Las
noticias sobre el resultado de las elecciones a la Comunidad de Madrid se
elevaron en la noche devastando la esperanza, como en el verso de Alejandra
Pizarnik[1],
una esperanza que se había visto alentada por el incremento muy importante
de la participación ciudadana hasta un 76,25% del censo, más de 3,6 millones de
personas, 400.000 más de las que lo hicieron en el 2019. Una participación que
no solo se plasmó en el volcado prácticamente total de la población con derecho
al voto en las zonas ricas de la región, sino también en los barrios obreros y
en las ciudades del cinturón industrial de Madrid, aunque con menor intensidad,
pero en todo caso muy significativa.
Los resultados son conocidos y se
repiten en las portadas de todos los medios de comunicación. El Partido Popular
obtiene su mejor resultado en años, con 1,6 millones de votos, 900.000 más que
los cosechados en el 2019, lo que supone casi el 45% del total de sufragios
emitidos. Su hasta ahora socio en el gobierno, cuya presencia se juzgaba incómoda
y de la que se quería prescindir, ha desaparecido de la arena política
madrileña al no alcanzar el 5% exigido para poder tener representación en la Asamblea.
Ha perdido medio millón de votos – solo ha conseguido 130.000 sufragios – y su posición
pública consistente en apoyar al PP para que este no dependiera de la
ultraderecha para gobernar ha sido entendido como un incentivo indirecto para
reforzar la estabilidad de la candidatura de Diaz Ayuso en un gobierno
seguro. El descalabro de Ciudadanos, pone en crisis irremediable a este
partido, cuyos electores migran hacia el PP en masa, fortaleciendo su posición
hegemónica en la derecha política. Para terminar de dibujar este cuadro, la
ultraderecha se afianza en estas elecciones en una posición discreta, obtiene
330.000 votos, más de cuarenta mil respecto de lo obtenido en el 2019, la
cuarta fuerza política de la Comunidad.
Por su parte, la izquierda ha
retrocedido sobre todo debido al hundimiento del PSOE, que ha perdido 275.000
votantes respecto de las elecciones del 2019, donde fue el partido más votado,
descendiendo ahora al 16,7%. Mas Madrid, la escisión de Podemos en las
elecciones del 2019 al hacer ticket electoral con Manuela Carmena en las
elecciones municipales que se celebraron – y perdieron para su candidatura – a la
vez, ha tenido un muy buen resultado electoral, con 615.000 votos, casi 139.000
más que los que obtuvo en las autonómicas en las que nació como partido, y ha
ganado por cuatro mil votos al PSOE, empatando eso si en número de diputados. Unidas
Podemos ha superado en 80.000 votos sus resultados de 2019, con más de un
cuarto de millón de votos, pero permanece como quinta fuerza, con un
crecimiento discreto. El aumento de votos de las fuerzas a la izquierda del
PSOE no compensa la pérdida total de éste, y el total de diputados obtenidos
por estos tres partidos es inferior a los 65 ganados por el PP, por lo que éste
solo necesita la abstención de VOX para poder formar gobierno con mayoría en la
Asamblea.
De esta manera, la victoria sin
matices de Diaz Ayuso es una muy mala noticia. La corrupción sistémica
del Partido Popular en Madrid, que gobierna de forma ininterrumpida durante 26
años, pese a la visibilidad actual de los procesos en curso sobre la caja B del
partido (Caso Gürtel), o la conspiración para robar y eliminar pruebas a Bárcenas
(caso Kitchen), no ha influido negativamente sobre la candidatura vencedora,
como tampoco los recortes en sanidad que han inhabilitado la atención primaria,
la especulación inmobiliaria, el precio de los alquileres y el incremento de la
exclusión social, el abandono de la educación, o el terrible caso de las
residencias de ancianos a los que se impidió acudir a los hospitales en los
casos de contagio por Covid. Frente a esos hechos concretos, ha prevalecido en
la voluntad popular un discurso calcado de los esquemas políticos de Trump
que se basa en algunas líneas argumentativas muy sencillas. Ante todo una
confrontación directa con el Gobierno de la Nación, una institución a la que no
reconoce legitimidad, y a la que niega toda colaboración sobre la base de que
sus decisiones buscan la ruina de la prosperidad de la región. La exaltación de
Madrid como el lugar de la riqueza y de la abundancia de los emprendedores,
envidia de todas las regiones de España – especialmente de Catalunya – se une a
la idea, básica en su campaña, de la promoción de las actividades empresariales,
en especial el comercio y la hostelería, sobre las precauciones sanitarias que
recomienda la prevención frente a la pandemia. Bajar impuestos, privatizar
servicios públicos, favorecer la especulación urbanística, promocionar la
escuela concertada religiosa y las universidades privadas, son todas medidas
que se adoptan y se comunican pero no integran el debate público, que se
resuelve en una sola palabra: libertad. La libertad individual como fórmula vacía
que se ofrece como elogio de la elección de vida por cada emprendedor y creador
de riqueza. Y, como fórmula de cierre, un discurso de extrema agresividad
contra sus contrincantes políticos, una recopilación de insultos y de mentiras
que son a su vez repetidas y coreadas en todos los medios de comunicación “empotrados”
en su relato.
