sus identidades de clase en un identitarismo generoso y luchador, pero voluntarista y aún sin capacidad hegemónica.

Dicho esto, no creo que la idea socialista esté muerta y que la democracia, como idea de convivencia social, esté terminando su ciclo de valor político-moral o que la barbarie sea inevitable. Es cierto que la barbarie es más difícil de superar, porque no tenemos la barrera soviética que tuvimos para enfrentar al nazifascismo y no tenemos clases trabajadoras fuertes interesadas en la papeleta democrática y en oponerse al fascismo por la fuerza, con una resistencia orgánica capaz de hacerlos volver a sus cloacas bien remunaeradas. Para hablar del Cono Sur, creo que en Brasil, Chile, Uruguay y Argentina, tenemos "reservas" de experiencia política y liderazgo para una futura ofensiva por la soberanía democrática compartida, con vistas a la integración regional. Si Brasil no supera, sin embargo, la dominación del capital financiero sobre la política y el Estado - que viene de dentro de las Salas Mágicas del Banco Central - América Latina irá cuesta abajo bajo el dominio del imperialismo irrestricto

(...)

La insatisfacción popular con los precios de la vida, con la desorganización de los transportes públicos, con la delincuencia masiva en las grandes regiones metropolitanas, con la inseguridad de la vida cotidiana, con las limitadas posibilidades de ocio (que depende de la renta) y con el escaso disfrute de los bienes culturales, en el momento en que el fascismo se funde con el neoliberalismo y explora la ficción de la "libertad" empresarial, hace que esta gigantesca insatisfacción no se canalice hacia el orden democrático liberal representativo, sino hacia su destrucción. La democracia liberal, tal y como se plantea como un orden de privilegio absoluto, ya no agrega sino que fragmenta, ya no cohesiona sino que divide, ya no genera identidades de cara al público sino que se dedica a fomentar personalidades ocultas en el subsuelo de las redes. En ella, "cada cual es dueño de su nariz" y la vida en sociedad es un tormento de sumisiones.

Que el neoliberalismo es incapaz de sostener la prosperidad ha quedado demostrado desde el inicio de su ciclo de reproducción política y social, cuyos líderes, acólitos -pequeños y grandes bandidos de la teoría económica- han logrado sofocar cualquier vínculo entre la economía y la situación del "estar" (buen o mal-estar) de los seres humanos. Partirán de ahí por tanto, para naturalizar la discusión circular de la modernización tecnológica sin objetivos sociales, de la acumulación privada a través de la ficción del dinero sin lastre en la producción -apropiado por cada vez menos manos y cada vez más cerebros privilegiados-, normalizando -a partir de este ejercicio retórico- que se prohiba dogmáticamente la discusión de las causas de las disparidades sociales, de la renta cada vez más concentrada y de los orígenes de los impulsos criminales del fascismo, legitimado por una vasta parte de la sociedad, labrada por una red de enemigos invisibles azuzados por la miseria. 

 La construcción de las personalidades individuales en cualquier sociedad democrática no es ni debe ser una función del Estado, pero no habrá sociedad mínimamente justa si las identidades humanas no se forjan a partir de la renuncia consciente a los instintos de la naturaleza. La función del Estado -desde esta concepción- es promover una cultura de la solidaridad y los marcos para la convivencia no violenta, proporcionando un orden político que señale cuáles son las "desigualdades máximas aceptables" en una sociedad civilizada, así como cuáles son las "igualdades mínimas", necesarias para una interacción social en constante cambio (hoy "fluida") con un mínimo de crisis y un máximo de consenso. La identidad nacional se crea en movimiento, como una comunidad de destino, teniendo en cuenta la conciencia que puede adquirirse en el proceso político, por un lado, y las condiciones objetivas del supuesto "mundo feliz", donde las identidades de las clases (desde abajo) son frágiles y las identidades nacionales de los opresores (desde arriba) -como Estado y fuerza- son fuertes y destructivas.

No se trata de una "prédica" doctrinaria en defensa del socialismo o en defensa del capitalismo, hoy estratificado en el capital financiero de la acumulación sin trabajo, sino de la defensa de una posibilidad democrática de bloquear el fascismo en ascenso, que se alimenta de la violencia para promover su "revolución". Y utiliza, legal e ilegalmente, la fluidez de la información y del dinero -en el orden económico mundial- para construir sus formas específicas de opresión, fundadas en otra fluidez, la informacional. Esto no sólo destruye, sino que compone nuevas identidades que atraviesan verticalmente la pirámide de clases y se comunican en redes horizontales y comunidades de culto a la violencia y la autosegregación, a través de las cuales se defienden del mundo exterior, impuro y hostil para ellas. 

Las identidades individuales que han quedado como conciencia -como Mandela y Benedetti- son legados fundamentales del siglo pasado, pero ya no son suficientes para atravesar la historia, porque los lugares, los barrios y las personas son siempre diferentes y la identidad de los opresores -por la fuerza del dinero- se ha fortalecido con la convivencia consciente de gran parte de los oprimidos. Por lo tanto, deben ser apropiados como elementos de una nueva conciencia del deber revolucionario en tiempos de derrota.  La utopía actual -la utopía democrática- puede parecer un paso atrás en comparación con las ambiciones éticas y económicas del socialismo desaparecido. Pero también puede verse como un desafío civilizatorio: combinar e integrar la democracia y el socialismo con una "nueva forma de vida guiada conscientemente" por la soberanía popular, no por los salones burocráticos del Banco Central: tumba de la soberanía popular y fuerza estratégica de la acumulación rentista.


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