Perdonen
las elucubraciones de esta entrada veraniega, porque la verdad es que, si se
atiende a las noticias que se conocen en este tiempo de descanso anual, no cabe
más que inquietarse seriamente. Así, por ejemplo, Putin obtiene su
primera victoria importante al romper su aislamiento y negociar directamente
con Trump en Alaska mientras el gobierno ucraniano tiembla y la Unión
Europea asume posiblemente “sin entusiasmo” su posición subalterna e impotente
en materia internacional. En España, al socaire de los terribles incendios
favorecidos por la ola de calor, crece la polémica en los que no se pueden
controlar en las comunidades autónomas dirigidas por los recortes del Partido
Popular en los servicios públicos, mientras se discute sobre las competencias
autonómicas y estatales, un debate que solo conduce a oscurecer las soluciones
en un cielo oscurecido por el humo y el fuego y en donde las condiciones de
trabajo de los bomberos forestales – y los otros – deberían estar en el centro
de la discusión. Y así sucesivamente.
Por si fuera poco, con la vista en el futuro
imperfecto, los medios de comunicación nos recuerdan con insistencia que la ultraderecha
gana cada día más adeptos incluso (o sobre todo) en los estratos populares más
bajos, y en los tramos de edad masculinos más jóvenes. El mañana les pertenece,
como cantarían los rubios arios en Cabaret, y en esa identidad parecen
complacerse no solo las fuerzas políticas de las que extraen su segura victoria
electoral, sino también, con un cierto masoquismo inconsciente, fuerzas
progresistas que deducen de su ineluctabilidad una necesaria travesía del
desierto que nos conducirá a nuevos espacios de insumisión constituyentes en un
porvenir asimismo asegurado: Les lendemains qui chantent. Y en este
pronóstico, el partido ya no es el príncipe sino un profeta que declama a los cuatro vientos: “el fin del ciclo
se acerca”
Porque por doquier se habla de
agotamiento del ciclo. El ciclo es la palabra clave porque sugiere un gradual
proceso de conquista de derechos gracias a condiciones objetivas favorables unidas a la acción de un sujeto
informe, popular en su sentido más primigenio, lúcidamente representado por un
sujeto partido-movimiento que cuestiona las formas partidistas hasta el momento
existentes porque éstas llevaban la marca de Caín de la que se definía como indigna
transición política a la democracia. Este partido que se declara heredero del 15M ha sabido extraer de una resistencia
articulada por los movimientos sociales un nuevo paradigma construido sobre la necesaria
transformación de elementos fundamentales de la regulación del espacio público
y ciudadano. Acompañando a otros sujetos colectivos, ha forzado políticas sociales y garantistas por parte del Estado que han cristalizado en posiciones ventajosas para grupos especialmente vulnerables social
y culturalmente discriminados. Ciudadanía social e identidades de género parecen
ser, para este ciclo político, los ejes centrales por los que avanza. No se
sabe por qué se omite en este discurso que en el centro está el trabajo y su
contemplación simultánea como sujeto político y objeto de regulación como
condición de una existencia colectiva que da seguridad y dignidad a la mayoría
de la población, pero no es de buen tono subrayar que este elemento ha sido el
determinante real del proceso reformista.
Parece que errores e
insuficiencias de todo tipo y el agotamiento de la comprensión especialmente
social de la intervención pública tras la etapa Covid, ha propiciado,
comenzando en las elecciones del 2023, confirmadas en las europeas de junio de
2024, un giro conservador y la captura del marco de referencia mediático y
cultural por parte de la ultraderecha. Esto se ha definido como agotamiento del
ciclo progresista e inicio de un nuevo ciclo en un sentido contrario, donde la
ultraderecha ocupa una posición cultural y mediáticamente hegemónica orientando
el marco de discusión pública. Así que los analistas políticos – y los
creadores de opinión – explican que el ciclo que comenzó en el 2011 (para éstos
influyentes no hay resistencia ni alternativa política válida en España antes
de esa fecha) se agota quince años después y se invierte circularmente la
situación, en una especie de vuelta a la tortilla por el lado incorrecto de la
historia.