El problema más evidente es que
esta propuesta política, emblemáticamente presentada en estas elecciones en una
hoja en blanco en la que sólo aparecía la palabra libertad, ha sido avalada por
la gran mayoría del electorado. Una opción contundente por el consumismo y por
el individualismo, una desautorización de las políticas sociales y la lógica de
la solidaridad. Y, conviene no olvidarlo, la paulatina normalización de un
discurso del odio y la descalificación personal del adversario político
considerado siempre como enemigo de la libertad y situado fuera de cualquier
consideración que acepte el pluralismo político. Una lógica de exclusión y
eliminación del adversario mediante el insulto y la descalificación en la que
sobresale la extrema derecha, pero que ha sido plenamente empleada y apoyada
por el Partido Popular y su candidata Diaz Ayuso.
El triunfo de este relato en la
opinión pública es el que ha conducido a Pablo Iglesias a decir adiós a
la política institucional, por entender, con razón, que la focalización en su
persona de todos los insultos y descalificaciones posibles, además de la
persecución personal y de su familia, hace que su figura ya no ayude a sumar
fuerzas sino que lastre el despegue de las fuerzas de progreso que en este
momento deben recomponerse y profundizar el programa de acción que sostiene la
mayoría parlamentaria que el PP y la ultraderecha pretenden a toda costa desarbolar.
No es el momento de hacer un resumen de la trayectoria pública de Iglesias en
los siete años que median desde su candidatura a las elecciones europeas del
2014 y su retirada actual de la dirección de la organización política. Es
evidente que ha alterado el sistema de partidos y ha introducido elementos
esenciales de progreso en la discusión pública. Su acercamiento a posiciones
inequívocamente clasistas, de defensa de la centralidad del trabajo en la
construcción de un proyecto social alternativo, y su capacidad crítica e
ideológica de los mecanismos de preservación del poder y de la desigualdad
social y económica, le han hecho blanco de las acusaciones y diatribas más
terribles y más injustas. En su caso es patente la violencia que el poder
económico y político puede desplegar en tiempos de normalidad democrática
contra figuras que considera potencialmente nocivas para la preservación de un
status de desigualdad profunda.
Queda ahora por delante la
recuperación electoral del espacio progresista, una cuestión que se plantean
los partidos políticos de la Comunidad de Madrid para los próximos dos años, que
es cuando se deben volver a convocar elecciones en esta región. La dimisión de Pablo
Iglesias hace que este problema tenga, para la coalición de Unidas Podemos,
una dimensión nacional. Una dimensión que afecta también al gobierno y a la
repercusión que el derrumbe del PSOE en Madrid puede tener sobre la realización
de un programa de reformas a las que urge la Unión europea y a la que se ha comprometido
España. El cese del estado de alarma el próximo 9 de mayo complica la gestión
autonómica de la fase posterior, con una autonomía como la CAM en permanente
estado de oposición a las directrices del gobierno central. Y el sindicalismo
ha exigido con fuerza la culminación de las reformas laborales que están negociándose.
Es decir, que los grandes problemas pendientes siguen exigiendo soluciones y un
desarrollo adecuado.