La verdad es que, como diría un
castizo, la cosa está cruda. También la tortilla. Históricamente el movimiento
emancipador tenía como referencia un cambio radical, profundo, de las
estructuras económicas, sociales y políticas. Es decir, era fundamentalmente
revolucionario. Me refiero a tiempos remotos, por ejemplo, años treinta del
siglo pasado, antes de la guerra civil que fue una guerra de clase, la
dictadura triunfante y la transición a la democracia, es decir, en España de
antes del 2011, desde luego. Pero el motor de esta lucha se basaba en la
negación de la explotación y la dominación en el trabajo asalariado, puesto que
era el trabajo el centro neurálgico de la conformación de una subjetividad
colectiva alternativa y confrontada al orden del capital en sus diversos
estratos. En este proceso se fundían de forma compleja - ¿dialécticamente? – las
luchas cotidianas contra la explotación que perseguían la mejora de las
condiciones de vida o trabajo de hombres y mujeres, con una meta o destino
general, común a todas y todos, la subversión del sistema político y económico
o su colapso o al menos su transformación decisiva.
Miremos hacia atrás sin ira. Nunca
la socialdemocracia manejó bien esta doble referencia, y en su mejor época, con
Karl Kaustky, utilizó la teoría revolucionaria al servicio de la
política reformista, convencida por otra parte por un determinismo histórico
muy fin de siglo que encuadraba los procesos sociales en el ámbito del “devenir
natural”, convencidos de la certeza ineludible del advenimiento del socialismo
y el consiguiente declive del capitalismo, e incapaces de fusionar luchas
cotidianas y sustitución del sistema. En el juicio ponderado de esta ideología
progresista que ha resultado la única en subsistir tras el corto siglo XX, Lelio
Basso (Socialismo e rivoluzione, Feltrinelli, Milán, 1980) afirma
que el marxismo de la II Internacional supuso “un gradual abandono de las
aspiraciones subversivas y una gradual aproximación a las instituciones, a los
valores, a la cultura y en fin, a la ideología fundamental de la sociedad
burguesa” en una asimilación de ésta que se fue produciendo ciertamente de
manera no uniforme (pp. 256-257). El derrumbe del sistema era en todo caso un
acicate o un incentivo del momento “subjetivo” expresado en el voto, con
independencia de las condiciones materiales y los procesos “objetivos” de
transformación de la realidad.
Ha corrido muchísima agua bajo
los puentes y la forma de concebir el cambio social y político ha cambiado a su
vez de manera profunda. El segundo aspecto a que antes nos referíamos, el
objetivo final de la acción política de resistencia y oposición al sistema
capitalista, ha desaparecido por completo de los programas, de la estrategia y
de la táctica de los partidos progresistas. Incluso los que se declaran anticapitalistas
reconocen que no hay un modelo político de sociedad socialista que pueda ser
verosímilmente compatible con el marco geopolítico en el que se mueve la acción
política democrática en el estado español. Es decir que el cuestionamiento
radical del tipo de sociedad en la que vivimos y la formulación de otro tiempo y
lugar que posibilite la emancipación del dominio y la explotación en todos los
espacios públicos y privados de las clases subalternas, ha ido desapareciendo
poco a poco, asimilado a un orden de valores y de representación de la realidad
que en líneas generales reproduce la concepción del mundo burgués y liberal que
se considera inmodificable. Lo que no impide la crítica, ciertamente. No es una
sociedad justa – como le gustaría a Daniel Chandler, Libres e
iguales. Un manifiesto por una sociedad justa, Paidos, Barcelona, 2025, en
su cerrada defensa de la Teoría de la Justicia de Rawls y su aplicación
a la sociedad actual – y el capitalismo “de libre mercado” genera una creciente
desigualdad, incrementada exponencialmente en la etapa del globalismo y la
epifanía del pensamiento neoliberal y las políticas correspondientes – como
desde hace tiempo viene recordando Piketty, y recalca en la conversación
que mantienen él y M.J. Sandel, Igualdad. Qué es y por qué importa, Debate,
Madrid, 2025 – dando lugar a un cuestionamiento generalizado del concreto
proceso de plasmación de la realidad normativa, social y cultural de la
economía capitalista hiperglobalizada y financiarizada.
No hay sin embargo una alternativa
verosímil que pueda sugerirse como una propuesta atractiva de superación del
momento actual. La ciudad futura está difuminada, borrosa, y no se puede ni
entrever sus contornos en una niebla conceptual y argumentativa. Solo cabe
resistir y enmendar lo existente, y ese conservacionismo resignado, cuando no
entusiasta, es la tónica general de una parte del gobierno de coalición en
nuestro país que la minoría de Sumar no es capaz de transformar y poner en
marcha.