La opinión pública madrileña ha
sido reconducida con éxito a un discurso simplificador y sumamente ideológico,
basado en la prioridad absoluta de las opciones individuales de consumo y de
vida como condición de libertad y de prosperidad, a la vez que han sido acostumbradas
a una serie de relatos fundados en mentiras y falsedades, exageraciones y
descalificaciones de los adversarios, en especial del PSOE y de UP en cuanto
miembros del gobierno. La orientación claramente antidemocrática de muchos de
estos medios, su servilismo político declarado, y la influencia sobre la
información pública debería ser objeto de reflexión separada por todos los
demócratas, sin atender a la confusión existente entre libertad de empresa y
libertad de expresión que recorre hoy el discurso de los medios. El pensamiento
democrático está hoy acorralado por la falsificación y el odio de la
ultraderecha que copan el espacio de la discusión, la noticia y el
entretenimiento.
Así que las elecciones en Madrid
han tenido el peor resultado posible, pero el mundo sigue, y continuar trabajando
para que sea un lugar mejor y más justo es un propósito constante. Pasada la
noche triste de Madrid, hay que seguir adelante, más cerca de Prometeo que de
Sísifo en las tareas por desempeñar en el inmediato futuro.
[1] Ángeles
bellos como cuchillos / que se elevan en la noche / y devastan la esperanza/ (“Exilio”, poema de Las aventuras
perdidas, 1958, recogido en su Poesía completa, Lumen, 2014)
4 comentarios:
Livina Fernández Nieto
Usted es una persona de bien, pero hay un problema endémico e histórico: la corrupción no solo no se castiga sino que se premia. Se ensalza y admira al corrupto y, además, hay una total y absoluta falta de educación y cultura democrática. Podría decir tantas cosas..., pero me hago eco de una estrofa de la canción de Serrat que dice: (...) Escapad gente tierna
que esta tierra está enferma
y no esperes mañana
lo que no te dio ayer
que no hay nada que hacer (...).
Una síntesis perfecta
Supongo que la autocrítica -que es la única crítica que nos nutre, porque nos obliga a revisarnos y corregirnos, que es lo que está en nuestra mano- puede esperar, aunque no mucho, a momentos más serenos.Y tampoco es cuestión de andar dilapidando los rigores del látigo en la espalda propia, cuando podrían ser útiles en otras ajenas. Pero si el debate público ha sido oscurecido, hasta la negación, por el neón de la "libertad" de Ayuso, si se ha revestido de formas agresivas sin contenido analítico, si ha sobrevolado, como la paloma evangélica (las otras lo cagan todo) el universo pre-electoral, apoyado únicamente en falacias como la promoción de los promotores (Sarasola), como la privatización de la sanidad (Lasketty) o de la escuela, o de las residencias de ancianos (fondos buitre) o de la Universidad (títulos de Casado, de Cifuentes, del pequeño Nicolás); si se ha apoyado en la envidia siempre inquietante de Cataluña (donde el PP no rasca voto), en las excelencias del bocata de calamares, bien grasientos, y la caña de Mahou, bien tirada (Bar El Brillante), o en la gula insatisfecha de los indigentes de barrio subvencionados por los bolivarianos, si todo eso ha sido así -me pierdo- alguien no ha conseguido bajar la pelota al pasto y centrar el debate, o no ha podido, o no lo ha considerado prioritario. Alguien o alguienes, quizá por carentes de fuerzas frente a los medios controlados por Miguel Ángel Rodríguez, no han/hemos sido capaces de determinar el sentido y el nivel de los debates. Y si estos carecen de contenido político, la movilización de amplias masas de electores es perfectamente irrelevante.
Hay que corregir cosas. Y rápido, que aquí, en Andalucía, en el feudo socialista de socialistas como Felipe, Griñán o Susana (menos mal que el socialista Leguina se quedó en Madrid) la brisa trae aromas de elecciones. Y no sé las fuerzas con que cuenta Moreno Bonilla, pero sí sé que enfrente no tiene nada.
Un abrazo.
Juan
Juan, aunque sea por aquí, y por tu reconfortante comentario, te mando un cálido abrazo!!
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