Posiblemente haya una cierta
dificultad en transferir, en el plano político-electoral, las mejoras evidentes
en las condiciones de trabajo logradas a través de la acción combinada de la
movilización sindical y la reforma impulsada desde las instituciones públicas
estatales en materia de trabajo y de Seguridad Social a un conjunto amplio de
personas que experimentan emocionalmente una sensación de rechazo y de repulsa
hacia las condiciones en las que se desarrolla su propia existencia y que
provoca una reacción violenta respecto de su propia infelicidad. Pero es
evidente que esto va construyendo una corriente de opinión difusa, también informe,
marcada por la hostilidad y la desafección hacia el ámbito específico de la
política, que se percibe como un lugar sembrado por la corrupción y la
ineficacia. Una constante que es reiterada por la propaganda masiva de la
ultraderecha y sus sostenedores e inversores. La constatación de la ineficacia
de la política que la izquierda concibe como un instrumento para cambiar las
cosas y la vida de la gente, se transmuta en rabia contra la propia política y
sus actores principales, que se expresa a su vez en el momento subjetivo del
voto mediante el apoyo a las opciones que desprecian la democracia y el
pluralismo y refuerzan los valores de autoridad y violencia. Una violencia que
se quería proyectar contra el espacio público administrado por las fuerzas
democráticas y pluralistas pero que realmente se convertirá en su momento en
violencia contra ellos mismos.
Lo que parece entonces es que el tan
manido fin de ciclo político quiere decir que no es ya posible focalizar la
acción colectiva en nuevas y mejores condiciones de vida y de trabajo ni de
conectar la angustia y el desasosiego personal con la exigencia de lograr un
nuevo orden social y económico. Hay una corriente principalmente emocional que aprovecha
el momento individual en el que se produce el escrutinio popular sobre la
acción política – y de los políticos – para expresar una recusación completa de
los actores a los que se señala como más visibles y presentes en una escena que
se repudia. La brutalidad de las ideologías iliberales que personifica Trump
y que entre nosotros ha capturado Díaz Ayuso se complace en
estimular esa rabia como seña de identidad de unas comunidades políticas
regidas por el autoritarismo y la imposición.
Pese a lo que opinen tantos sobre
la inevitabilidad de este marco de referencia y de sus conclusiones
electorales, es importante insistir en la posibilidad de una política para
todas y todos que progresivamente haga mejor la existencia de las personas. Aunque
eso implique contradecir la natural evolución pendular que se predice para los
ciclos políticos que supuestamente oscilan de izquierda a derecha y vuelta a empezar buscando un equilibrio inexistente. Pero desconfiemos de estas certezas si realmente
queremos poner en práctica las políticas emancipatorias en el actual contexto de
desigualdad económica, social y cultural que a la postre reposa en la explotación y el dominio sobre la
fuerza de trabajo.
5 comentarios:
Reflexões que servem para nós mesmos em todos os pontos! Desde esse certo “derrotismo” de fim de ciclos — e deixa que a história se incumba de movimentá-lo de novo, mais adiante — até essa forma de resistir e emendar o presente sem “elocubrar” um futuro melhor. A postura do Gov Lula contra a invasão de soberania nos provoca a ter novas chances de sonhar coletivamente com um novo mundo. Oxalá esses monstros sejam fruto dos piores sonhos que sonhemos outros para combatê-los. Abraços domingueiros.
Muy bueno, Antonio, compartible totalmente la marginacion o desplazamiento del trabajo como factor central, inclusive en sectores de las izquierdas. Hay un cruce no resuelto del todo, ademas, con ciertos encares del feminismo. En fin, tomo nota del libro de Sandel y Piketty, que no conocia. Un abrazo!
Es un análisis que vale para Chile, se parece mucho el momento
Todo un tratado, caro Antonio.
Hagamos espacio a más alegría revolucionaria que nos permita seguir soñando horizontes emancipatorios, dando cuenta de las experiencias políticas pasadas y presentes que como la luz de las luciérnagas brillan aún más en la oscuridad de tiempos como los actuales.
Gracias, querido Antonio, por estas valiosas reflexiones.
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